4.
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—Sí —dije simplemente—. Mis padres nacieron en Washington.
La muchacha me miró con desconfianza unos segundos, pero después pareció relajarse un poco y me sirvió un vaso cargado de un líquido negruzco con un desagradable olor a intenso alcohol.
Supuse que lo más correcto no sería preguntarle qué demonios era eso, y mucho menos cuando ella también se sirvió uno igual que el mío y lo alzó para brindar.
—Soy Nessie. Sí, como el jodido monstruo del lago —dijo antes de que yo pudiera comentarlo—. ¿Cómo has llegado tú aquí, Lana?
Brindé con ella y ambas nos bebimos el contenido del vaso en un segundo. Yo sentí la irrefrenable urgencia de vomitar tan pronto como el alcohol bajó por mi garganta, pero me forcé a aguantar y aparentar normalidad. Aunque me temo que no fui demasiado convincente.
—Soy bailarina —comencé a contar la historia que habíamos ensayado—. Conocí a Kevin hace un par de semanas en mi club y empezamos a…
—¿Enrollaros? ¿Follar?
Me mordí el labio y, desesperadamente, me di la vuelta buscando a Kevin. Lo encontré rodeado de todos los demás miembros del club, él alzó sus impresionantes ojos azules y nos miramos un momento. Después volví a girarme y me encontré con Nessie riendo con fuerza. Al parecer yo era la única que no entendía el humor de esa gente.
—No me digas que aún no lo habéis hecho, porque el record de Kevin sin acostarse con una tía a la que acaba de conocer son dos horas.
Me puse algo tensa.
—¿Tú y él…? —murmuré.
Ella abrió los ojos, sorprendida.
—No, no. Por supuesto que no. Somos como hermanos, lo conozco desde que llevábamos pañales.
—No parece el tipo de tío al que eso le importe… —comenté.
Ella volvió a reírse y sacó de nuevo la botella de alcohol puro, disponiéndose a echarme otro trago en mi vaso. Yo me abalancé sobre él, tapándolo con las manos para evitar que vertiera nada de la botella en él.
—No, gracias.
Ella se extrañó.
—¿Qué tipo de bailarina rechaza este whisky? ¿Bailas ballet?
—No, bailo en un club —Nessie no pareció muy convencida—. Pero también soy estudiante, por eso no acostumbro a beber.
La muchacha asintió y se sirvió un trago para ella misma, después guardó la botella.
—Yo estudio derecho y creo que beber incluso me ayuda. Al menos a olvidar los suspensos —dijo guiñándome un ojo.
Ambas reímos, me caía bien esa chica, pero no llegaba a entender qué demonios hacía en un sitio como ese.
Me sobresalté de repente cuando una mano acarició mi espalda suavemente y unos labios se acercaron a mi cuello. Rápidamente identifiqué el olor varonil y extremadamente agradable característico de Kevin. ¡Ya sabía cómo olía!
Besó mi cuello suavemente, provocándome escalofríos por todo el cuerpo, haciendo que me mordiera el labio inferior con fuerza para no terminar suspirando allí mismo. Debía reconocer que el cuello era mi debilidad.
—¿Vamos a la cama? —me propuso.
Yo asentí y me levanté del taburete. Con un gesto me despedí de Nessie y ambos pusimos rumbo a la que sería nuestra habitación, entre gritos y vítores de los miembros del club, que no dejaban de gritar guarrerías en cuanto nos habían visto levantarnos juntos.
Cuando la puerta se cerró me separé bruscamente de él y le di un codazo en el pecho.
—¿Se puede saber qué haces? —exigí saber.
—Estoy disimulando, Lana. ¿Sabes lo que es eso?
Bufé por lo bajo, subiendo las escaleras con rapidez. Él vino detrás de mí y me condujo por un pasillo enorme lleno de habitaciones.
—Aquí viven algunos miembros del club, los que no tienen familia, fundamentalmente.
Asentí con la cabeza y seguí caminando hasta una habitación con la puerta negra. Entramos y encontré una enorme cama con sábanas blancas y limpias. Toda la habitación era de madera oscura, parecía un lujoso hotel.
—¿Esta es tu habitación? —pregunté.
—Ahora es nuestra habitación —respondió Kevin—. Iré a por tu maleta.
Estaba impresionada, no imaginaba que eso fuera tan bonito. El pensamiento de que ahí se movía mucho dinero me vino a la cabeza. Quedaba claro sólo con ver esos muebles: el caro sofá color negro, la televisión de pantalla plana, los grandes ventanales...
—Ahora dormirás en el sofá… ¿verdad? —pregunté.
—¿Y por qué iba a hacer eso?
Lo maldije por lo bajo.
—No voy a intentar razonar contigo. No tengo problema en ser yo quien duerma en el sofá.
Kevin se acercó, clavándome su mirada azul, haciéndome sentir inquieta. Era más alto que yo, incuso aunque yo no era nada baja y además llevaba tacones.
—Deberías preferir dormir cómoda, Lana. Y no hay un sitio más cómodo para dormir que la cama.
Yo bufé, cruzando los brazos.
—Claro —murmuré—. Y muchísimo mejor si tú también estás en ella, ¿verdad?
La sonrisa torcida volvió a aflorar en su rostro y, con su dedo índice, me acarició suavemente la clavícula, provocándome un extraño escalofrío.
—He dicho dormir. Si quisiera hacer cualquier otra cosa contigo me bastaría el sofá, o la ducha… incluso podríamos hacerlo en el suelo…
Una imagen mental acudió a mí: él y yo tumbados en el suelo, con su fuerte cuerpo sobre el mío… contemplando todos sus tatuajes. Se me secó la boca un momento y me dispuse a contestarle algún comentario mordaz, pero Kevin ya estaba en la puerta.
—Voy a por tu maleta —anunció.
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