De gatos y humanos.
Unas patitas golpearon contra el cristal que da al balcón acompañado de un fuerte maullido, llamando la atención de la -sin auriculares- pelirroja que entrenaba en el salón de su casa.
—¡Suki, Suki, mira! ¡El amigo de Cati volvió! —vocifera Eiji, yendo a abrir la ventana para que el animal pasase.
Entonces Bakugō, que está en el sillón con la laptop encima, le responde—Uh, espántalo, que no joda... Y ya lo estás alzando, ¿verdad? —Se acaricia el puente de la nariz. Ni siquiera necesita voltear a verle para darse cuenta de ello.
—¡Sí! —dice mientras acaricia el pelaje azabache. Se pone frente a su novia y ella le observa con desaprobación. Kirishima se lo extiende—. ¿Podríamos quedárnoslo? ¡Por favor, es muy lindo! ¿Qué nombre le pondremos?
—No, Eiji. ¡Aleja esa cosa pulgosa de mí!
—¡No es pulgoso, es lindo! —exclama ofendida—. ¡Ya sé! ¿Qué tal si lo llamamos Shiba?
Katsuki suelta un suspiro. Su novia siempre es tan... apegada y tonta, saliendo con una idiotez nueva todos los días incluso desde antes de empezar a vivir juntas. «¿Quién me mandó a enamorarme de ella?», piensa.
Son interesantes, cuánto menos, sus ocurrencias.
—Eiji, amor, cielo. En el contrato del depa dice que apenas y se puede tener una mascota pequeña y silenciosa. ¡Por poco y echan a la gata de aquí como para tener que soportar a otro felino!
—Y pero, el vecino de arriba tiene dos perritos... Además, Cati no molesta a nadie, de hecho-...
—¡Pero a mí sí me molesta! —interrumpe, antes de volver su vista a la pantalla—. Bueno, hace lo que quieras, menos quedarte con esa bolas de pelo.
—Oh, vamos Katsuki —Hace un puchero—. No seas así...
No recibe respuestas más que un Tch, así que decide sentarse al lado de su molesta novia, bajando al animal y apoyándose en ella. Comienza a contarle su vida.
—Cuando era pequeña, nunca pude tener una mascota.
La rubia teclea con fervor sin atisbarle siquiera.
—A mi papá no le gustaban y creo que mi mamá es alérgica al pelo de gato...
—Ah.
—Así que ella se compró un dinosaurio.
—Qué bueno.
—Sí, porque no tienen pelos.
—Muy inteligente, la verdad...
—¡Bakugō, ves cómo no me haces caso!
—Sí que te hago caso —La mira reojo—. Te presto la atención suficiente como para que no me pegues tu idiotez.
—¡¡¡Ah!!! ¡Pues tú...! —Se queda sin saber qué decir—. Tú... eres imposible.
La pelirroja se levanta del lugar, ofendida, para retirarse a su habitación en busca de algunas cosas. En tanto, Katsuki ni se inmuta de ello. Sigue inmersa en sus actividades hasta que la morena vuelve a la sala con algunas correas en mano.
—Estás siendo caprichosa —suelta la rubia, viéndola de reojo.
—Istis siindi ciprichisi.
Tras hacerle burla como una niña, procede a ponerle un collarcito y una correa roja que tenía demás al gato negro. Luego, toma sus llaves de arriba de la mesa y se dirige a la entrada.
—Kirishima, espera, ¿qué mierda haces?
—Salir a pasear con Cati y su amigo, ¿no es obvio?
Katsuki contempló incrédula a su pareja, analizándola. No tiene tiempo para discutir ahora, debe estudiar, así que respondió con calma, volviendo a sus viejas acciones con frialdad.
—... Está bien. Ten un buen paseo, entonces.
—Eso haré.
La teñida salió sin despedirse con los dos felinos en brazos, retumbando la puerta al cerrarla. Bakugō bufa.
—Ya va a volver...—musita para sí la rubia.
Aunque lo cierto es que el departamento se siente solitario sin ellas.
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