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Único

Pedido de Moonblue_24

La ciudad de Barcelona era un laberinto de luces y sombras, y en medio de esa complejidad se encontraba el hombre más temido de los bajos fondos.

Iñigo Martínez, Alfa dominante, líder de una organización con influencias en todo el país y acostumbrado a manejar el poder como si fuera un derecho propio.

Su presencia en Barcelona no era un simple viaje de negocios; cada movimiento suyo estaba calculado, cada palabra y acción formaban parte de un plan que solo él conocía.

Aquella noche, sin embargo, algo alteró sus rutinas perfectamente programadas.

Tras una larga jornada de reuniones y tratos que se cerraron sin problemas, sintió la necesidad de cambiar de ambiente.

Desde su suite en un lujoso hotel de la ciudad, miró los destellos del Camp Nou en la distancia.

Era el día del Clásico, y el estadio estaba repleto de energía. Por un impulso que él mismo no entendió del todo, decidió asistir.

Con una ligera inclinación de su cabeza, ordenó a sus guardaespaldas que se encargaran de los detalles.

Un palco privado fue reservado en minutos, y al poco tiempo, Iñigo estaba rodeado de lujo y discreción en uno de los lugares más exclusivos del estadio.

Desde su asiento, con una vista perfecta al campo, observaba a los jugadores con indiferencia… hasta que lo vio.

Ahí, entre los colores del Barcelona, se encontraba un Omega que parecía no tener ni la menor idea del caos que su sola presencia causaba en Iñigo.

Un rostro fresco y ojos llenos con una dulzura natural, algo casi imposible de encontrar en la vida de Iñigo.

Al observarlo moverse en el campo, algo primitivo nacio en él. Era posesivo, impulsivo, y sabía que, cuando algo despertaba esa llama en su interior, tenía que ser suyo.

—Este chico…—Murmuró Iñigo para sí mismo, con una sonrisa que contenía un oscuro interés.

Sus guardaespaldas, Sergio y Raúl, intercambiaron una rápida mirada, acostumbrados a ver a su jefe enfocado y casi indiferente.

Pero esta vez, el Alfa estaba distraído, fascinado, y esa distracción era peligrosa.

El partido avanzaba y, aunque el Barcelona dominaba, Iñigo apenas notaba el marcador.

Cada vez que el omega tocaba el balón, su atención se centraba en él, en su figura, en la forma en que sus ojos brillaban con intensidad.

El chico no tenía idea de que estaba siendo observado, que un Alfa cuya reputación era la de una bestia peligrosa y poderosa tenía los ojos fijos en él, atrapado en una atracción que ya no podía ignorar.

Cuando el partido terminó, Iñigo no regresó directamente a su hotel.

En lugar de eso, decidió seguir al omega, lo vio reunirse con algunos compañeros de equipo en un bar cercano, uno de esos lugares que parecían tan simples como el Omega que lo había cautivado.

Se sentó en una esquina, en la penumbra, con la mirada fija en él, esperando el momento adecuado.

El chico lucía feliz, su risa suave llenaba el ambiente, y con cada instante, la atracción de Iñigo se transformaba en algo más oscuro.

Lo quería para él. Esa noche, y todas las noches después. No podía esperar, no iba a contenerse.

Esperó pacientemente hasta que Fermín se levantó para ir al baño, observando cada uno de sus movimientos.

En cuanto el Omega desapareció en el pasillo, Iñigo lo siguió, ignorando la mirada curiosa de los amigos de Fermín.

En el baño, Fermín estaba lavándose las manos cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse.

Se giró y vio al Alfa que acababa de entrar, un hombre imponente, de mirada intensa y con un porte que transmitía autoridad y peligro.

Fermín sintió su corazón acelerar, pero intentó mantenerse calmado, sin entender del todo lo que esa presencia en el baño significaba.

—¿Necesitas algo? —Preguntó Fermín, con una leve sonrisa, aunque su nerviosismo era evidente.

Iñigo no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellos.

Sus ojos, fijos en el Omega, no dejaban lugar a dudas de sus intenciones.

—Te vi en el partido.—Dijo Iñigo, con voz baja y grave, una voz que resonaba con autoridad.

—Y decidí que tenía que conocerte.

Fermín tragó saliva, desconcertado y a la vez extrañamente cautivado por la intensidad en la mirada del Alfa.

—¿Te... gustó el juego? —Preguntó, intentando sonar natural, aunque la cercanía del Alfa hacía que sus sentidos se alteraran, despertando un instinto que desconocía.

—Digamos que me gustaste tú.—Respondió Iñigo con una sonrisa torcida.

Antes de que Fermín pudiera procesar esas palabras, Iñigo se inclinó hacia él, y en un movimiento decidido, tomó su rostro entre las manos y lo besó.

Fue un beso intenso, cargado de un deseo que no daba lugar a dudas. Fermín quedó paralizado al principio, pero la fuerza y la seguridad con la que el Alfa lo reclamaba lo envolvieron, dejándolo sin defensas.

Sus labios respondieron, y el mundo exterior desapareció.

El Omega no podía entenderlo del todo, pero había algo en ese beso que lo hacía sentir seguro y, al mismo tiempo, vulnerable.

La mezcla era embriagadora, Iñigo lo sostenía con firmeza, como si ya fuera suyo, como si no permitiera que nadie más lo tuviera.

Cuando Iñigo se separó, aún sosteniéndolo por el rostro, lo miró con una intensidad que casi asustó a Fermín, pero el miedo no era lo único en sus ojos.

Había una chispa de fascinación, de atracción inevitable.

—¿Sabes quién soy? —Preguntó Iñigo en un susurro, sus labios aún tan cerca de los de Fermín que el Omega pudo sentir su respiración.

Fermín negó con la cabeza, sintiéndose un tanto aturdido, intentando recordar cómo hablar.

—No… no lo sé.—Murmuró, con voz débil.

Iñigo sonrió, con esa mueca que mostraba solo una pizca de su verdadera naturaleza, la bestia que era, un Alfa que estaba acostumbrado a tomar lo que quería.

—Entonces, no tienes idea de lo peligroso que es estar tan cerca de mí.—Dijo, en un tono que parecía una advertencia, pero que estaba cargado de lujuria.

Fermín lo miró, sin poder apartar sus ojos de los del Alfa, y en ese momento, una pequeña parte de él, la parte más profunda, supo que estaba entrando en un juego que podría cambiar su vida para siempre.

Iñigo se inclinó una vez más, dejando un suave beso en la comisura de sus labios, un gesto que era tan posesivo como inesperadamente tierno.

—Nos veremos pronto, Fermín.—Murmuró, y salió del baño, dejándolo allí, con el corazón acelerado y la mente confundida, sin saber que quien acababa de besarle era alguien capaz de las cosas más crueles.

Fermín, aún sorprendido y con el eco de aquel beso ardiendo en sus labios, respiró profundamente, sintiendo un vacío en su pecho que parecía pedir más.

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