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27.

27-

Cuando llegamos a la guarida de Los Tigres, la sala de la barra estaba oscura y en silencio. Al parecer ya se habían acostado todos.

Kevin y yo subimos las escaleras en silencio, en esa penumbra inquietante.

Me sentí más relajada cuando por fin llegamos a la puerta de nuestra habitación. En apenas unos minutos podría dormirme y dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir con Kevin.

Abrí la puerta, sintiendo el cuerpo del chico pegado al mío a la espalda. Suspiré.

—Yo dormiré en el sofá —dije.

Kevin guardó silencio.

En cuando ambos entramos a la habitación, nos quedamos con la boca abierta y completamente quietos.

La habitación estaba intensamente iluminada por un millón de velas pequeñitas, repartidas por cada rincón. Entré lentamente, contemplando con sorpresa cómo, sobre la cama, alguien había esparcido pétalos de rosas. Encima de la almohada había una botella de champán.

—¿Qué demonios…? —comencé.

Kevin me interrumpió con una carcajada cuando, a mi espalda, encontró un bote de nata montada sobre la cómoda.

—Parece que alguien ha creído que nos lo íbamos a pasar muy bien —dijo.

Yo entorné los ojos al mirarle. ¿Él había hecho todo eso? Pareció leerme la mente, porque habló enseguida.

—No he sido, yo si eso es lo que te preguntas. A mí no me gustan estas tonterías.

Fruncí los labios al oírle. Tenía la voz dura, nada que ver con lo agradable que me había parecido mientras nos besábamos y compartíamos risas y susurros secretos, apenas una hora antes.

—¿Y quién ha sido? —dije con voz sarcástica.

—Seguramente… Nessie.

Mierda. Mierda. Joder.

En silencio comencé a recoger los pétalos de rosas de la cama y a tirarlos a la papelera. Era algo triste, destrozar así el esfuerzo que Nessie había hecho para darme un buen cumpleaños. Sentí ganas de llorar cuando Kevin comenzó a soplar las velas, apagándolas. Si Nessie supiera lo que ocurría en realidad…

Tampoco me quitaba de la cabeza lo que Kevin me había contado el día anterior: que Angus y Trevor estaban traficando con metanfetamina para lograr prepararse ante la guerra con los Red Dragons.

Cualquier día, esa guerra podría tener lugar y yo quedaría metida en el medio de todo ese revuelo sin apenas darme cuenta. Y en ese momento tendría que saber cómo actuar perfectamente, sin dudar ni un solo segundo.

Un fuerte ruido me sobresaltó de pronto. Mi corazón pegó un salto al pensar que era un disparo, pero volví a respirar con normalidad cuando me giré y vi que Kevin acababa de abrir la botella de champán.

—¿Qué haces? —pregunté bruscamente.

—Tú no te la ibas a beber ¿no? —dijo retóricamente—. Pues eso.

Bebió un largo trago del espumoso líquido y la dejó sobre la mesilla.

—¿Vas a dormir aquí estando borracho? ¡Perfecto!

Sus ojos azules despidieron furia de pronto.

—Si te voy a molestar, también puedo no dormir aquí. Estoy seguro de que, por aquí, encontraré un sitio donde dormir, más cálido y cómodo. Y con mejor compañía —añadió.

Yo abrí la boca, ofendida. Sabía lo que esa “cama cálida y cómoda” quería decir, y me sentaba peor que una patada en el estómago.

—¡Vete con Tracy si es lo que quieres! —exclamé. Cogí el bote de nata y se lo tendí agresivamente—. Llévate esto, seguro que os hace falta.

Él agarró el bote con decisión, pero de nuevo lo volvió a dejar encima del armario. Entre su expresión dura, soltó una sonrisa irónica.

—Tranquilízate, Lana. Dicen que los celos pican mucho.

¿Por qué era tan canalla y tan imbécil? ¿Y por qué me molestaba tanto que supiera que estaba celosa?
No podía creer que, después de los besos de esa noche y de todo lo que había ocurrido en mi cumpleaños, fuera capaz de irse con Tracy y acostarse con ella sin el menor remordimiento de conciencia.
De nada me servía fingir que no me sentía atraída por él, como también yo le gustaba a él.

—Tú debes de saberlo bien. ¿Te picó ver a mi… amigo en la puerta de mi casa el otro día?

Antes de abrir la puerta e irse, Kevin sólo me dedicó una última frase:

—La diferencia entre tú y yo es que yo no intento negar que hay algo entre nosotros.

Y cuando se fue, yo sólo pude quedarme mirando fijamente la bolsa que contenía el colgante que Kevin me había regalado  por mi cumpleaños.
Los celos me picaron durante toda la noche.

***

Era pronto, apenas las diez de la mañana aún.

Bajé las escaleras que daban a la sala principal del club y abrí la puerta.
Me disponía a buscar algo para desayunar e intentar evitar que Nessie me viera y me acosara con todo tipo de preguntas que yo no sabría cómo responder.

Tras toda la noche pensando, había llegado a la conclusión de que no era tan malo que a mí me gustara Kevin. De hecho era algo natural, ¡las personas estaban hechas para atraerse unas a otras!

No debía negármelo a mí misma, eran cosas que pasaban. Simplemente tendría que fingir ante mis superiores y compañeros de trabajo que esa atracción no existía, puesto que ya sabía que no podía hacerlo ante Kevin.

La sala estaba vacía, imaginé que todos estaban en el gran patio exterior.
Me dirigí allí andando lentamente, cuando, de inmediato, alguien me sujetó por el cuello y me pegó a su cuerpo, obligándome a doblarme en un ángulo doloroso.

—Qué poco has tardado en ir donde Kevin con el cuento de nuestro nuevo asunto —reconocí ese susurro malévolo. ¡Era Trevor Smith!

—Suéltame, ¡idiota! —grité.

Él me agarró aún más fuerte, haciéndome daño en el cuello, mientras retorcía mi brazo de forma aún más dolorosa. Gemí, dudando de si debía soltarme. Hice un poco de fuerza durante unos segundos, para comprobar hasta qué punto era hábil mi adversario.
Él me apretó más aún, pero, por cómo lo hizo, en un movimiento que también le resultaba incómodo a él, supe que me sería extremadamente fácil soltarme. Decidí esperar.

—La próxima vez cierra la boca, ¿de acuerdo Lana? —dijo, jadeando muy cerca de mi oído.

Quizás podría aprovecharme de la situación, Trevor no parecía demasiado inteligente, eso estaba claro.

—¿Pero por qué no puede enterarse Kevin? —dije con voz estúpida.

—¡Cállate! —exigió—. Él no tiene nada que decir sobre nuestros negocios con los Red Dragons.

¿Negocio?

¿Red Dragons?

De pronto encajó todo. Por eso lo mantenían en secreto… ¡se estaban aliando con los Red Dragons!
Pero… ¿por qué? Se suponía que eran sus mayores enemigos, unos sanguinarios y unos asesinos…

Me quedé confusa de pronto. ¿Desde cuándo llevarían haciendo tratos con ese club? Además de que, al hacer eso, Los Tigres  de L.A. estaba traicionando a Los Santos…

Necesitaba saberlo. Ya.
Pensé alguna nueva manera de sacar información a Trevor, pero no se me ocurría nada más, y su agarre me estaba haciendo bastante daño…

—No le diré nada más, te lo juro —dije con voz lastimera, esperando que ese imbécil me soltara de una vez.

Pero no lo hizo, en vez de eso bajó una de sus manos por mi cintura y, durante apenas unos segundos, trató de introducirse por dentro de mi pantalón. Junto a mi oído, el chico seguía jadeando por el esfuerzo.

—Veamos qué es eso que vuelve tan loco a Kevin… —dijo, provocándome una arcada.

¡Será cerdo! Fue lo único que pensé.

No quise esperar más. Con mi codo libre (puesto que no me estaba agarrando correctamente para inmovilizarme) le asesté un fuerte golpe en las costillas. Él se retorció, pero no llegó a soltarme. Entonces yo aproveché toda mi fuerza y mi posición para darle la vuelta y situarme tras él, agarrándole el cuello e inmovilizándolo del todo. Cualquier movimiento por su parte resultaría profundamente doloroso.

—Muévete y te rompo el brazo —amenacé.

Mi tono de voz cambió, fui decidida y firme.

Noté que le costaba respirar. Menudo cabronazo…

A mi espalda oí un movimiento, por lo que me giré rápidamente, provocándole un punzante dolor en el hombro. Seguramente Trevor estaba pensando que se lo había desencajado en ese momento, pero no era así… aún.

Detrás de mí estaba Kevin, que me miraba con intensidad.

—¿Qué está pasando? —dijo.

—¡Kevin, Kevin! ¡Ayúdame, joder! —sollozó Trevor.

De una patada me deshice del hombre, haciendo que cayera al suelo pesadamente. Se levantó como pudo, de forma patética.

—Ha intentado forzarme —dije, de nuevo con voz suave—. Pero no ha tenido en cuenta que yo sé defenderme.

Las piernas de Trevor temblaban, pero por fin se mantuvo en pie y me señaló con el dedo, con una mirada confusa en el rostro. Estaba pálido.

—¿Qué cojones has hecho? —casi gritó— ¿Quién coño eres?

Kevin se adelantó, colocándome tras su espalda. Miró a su amigo durante unos segundos. Parecía querer agarrarlo de la camisa y rompérsela de un solo tirón, pero fue capaz de contenerse y descargó toda su rabia en unas palabras.

—No vuelvas a tocarla —su voz fue clara y tan fría que casi logró helar mi propia sangre—. En tu puta vida.

El temblor de Trevor no remitió, pero Kevin lo ignoró, pasó su brazo por mi hombro y me condujo al patio.
El contacto de su piel era cálido y tranquilizador. Y entonces, simplemente, me recosté en su hombro.

Me habría gustado abrazarle.

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Tags: #acción