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Capítulo 13

Atenea

Siempre he escuchado que recordar es volver a vivir y efectivamente lo es. Estar con Luis me lo demostró. Cada minuto que estuve ahí, tan cerca de él no hizo más que traerme a la mente cada una de las cosas que me propuse dejar donde pertenecen, en el pasado. Sin embargo, me siento orgullosa de lo bien que supe disimularlo todo. Sobre todo ese miedo irracional que no tiene otro origen más que lo que llegué a vivir con él, cosas que no constan en los reportes porque no tenían nada que ver con la investigación. Después de todo no tenía sentido que otros supieran absolutamente todo lo que sucedía entre nosotros, incluso hubo un tiempo en que poca información entregaba a la agente que se encargaba cada semana de recoger el pendrive en el centro comercial. Todo debido a ella porque cuando supe sobre su existencia estuve dispuesta a borrarme del mapa de la FIEM y convencerlo de dejar todo para vivir en medio del Pacifico pero el destino tenía otros planes y fue en el momento que me dijeron que había muerto cuando decidí que lo mejor era cumplir con mi tarea encarcelando a mi marido. Cuatro meses más tarde lo hice.

―¿Estás lista? ―Escucho a mi padre preguntar trayendome de regreso al ahora. Sacudo la cabeza para liberarme de esos pensamientos.

«No me conviene» pensar en ello me pone sensible y en la corte no puedo lucir vulnerable. No si quiero que el jurado me tome en serio y no como la agente traumada que cualquiera creería que soy.

Inhalo y exhalo profundamente antes de contestar.

―Sí. Ya estoy preparada.

Enarca una ceja reparandome por completo, desde mi cabello recogido en una coleta alta sin dejar un mechon fuera de lugar hasta los elegantes tacones a juego con el traje negro de falda y chaqueta que porto.

―Te conozco como al código reglamentario de la institución, Atenea. No pretendas engañarme. Sé que algo te pasa ―afirma y suspiro.

«Es difícil mentirle al amo de las mentiras» lástima que he sido buena alumna.

―Claro que me pasa algo, papá ―se cruza de brazos haciendo que los gemelos en forma de cabeza de lobo destaquen por el movimiento gracias a la iluminacion de la sala de espera del tribunal donde nos encontramos. ―Me he enterado que has sido tu quien le ha dado mi maldita tropa a tu hijita ―escupo con desprecio la ultima palabra ganándome una mirada de hastio de su parte. Es algo que pensaba recriminarle en algún momento y hacerlo ahora es mi mejor recurso. ―¿Creías que no me iba a enterar solo porque Maximilian me dio otro cargo?

―No podía dejar a la tropa sin capitán ―replica encogiéndose de hombros.

―¿Sin capitán? ―Esta vez soy yo quién lo mira inquisitiva. ―Te recuerdo que habia dejado al teniente Schmidt a cargo en mi ausencia. Además eran Miller o en su defecto Black quienes debían decidir a quién designar, no tú.

―Tienes razón pero una tropa como la Alfa001 que es de las principales para el ejercito alemán no debía quedarse sin líder por tanto tiempo ―se justifica.

―Aja ―volteo los ojos.

Me choca que no tenga lo necesario para reconocer que si se la dió fue porque quiso.

―Este no es momento para discutir este tema, Atenea. Esta a punto de empezar el puto juicio, maldita sea. En lugar de hablar de esto deberías estar pensando en lo que tienes que decir ahí fuera ―me regaña acomodándose la corbata negra de su carísimo traje.

«Dios libre al ministro de ser visto como pobre» porque ahí mismo se arma la tercera guerra mundial.

El pensamiento me saca una sonrisa. Nunca a lo largo de mi vida le he visto en otra cosa que no sean costosos trajes o ropa que cueste el salario de una persona promedio y, por lo que me han comentado las pocas personas que lo conocían desde sus inicios, ni siquiera estuvo en algún operativo donde tuviera que hacerse pasar por alguien poco adinerado.

―Ya sé todo lo que tengo que decir y lo que no. Samantha me ha preparado hace un par de horas ―comento en respuesta sin mentir. La viceministra estaba esperando en la base a que el comandante y yo regresaramos de la prision, Maximilian le había informado sobre lo que haríamos así que no se sorprendió cuando le dimos a escuchar la grabación.

El ministro asiente en respuesta satisfecho.

―En ese caso solo queda advertirte sobre la defensa que intuyo nos complicará todo ―dice ahora con semblante serio consiguiendo preocuparme.

«Ese cabronas tiene abogados muy buenos» en especial la que se encargó de redactar el acuerdo prematrimonial que firmé como Arya.

―¿Por qué lo dices?

―Porque una de las pruebas que presentarán es un vídeo donde apareces ―responde muy serio. Demasiado para mi gusto.

―¿Dónde aparezco haciendo qué exactamente? ―Me atrevo a preguntar.

―Estabas con Enzo Rinaldi, Atenea ―«mierda.» ―Y se te notaba muy a gusto tanto con él como con tu objetivo.

―Era parte de mi fachada ―me defiendo.

―Lo sé. Por eso es que se desestimará esa prueba por el juez ―dice como si nada.

―¿Cómo lo sabes? ¿Cómo supiste del vídeo? ―Quiero saber. Nada puede tomarme por sorpresa.

Se encoge de hombros y sonríe antes de responder. «Menudos cambios de humor» pero no soy quién para quejarme.

―Te responderé en el orden de ocurrencia de los sucesos ―asiento sin saber a qué se refiere con exactitud. ―Me he enterado de que se usaría este vídeo ayer en la audiencia previa a puerta cerrada que hubo entre el juez, la defensa y la fiscalía que en este caso esta representada por Samantha. ¿El motivo? Soy el ministro, nadie me puede esconder nada en este tipo de procesos ―alega con ese aire de superioridad suyo. ―Y esa evidencia se desestimará por la simple razón de que esta prohibido usar imágenes sobre lo que hace un agente encubierto. El código lo dice hace ya un tiempo.

―Uff que buena noticia ―se me sale sin poder evitarlo.

―No preguntaré el motivo ahora pero después de que pase esto quiero que me cuentes todo lo que debas contar.

―De acuerdo ―acepto.

Los siguientes minutos transcurren en un silencio que lejos de ser asfixiante me da tiempo para pensar en que decir en caso de que alguien tenga la brillante idea de querer ahondar en mi relación con el italiano como estoy segura lo hará mi comandante teniendo en cuenta la persecución de él a Rinaldi desde tiempo atrás. Al parecer entre ambos hay algo pendiente de resolver.

―Ya casi es momento de entrar ―avisa Christopher poniéndose de pie.

―Vamos entonces.

Salimos del local encaminandonos juntos hacia la entrada de la sala del tribunal supremo donde se llevara a cabo el juicio. Ahi al vernos el par de agentes de la FIEM que regulan el acceso se paran en firme con sus fusiles HKG36 sobre el pecho en una pose que es más ceremonial que defensiva.

«Idiotas» son unos adulones lamebotas sin preocupación por lo que hacen. De haber querido entrar con el propósito de hacer un atentado contra Luis o sacarlo de ahí a la fuerza lo habría podido hacer sin ningún tipo de problemas. En menos de nada los habría acabado.

―Es un honor saludarlo, señor ministro ―dicen al mismo tiempo. Él se mantiene imperturbable, yo volteo los ojos.

«Rídiculos»

―El juicio hace más de media hora que comenzó ―informa el más alto de los dos. Es de cabello oscuro, tez clara y ojos negros. Debe medir cerca de los dos metros y por lo que puedo apreciar debe esconder un cuerpo bien trabajado debajo de su enterizo.

«Mi tipo» alto, buen cuerpo, con pelo apto para ser jalado. Dominik tiene todo eso pero le falta tinta en su cuerpo y este sí que la tiene, al menos en el dorso de su mano derecha.

Sacudo la cabeza para centrarme. Este no es el momento ni el lugar para ese tipo de pensamientos.

―Ya lo sabemos, soldados. De otro modo no estaríamos aquí ―espeto con dureza haciendo que ambos me observen. Se miran entre sí y puedo apostar a que estan rezando por sus puestos a menos que sean un par de novatos, cosa que dudo, porque en toda la FIEM es conocida mi naturaleza anti estúpidos y mi poca paciencia para este tipo de cosas. Además de que ser sobrina de un presidente, como todos saben, me otorga facultades para tomar medidas poco comunes cuando un soldado me jode demasiado.

―Muchas gracias por la información, soldados ―habla el ministro haciéndome soltar un bufido. «La mala persona siempre tengo que ser yo» Como si él no fuera peor. ―Disculpen los modales de la capitana, por favor. No ha tenido un buen día ―agrega por si fuera poco.

«Cabrón»

Decido no discutir. Suficiente tengo con lo que me espera allá dentro para estar en una diatriba con mi progenitor. En su lugar paso de largo frente a los hombres y abro la puerta del recinto yo misma.

―¿Vienes o entro sola? ―Le observo de reojo notando ese tic peligroso en sus ojos.

«Lo he cabreado» se lo merece.

Los soldados se miran entre sí y no hay que ser vidente para notar la confusión y extrañeza en sus ojos. Se deben preguntar si estoy loca como para hablarle de esa manera al todopoderoso ministro. Lástima que el ser su hija me de este tipo de oportunidades, claro que ellos no tienen la menor idea por lo que se deben estar haciendo ideas equivocadas que ni al caso corregir. Después de todo mi progenitor solito se lo busca por no terminar de revelar la verdad ante el mundo y llegados a este punto ya hasta tengo dudas de sus verdaderos motivos para contárselo a su linda familia de reportajes.

«Más pronto que tarde conseguiré que lo revele a todos» y que arda lo que tenga que arder pero ya estoy cansada de este papel.

―Es mi deber entrar con usted, capitana Martínez ―comenta recalcando el Martínez.

La verdad no sé para que tanto cambio de apellido en el registro civil si en el trabajo todavía no me pueden llamar como lo que soy, una Müller a excepción del siempre suspicaz Maximilian, por supuesto, quién a solas insiste en nombrar mi verdadero apellido. Aún tengo que hablar con él sobre ella. Eso es algo que nadie más puede saber pero con todo lo de la preparación no tuve tiempo.

Miro la hora en mi reloj en tanto mi padre habla no sé qué diablos con los subordinados a mis espaldas. «16:20» Faltan cinco minutos para la hora acordada.

Me acomodo la chaqueta y cierro los ojos. Cuento mentalmente hasta cien a la par que inhalo y exhalo suavemente como me recomendó el comandante que hiciera para desconectarme de lo negativo centrándome en el objetivo de las próximas horas: conservar la imperturbabilidad ante lo que pueda ocurrir.

Un par de minutos despues ya me siento lista para lo que sea y en el preciso momento en que abro los ojos percibo la presencia de alguien a mi lado.

―Se llama a declarar en esta sala ante este tribunal a la ciudadana Atenea Katerina Martinez Schneider, capitana del Ejército de Alemania y la Fuerza Internacional de Élite Militar siendo también comandante alterna del Ejército Nacional de los Estados Unidos Mexicanos ―escucho repentinamente la voz de la viceministra Turner, quien sin consultarme menciona hasta el cargo que me fue designado por Alex en su primer mandato hace ya casi cinco años y no necesito de clarividencia para avisorar el problemón que se avecina. Eso era otra de las tantas cosas de mi vida que no debían ser puestas en conocimiento público.

Extrañamente Christopher no se tensiona ante lo escuchado y eso solo quiere decir que algo tramaron pero ni idea qué. Ya lo descubriré.

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