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Capítulo 31

Atenea

Soportar el carácter del comandante inglés es toda una odisea que nadie tendría que experimentar en toda su vida. Sin embargo, lamentablemente, a mí me ha tocado aguantar su mal genio durante casi dos horas en la reunión que insistió tener a pesar de la ausencia de una de las seleccionadas para la operación Arcoiris que, casualmente, es la teniente que he mandado a trasladar desde la central de México y por ello he tenido que escuchar sin protestar el discursito de Maximilian sobre la gente irresponsable y demás, algo de lo más ridículo teniendo en cuenta que él mismo se ausenta cuando le viene en gana del comando.

No entiendo para qué se las da de moralista si tuvo el descaro de chantajearme con andar contando cosas que ni le corresponden ni afectan por el simple hecho de que su ego de machito alfa no le permite procesar el que yo andara con Dominic luego de que hayamos pasado la noche juntos. Me parece una actitud de lo más hipócrita cuando él se pasó todo su matrimonio poniéndole descaradamente los cuernos a quien fue mi amiga pero supo jugar bien sus cartas y no me dejó más opción que ceder ante su jueguecito así que ahora, además de todas las complicaciones que tiene mi vida, tengo que lidiar con un maldito animal que de momento me tiene a su merced porque sería demasiado riesgoso para mí que alguien supiera que me he tirado a mi coronel en la central y he sacado beneficio de ello.

Yo no doy un paso sin saber que en algo me va a beneficiar y mi relación con Miller no fue la excepción por más hija de puta que eso me haga parecer pues ser la pareja oficial de un coronel me daba algo que en aquel momento necesitaba y era una tapadera. La gente suele pensar que cuando una mujer tiene poder dentro de la milicia es porque un hombre se lo otorga y nada más alejado de la realidad, me subestimaban y eso era un punto débil que aproveché hasta que decidí dejar caer una pequeña parte de la máscara que he llevado desde niña para que se dieran cuenta que no se necesita de un hombre que te ceda el poder cuando puedes tomarlo por la fuerza tal como yo lo hice sin que ni siquiera el ministro pudiera darse cuenta hasta que ya fuera demasiado tarde. De esa manera me hice con el control de toda fuerza útil en Alemania, Reino Unido, Ucrania, Rusia, España, Portugal, Serbia, Suiza, Noruega e incluso de Irlanda que es precisamente el sitio donde tendrá lugar la infiltración.

Según los documentos, mi papel en la misión es el de una mujer suiza de orígenes humildes que recién ha llegado al país irlandes en busca de una oportunidad de trabajo. Debo encontrarme accidentalmente en las calles de Dublín con uno de los obispos del orfanato en cuestión y convencerle de cuan necesitada estoy de trabajo para que me proponga acudir al sitio religioso a ser entrevistada por la madre superiora a quien debo conmover de tal manera que no tenga dudas de que merezco ser contratada y así poder tener acceso a la institución. Algo similar deberan hacer las demás pero con diferentes roles aunque a todas nos toca hacernos pasar también por las cinco bailarinas exóticas conocidas como Las Olímpicas.

No obstante, hay un problema y es que nunca había escuchado hablar de tal grupo.

―¿Quiénes son exactamente las tales Olímpicas esas? ―Pregunto al comandante abriendo la boca por primera vez desde que comenzó esta parte de la reunión tras leer por completo el contenido de la carpeta que se me fue entregada. ―Y, ¿a qué se dedican en específico? Aquí solo dice que bailarinas exóticas y de lujo pero de eso no saco nada en claro ―añado alzando la hoja donde esta escrito.

Mis amigas me miran como si me hubieran salido tres cabezas haciéndome sentir como pez fuera del agua. Andrews parece que ha visto un payaso porque se le nota que contiene la risa y el maldito chantajista ni siquiera oculta su diversión ante mi desconocimiento.

―Bailarinas exóticas de lujo es un eufemismo, Atenea ―responde Alaia intentando lucir seria.

―Ellas bailan, sí, pero hacen otra cosa ―agrega Sussana como si temiera de mi reacción.

―Son strippers de lujo ―completa Liz con una sonrisa. ―Así que nosotras también lo seremos, capitana ―me dedica un guiño que enciende la chispa del enojo en mí.

No oculto mi molestia ni me modero al momento de fulminar con la mirada al animal que se encuentra a la cabecera de la mesa por no haber tenido la decencia de aclararlo en el dichoso papel.

―¿Por qué mierdas no me lo había dicho nadie, carajo? ¿Te faltaban los cojones para decirme que me ibas a poner a prostituir, cabrón? ¿O es que pensabas que no hacía falta que lo supiera? Anda, dime que me muero por saber ―espeto enojada levantándome de mi sitio y yendo hacia el suyo.

«¿Quién se cree este para venir a ocultarme cosas tan importantes?»

El hecho de prostituirme no es lo que me pone así sino lo que implica que me lo ocultaran y es que a mí no va a estar engañandome como si tuviera dos años que bastante crecidita estoy para eso.

―Bájale a tus gritos que a mí no me vas a intimidar ―me encara poniéndose de pie. ―Si en el documento no esta escrito es porque Las Olímpicas son bastante famosas desde hace meses y era de suponer que todas supieran quienes son y a lo que se dedican pero no tenía la menor idea de que tú vivieras abajo de una piedra y no supieras sobre ellas, por Dios. No armes una tormenta en un maldito vaso sin agua, Atenea ―dice y siento que la sangre fluye hacia mi cara haciéndome enrojecer de vergüenza pero ni así puedo dejar de replicar.

―Yo no vivo debajo de ninguna piedra, maldito animal, y lo sabes bien.

―No me refería a eso ―pone los ojos en blanco por un momento como si le fastidiara. ―Y empieza a tratarme con respeto que soy tu superior, cobra venenosa ―exije y…

―Ñiñiñi ―mascullo comportándome como Artemisa pero poco me importa. ―¿A que te referías entonces eh? Porque, por si te falla la memoria, yo estuve más de un año lejos de Europa así que era imposible que conociera de un grupo que se hizo famoso en ese tiempo ―hago notar.

―Lo siento, ¿ok? Pase por alto eso ―se defiende pasándose las manos por el cabello.

―Ok.

Regreso a mi lugar poniéndole fin al intercambio de palabras tan poco amable y el peso de tres pares de ojos recae sobre mí inmediatamente pero lo ignoro deliberadamente durante el resto de la reunión.

Se debaten y analizan los detalles primordiales sobre la infiltración. Cada una de las presentes damos opiniones sobre puntos que no convencen y se decide darle inicio dentro de dos semanas a la primera fase de las tres planificadas previendo que debamos estar entre dos y tres meses en el centro religioso y el club nocturno donde actuaremos como Las Olímpicas. En el tiempo que falta antes de dar comienzo todas debemos practicar con las verdaderas bailarinas para no dejar nada al azar a pesar de que ni Alaia, ni Suárez, ni yo necesitamos de eso al tener experiencia como pole dancers pero Maximilian insiste en que es necesario que estemos en esas clases así que no queda de otra.

―Hemos terminado por hoy ―dice después de otras dos horas el comandante poniéndole punto final a una tarde de lo más agotadora mentalmente al tener tanto que memorizar.

―Finalmente ―suspiro aliviada por al fin poderme marchar.

―Pueden marcharse. En unos días sabrán cuándo tendrán el contacto con el grupo ―informa y todas asentimos.

Me tomo mi tiempo antes de levantarme para estirar mis doloridas articulaciones luego de tantas horas en la misma posición y en esos segundos la capitana, la sargento y la recluta se van dejándome a solas con mi superior que no deja pasar por alto el momento obstaculizandome la salida al plantarse frente a la puerta.

―Quitate, Maximilian ―gruño.

No tengo ganas de sus jueguitos.

―No ―niega cruzando los brazos y mi atención va hacia ahí dandome cuenta de que se ha dejado la chaqueta del uniforme regular en otro lado, solo trae puesta la camiseta y el pantalón negro de estilo militar.

«La misma ropa de ayer.»

Y ese simple pensamiento trae a mi mente los recuerdos de la noche de anoche por primera vez desde que sucedió. No había querido recordar nada pero ahora es como si lo que me retenía se hubiera esfumado y flashes donde él está sobre mí y yo sobre él me vienen a la cabeza. Mis manos en su cuerpo recorriendo cada centímetro y tocando cada tatuaje que veía, las suyas hacían lo mismo conmigo mientras me daban placer como nadie lo había hecho antes, ni siquiera Luis o el innombrable. Eso es algo que no alcanzo a entender pero que me prende como gasolina y, a pesar de lo que me dicta el buen juicio, decido no reprimirme.

La lujuria toma el mando de mis acciones y me impulsa a eliminar la distancia que nos separa tomando por sorpresa al objeto de mi deseo cuando apoyo mis manos en su pecho justo por debajo de las placas que lo identifican como lo que es, mi comandante, y ese es un hecho que, en vez de darme motivos para retroceder, provoca un aumento estratosferico de las ganas que han surgido.

No pienso, no razono y no mido consecuencias porque solo estoy deseando una cosa.

―¿Qué estas haciendo, Atenea? ―Pregunta como si ya no lo supiera intentando mantener una pose de jefe decoroso y correcto que le voy a desbaratar. 

Clavo mi mirada en sus labios al tiempo que paso la lengua por los míos de forma muy intencional y el que me encuentre con su mirada más oscura que de costumbre es la señal que me indica que he logrado tentarle pero no lo suficiente para que sea él quien tome la iniciativa así que…

―Bésame, Maximilian. Bésame de una maldita vez y cállate ―demando sabiendo perfectamente que estoy a poco de abrir una puerta que no sé que tan difícil sea de cerrar pero el deseo me nubla la mente y no me interesa lo que pueda venir despues.

En respuesta a mi mandato Maximilian sonríe de una manera tan siniestramente perversa que me siento como si tuviera enfrente a un demonio salido del peor de los infiernos y, de hecho, puede que sea así.

Me toma de los hombros y gira conmigo 180º haciendo que mi espalda quede pegada a la puerta de madera y el frente a mí acorralandome con su gran cuerpo presionando al mío sin llegar a ser algo insoportable, sino que, por el contrario, me excita esta posición. Enrosca su mano derecha alrededor de mi cuello, aprieta ligeramente sacándome un gemido involuntario que provoca que su sonrisa se ensanche y acerca su rostro al mío, tan despacio que lo percibo como una tortura, para rozar levemente mis labios con los suyos sin dejar de mirarme directamente a los ojos.

―Si te beso no voy a parar ―advierte e intuyo que esa es su manera de darme la oportunidad de arrepentirme.

Su mirada es la de un depredador a punto de devorar a su presa y, aunque aquí ambos lo somos, no voy a negar que me calienta que me mire así.

―Lo sé.

Recorre mi labio inferior con el pulgar de la mano que tiene en mi cuello.

―Y aún así estás dispuesta a dejar que lo haga ―susurra en mi oido y un delicioso escalofrío me recorre el cuerpo por completo.

―Sí. Eso es lo que quiero ―admito.

―Después de esto no va a haber vuelta atrás, Atenea. Voy a querer más y vas a tener que dármelo quieras o no, ¿entiendes eso? No quiero ni voy a aceptarte arrepentimientos baratos así que si no vas a estar dispuesta a lo que yo quiera mejor dejémoslo asi ―habla con sus ojos clavados en los míos derrochando una mezcla de seriedad con peligro y deseo que me deja a su merced.

«Que mi inexistente conciencia me perdone pero no voy a quedarme con las ganas.» Nunca lo he hecho y no comenzaré a hacerlo hoy.

―Yo también tengo mis condiciones ―comento dando por sentado que he aceptado ―, pero podemos dejarlas para después ―añado con una mirada traviesa y, como si hubiera jalado una correa invisible, Maximilian une sus labios con los míos.

No es un beso tierno ni mucho menos romántico porque lo nuestro es lujuria en estado puro y ninguno de los dos es del tipo de persona que pueda enamorarse por solo un polvo pero nuestros cuerpos se entienden tan bien que cualquiera que no nos conociera podria pensar lo contrario. El salvajismo de él se equipara con mi bestialidad a la hora de besarlo como si mi vida de ello dependiera olvidandome de que a este lugar cualquiera podría entrar y vernos.

Libera su agarre en mi cuello y usa ambas manos para magrear mi cuerpo a su antojo sin que sus labios me den tregua ni medio segundo mientras yo me dedico a quitarle la camiseta para tocar su torso comenzando por los definidos abdominales que al tacto se sienten duros como el acero pero ellos no son la única parte de su anatomía que se encuentra endurecida y eso eleva mi libido a mil.

Saber que le afecto tanto como él a mí me hace experimentar una sensación que me encanta y me hace desear demostrarle que en su maldita vida jamás va a encontrarse con otra como yo, que a mí por más que lo intente olvidarme no podrá porque yo soy como un cáncer que hace metástasis y mata lenta y tortuosamente sin compasión así que cuando me vaya no voy a dejar un pedazo de él sin corromper. Donde yo piso dejo una huella tan profunda que es imposible de superar y él eso lo va a vivir en carne propia más temprano que tarde aunque con amor nada tenga que ver sino más bien con una obsesión.

Llevada por ese peligroso deseo me obligo a detener el movimiento de mis labios sobre los suyos y al abrir los ojos veo confusión en su mirada aunque no le doy oportunidad de replicar. Hago descender mis labios por su mentón y dejo un beso ahí, continúo mi trayecto bajando por su cuello dejando un rastro color carmín en su piel mientras lo hago y sin previo aviso cambio mi lugar por el suyo haciéndole recostarse a la puerta. Decidida voy dejando besos húmedos por su pecho y uno en cada tetilla que también chupo y lamo sacándole un gemido que intenta ahogar pero no puede haciéndome sonreír momentáneamente contra su piel. Sigo bajando en línea recta por su torso sin detenerme hasta que me topo con un estorbo en mi camino y no me molesto en pedirle permiso sino que trabo mi mirada en la suya mientras me deshago de su cinto, desabotono el pantalón y lo bajo lo suficiente para que su bóxer esté a la vista.

Él sabe mis intenciones y no hace intento de detenerme así que eso es suficiente para mí. Sobo su miembro por encima de la tela por unos segundos sin dejar el contacto visual en ningún momento y cuando lo saco es que me doy cuenta de su verdadero tamaño, algo que ayer no pude. Le ha de medir más de 20 centímetros, es grueso al punto de no poderlo rodear completamente con una sola mano y esta repleto de vasos sanguíneos que resaltan bastante haciendo que no me lo piense mucho a la hora pasar la lengua desde la base a la punta donde hago círculos lentamente saboreando las gotitas del líquido preseminal que salen.

Muevo mi mano adelante y atrás sin despegar mis labios del glande rosado que poco a poco, sin ninguna prisa, meto en mi boca. Sincronizo el movimiento de mi cabeza con el de mi mano a un ritmo que es lo bastante rápido para tenerle jadeando de placer y lo suficientemente lento para que se sienta desesperado por más y surte efecto porque sus manos se enredan en mi cabello y hacen una coleta con él buscando llegar más adentro en mi cavidad e ir más rapido pero no le cedo el control por mucho rato. 

―Quédate quieto ―exijo sin dejar de masturbarlo pero ahora muevo con más velocidad la mano a lo largo del falo y con la otra le masajeo los testículos.

Gruñe como el animal que es y echa para atrás la cabeza extasiado por el placer que le estoy dando pero se las arregla para mantener los ojos bien abiertos enfocados en mí.

Soplo sobre la punta y le veo estremecerse mientras noto que cada vez se le pone más dura la verga. Se que falta poco para que lo tenga al borde y por ello retraso el momento de su liberación intencionalmente.

―Deja de torturarme, maldita cobra ―espeta y le sonrío con malicia.

«Lo tengo dónde y cómo quería.»

―Yo voy a dejar de torturarte pero tú vas a dejar de chantajearme ―meto más de la mitad del pene en mi boca, lo saco por completo y repito el proceso varias veces más hasta que percibo la tensión en sus piernas que me indica que le falta poco por lo que paro. ―Es una orden ―advierto y ante su intenso escrutinio logro introducir casi por completo su longitud.

Vuelvo a hacer lo mismo que minutos atrás pero esta vez no me detengo. Lo llevo a lo más profundo que puedo de mi garganta e intento acostumbrarme a lo grande que es la polla que en mi boca tengo metida pero se me hace un poco complicado. Nunca había chupado una de semejante tamaño porque ninguno de los engendros con los que me he enredado y complicado la existencia la tiene así. No obstante, al cabo de un par de minutitos creo haberle cogido el truco. Acelero el balanceo de mi cabeza aumentando la fricción y que el comandante no se contenga en el momento de jadear es un hecho que confirma cuanto le esta gustando que tenga el mando de esto. Lleva nuevamente sus manos a mi cabeza y por esta vez le permito imponer su ritmo durante lo que queda para que alcance su liberacion.

Adopta un ritmo despiadado que logro aguantar hasta que siento la tibieza de su derrame en mi garganta que lejos de disminuir en algo el deseo lo ha aumentado, por ello no tardo en ponerme de pie y apropiarme de su boca reclamandola en un beso cargado de dominio y lascivia queriendo que recuerde esto para siempre porque Atenea Müller ante cualquiera no se arrodilla y ante él acabo de hacerlo.

Toma el control de la situación pasados unos minutos besándolo y me lleva hacia la enorme mesa que se encuentra en el centro de la estancia, me levanta como si nada pesara y me sienta sobre ella. Se mete entre mis piernas abiertas y comienza a devorar mis labios una vez más mientras manda al suelo la parte superior de mi uniforme. Abandona mi boca para dejar besos húmedos y deliciosamente calientes a lo largo de mi cuello que no pierde la oportunidad de morder y marcar como el posesivo que estoy notando que es. Deja un beso entre las clavículas antes de ir por lo que se que quiere prendiendose de mis pechos como bebé, los lame, chupa y muerde arrancandome múltiples gemidos y la sola imagen de él así es suficiente para tenerme al borde del orgasmo pero no conforme se las ingenia para adentrar una de sus manos por dentro de mi pantalón colándose en mi ropa interior que hace a un lado para deslizar uno de sus grandes dedos en toda la extensión de mi vulva y puedo sentir como ese mero roce a mi clítoris me pone a ver las putas estrellas.

Mete un dedo en mi vagina y cuando lo saca deliberadamente se lo lleva a la boca.

―Deliciosa ―dice despues de lamerlo y esa palabra me pone más humeda y caliente de lo que ya estaba segundos atrás.

―Fóllame ya, maldito animal ―demando.

―A sus órdenes, capitana ―contesta burlón.

Me saca de mala manera lo que queda del enterizo y lo tira al suelo.

Su respiración se hace más gruesa y acelerada cuando detalla el tanga de hilo negro que tengo puesto y las pupilas se le dilatan más aun mostrándome que lo que traigo encima le excita.

Me siento como la presa que va a comerse el depredador ante la intensidad de su mirada pero fui yo la que quiso esto y arrepentida no estoy así que le atraigo más a mí enredando mis piernas detrás de su cuerpo que inmediatamente reacciona a la cercanía. El roce de su falo con mi vagina me vuelve completamente loca al punto que me encuentro deseando que ya lo meta en lugar de andar en otras cosas y cuando finalmente lo hace mis ojos se ponen en blanco ante el placer.

Sus embestidas son tan bestiales como las recordaba de anoche y cada vez que aumenta la velocidad es como si me partiera en dos pero lo disfruto y muchísimo. Mentiría si negara eso.

El vaivén de sus caderas me enloquece de una manera que ni pesar puedo y es cuando siento su semen deslizarse fuera de mí que alcanzo un orgasmo que me deja sin rastro de vida inteligente por los próximos minutos.

Cansada recuesto mi cabeza en el hombro de Maximilian y ese gesto le hace separarse de mí en menos de un parpadeo. Recoge su camiseta del suelo donde quedo en mi arrebato y me mira con seriedad.

―Vístete ―ordena cortante jodiendome mi nube de placer y bufo con fastidio para que lo note.

Sin embargo hago lo que ha pedido.

―Si después de coger vas a ponerte asi de cortante va a ser insoportable aguantar tus caprichos, comandante ―murmuro con burla para ocultar mi molestia.

Niega con la cabeza y planta un beso en mis labios, ¿sonriendo?

―No es eso ―se justifica.

―¿Qué es entonces? ―Indago ya bien vestida y con el cabello más o menos decente.

Me ayuda a bajar de la mesa y se encamina conmigo a la salida.

―Artemisa, Atenea. Son casi las ocho de la noche ―explica y maldigo por lo bajo.

―Es tardísimo ―digo lo obvio.

―Lo sé y aún tenemos que pasar por mi casa ―avisa y le miro recelosa. Se ríe al darse cuenta de mi gesto. ―¿Thunder? ¿Lo recuerdas?

Ah, el perro.

―Ehm, cierto.

Vuelve a reír descolocandome.

―Vámonos, cobra ―camina hacia el ascensor más cercano y mientras esperamos no puedo evitar darle una ojeada.

«Va a ser difícil evitar someterme a sus deseos.»

Y no puedo dejar que me someta porque aunque ahora no se note entre nosotros hay una guerra por el poder pendiente de fecha que ninguno quiere perder. Puede que hayan alianzas como futuro ministro y viceministra pero eso no influye en que no deban haber dos seres con tanto poder así de cerca. El poder absoluto solo puede estar en manos de uno y no voy a perecer yo.





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