Capítulo 30
Christopher
Las guerras son parte de la vida de un militar, está más que claro, pero que se desate una guerra sin cuartel entre la hija que tuviste y no criaste y la hija que no era tuya y criaste es algo que supera a cualquier confrontamiento incluso para mí que he estado, iniciado y ganado numerosos conflictos. El miedo que sentí y no exterioricé esa noche fue de las únicas cosas que me van a pesar toda la vida porque si una le hubiera hecho daño a la otra habría sido un golpe imposible de superar y lo que más detesto es no haber sido capaz de priorizar a mi verdadera hija ante la adoptada por el mero hecho de que Alyssa pasó de ser un blanco distractor a ser la hija que estaba todo el tiempo cerca al contrario de Atenea a quien procuraba mantener alejada sin darme cuenta de las consecuencias que esto traería.
Yo mismo ayudé a crear a la peor de las personas que poseen el gen Müller en su ADN porque eso es mi hija Atenea, la última y mejor versión de una larga línea de bestias disfrazadas de militares. No frené los instintos que llevaba en la sangre sino que los potencié, otro tanto había hecho Hela antes de largarse y fue precisamente el abandono que sufrió unido a lo que vino más tarde lo que la convirtió en lo que hoy es, la mejor en lo que hace, pues de las peores víctimas es que nacen los mayores victimarios y ese cambio es algo que cada Müller experimenta de una u otra manera para ser capaz de manejar lo que conlleva nuestro apellido. Sin embargo, todo tiene su lado negativo y es que con las habilidades que tiene ella puede ser el arma que ponga de rodillas a la humanidad a su conveniencia, algo que a todas luces muchos notan. Por eso quien no la quiere muerta la desea de su lado y a futuro estoy más que convencido de que se desencadenará un evento bélico de gran escala con tal de decidir quien se queda con ella. Puede que sea ella misma quien lo incite pues diga lo que diga ansía el poder que sabe que le corresponde y está haciendo lo necesario para obtenerlo.
El simple hecho de que exiliaran a Alyssa a la Patagonia es muestra de que no anda con rodeos a la hora de tener lo que quiere y quien no se haya dado cuenta es un completo imbécil.
―¿Por qué dejaste que la echaran como si fuera una leprosa, Christopher? ―Reclama Mila cuando salimos del recinto dónde tuvo lugar la junta militar cuyo resultado era obvio desde el inicio porque ni coronel ni general iban a mover un dedo para ayudar a quien quiso matar al ser que idolatran y mucho menos teniendo el respaldo del comandante quien desde que se sentó en su bando había dejado claro a quien apoyaría.
Sacudo la cabeza en respuesta. Ella no lo va a entender ni se lo voy a explicar.
―¿Qué querías que hiciera? ¿Defender lo indefendible? ¿Imponerme ante un tribunal militar? ¿Eso querías?
Me hastía que me reproche sabiendo que tengo las manos atadas.
―¡Sí! ¡Eso quería, maldita sea! ―Grita sin importarle que está en la puñetera base más importante de la FIEM en el continente. ―¿De qué mierda me sirve que seas el jerarca si esa niña pasa por encima del que sea y a ti te da igual? ―Espeta haciendo que la encare.
―¿Crees que para mí es fácil esto? ¿De verdad lo crees? ―Gruño tomándola del mentón con fuerza. ―Déjame decirte que no lo es. En absoluto ―soy honesto. ―Es una mierda saber que tus hijas se detestan al punto de hacerse daño pero eso no lo tienes en cuenta porque a ti Atenea te importa un carajo y a mi me importa más que mi puto puesto en la milicia ―estallo cansado de que me juzgue sin ponerse en mis zapatos.
Me largo dejándola atrás con su palabrería que en nada me ayuda y busco la salida dispuesto a irme a cualquier lugar donde pueda tener un jodido minuto de paz en medio de tanto conflicto pero ver a mi primogénita y al comandante muy tranquilos caminando lado a lado rumbo a los ascensores del primer piso hace que una pregunta ronde por mi cabeza, ¿y si se pusieron de acuerdo para mandar a Aly lejos?
Desecho la idea al recordar las ganas que demostró tener Maximilian respecto a internar definitivamente a su esposa en un psiquiátrico y, por ende, retomo mi rumbo a la caravana que me espera.
―Heiner, Tyler e Ivan vengan conmigo ―demando a mis tres escoltas más leales. ―El resto quédese a esperar a la primera dama ―exijo metiéndome en una de las camionetas.
―¿A dónde, señor ministro? ―Cuestiona Heiner al volante de la primera de las cinco camionetas que integran el convoy que no se separa de mi ni a sol ni a sombra.
―A High Palace ―dictamino despues de enviarle un mensaje a la única persona que tolero en este momento y a quien quiero ver ya.
El último lugar del mundo donde Mila pensaría buscarme sería la casa en la cual viví con mi ex esposa y hacía alli me dirijo. He conservado el lugar durante todos estos años con el propósito de que la parte más real e inocente de la historia familiar de Atenea no termine desapareciendo en el tiempo. Ahí todo está tal cual como el día en que decidí dar inicio al juego que terminó convirtiéndose en la cruel realidad que le toco vivir a una niña que no lo merecía pero el gen que porta tiene una carga tan grande que la habria destrozado de no haber actuado como actué y prefiero mil veces verla sufrir que verla morir porque el sufrimiento termina al contrario de la muerte que una vez te marca es imposible evitarla.
Los minutos pasan, los kilómetros que me separan de mi lugar de liberación se reducen y decido dejarle el móvil al jefe de mi escolta para no ser molestado antes de descender del vehículo que se estaciona frente a la mansión de estilo victoriano.
―Ya saben que hacer ―es todo lo que digo a mis hombres que saben a qué vengo y no pueden contarlo porque conocen las consecuencias.
Me encamino a la vivienda a paso decidido y toco tres veces la puerta antes de que la empleada que conservo en este sitio abra la puerta.
―¿Mi visita ya llegó? ―Indago dándole mi abrigo a la ama de llaves.
―Sí señor, ya le está esperando ―responde y eso es lo que necesitaba escuchar para que mi humor cambiara totalmente.
―Gracias, Katya ―digo antes de enrumbarme hacia la habitación principal que ha sido la única que remodelé con el decursar de los años.
No soportaba ni soporto nada que tenga que ver con la madre de mi hija.
―Buenas tardes, señor ministro ―es lo que dice al verme entrar en la recámara y me deleito con la imagen que me brinda en ropa interior acercándose a mí como la depredadora que no es.
―¿Es nueva? ―Pregunto haciendo alusión al sostén y tanga rojo que me causa una erección instantánea.
Asiente mordiéndose el labio inferior viéndose más sexy de lo que ya es y sonrío satisfecho de que sepa lo que me gusta.
―La compré para ti ―confiesa enrojeciendo y el gesto me causa una sensación que prefiero obviar.
Es un momento demasiado complicado para andar analizando sentimientos.
―Entonces supongo que te la puedo quitar―hago como si me lo pensara ―, o no ―agrego consiguiendo que su mirada se oscurezca y sonría traviesa.
―Puedes hacer lo que que quieras ―concede y sin más arandelas me lanzo a su boca como si estuviera sediento y ella fuera la última gota de agua en un desierto.
Mando al demonio el buen juicio, la moral y la rectitud saboreando los labios que me vuelven loco desde hace un año e ignoro el hecho de que a quien tengo entre mis brazos es una teniente con edad más que suficiente para ser mi hija porque las cosas que son prohibidas son las que más vale la pena vivir y lo nuestro no es ni será la excepción nunca.
―No voy a ser delicado, teniente ―le informo y de un salto coloca sus piernas alrededor de mi cintura.
―No quiero que lo sea, señor ministro ―murmura siendo ella quien me besa esta vez reiterandome que cada cosa vivida para llegar a este momento ha valido toda la pena.
✪✪✪
Maximilian
Entro a mi oficina seguido de la pelinegra que, después de todo, consiguió su cometido.
―Bien jugado ―la felicito cerrando la puerta con seguro sin molestarme en disimular el porqué lo hago.
El hambre en mi mirada es suficiente para darse cuenta.
―Gracias por reconocerlo, mi comandante ―me guiña uno de sus ojos grises con el mayor descaro del mundo mientras lo dice en tanto camina de espalda sin caerse ni chocar con ningún objeto hasta que su culo toca el borde de mi escritorio y, contrario a lo que deseo, se sienta en mi silla y da vueltas por un rato hasta que la detengo poniendo mis manos a cada lado del reposabrazos.
―¿Cómo lo hiciste? ―Exijo saber y su única respuesta es encogerse de hombros.
―No fue ningún sacrificio ―es todo lo que dice al cabo de unos minutos y muy a conciencia enfoco mis ojos en sus labios viendo una mordida que yo no hice en su labio inferior
―¿A quien besaste, Atenea? ―Pregunto arrepintiéndome en el acto pero no me retracto sino que espero su respuesta.
―Mi novio ―le quita importancia. ―Tengo uno, por si lo olvidabas ―pone los ojos en blanco en señal de fastidio y no sé por qué pero su respuesta me incomoda.
―Ok ―mascullo poniendo distancia.
―Si eso era todo, mi comandante…
Deja la frase en el aire cuando sin pensarlo demasiado la tomo del mentón obligandola a ponerse de pie y la beso queriendo que una cosa tenga presente, ahora y hasta que me canse de ella. Mi lengua y la suya se ensarzan en una batalla por el poder demostrando que tanto a ella como a mí nos gusta tener el control pero lastimosamente, para ella, a mí no me gusta perder ni acostumbro hacerlo en ningún ámbito y esta la excepción no puede ser.
Minutos pasan en los que ninguno de los dos se acuerda que respirar es vital. Los besos se tornan cada vez más violentos y desesperados y, aunque no sé quién está queriendo doblegar al otro con mayor fervor, ambos terminamos con los labios hinchados y sangrando cuando decidimos separarnos con el mero fin de tomar aire.
―No te quiero ver cerca de él mientras yo esté presente ―aclaro aprovechando la pausa.
Puedo tolerar saber que la toca, mira y besa pero no ver que lo haga. Se ha despertado en mí un instinto de posesividad demasiado peligroso respecto a ella y prefiero evitarme problemas.
―Es el coronel de la base ―se encoge de hombros. ―Voy a estar cerca de él lo quieras o no. Trabajamos juntos ―se justifica.
―Me importa una mierda, Atenea. Acata lo que te exijo o atente a las consecuencias ―soy directo.
Poco me importa sacar a la luz que el coronel se coge a la hija del ministro por interés y darmelas de moralista con tal de tener lo que quiero. Al menos yo me la follé por placer al contrario de Miller que le puso el cuerno cuantas veces se le dió la gana mientras ella se la jugaba en México y ahora quiere jugar el papel de la víctima abandonada para no perder los privilegios que le brinda ser su pareja.
―¿Qué consecuencias serían esas, mi comandante? ―Inquiere retandome con la mirada.
«No sabe dónde se está metiendo.»
―¿Cuál es la pena por follar con un superior en el comando, capitana? ―Pregunto sonriendo de medio lado.
La mirada se le enturbia y sé que he dado en el clavo.
―No tienes pruebas ―alega intentando bajarse de mi escritorio en el cual no tengo la menor idea como terminó sentada pero no se lo permito.
―Mandé a instalar cámaras en cada lugar de la central, Atenea ―miento.
Lo hice, sí, pero no en las oficinas de los capitanes ni en la de Miller, Keller o esta.
―No te creo ―niega con la cabeza queriendose zafar de mi agarre y no la dejo.
―¿Apostamos? ―Me juego una carta peligrosa porque de aceptar me vería en la necesidad de inventar lo que sea con tal de salirme con la mía.
Sacude la cabeza en señal de negación.
―Usted gana, comandante. No es necesario que le cuente nada a nadie. Desde hoy mantendré una relación netamente profesional con el coronel mientras estemos dentro del comando ―comunica y sonrío satisfecho de haber logrado lo que quería.
―Sabia decisión ―la felicito.
Vuelve a querer bajarse y en esta ocasión si se lo permito. Se acomoda el enterizo negro que porta como uniforme hoy, me dedica una breve mirada antes de encaminarse a la salida y …
―Lo de la relación estrictamente profesional también va para usted, comandante ―dice de repente volteandose para dedicarme un guiño travieso y sigue su camino sin molestarse en aclarar a que demonios se refirió pero tampoco voy a ir detras de ella a preguntarle.
Las siguientes horas transcurren en medio de llamadas coordinando detalles para dar inicio cuanto antes a la operación Arcoiris que tiene como objetivo principal el desmantelamiento de una red de trata infantil que surte de menores a distintas organizaciones criminales que radican en Irlanda y sus alrededores tanto para engrosar las filas delincuenciales como para ejercer la prostitución. Para garantizar el éxito he pensado en tres agentes que según su expediente serían capaces de infiltrarse sin problemas tanto en el club al cual envian a los críos como en el orfanato religioso del cual provienen aunque para ello primero debo contar con su consentimiento además de que debo buscar otras opciones porque no son solo tres quienes deben infiltrarse.
―Convoca al general, el coronel y los capitanes para dentro de cinco minutos en la sala de juntas ―exijo a mi secretaria al salir del despacho llevándome conmigo todo lo necesario para la reunión.
Noto como se exalta, no se esperaba tener que organizar algo en tan poco tiempo pero de malas, aquí el tiempo vale oro y el mío muchísimo más.
Me tomo mi tiempo para llegar a la sala para que los rezagados lleguen primero que yo. No tengo genio para aceptar demoras, quien me interrumpa por tardanza lo saco del comando sin vacilar.
―Me alegra no tener que prescindir de ninguno ―comento nada más cruzo por la puerta satisfecho de que nadie falte.
Me posiciono en mi lugar a la cabecera de la mesa con la pelinegra del demonio a mi derecha y una de sus amigas a la izquierda. Les doy a ambas los folders que pasan de mano en mano hasta que cada uno de los presentes posee uno y lo ojea.
―¿Tenemos luz verde para dar inicio? ―Pregunta Keller desde el lado opuesto al mío.
Miller lo secunda frunciendo el ceño.
―Creía que esperaríamos más tiempo antes de darlo a conocer a la Elite ―comenta.
―Aquí las cosas se hacen cuando yo digo y este es el momento de empezar a actuar ―me impongo. ―Primero que nada, necesito que Müller y Rouge se lean bien la información y me digan si aceptan asumir los roles estipulados o si debo buscarles reemplazo ―soy claro.
Da igual que ella sea la mejor en lo suyo. Si no quiere no la voy a obligar.
―¿Qué medalla ganaríamos? ―Es lo que pregunta la hija del ministro y me encojo de hombros antes de responder.
―Lucha contra la trata infantil y en caso de que alguno pueda ser rescatado estaríamos hablando también del lazo azul por la liberación de los más débiles ―respondo sin darle vueltas.
―Acepto ―afirma con convicción.
―Si ella va yo también ―se suma la de crimen cibernetico.
―Perfecto ―«faltan tres.» ―Ahora quiero sugerencias para los tres roles restantes en cuanto a feminas ―aviso aunque tengo en mente a la sargento Acosta que casualmente también es amiga de la capitana del ejército pero siguen habiendo dos papeles que no me decido a quién encomendar.
La capitana de ojos grises levanta la mano pidiendo la palabra inmediatamente y asiento dandole luz verde.
―Yo propongo a la sargento Sussana Acosta, comandante Black ―tal como esperaba.
―Búscala. La quiero aquí en menos de diez minutos ―ordeno.
―Permiso para retirarme, mi comandante ―solicita y no sé por qué me parece extraño que lo haga siendo ella cómo sé que es pero no le doy muchas vueltas.
―Concedido ―acepto e inmediatamente se pone de pie, pasa detras de mí dejándome atontado con el olor de su perfume y al alcanzar la salida se larga como alma que huye del diablo para acatar mi mandato.
Devuelvo mi atención a la docena de capitanes presentes que deliberan con Miller y Keller sobre las mejores candidatas que creen tener y luego de cinco minutos es Sokolov quien decide hablar.
―A mi parecer la teniente Suárez reúne lo necesario ―me le quedo viendo fijamente instandole a dar sus razones y también debido a que ni siquiera sé quién es ella. ―Fue trasladada desde la central de México hace tres días por la capitana de ejército y creo que no soy el único que piensa que si Atenea la trajo hasta aquí fue porque habilidades tiene de sobra, ¿cierto, compañeros? ―Se produce un asentimiento colectivo respaldando al capitán que me confirma lo que ya sabía sobre la influencia de Müller. ―Es joven; de rasgos exóticos; domina español, inglés, alemán y francés con fluidez y ha participado en operaciones desempañando roles como los que quedan vacantes ―alega.
―Encárgate de hacerle saber que está dentro ―dictamino y sigue los pasos de su compañera. ―Falta una vacante por llenar, quiero un nombre ya ―exijo a los que quedan justo cuando Acosta y Müller entran.
―Liz Andrews, la nueva recluta de mi tropa podría servir ―dice Stein, capitán de la Alpha002.
―Infórmale que venga ya.
―Enseguida, comandante ―se retira dedicándome un saludo militar.
Atenea toma asiento en esta ocasión en el puesto que quedó vacío al irse el capitán de la Beta003 y Acosta lo hace donde ella estaba antes de manera que la capitana queda al lado del coronel que no hace otra cosa más que observarla idiotizado al igual que la tanda de calenturientos que tengo como subordinados.
La situación empeora mi malhumor a tal punto que empiezo a plantearme echarlos a todos fuera. Mi paciencia se agota, llega Stein con Andrews a quien detallo mínimamente porque es otra quien me interesa ahora y no creo aguantar más las ganas de mandarlos a todos al demonio para cogermela como vengo queriendo hacer desde hace horas. La falta de sexo hace estragos en mí como si yo mismo fuera un adolescente, me regaño a mí mismo por mi insensatez, por no poder separar lo profesional de lo laboral en un momento como este pero mi cerebro no colabora y Atenea menos.
Pasan los minutos sin que llegue Sokolov con la tal Suárez, me siento tentado a dejar esto para otro día y…
―Menos Acosta, Rouge, Andrews y su capitana, lárguense todos ―bramo cansado de tanta miradita. Nadie parece escucharme enervándome aún más y tengo que recordarme que si no me controlo todo se va a ir a la mierda y hay demasiado en juego como para ponerlo en riesgo.
―¿No escucharon a su comandante, bola de imbéciles? ¡Que se larguen a hacer su trabajo! ¡Ya! ―Se impone la pelinegra haciendo salir del trance a los capitanes e inmediatamente la sala queda vacía a excepción de nosotros, sus dos amigas y la nueva recluta lo que me demuestra una vez más que me conviene tenerla lo más cerca posible.
De una u otra manera Atenea se ha hecho con gran parte de la milicia ganándose su miedo pero también su respeto y lealtad a tal escala que no tengo dudas de que si se desata una guerra y hay que elegir un bando ellos se irán a donde elija ella. He ahí una de las razones por las cuales la quiero conmigo cuando decida ejecutar el plan que pondrá en jaque a quién esté en mi contra y me estorbe.
«Voy a poner el mundo a arder y ella va a estar a mi lado.»
Nos unen más cosas de lo que parece y a su debido tiempo se irán descubriendo, mientras tanto voy a disfrutar de la diosa de la guerra y hacer ella sea quien elija estar de mi lado pero con precaución.
«No puedo ni quiero caer por ella.»
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