Capítulo 18
Alyssa
¡Maldita zorra!
La odio, la odio, la odio.
¿Por qué siempre tiene que atravesarse?
Salgo hecha una furia del despacho de mi marido, enfasis en el pronombre posesivo porque él es mío, lo seguirá siendo o juro que soy capaz de matarlo.
―¿Está bien, señora? ―Pregunta la secretaria y me obligo a mantener las apariencias aunque sea una mosca muerta.
―Todo está fantástico, no te preocupes. Si me disculpas tengo mejores cosas que hacer ―respondo saliendo disparada hacia el ascensor.
Las puertas se abren dejando ver un interior totalmente repleto de gente asi que ni siquiera me subo. Demasiada gente para mi gusto.
Me dirijo a otro de los elevadores que afortunadamente sí está vacío por lo que antes de que alguien más pueda llegar y subirse presiono el botón del primer piso poniéndolo en marcha. En el cuarto piso se detiene y maldigo por lo bajo aunque al ver a la persona que entra sonrío.
―Coronel Miller, que placer verlo ―comento cuando vuelve a ponerse en marcha la caja de metal.
―Lo propio, capitana ―responde recostandose a la pared opuesta a donde estoy yo.
Observo su figura enfundada en el traje táctico negro y sus lindos ojos verdes, una verdadera delicia pero el que sea pareja o lo que sea de esa zorra le arruina el atractivo.
―Justo me dirigía a buscarle ―miento y me observa esta vez el a mi con detalle.
―¿Ah sí? Qué casualidad que nos hayamos encontrado entonces. ¿Para qué me buscaba? ―Se interesa obligándome a pensar rápido.
―Quería pedirle permiso para salir a resolver unos asuntos personales.
―Ya veo ―dice repasando mi cuerpo rápidamente. ―Tiene permiso para salir, capitana. Aunque me pregunto por qué no se lo ha pedido directamente a su marido.
―Mi marido está ocupado con cosas más importantes ―le resto importancia. ―De cualquier modo es usted el que dirige esta central así que es a quien debo informar de mis salidas ―alego intentando salir del apuro.
―Puedo contar con la palma de mi mano las veces que desde que se casó ha solicitado mi aprobación para algo, capitana. No me interesan sus motivos pero a mí no me vuelva a querer ver la cara, ¿está claro? ―Pronuncia cruzándose de brazos y dedicándome una dura mirada.
―Ok ―es todo lo que digo antes de que las puertas del ascensor se abran en el primer piso. ―Por cierto, ¿sabe dónde está su novia? ―Pregunto sin rodeos al salir con el a mi lado.
―En su casa seguramente. ¿Por qué?
―Por nada, curiosidad. Después de ayer no se le ha visto más ―replico.
―Sus razones tiene. Ahora si me disculpa, tengo cosas que hacer ―contesta saliendo del edificio administrativo rumbo al campo de entrenamiento donde esperan todas las tropas para el pase de lista vespertino.
Se supone que debo estar ahí pero para eso está el teniente, que haga lo suyo porque yo ya tengo mis planes.
Me encamino al estacionamiento de la base donde mi Aston Martin plateado está aparcado y desbloqueo las puertas con el mando a distancia. Al entrar prendo el aire acondicionado y marco en el GPS la ubicación del lujoso edificio donde vive mi hermanita, uno que apuesto paga con dinero de Christopher o quizá de su tío el mexicano. Prendo el motor y piso el acelerador avanzando hasta el anillo de seguridad más cercano a la base donde idiotamente los soldados de mi propia tropa realizan los controles pertinentes haciéndome perder quince minutos de mi tiempo mientras y lo mismo pasa en los siguientes anillos.
Al salir del perímetro de la central acelero permitiéndome que la aguja del velocímetro marque poco más de cien kilómetros por hora, una velocidad que usualmente no uso al considerar un suicidio conducir tan rápido, sin embargo justo ahora no me importa.
Las palabras del que se supone es mi esposo no dejan de repetirse una y otra vez en mi mente llenándome de rabia contra él pero mucho más contra ella. Mejor que yo no es ni puede ser nunca, ni como agente ni como mujer ni como nada. Simplemente es una zorra que ha sabido escalar posiciones usando sus atributos, ganando misiones por tener sexo con los criminales a quienes tiene que capturar o eliminar y no por su inteligencia, además como es sobrina de un presidente siempre le han dado las mejores misiones para que destaque por encima de los demás, incluso por encima de mí que soy la hija del ministro pero voy a hacer que eso acabe. Da igual que antes la haya considerado una amiga. Desde que apareció en ese restaurante arruinando la cena la detesto como a nadie. Siempre actuando como si fuera la más comprensiva y cariñosa de las amigas cuando no era más que una hipócrita que me mentía como si fuera lo más normal del mundo.
El sonido del claxon de un coche me hace girar la cabeza, dándome cuenta que inconscientemente detuve la marcha del auto a pocos kilómetros de la entrada a Berlín por estar pensando en esa tipa lo que me hace gruñir con odio porque yo misma le estoy dando una importancia que no deseo concederle.
Vuelvo a arrancar intentando alejar de mi cabeza a esa persona que tanto me enerva. Evito que se cuele en mis pensamientos por la siguiente hora que tardo en esquivar el tráfico capitalino cruzando calles hasta adentrarme en la zona del famoso Tiergarten. Un par de minutos tardo en divisar el edificio de apartamentos donde vive que, ¿cómo no? es el más alto de la exclusiva zona y el más lujoso para variar. Ahí deberia vivir yo pero pensándolo, ¿quién necesita un apartamento cuando tienes una mansión a tu disposición?
―Hemos llegado a su destino ―avisa Siri a través de los altavoces al detenerse el coche frente al sitio.
Sin pensarlo dos veces salgo fuera del vehículo, no sin antes agarrar mi bolsa, uso el mando para bloquear las puertas y camino con normalidad hacia la entrada del lugar. El portero de siempre me recibe y le dedico la mejor de mis sonrisas esperando que con eso no ponga trabas para dejarme subir.
―Señorita Mitchell, qué extraño verla por aquí. Hace mucho que no venía. ¿En qué la puedo ayudar?
―Ahora soy la señora Black, señor ―rectifico sin recordar siquiera su nombre como el de casi nadie de su condición. La pobreza me da urticaria. ―Vengo a ver a Atenea, igual que siempre ―digo aparentando tranquilidad cuando lo que tengo son ganas de… mejor ni pensar en eso.
Su semblante se endurece dándome mala espina cuando asiente con la cabeza.
―Espere un momento ―dice y descuelga el interfono. Permanece unos segundos callados hasta que alguien del otro lado de la linea le responde. ―Aquí se encuentra la señorita Mitchell ―lo observo entrecerrando los ojos y lo nota. ―Bueno la señora Black ―corrige. ―Dice que quiere ver a la señorita Atenea ―pronuncia al cabo de un momento. ―¿Es algo urgente? ―Pregunta mirándome y tardo un par de segundos en notar que es una pregunta dirigida a mí.
―Sí ―respondo sin vacilar.
―Entonces la acompaño al ascensor ―contesta y sonrío ligeramente al ver que las cosas me salen bien de momento.
El portero se retira tras dejarme metida en el ascensor.
Marco el piso de su apartamento y espero un par de minutos hasta que la caja metálica arriba a la entrada de su penthouse. Al salir no me detengo a contemplar las decenas de cuadros y obras de arte que hay en el recibidor. Ya me las sé de memoria despues de tantas veces que en pasado vine. Por eso voy directamente a lo mío y no pasan ni dos minutos para que Sofía aparezca en escena.
―Alyssa ―enuncia y evito voltear los ojos ante su tono.
―Sofia ―digo de igual manera.
Ella siempre ha actuado como si fuera la protectora de mi antigua amiga, cubriendo todo lo que hacía mal en cuanto a su costumbre de ir rompiendo corazones cambiando de hombre a cada nada hasta que llego Dominic y aparentemente cambió.
―¿Qué quieres con Atenea?
Se cruza de brazos en espera de mi respuesta.
―Hablar ―me limito a decir.
Enarca una de sus delineadas cejas al escucharme y tiene razón en no creerme pero no lo sabrá.
―¿Qué podrías querer hablar con ella que sea tan urgente como le dijiste a Reinhardt?
«Con que se llama asi el de la recepción… »
―Tenemos cosas que hablar sobre el trabajo ―miento.
―¿Del trabajo? ―Inquiere con desconfianza y asiento tranquilamente con la cabeza. ―¿Estás segura? ¿No será más bien que finalmente vas a hacer tu berrinche porque no te dijo la verdad sobre ella?
―No. No es eso ―espeto convirtiendo mis manos en puños pero al verla reír me percato de mi error. ―¿Y si lo fuera qué? ―Interrogo ahora siendo yo la que se cruza de brazos. ―Eso a ti no te interesa, quiero hablar con ella de lo que se me antoje y punto ―aclaro ya sin disimular tanto aunque la plática sobre su verdadera identidad no sea el principal motivo de que haya venido.
―¿Y qué te hace pensar que yo quiero hablar contigo? ―Pregunta alguien y al girar mi cabeza la veo.
Descalza y con ropa casual entra en escena luciendo malditamente radiante a pesar de sus ojeras que ni se molesta en disimular con maquillaje. Lleva el pelo en una coleta alta y en su cuello porta un collar de lo más simple que he visto al igual que sus aretes a juego pero eso no le resta atractivo aunque comparada conmigo parece una pobre diabla.
Esa última idea me hace sonreír internamente.
―Me debes esta conversación ―replico. ―Tú y yo tenemos que hablar, mejor ahora que en otro momento cuando sea tarde, ¿no crees?
Se encoge de hombros como siempre que algo le da igual antes de dedicarme un asentimiento.
―Déjanos solas, Sofía.
―Como desees ―acata y se retira.
Nos mantenemos en silencio los siguientes minutos, que aprovecho para pensar mis pasos, hasta que la pelinegra rompe el silencio.
―¿Qué quieres Alyssa? ¿A que has venido?
―Dije que quería hablar contigo, ¿no? ―Pronuncio a la par que tomo disimuladamente la culata de mi pistola del bolso diseñado por Christian Dior que llevo colgado de mi muñeca derecha.
Entrecierra los ojos con mi respuesta y sé que desconfía de los motivos que me trajeron a su casa después de tanto por lo que me centro en lo próximo que haré.
―Hasta ahora no has dicho una palabra y no creo que hayas venido a mi casa sin razón asi que te vuelvo a repetir la pregunta, ¿qué quieres? Responde rápido porque me haces perder el tiempo y sabes que no eres una visita grata después de lo que hiciste ―comenta con poca paciencia y no puedo evitar poner los ojos en blanco.
―Lo dices como si hubiera cometido un pecado capital ―hago notar. ―Lo único que hice fue contarle al traficante algo que era de su interés y que de todas formas sabría el día que te viera declarar en el juicio. Solo fue un pequeño spoiler sin trascendencia alguna. Maximillian y tú armaron una tormenta en un vaso de agua aquel día castigándome sin motivo alguno y eso más que castigo diría que fue tortura pero no me ando quejando ni teniendo rencores por ello a diferencia tuya ―digo viéndola a los ojos y puedo observar la ira que destila por sus poros. Sin embargo, no me interesa porque si de enojo se trata yo tengo de eso contra ella, y muchísimo.
―No tienes la menor idea de todo lo que pudo haber desencadenado lo que le contaste, Alyssa. Sé que lo hiciste con toda la mala intención del mundo, eso no lo tienes que disimular ante mí. Soy consciente de que si Luis hubiera usado sus influencias para matarme tu habrías sido la primera en celebrarlo porque desde que te arruiné tu familia perfecta me odias, incluso puede que lo hicieras desde antes pero eso carece de relevancia ahora. Lo único que no me queda claro es por qué tanto odio hacía mí que durante todos estos años te quise realmente y confié en ti como si fueras una hermana. Entiendo que te haya dolido que haya mentido sobre Christopher pero deberías razonar y percatarte de que eso era algo que no me correspondía revelar ni podía hacerlo. Yo solo fui víctima de las circunstancias aunque para tu madre y para ti sea lo contrario o, ¿te crees que me gustaba ver como recibías todo el amor paternal que debía tocarme a mí? No, no lo hacía y no por eso sentía odio por ti.
Sus palabras no me conmueven. Ni siquiera me importa realmente algo de lo que dijo porque en algunas cosas puede que tenga razón pero sigue siendo un obstáculo.
―Bonito discurso pero no arreglas nada con él y si en algo tuviste razón es que me daría igual si murieras, quizá hasta me convenga que eso pase. Desde que regresaste lo dañaste todo, ¿sabes? Llevo meses intentando ser perfecta y llegas tú y lo arruinas. Tanto tiempo siendo la mejor hija para mi padre, la mejor esposa, la mejor agente hasta que apareciste nuevamente y todos se olvidan de lo bien que lo he hecho. Si antes era malo ser la sombra de alguien que se cree mejor que yo y que todos ahora que saben sobre ti y Christopher todos te elegirán sobre mí que soy muchisimo mejor que tú en todo ―exploto sacando de un tirón mi nueve milímetros mientras siento las lágrimas deslizarse por mi rostro y me las aparto de un manotazo.
Al ver el arma Atenea ni se inmuta. Le apunto y sigue igual enervandome más.
―¿Qué crees que haces, Alyssa? ―Pregunta con tranquilidad usando ese tono que tanto detesto, hablándome como si fuera una niña.
―Si te matara todo volvería a la normalidad ―jalo el seguro. ―Nadie se enteraría. Nadie. Sofía también moriría ―continuo enfocando su cabeza.
―Hay cámaras en toda la casa y no saldrías del edificio, eso te lo aseguro.
―Eso está por verse ―aseguro y pongo el índice en el gatillo.
Respiro suavemente y cuando estoy lista para disparar retengo el aire. Sé que solo tengo una oportunidad y no pienso fallar, por eso vuelvo a apuntar con precisión.
Escucho el pitido del ascensor pero sigo en lo mío. Quien llegue que se muera también.
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