Capítulo 40
Atenea
Tras casi veinte horas de viaje nos encontramos en suelo mexicano finalmente.
Ahora Artemisa, Patrick, Amelie y yo nos encaminamos al distrito federal a bordo de una camioneta blindada que conduce el coronel que, tal como predije, se casará con mi azafata en unos meses y es por este motivo que ella nos acompaña en el viaje a la capital luego de haberle prometido que personalmente me encargaría de dar con el paradero de su familia en caso de que realmente hayan desaparecido. Tal cosa la hago única y exclusivamente porque desde que se comprometió forma parte de la pseudofamilia que somos el inglés y yo. Por ende, debo tratarla como tal y mi promesa es una muestra de mi buena disposición para con ella.
Durante el recorrido de Berlín a México mi hermana estuvo durmiendo y comiendo por períodos intermitentes y tras aterrizar ha continuado de la misma manera. Yo, en cambio, no he pegado un ojo desde que me desperté en brazos del comandante a quien me pesa reconocer que echo en falta.
Tan acostumbrada me encuentro ya a su presencia que nada más aterrizar le he llamado a traves de un teléfono satelital encriptado, que adquirí recientemente con el fin de no dejar evidencias de mi macabro plan en mi móvil personal, usando la excusa de preguntarle si tenía información nueva sobre el traidor. Él, muy inteligentemente, se dió cuenta del motivo auténtico de mi llamada y pronunció una frase que aceleró mi corazon y estimuló a mi cuerpo al mismo tiempo de una manera en que me resulta tan rara como adictiva pues debo admitir que Maximilian Black, el desalmado y soberbio comandante inglés, se me ha metido bajo la piel más rápido que cualquier otro y ante este hecho solo me queda rezar para que no se decepcione cuando conozca a la verdadera Atenea Müller, esa que es capaz de someter al que sea con tal de cumplir sus objetivos que son tan oscuros y retorcidos como ella misma. Sin embargo, hay algo que me dice que él podría ser incluso peor porque ni siquiera se inmutó al verme convertida en la diabla que se encargó de torturar a quien quiso matar a su hermana y luego la mató sin un apice de duda o remordimiento pero puede que ello se deba a que creyó que por venganza lo hacía cuando la realidad es que disfruto asesinar tanto como disfruto follando a pesar de como eso suena.
No voy a negarlo, me encanta saber que tengo la vida de alguien en mis manos y mucho más si ese alguien me da motivos para aniquilarlo aunque lo cierto es que por una razón u otra a inocentes he eliminado también. Asesino a sangre fría sin importarme consecuencias y me llevo por delante al que me estorbe. Siempre ha sido así y no dejará de serlo jamás. Por ello es que espero que el comandante logre aceptar mi lado más perverso en cuanto lo revele por completo ante él porque, de lo contrario, no me gustaría que tuviera el mismo final que el resto de personas incapaces de aceptar mi verdadera naturaleza. Misma naturaleza que, de existir, haría que el mismísimo Lucifer se arrodillara a mis pies suplicando clemencia y es por esta razón que, si eres inteligente, me temerás.
Me distraigo observando el paisaje por la ventanilla mientras suspiro sonoramente sumida en mis pensamientos, encerrada en mi propia mente e intentando no pensar más en esa maldita mirada azabache que lleva días atormentándome y al mismo tiempo calmándome, cosa bastante extraña de por sí. Una hora después, la Range Rover de blindaje nivel 7 arriba al primer anillo perimetral que asegura la casa presidencial y sin mucha dilación bajo de la camioneta para presentarme ante los militares que resguardan el lugar pues ya me conocen así que les consta mi falta de paciencia para ser requisada y por ello solo me someto a la primer revisión cada que por alguna razón visito a Alex.
―Capitana Martínez ―saluda inclinando la cabeza en señal de respeto uno que tiene aspecto de ser el de mayor rango y que aparentemente no tiene conocimiento de mi verdadero nombre.
El hombre es bastante fornido, incluso más que los que lo rodean pero hasta ahí va lo extraordinario en su persona. Sus ojos son más bien comunes y su pelo también. Sin embargo, y como todos aquellos que siempre logran tentarme fácilmente, noto la existencia de al menos un par de tatuajes en sus muñecas.
―Comandante Müller para usted, teniente Morgado ―corrijo leyendo la placa de su uniforme. ―En México debe llamarme por mi rango en el ejército. Fuera puede referirse a mi como capitana de la FIEM ―aclaro mostrando las credenciales que me respaldan pero sin dejar que las tome en sus manos.
Nunca he permitido que otros tomen mis identificaciones al requisar y esta vez la excepción no será.
―Oh, disculpe la equivocación, mi comandante ―replica con la cabeza gacha y en un gesto inesperado para él y todos los que nos rodean le tomo del mentón y obligo a mirar a mis ojos en lugar de al suelo aunque le es difícil sostenerme la mirada.
―Míreme a los ojos y escuche bien lo que le diré, teniente ―demando y no le queda de otra más que obedecer. ―Cuando un superior le hable no agache la mirada ni demuestre que le intimida a menos que esté dispuesto a ser sumiso toda su carrera y permanecer en el mismo rango porque en la milicia, sea la que sea, solo asciende aquel que muestra su valor, su liderazgo y su capacidad de reponerse a lo adverso resaltando por encima del resto ―espeto con severidad viendo el efecto de mis palabras hacer magia en sus ojos color marrón y, a juzgar por la manera en que corrige su postura, he de suponer que ha entendido mi punto. ―Grábese esas palabras, Morgado. Estoy más que segura de que le servirán ―añado dando por concluida mi intervención.
―Gracias, mi comandante. Tenga por seguro que no olvidaré lo que me ha dicho ―asegura y asiento convencida de que así será.
Por alguna razón el teniente me recuerda a mí misma cuando era una joven incapaz de sostenerle la mirada por más de medio minuto a nadie que estuviera por encima de mi rango, solo que en aquel entonces yo era una simple soldado que había ingresado a la milicia con quince años por órdenes de quién donó mi segundo cromosoma X.
―Espero que así sea ―contesto de vuelta y escaneo el entorno a mi alrededor notando que, de repente, parece que todos los custodios han encontrado más importante mirarme nada disimuladamente antes que hacer el trabajo que les toca.
«Si fueran de la Alpha ya les hubiera impuesto una fea sanción», pero no dejo que eso me desconcentre de mi cometido que es, nada más y nada menos que, evaluar la seguridad.
Quince hombres custodian el acceso principal y veo a otros diez recorriendo los alrededores. Muy poca seguridad, si me lo preguntan a mí. Ademas de que la escasa vegetación no ayuda en absoluto a la guardia aunque también es cierto que tampoco favorece a los que quieran atacar. A pesar de ello, mi mente busca alternativas e instinitivamente pienso en maneras de violar la seguridad sin que se percaten y, lamentablemente para quien esté a cargo de esto, hallo al menos cinco posibles formas de colarme en los predios presidenciales sin levantar sospechas así que creo que alguien hoy será despedido.
―¿Le falta mucho a tu discursito motivacional o ya podemos irnos? ―Cuestiona Patrick, asomándose por la ventanilla, tan impaciente como solo él puede serlo y Morgado aprovecha la oportunidad para escabullirse y avisar por la radio de mi presencia.
Nunca le ha hecho gracia que me relacione con inferiores y menos si sabe que me puedo enrollar con ellos pues sabe a la perfección el tipo de hombres por los que tengo cierta preferencia. No obstante, en esta ocasión no creo irme a la cama con ninguno. Todo mi tiempo es para Artemisa y el trabajo, nada más.
―Había terminado antes de que abrieras tu pico de loro ―respondo girandome hacia él, que me observa con cara de yo no fui cuando perfectamente sé la razon por la que intervino. ―En fin, nos vamos ya ―informo al ver al teniente alzar su puño derecho indicando que todo está en orden para atravesar el resto del recorrido sin inconvenientes.
Le agradezco en silencio con un leve asentimiento y me dispongo a subir a la parte trasera de la camioneta donde vamos mi hermana y yo pero antes de poder hacerlo aparecen de la nada a toda velocidad tres vehículos repletos de hombres disparando a diestra y siniestra. Me veo obligada en cuestión de segundos a tomar una decisión y elijo lo que haria cualquier soldado: ayudar a sus camaradas. Actúo en consecuencia con ello escondiéndome detrás del árbol más cercano a mi y le indico al coronel que se largue de aquí sin mí usando el comunicador especial que llevamos siempre por precaución.
―¡Estás loca si crees que te voy a dejar ahí! ¡Ahora mismo te subes o bajo yo a subirte, Atenea! ―Me grita haciendo que desee retirar el aparato de mi oreja.
Antes de que pueda responderle escucho los alaridos de dolor de varios soldados al ser impactados por las balas que salen a cada segundo de las AK-47 que portan los atacantes a quienes detallo sin ser vista y me percato de que pertenecen a la organización de Luis así que está más que claro que a quien quieren es a mí. Por ello saco las Berettas que llevo por costumbre a mi espalda, verifico mis municiones y quito el seguro de ambas preparándome para el enfrentamiento inminente porque no voy a dejar que hombres inocentes, sin nada que ver en mi guerra, sean asesinados pudiendo hacer algo para evitarlo o, al menos, disminuir el número de ellos que fallecerán hoy.
―¡No! Te vas a quedar dentro de la maldita camioneta y acelerarás lo que mas que puedas rumbo a la casa de Alex porque no voy a perder a mi hermana por nada de este mundo, ¿te queda claro? A ella la proteges con tu vida si es necesario, Pierce ―exijo un poco exaltada. Grave error.
Algunos sicarios, los más cercanos a mi posición, notan mi presencia y no tardan en aventurarse a avanzar hacia donde me encuentro pero lamentablemente para ellos ni siquiera logran estar a diez metros de mí cuando derribo sus cabezas una por una sin fallar un tiro presumiendo de mi perfecta puntería. Aparecen otros cuatro en refuerzo de los primeros y en medio de todo eso escucho la voz del inglés maldiciéndome por mi terquedad en su idioma natal mientras arranca el auto y se aleja de los agresores quitándome un enorme peso de encima al saber que Artemisa no corre peligro de momento. Entonces, tal como lo hago en situaciones similares, dejo que mi lado más bestial salga a flote para lidiar con la situación.
Poco a poco voy dando de baja a mis objetivos sin que uno de ellos llegue a rozarme al menos y me regodeo de ello sabiéndome la mejor en esta batalla porque yo sí sé a quienes me enfrento a diferencia de ellos que lo más seguro es que desconozcan la naturaleza de mis alcances y habilidades.
―Sal de tu escondite, maldita perra ―grita uno enfurecido que no logra avanzar mucho antes de que un par de militares dispare en su dirección haciendo que deba esconderse.
Los soldados buscan refugio en un punto cercano al mío y mientras avanzan les cubro de los enemigos con disparos certeros pues es mucho mejor apuntar con precisión para ahorrar balas que andar desperdiciando proyectiles a lo maldita sea. Al menos eso me enseñaron Patrick y Alec.
Intercambiamos miradas una vez estan momentaneamente a salvo del tiroteo y me percato de que uno de ellos es el teniente con quien estuve hablando hace rato aunque al otro, un pelinegro, sí que no lo reconozco. Como ya no tiene caso esconder mi ubicación del resto no me molesto en hablar muy bajo a la hora de indagar por el resto de sus compañeros a lo que Morgado responde que la mayoría estan muertos pues estaban totalmente descubiertos y con la guardia baja como en el fondo me tenía. No en vano me pareció extraño que hubiera menos de cinco docenas de hombres custodiando la que es la entrada principal a un lugar tan importante como lo es la residencia presidencial así que se me ocurren dos posibles explicaciones y en las casualidades yo no creo.
Mi teoría solo puedo comprobarla de una manera y por ello les indico al par de mexicanos que se queden lo más callados que puedan mientras yo salgo de mi escondite dispuesta a acabar con esto de una vez por todas. Avanzo con mis armas en alto, apuntando y disparando a todo lo que se mueva sin el camuflado militar siendo consciente de que tengo ventaja sobre ellos porque a mí mi no me pueden tocar un pelo sin que lo mande su jefe pero yo sí puedo eliminar al que se me atraviese por delante. En el camino pierdo la cuenta de a cuántos doy de baja llenándome de adrenalina y energía oscura que me hace sentir invencible y para cuando llego a donde pacientemente espera el Chamuco Santana ya he dejado un rastro considerable de cadáveres.
Sudada, cubierta de sangre y ya sin una maldita bala me planto frente al cincuentón que pronto mandaré al infierno pues si algo tengo claro es que no voy a permitir que crea que puede enfrentarme sin que hayan consecuencias. Ni él ni nadie.
―Ya veo que no era falso lo que decían ―dice detallandome de arriba a abajo con una sonrisa más propia de un maniatico que de una persona normal. El acto en sí me resulta repulsivo y no me esfuerzo en esconderlo ganándome una carcajada de su parte que me gusta muchísimo menos.
―De mí se dicen muchas cosas, Israel ―replico usando su nombre en lugar del estúpido apodo que le pusieron sus narco amigos. ―Así que, si has prestado atención a las correctas sabras que tengo muy poca paciencia y que, por ello, te conviene hablar de una buena vez sobre lo que te ha traído hasta aquí ―añado con una clara advertencia en mis ojos.
Sin embargo, es tan imbécil que se ríe de mí creyendo que me tiene en sus manos.
«Iluso.»
Se nota que no me conoce realmente y ese será su mayor error.
―Creo que aquí quién está en desventaja es usted, capitana ―alega con una sonrisa propia de quien se cree vencedor. ―Le recomiendo colaborar y venir conmigo a menos que quiera que nos la quebremos ya mismo, sin que tenga chance de salvar su pellejo o el de su familia ―amenaza y esa es la gota que derrama el vaso.
Sonrío sádica, consciente del desastre que voy a causar, y no miento al decir que me complace la expresión de desagrado que adopta Santana al verme.
―Si crees que tienes la ventaja es porque no escuchaste a nadie advertirte sobre mí ―comento para provocarlo y la provocación surte efecto pues le hace señas a dos de sus últimos cuatro sicarios para que vengan a por mí pero estos ni siquiera avanzan dos metros en mi dirección cuando una ráfaga de balas proveniente de no sé dónde los derriba.
Segundos después aparece un grupo de soldados a los que identifico sin mucho esfuerzo como pertenecientes a mis tropas. Estos rodean al traficante y sus dos matones, les apuntan sin vacilar y, sin necesidad de dar la orden, dan de baja al par de delincuentes de poca monta para acto seguido presentarse ante mí.
―Comandante Müller ―dicen al unísono los veinte hombres y las cinco mujeres que conforman el escuadrón aunque no reconozco ni a uno solo de los presentes pero eso seguramente se debe a la máscara que porta cada uno con el fin de proteger su identidad.
No obstante, es fácil darme cuenta de que conocen perfectamente quién soy y no solo por el hecho de que sepan mi rango y apellido sino porque sabían que no llevo prisioneros sin importancia y eso es algo que no todos dominan al ser, evidentemente, una extralimitación mía.
―Preséntense soldados ―exijo autoritaria.
―Escuadrón Halcón presente, mi comandante ―contestan nuevamente a coro e inmediatamente sé a quién debo cuestionar para tener más información de su repentina aparición.
―Capitán Suárez, tiene diez segundos para quitarse ese trapo de su cara, plantarse ante mí y explicarme que demonios hacen aquí ―espeto con dureza y no debo esperar mucho antes de que se pare en posición de firme frente a mí.
―Comandante ―murmura al llegar con esa sonrisita que tanto él como la hermana usan cuando quieren disculparse por algo y solo eso basta para que mi humor se torne peor de lo que ya estaba.
―¿Te mando Christopher? ―Cuestiono y desvía la mirada dándome la respuesta con ese mero gesto. ―Bien, en ese caso ya pueden largarse ―gruño molesta.
«Maldito controlador de mierda.»
Miguel me observa con algo similar al pesar reflejado en sus ojos siendo consciente de lo mucho que detesto que el ministro se meta en mis asuntos pero al mismo tiempo con reproche y me regaño a mi misma por tener un humor tan volátil que me impide hasta dar las gracias.
―¿Me lo llevo o lo vas a matar? ―Indaga refiriéndose a Israel y mi respuesta es la obvia.
―No llevo prisioneros, Miguel. Ya saben que hacer con él pero primero saquénle toda la información que puedan ―ordeno centrándome. ―Cuando ya no tenga nada que aportar denle de baja y hagan pasar todo como un enfrentamiento entre carteles. Yo me encargaré luego de dar un comunicado oficial a la prensa ―añado dispuesta a no dejar ni el más mínimo cabo suelto.
―De acuerdo, así se hará entonces ―acepta y en medio de gritos ordena a sus hombres que arreglen mi desastre pero al ver a Morgado y su acompañante me doy cuenta de que ambos son cabos sueltos en la historia que planeo contar. Eso solo me deja dos alternativas.
―¿Qué es todo esto? ―Inquiere el teniente al darse cuenta de lo que está pasando.
Su rostro refleja conmoción como es lógico aunque, curiosamente, su acompañante no luce sorprendido o asustado en lo mas minimo.
―Eliminación de evidencia ―responde ese de rostro imperturbable llamando mi atención.
―¿Quién eres? ―Pregunto sin rodeos.
Clava su mirada gris en la mía, sonrie como el guardian de un gran secreto y justo cuando esta a punto de revelar su identidad mi celular, que no sé como no perdi, suena con el tono asignado para Patrick así que me veo obligada a tomar la llamada pero sin alejarme del misterioso pelinegro.
―¿Atenea? ¿Estás bien? ―Es lo primero que escucho al deslizar mi dedo sobre la pantalla.
―Estoy bien, sana y salva, Pierce ―contesto. ―¿Llegaron bien a la casa de Alex? ―Indago preocupada por la seguridad de la pequeña.
―Todos estamos bien, Atenea. No tienes de que preocuparte ―asegura dandome tranquilidad. ―Aunque deberias saber que Artemisa no ha parado de preguntar por ti, Alex esta furioso contigo por irresponsable, Amelie quedo un tanto shockeada y yo pues solo quiero que arrastres tu culo hasta aquí para poder reprenderte como te mereces, jodida loca ―añade sacándome una sonrisa.
―No exageres, Pierce. Más bien deja de perder el tiempo y ponte a hacer tu trabajo que bastante difícil lo tienes ―replico riendo aunque ya ni sé si lo hago para liberar la tensión, porque estoy loca o a causa de sus palabras pero,sea la causa que sea, estoy riendo. ―No dejes que Alex se quede solo con mi hermana, ¿queda claro? Ese sinvergüenza no puede estar con ella sin permiso ―advierto y no miento.
Estas son las consecuencias de mentirme.
―Esta es su casa Atenea y ella es su sobrina. No puedo impedir que esté con ella ―rebate intentando razonar y mi negativa no se hace esperar.
―Sabes que eso me importa muy poco. Haz lo que tengas que hacer pero que no se le acerque a solas, es una orden. Me da igual si le tienes que amenazar, chantajear e incluso inventarte que si me provoca lo voy a sacar de su zona de comfort. Él sabe que soy capaz de eso y mucho más si me cabrea así que aprovéchalo.
Suspira rendido y sé que he ganado la batalla.
―Bien. Lo haré, pero no te tardes.
―Hecho ―prometo a pesar de que no tengo ni la menor idea de como llegaré tan rápido si ni siquiera tengo auto aquí.
Sin más que decir, corto la llamada y me dispongo a encarar a soldado misterio pero no lo encuentro por ningún lado asi que, queriendo satisfacer mi creciente curiosidad, llamo al teniente Morgado y sin rodeos ni dilaciones le pregunto por su amigo a lo que responde que era un soldado que recién habían asignado ayer a la posta de seguridad. Lo que me cuenta enciende mis sospechas pues perfectamente pudo ser el quien ayudara desde adentro a los matones y su nombre genera en mi una sensación tan rara como peligrosa lo cual me inquieta.
«Hades.»
Otro ser humano de nombre mitológico, que raro. Tan raro que debería preocuparme pero ahora solo tengo en la cabeza un único objetivo y una única meta: Artemisa. Y es por ella que decido tomar prestada una de las camionetas del Halcón para llegar de una vez a la vivienda del presidente donde la niña se encuentra.
Sin embargo, mi último pensamiento antes de seguir mi camino va dirigido al misterioso Hades y en el fondo ansío verlo otra vez para que pueda saciar mi curiosidad. ¿Será que podré o me quedaré con las ganas?
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