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Capítulo 23

Luis

Si alguien me hubiera dicho que sería una mujer la que terminaría capturandome no le habría creído pero aquí estoy, en un puto avión militar siendo trasladado a territorio ruso por culpa de una condenada chamaca que jugó bien sus cartas.

Guardaba la esperanza de que en el juicio me declararan no culpable o al menos que el jodido gobierno de mi país hiciera bien las cosas y ganaran la pelea contra los mendigos europeos pero le buscaron bien encontrando lo que no se les había perdido y terminaron con la posibilidad de irme a una cárcel mexicana. Desde ahí seguiría manejando mis negocios o me fugaría a la primera de cambio en lugar de congelarme el culo en el lugar de Rusia dónde sea que me quieren encerrar. Por fortuna mis negocios y mi plata están a salvo, los primeros en manos del Chamuco Santana y la segunda dividida en inversiones, cuentas en paraísos fiscales intocables y el resto en el fondo de un lago bien escondida donde ni mi socio la va a encontrar porque aunque tenga en él confianza para dejarle mis negocios y rutas es sabido que el dinero no tiene amigos y pasa de mano en mano en un cantar de gallo y con mi lana no quiero enredos.

Suficiente enredo tengo ya con lo que ha sucedido.

No estuviera pasando por esto de no ser por esa loba que se disfrazó de oveja y me enredó como nadie lo había podido hacer nunca antes pero contrario a lo que debería de suceder la morra me sigue gustando y siendo honesto nunca dejó de hacerlo. Tenga el nombre que tenga, sea militar o no, pelirroja o pelinegra, es la misma con la que iba a tener a mi hija y eso ni Dios lo cambia. Por eso en cuanto salga de este problema me aseguraré de darle su castigo pero también de devolverla al lugar del que nunca debió salir.

Esa muñequita es mía. Solo yo la puedo tener y a quien la toque le va a llover plomo más temprano que tarde. Ya supe que el modelito rubio es su novio, ese va a ser el primero en caer y lo hará muy pronto.

Sonrío saboreando el sabor de una victoria que aunque no haya llegado me complace solo con imaginar la reacción de ella cuando maten a su noviecito y espero que le duela solo para que entienda que cometió un grave error tentando al diablo. Me sedujo y volvio loco por un engaño y le va a tocar afrontar las consecuencias porque solo su dolor puede calmar lo que ha despertado dentro de mí. Me encargaré de romper su vida en tantos pedazos que no será capaz de juntarlos nunca y cuando más jodida este llegare a rescatarla tal cual lo haría un caballero de brillante armadura, sé que tras eso ella sola me elegirá. Después de todo aunque ni ella misma quiera darse cuenta el tiempo que pasó conmigo la marcó para siempre, se enamoró de mí o estuvo a punto de hacerlo, de eso no tengo la menor duda.

Volver a escucharla decir que me ama y que haría lo que sea por mí se ha convertido en mi mayor fantasía y tenerla desnuda en mi cama se ha vuelto una imperiosa necesidad porque aunque puedo tener a la que quiera a la que deseo ver rogando para que la folle es a ella, solo a ella. No la amo, no soy tan estúpido como para hacerlo y ni siquiera lo hice antes pero no voy a negar que me fascinaban algunas cosas suyas. Sin embargo si voy a hacer todo lo que tengo planeado desde que supe de su teatrito es por placer, es por esta obsesión que roza lo enfermizo. Sus labios jodidamente deliciosos, su fino cuello tan fácil de marcar al igual que toda su piel, sus turgentes pechos y sus piernas torneadas unido a ese culo tan redondo que tiene y esa siempre mojada entrepierna no salen de mi cabeza ni siquiera cuando duermo y como si fuera una película siempre pasan por mi mente todas las veces que la cogí de maneras inimaginables. Y sé que ella tampoco debe haber olvidado todas esas veces.

Es imposible que lo haya hecho.

Un carraspeo cerca de mí me saca de mis cavilaciones y maldigo internamente a quién sea que me haya interrumpido justo en este momento.

―¿Qué? ―Pregunto de mala gana sin molestarme en abrir los ojos que tengo cerrados desde que me empezaron a molestar los veinte pares de ojos pertenecientes a los imbéciles que me vigilan desde que me he subido al avión.

«Como si les fuera a hacer algo estando esposado de manos y pies, a no sé cuántos kilómetros de altura y con un collar en el cuello que podría hacerme pedacitos si el jefe de esos idiotas presiona un interruptor. Le tengo más cariño a mi vida de lo que se piensan. Estúpidos cobardes.»

―Ya vamos a aterrizar, rata asquerosa ―espeta uno de esos tipos.

Me limito a asentir como respuesta controlando el impulso de pegarle un puñetazo por llamarme de esa forma sabiendo que en esta situación no me conviene aunque abro los ojos antes de que regrese a su sitio y quede demasiado lejos de mí para leer la placa de su traje camuflajeado negro.

«Capitán M. Sokolov» leo y lo memorizo para el futuro volviendo a cerrar los ojos. Nadie me ofende sin sufrir por ello.

Pasan unos minutos en los que son perceptibles pequeñas turbulencias hasta que finalmente el avión se detiene y mis ojos se abren a sabiendas de que ya estoy en suelo ruso. En qué parte de Rusia estoy específicamente no lo sé pero es de suponer que siendo quién soy en el bajo mundo pues me hayan trasladado a Siberia que es dónde está enclavada la cárcel de máxima seguridad más impenetrable de la cual tengo conocimiento. Siendo ese el caso espero pronto visitas.

Aquí como en otros lugares del mundo tengo amigos que me deben favores o que harían cualquier cosa por dinero, alianzas o poder empezando por los hermanos Romanov quienes apostaría cualquier cosa que antes de que finalice el día sabrán de mi forzosa llegada a su territorio y en algún momento me harán alguna visita con el propósito de ver qué provecho pueden sacarle a la situación porque si algo tienen esos es sentido del oportunismo, eso es lo que más los diferencia de su padre y lo que más les ha hecho crecer en el mundo criminal pero también en el empresarial pues Aleksandr y Ekaterina Romanov no son solo líderes de la mafiya. También están entre los empresarios más exitosos a nivel global lo que les hace tener un enorme poder dentro y fuera de Rusia de manera tal que no irían a la cárcel ni aunque masacraran a decenas de personas en medio de la calle y siendo honesto no me sorprendería que tuvieran en sus manos al mismísimo gobierno.

Observo a los militares encapuchados ponerse en pie. Sin perder tiempo uno de ellos se acerca a mi llavero en mano y el resto levanta sus ametralladoras apuntando en mi dirección.

―Voy a quitarle las esposas de los pies para que camine ―avisa para mi sorpresa una voz femenina y se agacha frente a mí. Solo puedo ver un par de ojos de lo más curiosos que me ven desde abajo. ―Si intenta algo ellos le dispararán, yo le cortaré los testículos y Mikhail le va a hacer volar en pedacitos que personalmente voy a recoger para que mi amiga se los dé de comer a alguno de los animales de sus primos ―advierte. ―¿Le queda claro? ― Gruñe y sin esperar respuesta de mi parte mete la pequeña llave en la cerradura liberando mis pies finalmente.
Se pone de pie luego de agarrar en una de sus manos el juego de esposas tobilleras y no puedo evitar darme cuenta de la navaja que reluce en su otra mano.

―Gracias ―hablo moviendo un poco las piernas antes de ponerme en pie bajo la atenta mirada de lo que parece ser una tropa entera o algo similar y se encoge de hombros la encapuchada que tiene un ojo verde y el otro azul.

―No me agradezca. Si fuera por mí le habría lanzado sin paracaídas desde el avión ―suelta y su mirada me confirma lo que su boca dice.

―Cuanto odio hay en esa oración, soldado. Tenga cuidado con lo que expresa ―replico burlón.

No se atrevería a nada. Para los de la estúpida FIEM es más importante la captura y el deber que todo lo demás.

Escucho unas carcajadas y segundos más tarde la de heterocromatía vuelve a hablar.

―Cuidado deberás tener tú de ahora en adelante, mexicano. Creeme que no tienes idea de en el lío que estás metido. De Rusia no vas a escapar y en el caso de que increíblemente lo lograras te cazarán como a las ratas. Nadie que haya capturado Atenea ha escapado jamás y vivido para contarlo, sé lo que te digo ―comenta y se da la vuelta yéndose con sus compañeros.

El de apellido Sokolov da órdenes en algún idioma que desconozco, alemán quizás, y dos hombres se posicionan a cada lado de mi con sus AK-47 al frente. Siento un cañón tocando mi espalda y sé que es momento de caminar y eso hago.

Al llegar a las escaleras para bajar del avión me detengo al ver la comitiva que me espera.

―Bienvenido a Rusia ―dice esa mujer desde algun punto a mi espalda. ―Espero que hayas disfrutado las horas de vuelo porque estás a punto de entrar al infierno siberiano ―habla con algo que identifico como satisfacción.

Sin pensarlo más comienzo el descenso y una vez estoy sobre suelo firme detallo mi alrededor.

Es de día. Estamos en una pista de aterrizaje rodeada de nieve y boscosidad. Diez camionetas negras se encuentran frente a mí, nueve de ellas con un logo que contiene las siglas FIEM-R  y una con aspecto más normal. Decenas de encapuchados custodian los vehículos y puedo distinguir a tres personas que no la usan las cuales asumo sean de los que tiene mayores cargos.

El trajeado que me apunta no deja de presionar el arma en mi espalda haciéndome caminar hasta encontrarme a pocos metros de las camionetas y no puedo impedir demostrar la sorpresa que me embarga al ver al señor presidente ruso junto al presidente Martínez y una mujer que no reconozco. No me da buena espina el hecho de que se haya molestado mi presidente en viajar hasta acá, me inquieta pero sé disimular bien y eso es lo que hago.

―Buenos días señores presidentes ―saluda el capitán saliendo al frente y llevando la mano derecha a su frente en una especie de saludo marcial. Los aludidos asienten. ―Señora Müller ―dice extendiendo su mano derecha que la mujer estrecha.

―Me alegra saber que ha llevado el traslado a buen puerto, capitán Sokolov ―felicita el ruso. ―Espero que todo haya ido bien durante el viaje ―añade.

―Así ha sido, señor Petrov. No hubo ningún percance en el trayecto.

―Siendo así ahora queda en sus manos el recluso ―esta vez habla el mexicano.

―No te preocupes, lo cuidaremos muy bien ―responde la mujer sonriendo de lado. ―Tan bien como cuidamos a todas las personas que captura Atenea ―enfoca sus ojos en mi. Grises. Del mismo color que los que ella tiene en realidad. ―Quizás lo tratemos hasta mejor ―añade y me guiña un ojo.

«¿Qué mierda significa eso?»

El presidente ruso mira su reloj y con una seña se dirige a quienes custodian la camioneta sin siglas que inmediatamente de meten en ella.

―Ahora que ha llegado el señor Santos me debo ir. Tengo compromisos que atender ―comunica y los otros asienten. ―Tengan buena tarde. Hasta la próxima ―se despide subiendo en su camioneta que segundos más tarde arranca y se enrumba lejos de aquí.

El par de la comitiva que se ha quedado se miran entre sí y luego me observan a mí. En la mirada de ambos percibo lo mismo, odio, aunque en la de la mujer también detecto un matiz divertido que logra intrigarme.

―Ya se puede retirar con su gente, capitán Sokolov ―dice la rubia que va vestida con jeans, camisa, botas y gabardina color negro. Ha de tener entre cuarenta a cuarenta y cinco años de edad aunque con tantos tratamientos y cirugías plásticas que se pueden hacer es difícil darse cuenta. ―Usted y quienes le acompañan serán recompensados debidamente como agradecimiento por su colaboración en esta tarea ―agrega ganándose un asentimiento como respuesta.

―Como guste señora pero aunque no hubiera pago por traerle le puedo asegurar que lo hubiéramos hecho de igual modo porque todos nosotros sabemos que sus instalaciones son las mejores para encerrarlo. Con usted al mando de su custodia Atenea podrá estar tranquila sin preocuparse por este cabrón y eso es algo que todos queremos. Todos la queremos y por eso le hubiéramos traído hasta sin autorización a este de haber sido necesario ―confiesa el capitancito que a juzgar por su manera de referirse a mi mujer la tiene puesta en un pedestal y cuando giro la cabeza para ver a mis espaldas veo que todos asienten respaldando lo dicho.

―Estoy feliz de saber que mi sobrina cuenta con personas como ustedes, soldados realmente buenos en lo suyo y leales a ella. Es bueno saber que estarán cuando les necesite ―verbaliza Martínez.

«¿Sobrina?»

Detallo a mi presidente al escuchar sus palabras y por mucho que me esfuerzo no le encuentro ningún parecido físico con ella a menos que el color de pelo cuente de algo.

―Siempre que Atenea nos necesite vamos a estar ―interviene la misma mujer que me dijo descaradamente que hubiera elegido lanzarme al vacío. Lo sé porque su voz tiene un timbre peculiar y es la única fémina que he escuchado hablar.

―Incluso cuando ella misma no sepa que nos necesita ―añade el encapuchado Sokolov.

―Bien. Que tengan buen viaje de regreso entonces ―desea el presidente y los encapuchados que vinieron conmigo empiezan a replegarse hacia el avion del cual salieron.

―Recuerden que para ella no estuve aquí ―ruge la mujer antes de que el capitán se adentre en el avión y puedo verlo asentir. No estamos tan lejos como para que no pudiera escucharla.

―Bueno señor Santos le dejo en las mejores manos posibles ―comenta el hombre frente a mi dándome una palmada más fuerte de lo normal. ―Yo regreso a México esta misma noche pero llevaré el teléfono satelital encendido por si pasa algo ―dice dirigiéndose a la vieja esa.

―Tranquilo, lo único que podría pasar es que no resista al averno y termine matándose pero no te preocupes que por ser quién es le tengo reservado un trato VIP. No voy a dejar que muera antes de que se entretengan con él.

―Eso espero, Katia. Aunque prefiero no saber nada sobre lo que pasa en tu instalación o lo que hacen tus hijos con las capturas de mi sobrina, no es conveniente.

―Lo sé. Ahora márchate que no querrás ver lo que sucederá ―es clara. Sus palabras me inquietan y todo mi cuerpo entra en estado de alerta. —Buen vuelo, Alex. Cuídate ―la escucho decir.

―Tú igual ―contesta el otro.

Tras ver como desaparece del lugar me pongo tenso. Evalúo las posibles salidas del sitio y la situación en vano. No me queda de otra que permanecer tranquilo para evitar que alguien termine presionando el botón que me haría estallar aunque algo me esta gritando que el único ser peligroso aquí no soy yo y no sé qué tan bueno sea eso.

―Ahora que nos han dejado solos… ―empieza a decir y percibo que alguien esta detras de mi pero no puedo girarme a comprobarlo porque siento un pinchazo en mi cuello.

―¿Qué demonios? ―Gruño sintiendo mi cuerpo desfallecer y sin quererlo siento que voy hacia el suelo. Sim embargo alguien me sujeta impidiendolo.

―Bienvenido al infierno donde tus pesadillas se harán realidad ―es lo último que escucho antes de caer en la inconsciencia.

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