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Vulgaridades.

Dipper estaba teniendo un día horrible.

Como si no hubiera sido suficiente despertar en la cama de su rival semi-desnudo, el dolor de cabeza, el ardor en su estómago y los deseos de mudarse a Seattle, cambiarse el nombre a Tyrone o simplemente desaparecer del mundo no terminaban por arruinar lo que pudo haber sido un perfecto domingo, la vergüenza que sentía por si mismo y el temor del lunes por venir sí lo hacían.

Los recuerdos lo atormentaban. Cada escena que lograba reconstruir era solo un cruel recordatorio humillante de lo estúpido, necesitado y completamente fuera de control que había estado la noche anterior. Dipper sabía que su dignidad ya era frágil y cuestionable, pero lo que había hecho esa noche había destrozado cualquier rastro de orgullo que le quedaba.

Esa noche había sido, sin duda, su peor humillación hasta la fecha.

Y eso considerando que buena parte de los eventos seguían envueltas en una niebla de confusión y lagunas mentales. No lograba recordar con exactitud casi nada de lo que habían hablado, aunque estaba seguro de que esa parte debía haber sido aún más humillante. No quería ni imaginarse qué clase de cosas pudo haber soltado por accidente, qué tipo de confesiones habían escapado de su boca sin filtro alguno.

Sin embargo, una pequeña y contradictoria parte de él deseaba recordar mejor esas conversaciones, en lugar de las escenas que su memoria insistía en revivir con lujo de detalle. ¿Habían hablado de algo importante? ¿Habían dicho algo que realmente valiera la pena recordar?

El pensamiento lo hizo soltar una risa amarga y cansada. Qué absurdo. ¿Bill Cipher hablando en serio sobre algo? Imposible. Dipper nunca sería capaz de creer algo así, ni siquiera bajo las circunstancias más extremas. Si había algo que tenía por seguro sobre el rubio, era su capacidad impresionante para convertir incluso los momentos más serios en algún tipo de burla cruel.

No importaba, nada de lo que hubieran hablado podría cambiar lo horrible de aquello que si lograba recordar. Habían fragmentos demasiado nítidos, demasiado vergonzosos, que se repetían en su mente sin parar. Esas eran las partes que lo hacían querer desaparecer bajo tierra para siempre.

Por ejemplo, sabía que había bailado con el rubio una canción de La La Land. Sí, bailado "juguetonamente" con Bill, su "rival". También recordaba que Vanessa cantaba de una manera cuestionable —un pequeño consuelo, si es que lo era—, y que en algún punto había cantado "Womanizer" de Britney Spears, dedicándosela "indirectamente" al mayor. Ese recuerdo en particular era un golpe en su orgullo, se moría de la vergüenza ante ese recuerdo y se negaba a aceptarlo del todo, eso era algo que prefería clasificar como un delirio inducido por el alcohol y no como un hecho real, sólo había sido una coincidencia y definitivamente no se la había dedicado del todo, mucho menos esa parte. Finalmente su último recuerdo lúcido era el rubio cantándole una canción de una serie que debía parecerle grotesca y que no lo hacía del todo, pero eso le daba igual, tenía problemas más grandes como para darle importancia a ese detalle.

Uno de ellos era lo que no podía perdonarse, lo peor, lo más atroz y el recuerdo que se negaba a aceptar bajo cualquier circunstancia, era él, Dipper Pines, cantándole Toxic a Bill. ¡Toxic! No podía ser cierto. Era imposible. No había manera. Ese recuerdo era una mentira, una cruel pesadilla que su mente le estaba jugando como castigo por ser tan idiota y descuidado con el alcohol. Claro, había un vacío incómodo en su memoria si se saltaba ese recuerdo, pero eso... ¡Eso no podía haber pasado!

Lo de Womanizer, bueno, podía medio entenderlo. Había un cierto nivel de comedia en la idea, aunque esa parte de la canción en específico seguía siendo mortificante. ¿Pero Toxic? ¡Y dedicándosela a Bill! La idea era demasiado para él.

Luego venía la parte más borrosa, esa que prefería no recordar pero que su mente, cruelmente, se encargaba de traer de vuelta cada que podía. Recordaba, aunque vagamente, estar sentado en las piernas del mayor después de cantar, besándolo como si no existiera nada más en el mundo que pudiera hacerlo feliz. Lo había besado tantas veces que había perdido la cuenta, y luego, tambaleándose y probablemente riéndose como un tonto durante todo el camino, había llegado a la habitación del rubio... solo para continuar besándolo y, cómo no, volver a sentarse en sus piernas.

¿Qué demonios tenía con sentarse ahí?

Se llevó las manos a la cara al pensarlo, ocultando su vergüenza tras sus dedos. Estaba más que seguro de que los Cipher tenían suficientes sofás, sillones y hasta sillas de diseñador para elegir, pero no, él tenía que aferrarse a Bill como si no existiera otro lugar en el mundo para él.

"¿Por qué había sido tan estúpido?", pensaba y cada vez que lo hacía, la conclusión era la misma: él era, sin lugar a dudas, una vergüenza andante.

Pero, tal vez —solo tal vez— estaba exagerando ligeramente sobre el horror de Toxic, porque si era completamente honesto consigo mismo, eso no era solo lo que lo mataba de la vergüenza. No. Lo verdaderamente insoportable era lo que había sucedido después.

Todavía podía sentir el rastro de los besos que había dejado en el torso desnudo de Bill, como si sus labios se hubieran memorizado cada roce. Había besado su piel con una intensidad y fervor que prefería atribuir al alcohol. Claro, esa era la explicación fácil, la excusa cómoda. Pero, que en el fondo, sabía que era una mentira. Porque recordaba perfectamente cómo no había querido detenerse. Ni un instante. Incluso cuando—si no estaba imaginando cosas—el rubio había intentado hacerlo entrar en razón.

Oh, eso le pasaba por no tomarse nunca en serio las cosas que le decía Bill. Por única vez en su vida, deseó haberlo hecho. Deseó haberle prestado atención, haberle hecho caso. Quizás eso lo hubiera protegido de sí mismo, de su maldita impulsividad y, sobre todo, de las consecuencias de sus propias acciones.

Porque ahí estaba lo peor: él, Dipper Pines, había terminado haciendo algo de lo que culpaba enteramente a Mabel. Después de todo, era totalmente su culpa que tuviera esa idea tan... ¡vulgar! Enterrada en su cabeza. Si no fuera por esos estúpidos cupones, estaba seguro—casi seguro—de que nunca habría hecho algo tan absurdo.

No. Se corregía. Estaba totalmente seguro de eso.

Y como si todo lo anterior no fuera suficiente para matarlo de vergüenza, también recordaba haber implorado. Implorado. Rogado. Por la atención de Bill como si su dignidad no valiera absolutamente nada. Había suplicado por un roce, por un contacto, que ahora lo atormentaría el resto de su vida. Había sido un desesperado, necesitado, y absolutamente patético desastre.

Pero claro que el universo siempre encontraba maneras de empeorar las cosas, porque también recordaba con horror haber vomitado en el baño del mayor, todo mientras éste lo sostenía entre sus brazos. Una vez superado ese desastre, creía haber aceptado una playera que el mayor le ofreció para dormir, porque claro, no podía simplemente desaparecer o irse corriendo de ahí. No. Tenía que regresar a la cama del rubio, abrazarlo como si fueran una maldita pareja y, lo peor de todo, sentirse protegido en sus brazos.

Había buscado refugio en los brazos del mismo Bill Cipher, ese idiota arrogante que, sin embargo, lo había hecho sentir tan protegido, tan seguro a su lado... incluso cuando creía recordar haberle pedido, en medio de su miseria, que no se burlara de él.

¿En serio le había pedido eso? Él esperaba que no. ¿Qué tan patético tenía que ser para llegar a ese punto?

Todo era un desastre. Él era un desastre. Y en ese preciso instante, Dipper deseaba con todas sus fuerzas que un agujero negro se abriera bajo sus pies y lo tragara para siempre.

Sin embargo, si era completamente honesto—si se atrevía a admitir—lo que lo atormentaba más que nada mientras intentaba con todas sus fuerzas seguir con la normalidad de su día, lo que verdaderamente lo dejaba sin aliento, lo que hacía que quisiera arrancarse el alma a pedazos, lo que hacía que su pecho doliera y su cabeza diera vueltas, era esa imagen.

La imagen de Bill Cipher sonrojado, con su cabello rubio despeinado, visiblemente agitado. Y esos ojos. Esos malditos ojos dorados. Mirándolo con algo que iba más allá del deseo. Algo tan profundo, tan intenso, que cada vez que lo recordaba, sentía como si el aire lo abandonara.

Esa imagen era un golpe directo a su cordura. Y Dipper trataría de ignorarla con todas sus fuerzas, pelearía hasta el cansancio contra ella porque, por mucho que quisiera negarlo, esa mirada no solo lo perseguía. No. Lo atormentaba, lo agitaba, y lo hacía querer algo que no se atrevía a nombrar. Algo que temía tanto como deseaba.

Así que cuando llegó a su casa, con su suero y aspirina, agradeció internamente a Vanessa. La rubia había tenido la sensatez de avisarle a sus padres que él "pasaría la noche en casa de un amigo" usando su teléfono. Supo que había sido ella al leer el breve mensaje que dejó en su chat, lo que le ahorró una conversación incómoda con sus padres al llegar.

Y como si el universo quisiera darle un pequeño respiro, descubrió que Mabel no estaba en casa. Su primer y casi único golpe de suerte porque al parecer, sus padres tampoco sentían la necesidad de interrogarlo sobre su paradero. Después de todo, confiaban en él. Era un ejemplar del buen comportamiento: responsable, estudioso, con una vida social tranquila, y, una vida romántica inexistente como para causar sospechas fuera de lo común.

Por ahora, nadie había notado las marcas en su cuello. Pero Dipper sabía que esa suerte no duraría para siempre.

Esas estúpidas marcas necesitaban desaparecer.

Ya.

[...]

Dipper no sabía que estaba haciendo, y el tutorial no le estaba ayudando en nada.

Frente al espejo de su habitación, veía con atención lo que la chica hacía en el video, intentando imitar cada paso, pero fallando miserablemente en el intento, él no entendía nada. 

Corrector verde... ¿de dónde se suponía sacaría eso? En el maquillaje que se había robado de Mabel solo había uno del tono de piel de su hermana, y aunque se asemejaba lo suficiente al de él, no tenía idea de si eso funcionaría igual para cubrir las tonalidades rojas y moradas de su cuello.

Se apresuraba, lanzando miradas nerviosas hacia la puerta. Su hermana podía regresar en cualquier momento y, si lo encontraba revisando su maquillaje, haría preguntas que él no estaba listo para responder. Jamás pensó que terminaría en una situación como esta, pero no tenía opción. 

Respiró hondo y volvió a mirarse en el espejo, tratando de seguir los pasos de la chica del video, no importaba si no tenía el corrector, improvisaría con la paleta de sombra de ojos de la chica para hacer uno verde.

Era eso o salir a la calle con el cuello decorado con la marca personal de Bill Cipher. Y Dipper se negaba rotundamente a que alguien se enterara de aquello. No le iba a dar el gusto a nadie de saber lo que había pasado la noche anterior, en especial a Mabel. Después de todo, ¡había sido su culpa que terminara en esa situación!

Y solo eran dos marcas, sí, pero eso no las hacía menos horribles ni vergonzosas. Eran un recordatorio visible de su momento de debilidad, de su completa falta de juicio. ¿Cómo demonios había permitido que pasara algo así? El hecho de que estuvieran perfectamente colocadas a cada lado de su cuello lo seguía haciendo sentir como un completo imbécil. Claro, a Bill le había parecido graciosísimo decir que era para que se viera "simétrico" porque el maldito estaba demente y era un estúpido.

Aunque a decir verdad, al menos había sido menos avaricioso que él. Dipper no podía decir lo mismo de las marcas que él mismo había dejado en el rubio. ¿En qué estaba pensando? Recordar la manera en la que sus labios habían explorado el torso, la cintura e incluso los muslos del mayor con esa posesividad y codicia se sentía incluso más vulgar que lo que había hecho después. Estaba enfermo.

Y si todo eso no era suficiente para sentirse miserable, el recuerdo de la escena de esa mañana lo golpeó con fuerza, haciendo que su rostro se encendiera fuertemente. Bill, con esa sonrisa arrogante que podía ser tan exasperante como hipnotizante, le había mostrado cada marca con una burla provocadora, asegurándose de señalar cada detalle con sus largos dedos.

Su tono relajado y burlón en la voz del rubio aún hacía hervir la sangre de Dipper. Y no era el tipo de hervor asociado al enojo, no solamente. Porque su cuerpo, traicionero como siempre, todavía podía sentir el calor de los labios de Bill sobre su clavícula, todavía podía recordar el escalofrío que lo recorrió cuando el mayor deslizó sus dientes sobre su piel.

Negó rápidamente con la cabeza, tenía que cubrir las marcas, no revivir la noche pasada. Pero justo cuando se inclinaba de nuevo hacia el espejo para seguir con el tutorial, la puerta de su habitación se abrió sin previo aviso.

—Dipper... ¿qué estás haciendo? —preguntó una voz familiar desde la entrada.

El mencionado saltó, casi tirando el maquillaje al suelo. Giró hacia la puerta rápidamente, con ambas manos intentando esconder lo que hacía.

—¡No mires, no mires! —gritó, cubriendo su cuello.

El recién llegado, un chico de cabello castaño oscuro y rostro cansado, lo observó de arriba a abajo. Y seguido, cerró la puerta detrás de él mientras suspiraba profundamente.

—Pines, dime que no estás ocultando lo que creo que estás ocultando —murmuró con un tono entre rendido y burlón.

—No lo estoy —mintió Dipper descaradamente, aunque sabía que era inútil—. No estoy ocultando lo que tú crees que estoy ocultando.

—Por favor —replicó el otro, rodando los ojos—. Solo dime que esas marcas no son de Bill. Me gustaría creer que mi amigo aún conserva algo de dignidad.

Dipper frunció el ceño, apretando los labios en frustración.

—Cállate, Wirt —masculló, bajando la mirada, completamente derrotado—. ¿Cómo te atreves a insinuar tal cosa?

El mencionado se acercó con calma, apartando las manos de Dipper de su cuello con sorprendente facilidad. Examinó las marcas con detenimiento, y su expresión cambió al instante reconociendo la particular marca del rubio. 

"Vaya, los rumores eran ciertos", pensó Wirt con una sonrisa burlona y curiosa que se extendió por su rostro mientras negaba con la cabeza.

—No puedo creerlo... —dijo con un tono lleno de diversión—. Así que ya llegaste a esa base con tu "novio". ¿Quién diría que tenías eso en ti?

—¡Wirt! ¡No es mi novio! ¿Qué te hace creer tal tontería? —protestó Dipper, pero su tono quebrado y la forma en que sus palabras salieron apresuradas traicionaron cualquier intento de autoridad o molestia genuina—. ¡Y no hicimos nada! ¿Qué te pasa? ¿Qué está mal contigo?

—Tienes razón, Bill nunca tendría novio —respondió Wirt, sin perder esa sonrisa burlona que su amigo quería arrancarle de la cara—. Aparte, ¿qué está mal conmigo? Creo que más bien sería; ¿qué está mal contigo? Porque esas marcas dicen otra cosa sobre lo que hicieron juntos.

Al escuchar las palabras de su amigo, el dueño de la habitación sintió como lo abofeteaban. Era una verdad que todos sabían, pero escucharla en voz alta, dicha de esa manera, por alguien que no era su cabeza, lo hizo sentir como si algo doloroso se hubiera asentado en su pecho. No solo estaba mal de la cabeza por permitir que eso pasara, sino que lo otro también era verdad. Todo el mundo lo sabía. Bill Cipher no tenía novias, ni novios o cualquier tipo de relación seria, no creía en eso. Y Dipper, claramente no era la excepción.

Era solo otro de las muchas personas con las que jugaba, lo que había pasado la noche anterior no era algo que nadie haya experimentado antes que él, y aunque el rubio siempre se esforzaba en hacerlo sentir especial... no lo era. No significaba nada. 

Un nudo se formó en su garganta, acompañado de una presión incómoda en su pecho que no quería admitir que era dolor.

—Te odio —murmuró Dipper, apartando la mirada rápidamente, incapaz de sostener el contacto visual. El calor en su rostro seguía ahí, pero esta vez ya no era solo vergüenza, sino algo más molesto.

—Lo siento, no pude evitarlo —respondió Wirt entre risas, como si no hubiera notado lo que sus palabras habían provocado.

El dueño de la habitación bufó, pero no podía quedarse callado.

—"Lo siento, no pude evitarlo" —repitió en un tono infantil y lleno de sarcasmo, mientras rodaba los ojos con más filo del que había planeado.

—Tranquilo, Pines. No te voy a juzgar por lo que hiciste con él —contestó su amigo, divertido, con un tono que no ayudaba en absoluto—. Pero el hecho de que estés tan a la defensiva me preocupa. ¿Llegaron tan lejos? ¿Ya podemos dar por terminada la apuesta de la escuela?

La carcajada que acompañó su comentario fue la gota que colmó el vaso. Dipper apretó los puños y lo miró mal, aunque sabía que cualquier intento de intimidar a Wirt era inútil.

La maldita apuesta. 

Había oído sobre ella más veces de las que podía contar, siempre rondando los pasillos de la escuela, alimentada por los chismes de los estudiantes aburridos. Según la mayoría, Dipper y Bill acabarían matándose en alguna de sus peleas y terminarían en el hospital. Para otros, lo inevitable era que terminarían en la cama del rubio juntos, porque claro, ¿qué otra cosa podía explicar lo que tenían?

Y, por supuesto, Xólotl había organizado una maldita apuesta al respecto, que nunca paraban de recordarle a ninguno de los dos. Él sabía que al menos todos sus amigos, incluyendo su propia hermana, habían apostado en ella. ¿De qué lado? Dipper solo temía lo peor.

—¡Claro que no! —respondió el chico histérico, sonrojándose un poco—. ¡No soy tan tonto como para hacer eso!

Pero incluso mientras lo decía, su mente lo traicionaba, recordándole el sabor y la textura de su piel bajo sus labios la noche anterior. Recordándole el calor de los brazos de Bill, las caricias suaves y tranquilizadoras que había dejado mientras lo sostenía, y cómo, a pesar de todo, había terminado durmiendo en la cama del rubio, buscando su calor como un idiota desesperado.

Era mentira.

Sí, había terminado en la cama de Bill Cipher. Pero no de la manera que todos pensaban, no de la que Wirt insinuaba con tanta facilidad. La apuesta seguía en pie. No habían cruzado esa línea, incluso cuando ambos sabían que podían haberlo hecho. Solo habían dormido juntos... con alguna que otra distracción de por medio. ¡Pero incluso Bill lo había dicho! No se habían acostado juntos, no de esa manera. Y si ninguno lo contaba como tal, aún no había una recompensa que cobrar.

—Aparte, ¿qué estás haciendo aquí?

—Vine a hacer el proyecto que planeamos adelantar hoy, pero el cual, por lo visto, olvidaste por andar haciendo otras cosas... con tu no-novio —Wirt alzó una ceja, disfrutando de la incomodidad de su amigo.

Pero este solo le lanzó una mirada que podía haberlo matado ahí mismo, a lo que el chico solo le sonrió inocencia.

—Supongo que tendremos que posponerlo para resolver... tu situación.

Dipper dejó caer los hombros con resignación, derrotado por la inevitabilidad de la conversación.

—¿Harías eso por mí? —preguntó, casi rogando.

—Claro, no podemos permitir que todo el mundo vea tu cuello así. Todos van a saber que son de Bill —replicó Wirt—. Tenemos que proteger lo poco que te queda de reputación.

—Ja, ja. Muy gracioso —respondió rodando los ojos, su tono lleno de sarcasmo—. Pero gracias, supongo.

—Agradece mejor que al menos sé qué podemos hacer en esta situación —añadió su amigo con tranquilidad—. Beatrice debe saber cómo esconderlos.

Dipper arqueó una ceja, intrigado.

—¿En serio? —el castaño le lanzo una mirada picara sonrojando al chico.

Wirt, sintiéndose atrapado, parpadeó rápidamente, sus mejillas enrojeciendo al instante.

—¡No por lo que tú crees, tonto! —balbuceó nervioso, agitando las manos como si intentara disipar cualquier idea errónea—. Beatrice sabe de maquillaje, ¿okay? Una vez se disfrazó de un azulejo para un concurso de disfraces y ganó. Ella te puede ayudar a encontrar algo que cubra eso.

Se detuvo un momento, dándole a su amigo una mirada severa.

—Porque, Dipper, más te vale encontrar un corrector decente que cubra eso, porque si Mabel lo ve... te va a devorar vivo.

El mencionado soltó un suspiro pesado, agobiado por la imagen mental de su hermana gemela haciendo preguntas incómodas y, probablemente, sacando conclusiones aún peores.

—Ni me lo digas —respondió, y se pasó una mano por el rostro, agotado por la idea de que eso pudiera pasar—. Llama a Beatrice, por favor.

[...]

Horas después, Dipper estaba sentado en el borde de su cama mientras Beatrice examinaba su cuello con un gesto crítico. Wirt, recostado en una silla, miraba la escena con una mezcla de diversión y curiosidad. La chica había ignorado todo y a todos con la intención de analizar a detalle la situación de su amigo y cuando terminó, finalmente habló:

—Si quieres aprender a cubrir esas marcas con el maquillaje que te acabo de comprar, necesito saber toda la historia —le dijo viendo severamente a Dipper para luego ver a su novio antes de depositar un beso en su mejilla—, hola pelele.

Dipper dejó escapar un quejido, cubriéndose el rostro con las manos como si eso pudiera esconderlo de su penosa realidad. Despertar en la cama de Bill Cipher con una resaca monstruosa, tener que escabullirse como un ladrón para robar la cosmetiquera de Mabel y luego pedirle a Beatrice que le comprara maquillaje no era exactamente el tipo de domingo que había planeado tener alguna vez en su vida. Pero ahí estaba, contando una versión cuidadosamente editada de los hechos, reduciendo todo a un vago "pasaron cosas", mientras evitaba cada detalle que pudiera hundirlo más en la vergüenza.

Porque nadie, ni siquiera Beatrice y Wirt, necesitaba saberlo todo. Nadie tenía por qué escuchar sobre los cupones de Mabel, ni de cómo Bill lo había "acariciado". Nadie tenía que enterarse de cómo el rubio lo había envuelto en sus brazos tan firme mientras dormían que hacía que el mundo pareciera menos hostil, ni de las cosas que Dipper fingía no recordar, pero que aún lo hacían ruborizarse. Todo eso lo guardaría para sí mismo.

Aceptaba, con mucha resignación, que se había besuqueado con Bill durante horas. Que había permitido, incluso animado, a que el rubio se tomará su tiempo en dejar marcas en su cuello. Pero lo demás, las cosas más íntimas y confusas, esas las llevaría a la tumba. Nadie podría sacárselas ni aunque su vida dependiera de ello.

—Ay, Mason Pines. Has caído más bajo de lo que creí —la chica se burló—. Es decir, ¿por Bill Cipher? ¿Tu enemigo mortal? ¡Tu antagonista! El mujeriego idiota que dices no soportar.

Dipper se hundió más en su lugar mientras escuchaba a Wirt reírse de eso, su rostro completamente rojo mientras la vergüenza lo consumía. ¡Ni siquiera sabían la historia completa! Pero eso solo lo hacía peor. Y si ya se sentía lo suficientemente juzgado por sí mismo, sus amigos solo estaban empeorando las cosas.

—No puedo decir que me sorprende del todo —continuó Beatrice, dándole una palmadita en el hombro como si estuviera dándole el pésame—. Pero tenía fe en ti, Pines. O sea, sí aposté que terminarían en la cama, pero no pensé que lo cumplirías.

—¿Disculpa? —Dipper se enderezó de golpe, su boca abierta en indignación—. ¿Apostaste en mi contra?

—No fue en tu contra. Fue a favor de la cama —la pelirroja se encogió de hombros, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¡Eso es en mi contra! —le reclamó, gesticulando furiosamente como una marioneta.

—No te preocupes, Dipper —se metió Wirt con una sonrisa inocente—. Yo aposté por ti.

—Gracias —el mencionado suspiró, genuinamente aliviado—. Al menos puedo confíar en ti.

—¿En serio? —Beatrice arqueó una ceja, claramente escéptica de su respuesta.

—Claro que no —su novio se inclinó hacia adelante con una sonrisa de oreja a oreja—. Nadie es tan tonto como para apostar que terminarían en el hospital.

El grito de frustración de Dipper resonó en la habitación en un eco de pura derrota.

—¡Los odio a todos! —exclamó, hundiendo su rostro entre las manos, escuchando a Wirt y Beatrice estallar en carcajadas.

Pero mientras la risa de sus amigos llenaba la habitación, una pequeña parte de Dipper sabía exactamente a quién odiaba más en ese momento. No a ellos. No. Odiaba especialmente a Bill Cipher, el único responsable de haberlo metido en ese desastre en primer lugar.

—Los detesto —reiteró, aunque la fuerza en su voz no coincidía con el sentimiento—. No sé por qué les cuento nada.

—Tal vez porque te estoy enseñando a cubrirte esos chupetones —intervino Beatrice con una sonrisa que rozaba la malicia—. Un corrector no hubiera sido suficiente para cubrir esas marcas.

—Y porque para eso estamos —añadió Wirt—. Si no nos burlamos de ti, ¿quién lo haría?

—¿Absolutamente todo el universo? —respondió Dipper, cruzándose de brazos derrotado—. Les juro que el universo está en mi contra.

La pelirroja chasqueó la lengua, como si no pudiera creer la situación.

—Aparte, ¿por Bill? —insistió, enfatizando el nombre como si fuera imposible—. ¿Cómo dejaste que esto pasara?

El castaño abrió la boca para responder, pero las palabras parecían quedarse atoradas en su garganta. Su mente se llenó de imágenes de la noche anterior: el calor del alcohol en su sangre, la música de Britney Spears, la risa despreocupada de Bill, su rostro sonrojado y luego, el desastre.

Podría culpar a la música de Britney, pero Dipper nunca sería capaz de hacer algo como eso. ¿Aparte quién sería capaz de culparla por su propia debilidad?

—Es que... —empezó, tambaleándose en sus propios pensamientos. Sintió el calor subir a sus mejillas, un rubor que traicionaba su intento de mantener la compostura—. ¡No sé cómo pasó! Todo fue muy rápido, estábamos cantando, estaba ebrio y Vanessa estaba ahí... ¡Y yo solo quería salir con Vanessa!

—¿Querías? —preguntó Beatrice, alzando una ceja con suspicacia—. ¿En pasado?

Quiero —corrigió rápidamente, como si las palabras pudieran arreglar algo—. En presente. Yo quiero salir con Vanessa. Aún quiero una cita con ella.

—¿Y qué tiene que ver ella con todo esto? —la pelirroja lo miró con incredulidad—. ¿Cómo querer salir con Vanessa termina con Bill besuqueando tu cuello? No me digas. ¿Te confundió el cabello rubio?

El castaño sintió el calor en su rostro intensificarse. Desvió la mirada, incapaz de sostener la de sus amigos.

—Puede ser que... se me haya salido de las manos —murmuró, frotándose nerviosamente la nuca—. ¡Todo fue culpa del alcohol! ¡Y todo el mundo siempre me dice que Vanessa es solo Bill con otro color de ojos! ¡No es mi culpa!

El silencio que siguió fue peor que cualquier comentario. Wirt estalló en carcajadas, mientras Beatrice lo miraba con las cejas levantadas, como si acabara de escuchar la excusa más absurda de su vida.

—¿Me estás diciendo que el alcohol hizo que confundieras a Vanessa con Bill? —preguntó Beatrice, mezclando severidad y escepticismo en su tono—. ¿Por qué se parecen excepto en los ojos? ¿De verdad no te pareció extraño que ella tuviera pechos y que Bill les lleve como 30 centímetros de altura? ¿Nada?

Dipper tragó saliva, buscando desesperadamente una excusa que no sonara tan ridícula.

—Estaba muy ebrio, no estaba pensando en eso —mintió, aunque el nerviosismo en su voz lo traicionaba por completo.

La pelirroja dejó escapar un suspiro, cruzándose de brazos con un gesto que decía más que mil palabras.

—Dipper, ¿estás escuchando lo absurdo que suenas? —insistió, esta vez con un poco de genuina preocupación.

—¡Sí, lo escucho! —exclamó, cubriéndose el rostro con ambas manos como si quisiera borrarse de la conversación—. Claro que lo escucho.

El peso de su propia estupidez lo derrotaba. Ni siquiera podía convencerse a sí mismo de su mentira. Sabía que el alcohol no era el verdadero culpable. Sabía que había tomado decisiones cuestionables mucho antes de que empezara a beber. Porque, al final del día, no era que hubiera confundido a Vanessa con Bill... era que, de alguna manera retorcida y totalmente en contra de su voluntad, había dejado de importarle la diferencia.

Y esa revelación lo aterrorizaba más que cualquier burla que sus amigos pudieran hacer.

Beatrice rompió el silencio, con un tono más serio del que Dipper esperaba.

—¿En serio sigues con el trato para salir con Vanessa? ¿Estás seguro de eso?

El chico evitó su mirada, sintiendo un nudo incómodo en el estómago.

—Ya te dije que sí... —respondió, pero ni siquiera él creía en sus propias palabras.

—Dipper, enfrenta los hechos —le regañó, inclinándose hacia él como si quisiera obligarlo a mirarla a los ojos—. ¿Todo esto pasó porque querías esa cita con Vanessa? ¿De verdad?

El castaño intentó responder, pero las palabras no salían de su garganta. Finalmente, encogiéndose de hombros, dejó escapar un suspiro derrotado.

—Bueno... tal vez a este punto solo quiera ganarle a Bill.

Beatrice parpadeó, confundida.

—O sea... ¿Qué quieres que Bill se enamore de ti?

El rostro de Dipper tomó un color tan rojo que competía con el cabello de su amiga.

—¡No! —balbuceó torpemente—. Yo pensaba más bien en que se rindiera... ya sabes, ganarle.

—¿Y por eso te besuqueaste con él? ¿Por eso se acostaron juntos? ¿Porque querías que se rindiera? —preguntó ella, levantando una ceja, sin creerle una sola palabra.

—¡No me acosté con el! —el color en sus mejillas incremento cuando ambos chicos miraron las marcas en su cuello, a lo que el castaño respondió cubriéndoselas con las manos—. ¡Si no lo recuerdo, no paso! ¿Okay?

Wirt dejó escapar una carcajada claramente disfrutando el espectáculo.

—¿Sabías que media escuela cree que están saliendo? —soltó la pelirroja mientras lo tomaba de los hombros, con toda la calma del mundo—. Los únicos que lo niegan son los que tienen un crush con Bill... o contigo. Incluso ya le empezaron a cobrar el dinero a Xólotl.

—¿Qué? —preguntó Dipper, completamente desconcertado.

—Sí —intervino Wirt, asintiendo con seriedad fingida—. No les parece muy normal que te vayas con Bill después de clases... TODOS los días. Así que están sacando conclusiones.

El dueño de la habitación se llevó una mano a la frente, intentando procesar lo que acababa de escuchar.

—Bueno, eso no importa ahora. No estamos saliendo —masculló, claramente incómodo antes de soltar una risa nerviosa—. ¿Quién creería que Bill saldría con alguien?

—Bueno, técnicamente nadie cree que están saliendo. Todo el mundo cree que se están acostando, pero no quería decirlo así... ya sabes, por el bien de tu cordura —le explicó Beatrice con tranquilidad.

El quejido que escapó de Dipper fue tan cargado de frustración que pareció un gruñido. La incomodidad en su pecho era horrible, pero decidió ignorarla. No tenía tiempo para pensar en lo que eso significaba. En cambio, se concentró en la rabia, en el desastre que era su vida en ese momento. ¿En serio todo el mundo pensaba eso de ellos? ¡Ugh! Odiaba a todos, pero especialmente a sí mismo por haber aceptado ese estúpido trato en primer lugar. ¿Qué había estado pensando? 

—¿Por qué no solo te rindes? ¿No sería más fácil? —preguntó la chica nuevamente—. Aún puedes terminar con esto antes de que empeore.

—¡Eso sería darle a Bill lo que quiere! —exclamó Dipper, cruzándose de brazos en un intento de parecer más firme de lo que realmente se sentía.

Pero mientras su boca lanzaba respuestas automáticas, su mente no dejaba de tropezar con las mismas preguntas. ¿En qué mundo le había parecido buena idea salir con Bill todos los días? Y, peor aún, ¿por qué parte de él no quería que terminara? Era claro que lo mejor y más sensato sería acabar con el trato de una vez, pero la sola posibilidad de que el trato llegará a su fin le ponía un nudo en el estómago que no podía ignorar.

¿Por qué su cerebro insistía en aferrarse a algo que claramente era un desastre esperando a suceder? La idea de terminar con toda esa tontería debería traerle alivio, pero en lugar de eso, lo llenaba de un vacío inexplicable que lo incomodaba más de lo que su cerebro podía soportar, todo estaba mal.

—Entonces, ¿prefieres acostarte con él? —se burló Beatrice con una sonrisa ladina—. ¿Dejar que todo el mundo crea que están juntos?

—¡Que no me acosté con él! —soltó Dipper, frustrado, alzando las manos como si eso le ayudará a enfatizar su punto—. ¡Y no estamos juntos! No vamos a estar juntos ni hoy, ni nunca. No va a pasar.

—Las marcas en tu cuello que acabamos de cubrir no me dicen lo mismo —intervino Wirt, con un tono más relajado pero igualmente filoso.

El castaño sintió cómo el calor subía a su rostro de nuevo.

—¡Estaba ebrio! —contestó, como si esa fuera la única explicación necesaria—. No estaba pensando con claridad.

Beatrice alzó una ceja, escéptica como siempre.

—Desde que aceptaste el trato dejaste de pensar con claridad.

Dipper apretó los labios, encorvándose ligeramente como si las palabras lo golpearan físicamente.

—Ya lo sé —murmuró finalmente, bajando la mirada hacia el suelo—. Me lo recuerdo lo suficiente a mí mismo como para también tener que escucharlo de ustedes. ¿Son mis amigos o mis enemigos?

—Los dos —respondió la pelirroja con una media sonrisa, aunque sus ojos reflejaban preocupación por él.

Dipper los miró mal y Wirt soltó una risita nerviosa, levantando las manos en señal de rendición.

—Okay, okay, lo dejamos por hoy.

—Sí, suficiente drama por ahora —aceptó Beatrice con una sonrisa más cálida—. Vamos a lo realmente importante, ¿la técnica quedó bien grabada en tu cabeza?

El castaño frunció el ceño, todavía sintiendo la vergüenza arder en sus mejillas, pero asintió.

—Sí... creo que entendí todo.

—Recuerda que tienes que sellarlo si no quieres que pase ningún accidente —repitió la chica por enésima vez—. No importa qué tan bien hagas lo demás, si no lo sellas y se corre, todo tu trabajo será en vano.

—Sí, sí... todo está perfecto —murmuró Dipper, haciendo un gesto vago con la mano como si quisiera acabar con la conversación de una vez por todas—. Lo tengo bajo control.

La pelirroja lo miró fijamente, mordiéndose el labio con una mezcla de preocupación y duda. Finalmente, suspiró y, como si tomara una decisión interna, añadió algo más.

—Mira, Dipper —comenzó con un tono más suave, uno que casi nunca usaba, lo que sólo lo puso más alerta—, no quiero insistir demasiado con este tema, pero tampoco quiero que esto termine mal para ti.

El mencionado abrió la boca para responder, pero Beatrice levantó una mano para detenerlo.

—No puedo obligarte a dejar el trato, pero tienes que pensarlo en serio. Todo esto... Esto se ve como el tipo de desastre que termina contigo sufriendo. Incluso si sigues adelante por Vanessa y ganas esa cita, no es como si ella fuera menos emocionalmente ausente que Bill. Y, aunque las razones sean distintas, las únicas relaciones que parecen interesarle son las de sus historias ficticias.

El castaño frunció el ceño, enderezándose un poco en su asiento.

—Tienes que recordar que nada te garantiza que realmente vayas a salir con ella a la larga. Al final de cuentas, solo apostaron por una cita, ¿no? —continuó Beatrice con firmeza—. Nada garantiza que vayan a ser novios, ni mucho menos.

Dipper desvió la mirada, sintiéndose incómodo bajo la realidad de su situación.

—Supongo, pero eso ya lo sabía, gracias igualmente —balbuceó torpemente—. Por un segundo me asustaste ahí.

—No es solo eso —añadió ella, su voz ahora más cautelosa—. Lo que de verdad me preocupa no es ella... es Bill.

—¿A qué te refieres? —preguntó el castaño, aunque el nudo en su garganta le decía que ya sabía la respuesta.

La chica abrió la boca, pero fue su novio quien la interrumpió.

—Beatrice tiene razón, Bill... puede ser... ya sabes... —intervino Wirt, mirándolo con una mezcla de compasión y cautela—, un mujeriego sin remedio, incapaz de tomarse algo en serio, de hablar de sus sentimientos... o de siquiera tenerlos. Y aunque pueda ser divertido a veces, esa horrible necesidad de competir entre ustedes siempre te pone en situaciones terribles. Esta parece ser una de esas.

El silencio que siguió fue doloroso y pesado. Beatrice, que parecía debatirse si debía o no decir lo que tenía en mente, finalmente se atrevió.

—Lo que queremos decir —dijo, mirándolo directamente con preocupación evidente—, es que parece que tienes sentimientos por él.

Dipper abrió los ojos de par en par, la incredulidad mezclándose con una irritación que no podía ocultar.

—No los tengo —replicó de inmediato, con un tono seco y cortante que pretendía terminar la conversación—. ¿Qué les hace pensar eso?

Sus dos amigos lo miraron en silencio, el tipo de silencio que pesaba más que cualquier palabra. Finalmente, Wirt suspiró y se cruzó de brazos.

—Solo queremos lo mejor para ti, Dipper —dijo con sinceridad—. Tal vez estamos equivocados sobre Bill, porque siendo sinceros, ni Beatrice ni yo nos llevamos bien con él. Pero... —se detuvo un momento, como si buscara las palabras adecuadas—. Solo queremos que seas más cuidadoso. Lo que sea que pasó anoche no fue eso. Y no queremos verte lastimado, pero todo parece indicar que esto es otra de esas veces en las que terminas perdiendo más de lo que ganas.

Dipper tragó saliva, sintiendo cómo el nudo en su garganta se hacía más grande con cada palabra. Sus amigos tenían razón, y eso era lo peor de todo. Bill era un idiota, un narcisista arrogante e insoportable que nunca se tomaría nada en serio, mucho menos algo entre ellos. Porque no había un "ellos." Ni lo habría, porque no quería.

El trato había sido un juego desde el principio, una distracción para Bill. Claro que lo sabía. Claro que lo aceptaba. No era como si él quisiera algo real. Él sólo quería ganar... una cita con Vanessa, ese era el premio, e incluso si eso no le garantizaba nada a la larga con ella, no iba a permitir que el rubio se lo arrebatara. Porque la sola idea de que Bill pudiera estar con Vanessa en esa cita le hacía hervir la sangre, lo molestaba por dentro de formas que no quería ni podía explicar. Y si algo lo mantenía aferrado al trato era ese hecho.

—Ya lo sé —respondió finalmente, con una voz tensa que apenas salía de su garganta—. No voy a dejar que eso pase.

—Te lo decimos porque somos tus amigos y te queremos, tonto —dijo Beatrice, relajando un poco el ambiente con una sonrisa burlona—. Además, no quiero tener que venir a consolarte por ese imbécil.

El castaño dueño de la habitación forzó una sonrisa.

—Eso no va a pasar, y lo sé... gracias chicos, de verdad.

Pero mientras sus amigos lo miraban con una mezcla de preocupación y alivio, Dipper sabía que, más que mentirles a ellos, se estaba mintiendo a sí mismo. Porque ese nudo en su pecho no era sólo sobre el trato. Era sobre algo que no estaba listo para admitir ni siquiera en la soledad de sus pensamientos.

El tema acabó ahí, y, un rato después, Beatrice y Wirt se despidieron para irse a sus respectivas casas, dejando tras de sí un silencio que parecía más pesado que cualquier conversación. Dipper permaneció sentado, inmóvil, mirando la puerta cerrada como si fuera a abrirse de nuevo. 

El nudo incómodo en su garganta parecía haberse instalado para quedarse, y el dolor en su pecho no hacía más que crecer, expandiendo una presión que lo hacía sentir más pequeño con cada respiración.  ¿Qué estaba mal con él? ¿Cómo podía ser tan tonto? ¿Cómo había permitido que todo se desmoronara tan rápido y de una manera tan humillante?

Y peor aún, ¿cómo sería capaz de enfrentarse a Bill mañana?

La sola idea lo hacía encogerse sobre sí mismo, como si quisiera desaparecer. Se llevó las manos al rostro, dejando escapar un suspiro tembloroso. Fingir que todo estaba bien, que nada había cambiado entre ellos, era un reto que no se creía capaz de superar.

¿Cómo lo miraría a esos ojos sin que la imagen que se había grabado en su mente lo golpeara de nuevo?

No importaba cuánto intentara sacudirla fuera de su cabeza; simplemente no podía. Su rostro sonrojado, con esa expresión tan... frágil, vulnerable de un modo que no era típico de Bill, le provocaba un revoltijo de emociones que no podía ni quería nombrar. Pero allí estaba, grabado como un tatuaje en su memoria. Su cabello rubio desordenado, esa voz que había perdido momentáneamente su habitual tono burlón para adoptar uno tembloroso y demandante.

Todo ello formaba una escena que hacía que el dolor en su pecho se intensificará hasta volverse insoportable.

Era un imbécil. Y lo sabía. Pero el problema no era sólo Bill; era él mismo. Era esa traición silenciosa de su propio corazón, que insistía en latir más rápido de lo necesario cada vez que pensaba en él o en esas malditas marcas que ahora llevaba como una cicatriz vergonzosa.

¿Por qué no podía simplemente dejarlo ir? ¿Por qué no podía odiarlo como debería, como sería lógico?

Se dejó caer en su cama, mirando al techo como si allí pudiera encontrar respuestas o algún tipo de consuelo. Pero no había nada. Sólo el eco de las palabras de sus amigos, mezclándose con sus propios pensamientos.

"Tienes sentimientos por él"

No. No los tenía. No podía tenerlos. Era absurdo. Imposible.

Le gustaba Vanessa. ¿No? Ese había sido el objetivo desde el principio, ¿verdad? La razón por la que aceptó este trato ridículo. Quería esa cita con ella... quería demostrar algo.

¿Pero qué?

Ya no estaba tan seguro. Pero él quería creer que todo esto seguía siendo por ella.

Y sí, era cierto que había aprendido a tolerar... quizás incluso a apreciar, de una forma retorcida e incomprensible, la presencia de Bill. Había algo en él que desafiaba toda lógica, algo que despertaba en Dipper una sensación que se negaba a nombrar. Pero no eran sentimientos. No de esa manera. Solo era el cariño que tenía por una amistad bizarra y desagradable que ni siquiera había pedido.

Se cubrió los ojos con el brazo, intentando bloquear la luz y, con ella, los pensamientos intrusivos. Lo que había pasado la noche anterior... eso no significaba nada.

Todo había sido una consecuencia del increíble atractivo del rubio. Porque aunque fuera un golpe directo a su orgullo, Dipper tenía que admitirlo: Bill era atractivo. Irritantemente atractivo. Siempre lo había pensado. Solo alguien ciego sería capaz de negarlo. Pero eso no significaba nada.

Nada en absoluto.

Lo que había pasado había sido una mezcla de alcohol, hormonas y la innegable realidad de que Bill era, aunque le pesara admitirlo, lindo. Insoportablemente lindo. Pero no había sido más que eso. Un desliz. Un error. Una prueba más de lo estúpido e impulsivo que podía llegar a ser.

Era ilógico, absurdo y tonto, siquiera considerar que podría ser algo más. Y todos necesitaban recordar eso. En especial él.

[...]

Dipper detestaba a Wirt con todo su ser en ese momento. Lo detestaba por faltar justo el único día en que lo necesitaba, y lo peor de todo era esa pequeña parte de él que estaba convencida de que lo había hecho a propósito.

Suspiró con frustración. Había estado evitando a toda costa al rubio, esquivando y cruzando media escuela para evitar el aula en la que sabía que estaría. Ahora, para empeorar su humillación, se encontraba comiendo en el baño, con tal de no cruzarse con él. A veces podía ser demasiado paranoico, lo sabía.

Y eso sonaba tan patético.

Pero no tenía opción, no permitiría que Bill se burlará de él, incluso si se estaba muriendo de calor en los cubículos, su vergüenza era más grande que todo en esos momentos, se habían besado y sólo ellos sabían cuánto más... y la sola idea de eso hacía que su estómago se revolviera por completo, y no de la buena manera.

Ni siquiera sabía cuánto había visto Vanessa o cómo eso afectaría el trato. ¿Todos fingirían demencia? ¿Vanessa terminaría el trato de una vez por todas?

¿Por qué, entonces, no quería que lo hiciera?

Él quería esas citas... con Vanessa obviamente. Pero la incertidumbre de no saber que iba a pasar lo estaba consumiendo. Y para el colmo, no sabía qué pensaba el rubio de todo aquello. Ese pensamiento en particular lo volvía aún más miserable. ¿Por qué demonios le importaba tanto lo que pensara Bill?

El sonido de una voz, fuerte y burlona, lo sacó de golpe de su espiral de pensamientos.

—¡Pino, sé que estás aquí! —Dipper se tensó de inmediato al escucharlo. ¿Cómo demonios lo había encontrado?—. Vine por ti así que déjate de tonterías y sal de tu escondite.

¿Era en serio? El castaño cerró los ojos y maldijo su suerte en silencio. ¿Por qué, de todas las personas en el mundo, tenía que ser Bill quien viniera a buscarlo? Seguramente lo había invocado de tanto pensar en él.

Subió los pies, encogiéndose en el pequeño espacio del baño, como si eso pudiera hacer que desapareciera. Pero su intento fue inútil, porque un segundo después escuchó una risa suave y burlona.

—Vamos, Piney, ya te vi —dijo Bill, y esa risa suya le revolvió el estómago aún más—. Sal de tu escondite, no seas tímido.

Dipper apretó los labios, negándose a responder. No iba a darle la satisfacción de saber que lo había acorralado, no iba a dedicarle un solo segundo más de su tiempo. Ya era suficiente con el tiempo que le había dedicado en su propia mente.

—¿Sabías que justo en el baño en el que te escondes hay una inscripción que dice: Bill, señor y amo del universo? —preguntó con diversión, como si lo encontrara increíblemente entretenido.

—Apuesto a que lo escribiste tú, idiota —respondió Dipper sin pensar, antes de arrepentirse al instante.

—¡Ajá! —exclamó Bill triunfalmente, acercándose al cubículo con pasos deliberadamente ruidosos—. Si no abres la puerta tú, voy a patearla, Pines.

—No me importa —murmuró con desdén, aunque su tono delató un poco su nerviosismo—. Haz lo que quieras.

—1... —empezó con una sutil advertencia—, 2...

Y la puerta se abrió.

—Sólo porque sé que realmente eres capaz de patearla y no quiero que nos metas en problemas —dijo rápidamente, con un tono defensivo—, no porque te esté obedeciendo, ¿entendido? Estúpido.

—Aww, Pino, te preocupas por mí —respondió Bill con una sonrisa amplia, abrazándolo forzadamente. El contacto hizo que ambos se ruborizaran, aunque Dipper trató de ocultarlo frunciendo el ceño.

—Corrección —replicó, apartándose y empujándolo con fuerza, para mirarlo con molestia—, no quiero meterme en problemas. Tú puedes hacer lo que quieras, puedes aventarte de un puente y no podría importarme menos, pero no quiero verme involucrado en tus tonterías.

Bill rió suavemente, apoyándose contra el marco de la puerta con una postura despreocupada, como si la situación no pudiera ser más divertida para él.

—Relájate, Pino. No muerdo... a menos que me lo pidas —le dijo con una sonrisa tan arrogante que el castaño quiso golpearlo hasta que desapareciera de su rostro.

Dipper rodó los ojos con fuerza, aunque no pudo evitar sentir cómo el calor volvía a invadir sus mejillas. ¿Por qué tenía que ser tan insoportable? ¿En serio tenía que bromear con esas cosas? ¿Ahora, de todos los momentos posibles? ¿No le bastaba con los chupetones que había dejado en su cuello?

—Me quieres, y lo sabes —añadió Bill con una sonrisa triunfante al verlo enrojecer mientras abría la puerta del baño con un gesto exagerado, como si fuera un caballero invitándolo a salir—. Ahora vamos a comer en la cafetería. Esto es demasiado antihigiénico, incluso para tus estándares, Pinito.

Dipper suspiró, sin dignarse a responder. Sabía que no tenía mucha opción al respecto; el rubio siempre encontraba la manera de arrastrarlo a lo que quisiera, así como ahora se encontraba arrastrándolo a la cafetería con facilidad. Así que simplemente se dejó, con las mejillas aún algo rojas y la mirada fija en el suelo, demasiado avergonzado para alzarla.

Al llegar a la cafetería, Bill lo guió directamente hacia la mesa que solía usar, sentándose con una confianza desbordante. Dipper, por su parte, se dejó caer en lugar junto a él, sintiéndose como una especie de marioneta.

¿Por qué lo obedecía? Ugh, ¿no podía tener más fuerza de voluntad? ¿Algo de dignidad, al menos?

—¡Nos volvemos a encontrar, Pines! —dijo una voz que lo sacó de sus pensamientos.

Era el idiota amigo de Bill, el de nombre azteca.

—¿Qué? —preguntó, todavía aturdido.

—Mande —corrigió Xólotl con una sonrisa de oreja a oreja que sólo lograba irritarlo más—. Qué agradable sorpresa verte por aquí. ¿Cómo estuvo tu fin de semana? ¿Hiciste algo divertido?

Dipper hizo un esfuerzo por controlar el sonrojo que amenazaba con regresar. No podía darse el lujo de mostrar debilidad, no frente a esos dos. Recordar el desastre que había sido su fin de semana ya era bastante malo, así que lo último que necesitaba ahora era demostrar lo nervioso que se sentía con el rubio y su amigo observándolo.

De reojo, notó cómo Bill esbozaba una sonrisa, pequeña pero clara y extrañamente genuina, como si revivir los recuerdos de ese fin de semana lo llenará de algún retorcido buen humor. Y es que, aunque el castaño no supiera, lo hacía inmensamente. 

Dipper solo podía pensar en como el rubio podía sonreír como un idiota mientras él se moría por dentro. Claro que se regocijaba en su sufrimiento. ¿Por qué no lo haría? Incluso sus mejores amigos lo hacían.

—No —respondió cortante, más brusco de lo que había planeado—. Fue horrible.

La sonrisa de Bill se desvaneció casi al instante al escuchar eso de una manera tan molesta. El rubio enderezó ligeramente su postura, y sus ojos dorados parecieron oscurecerse apenas.

—No lo molestes tanto, Xólotl. Dale un respiro al pobre —advirtió Bill, con un tono que intentaba sonar despreocupado, pero había una severidad escondida en sus palabras. Su sonrisa, en contraste, no era para nada sincera como la de antes.

Dipper lo miró, intentando descifrar qué lo había llevado a intervenir tan rápido. Xólotl se encogió de hombros con una expresión despreocupada, pero el castaño no pudo evitar notar lo serio que se veía Bill en ese momento.

Wow, al parecer el rubio podía ser serio cuando quería. Tal vez lo había subestimado un poco. ¿Y si Bill realmente entendía la seriedad de lo que habían vivido ese fin de semana? Por un instante, Dipper se permitió la esperanza de que, esta vez, el chico no actuaría como un imbécil y sería capaz de demostrar algo de madurez.

El castaño no dijo nada, pero una pequeña sonrisa apareció en su rostro. La cual, no duró mucho; de reojo, notó cómo Bill se inclinaba hacia él, su expresión suavizándose nuevamente al mirarlo. Dipper apartó la mirada, deseando que el día terminara de una vez.

—Relájate, Pino. Todos sabemos que solo yo puedo molestarte, claro está —bromeó, guiñandole un ojo como si eso resolviera algo.

El mencionado suspiró y se apartó ligeramente del rubio, incapaz de lidiar con la incomodidad nerviosa que provocaba su cercanía. ¿Por qué no podía tranquilizarse?

—No me dejas molestar a Will y ahora tampoco a Dipper. ¿Qué más quieres de mí, Bill? —se quejó Xólotl, fingiendo estar ofendido.

—Que dejes de ser tan pendejo e imbécil, pero eso es pedir demasiado, así que me conformo con que no los molestes —respondió el rubio con una sonrisa que era mitad burla, mitad amenaza disimulada—. Ahora come, inútil.

Xólotl rió con una inocencia exagerada.

—Eres horrible con tu mejor amigo. Te vas a morir solo, Cipher.

Bill sonrió y se encogió de hombros, claramente poco afectado.

—Yo no soy malo con Will —replicó con una sonrisa de satisfacción.

El de cabello negro abrió la boca, visiblemente ofendido, mientras Dipper ocultaba una pequeña sonrisa tras un sorbo de su bebida.

—Okay —dijo Xólotl con fingida indignación—, fingiré que no dijiste eso y esperaré tu disculpa pacientemente.

—Entonces, me temo que morirás esperando —respondió el rubio sin siquiera mirarlo, enfocándose en su almuerzo con fingido desinterés.

Dipper no pudo evitar esbozar una sonrisa más amplia, aunque en su interior lo odiara. Odiaba que algo que dijera o hiciera Bill lo hiciera sonreír así, pero esos dos eran un par de idiotas irresistiblemente entretenidos. Sus ojos se desviaron de manera inconsciente hacia el rubio, analizándolo con una mezcla de fascinación e irritación. Había algo en Bill, algo horrible, irritante, insufrible... y completamente magnético.

—Como sea. Ni siquiera quería ser tu amigo, Cipher —murmuró Xólotl de mala gana, cruzando los brazos con exageración antes de mirar a Dipper con una sonrisa traviesa—. Dime, nuevo mejor amigo, PINO. ¿Ya son novios?

El comentario tenso el ambiente. Bill rodó los ojos, visiblemente molesto, mientras Dipper sentía cómo el calor subía rápidamente a sus mejillas. Su garganta se cerró, y comenzó a toser, atragantándose con el aire, como si todo el oxígeno de la sala se hubiera evaporado de golpe.

—No somos novios, Xólotl. Lo sabes. Deja a Pino en paz —respondió Bill finalmente, su tono más cortante de lo habitual. Había una severidad en su voz que rara vez se veía, un filo que, aunque breve, logró silenciar la risa burlona de Xólotl. 

Por un momento, Dipper sintió una chispa de alivio. Pero solo duró eso, un momento, antes de que la incomodidad volviera a clavarse profundamente en su pecho, más pesada y dolorosa que antes.

—Y ya te dije que sólo yo le puedo decir Pino a Pino. Es mi apodo. Yo se lo di y me pertenece. Tiene copyright, ¿verdad, Pino?

La manera ligera, posesiva y arrogante en que hablaba de él, como si fuera algo suyo... era insoportable.

Insoportable, porque era todo lo que no quería sentir. Y, sin embargo, lo hacía.

El de ojos marrones lo miró fijamente, luchando por mantener la compostura mientras el peso de las palabras lo agobiaba. La forma en que el rubio había negado la pregunta de Xólotl—tan directa, tan molesta, tan llena de esa seguridad casual que solo él podía tener—le dejó un sabor amargo en la boca. Claro que no eran novios. Claro que Bill lo negaría sin dudar. ¿Qué otra cosa esperaba?

Ni siquiera era algo que Dipper quisiera. La sola idea lo hacía sentir enfermo. O al menos, eso se decía a sí mismo. Pero aún así, esa negación cortante y despreocupada dolía más de lo que estaba dispuesto a aceptar.

Era ridículo, lo sabía. No tenía derecho a sentirse así. Bill no le debía nada. Pero no podía evitarlo. No podía ignorar ese vacío que lo consumía cada vez que la posibilidad de algo más, algo que nunca se atrevería a nombrar, se desmoronaba antes de que siquiera pudiera considerarla seriamente.

El recuerdo de las palabras de Wirt y Beatrice volvió a su mente. El castaño cerró los ojos por un instante, tratando de bloquear las palabras, pero ahí estaban, golpeándolo con fuerza, llenándolo de asco consigo mismo.

Aparte, él también lo había negado. Una y otra vez. De la misma manera molesta y cortante, incluso cuando no hacía falta. Incluso cuando nadie preguntaba. Y no tenía planes de dejar de hacerlo. Esa era su manera de protegerse, de construir un muro entre él y esa realidad que no quería enfrentar.

Pero entonces, ¿por qué le importaba tanto que Bill lo hiciera también? ¿Por qué una simple palabra o un gesto del rubio tenía el poder de hacerlo sentir de esa manera?

—Seguro, no me importa —respondió al fin, con un tono apagado y sin interés.

Bill, sonrió satisfecho. Pero no notó la tensión en los hombros del chico, ni el vacío en su mirada, ni el nudo que se formaba en su garganta. No notó nada.

Y Dipper se odió un poco más por desear que lo hiciera. Por desear que el rubio lo tomara en serio, que lo mirara de verdad, que entendiera lo que estaba sintiendo. Que se diera cuenta de cuánto lo hería ese desinterés, esa indiferencia que parecía ser imposible de derrumbar. Pero también sabía que nunca le había permitido acercarse lo suficiente como para verlo. No realmente.

No le había dado la oportunidad.

Sin embargo, lo ocultaba solo porque sabía que Bill Cipher siempre había estado fuera de su alcance emocionalmente hablando. Y, quizás, siempre lo estaría. Incluso aunque solo eran "amigos". Esa palabra que utilizaban para describir su extraña relación era un eufemismo ridículo. Pero Dipper sabía que no eran cercanos.

No lo eran. Nunca lo serían. Era la verdad, tan simple y tan dolorosa, pero la aceptaba. No tenían que ser amigos cercanos. Pero aún así, aceptarlo no significaba que dejara de doler. No significaba que dejara de destrozarlo. No aliviaba el vacío que sentía cada vez que Bill pasaba por alto lo que realmente importaba, o cuando se burlaba de todo lo que Dipper no podía expresar en palabras.

—No te hablé a ti imbécil, le hablé a mi nuevo mejor amigo PINO —recalcó el chico haciendo un énfasis exagerado en el apodo del castaño, sabiendo que eso sacaría de quicio al rubio—, entonces... ¿Son sólo felaciones?

El golpe llegó sin advertencia. Xólotl se quejó, frotándose la pierna donde Bill le había dado una patada bajo la mesa. Mientras tanto, Dipper sintió cómo el suelo bajo sus pies se desmoronaba. Su rostro se encendió al instante, una mezcla de vergüenza y furia burbujeando en su interior. El dolor inicial se esfumó, sustituido por una furia que lo hizo mirar de mala manera al de ojos dorados.

¿En serio? ¿No habían acordado no decirle a nadie?

El rubio, aunque dejó entrever una ligera molestia hacia su amigo, se encogió de hombros con una actitud despreocupada. Su ceño fruncido se suavizó en segundos, como si el comentario de Xólotl no fuera más que una broma insignificante, un detalle que no merecía su atención.

Pero para Dipper, no era insignificante. No.

Le había dejado claro a Bill lo importante que era mantener eso en secreto. Había sido directo, exigiéndole que no se lo contara a nadie. "Claro como el agua" había dicho el rubio con esa sonrisa engreída que ahora le parecía una burla descarada. Ahora estaba claro que se refería al agua más turbia y sucia imaginable.

Por supuesto que el pendejo de Xólotl lo sabía.

Por supuesto que el estúpido de Bill le había contado a la peor persona posible. ¿Cómo había sido tan ingenuo de creer que el maldito de Cipher respetaría sus límites o sus deseos? Claro que si el imbécil rubio tenía la más mínima oportunidad de arruinarle la vida, la tomaría sin dudar.

¿Y él?

Él había sido un completo idiota al pensar que podía confiar en alguien como Bill Cipher. Esta era exactamente la razón por la que no lo hacía. Por la que no lo haría nunca. Moriría antes de permitir que ese maldito supiera lo que realmente sentía, lo que realmente pensaba.

¿Para qué?

¿Para qué el rubio pudiera burlarse de eso más tarde con Xólotl? ¿Para que se convirtiera en el chiste de la semana de alguna conversación privada que nunca debería haber existido?

Bill Cipher era lo peor. Y lo peor de todo... era que una pequeña parte de él seguía deseando que no lo fuera. Que fuera capaz de mirarlo de verdad, sin burlas, sin máscaras, sin ese desdén indiferente que parecía ser parte de su ADN.

Pero no lo haría. Bill nunca lo haría. Y Dipper no debería querer que lo hiciera.

—¿Qué? ¡Yo jamás haría eso! —exclamó el castaño molesto, intentando desesperadamente borrar cualquier implicación del comentario de Xólotl—. Bill y yo no llegaríamos a algo así. Ni en un millón de años. Nunca.

El de nombre azteca, sin embargo, solo amplió su sonrisa. Había conseguido lo que quería.

—Te estás juntando demasiado con Mabel y no me gusta —añadió el castaño apresuradamente, esperando desviar la conversación hacia otro tema.

Xólotl arqueó una ceja, claramente intrigado, pero no dejó que su sonrisa desapareciera.

—Yo nunca dije que tú las hicieras, pero gracias por el dato, amix —respondió, su tono cargado de ironía y una sonrisa maliciosa, sintiéndose victorioso.

Dipper apretó los puños bajo la mesa, luchando por mantener la compostura. El sonrojo de su rostro ahora era más fácil de ignorar, sofocado por la creciente irritación que sentía. Quería gritar, quería desaparecer, quería que el suelo se lo tragara. Pero, sobre todo, quería que Bill entendiera, sin necesidad de palabras, lo molesto y decepcionado que estaba con él.

El rubio, sin embargo, no parecía captar la indirecta. O peor aún, no le importaba. Bill Cipher seguía siendo Bill Cipher, después de todo. Y eso le molestaba aún más.

—¿Desde cuándo tú el chico que acaba de decir "amix" usa términos como felaciones, señor fino? —preguntó Bill tratando de desviar el tema y así no provocarle un paro cardiaco al pobre chico castaño.

Maldito Xólotl. Su amigo sabía que no debía haberle contado nada, y ahora estaba pagando el precio. Tal vez, después de todo, había cometido un error. Tal vez Dipper realmente lo odiaría por esto, probablemente lo odiaría de por vida.

Bill sintió un leve pinchazo en el pecho ante la sola idea. Pero... el castaño no tenía que saber que eso era realmente lo que había pasado, ¿no? Tal vez no se acordaba de verdad y podría pensar que era solo la manera de Xólotl de molestarlos. Quizá... podría salir de esta. Quizá podría reparar la situación en la que estaba metido.

—Pues tengo que ser menos vulgar delante de mi nuevo mejor amigo, quién está empezando a contarme sus intimidades.

El castaño se arrepentía profundamente de haberse sentado en aquella mesa. Por primera vez en su vida, el baño de la escuela le parecía un paraíso en comparación. Bill, por su parte, intentó acercarse, con la cabeza ligeramente gacha y un destello de arrepentimiento en sus ojos ambarinos. Pero apenas se inclinó hacia él, Dipper le lanzó una mirada tan molesta que parecía gritar: "Si te acercas un centímetro más o te atreves a abrir la boca, no solo estarás muerto para mí, sino que yo mismo me encargaré de matarte".

El mayor tragó con fuerza, su expresión habitualmente despreocupada se desmoronó por un instante, dando paso a un pequeño puchero que escapó de sus labios. Pero el castaño no estaba dispuesto a caer en su juego. Respiró hondo, intentando ignorarlo, ahogando la mezcla de vergüenza y furia que amenazaba con desbordarlo.

Y ninguno notó cuando una chica pelirroja se acercó a la mesa, deteniéndose junto a Xólotl.

—Mi dinero —exigió la recién llegada, cruzando los brazos y arqueando una ceja con impaciencia.

—¿Qué dinero, Joy? —preguntó Xólotl, claramente desconcertado.

—Duh, el dinero de la apuesta —respondió la chica, señalando descaradamente a Dipper y Bill—. Quiero mi parte. Es obvio que esos dos ya están saliendo.

—¡Que no estamos saliendo! —Gritó el castaño parándose, llamando la atención de casi toda la cafetería, sonrojándose hasta las orejas—. No lo estamos, así que no tienen nada que cobrar todavía.

Joy arqueó una ceja, una sonrisa astuta curvando sus labios.

—¿Todavía? —intervino Bill, su tono curioso, pero con un matiz extraño que no pudo ocultar. Dipper se giró hacia él, pero por más que intentó, el castaño no pudo identificar que era. 

—Aún puedo matarte, no te ilusiones —gruñó Dipper, viéndolo fijamente a los ojos. Su rostro estaba encendido de un rojo intenso, pero su mirada no vaciló—. Y créeme, ahora estoy más cerca que nunca.

Por un instante, el castaño creyó vislumbrar algo en el rostro de Bill. Una pequeña mueca de decepción. Fue fugaz, pero antes de que pudiera analizarlo, el rubio ya había recuperado su típica actitud relajada con una sonrisa burlona, esa que lograba sacarlo de quicio y, al mismo tiempo, hacer su corazón martillar con fuerza.

Bill por su parte, decidió ignorar el punzante sentimiento en su pecho. Ilusión y dolor, entrelazados por completo. Lo conocía demasiado bien; sabía que el orgullo del castaño siempre sería más grande que cualquier otra cosa, incluso más grande que lo que fuera que pudiera sentir por él. Aunque, sí era honesto consigo mismo, esa diferencia no era tan abismal como solía serlo.

Además, podía ver claramente que en ese momento la vergüenza y la molestia controlaban cada palabra del castaño, incluso si eso no lo hacía menos doloroso. En gran parte era su culpa, no debió decirle nada a Xólotl en primer lugar. Pero no había podido evitarlo, necesitaba sacarlo de su pecho. Nunca se había sentido así por nadie y estaba en pánico.

Xólotl, se inclinó hacia Joy. Bajó la voz lo suficiente para que solo ella escuchara la mayoría, aunque el guiño descarado fue imposible de ignorar para Dipper.

—Regresa en tres semanas, cielo.

—¡No vamos a empezar a salir en tres semanas! —exclamó el de ojos marrones, apuntándolos con un dedo acusador mientras ambos reían por lo bajo—. Y la apuesta no dice nada de empezar a salir.

Joy, sin perder la oportunidad de seguir molestándolo, llevó una mano a su mentón, fingiendo pensarlo seriamente.

—¿Entonces, en tres semanas ustedes dos van a terminar en la cama?

La pregunta, descarada y provocadora, hizo que el castaño sintiera cómo su rostro se encendía aún más. Pero esta vez, no dejó que la inseguridad o el nerviosismo lo venciera. Tomó una bocanada de aire y respondió con un tono firme, casi desafiante:

—Solo si es la del hospital.

Joy levantó las cejas, sorprendida por la mordacidad de Dipper, mientras Xólotl soltaba una carcajada que resonó por toda la cafetería. La respuesta había sido rápida, precisa y cargada de la suficiente ironía como para dejar en claro que no iba a dejarse intimidar.

El castaño, aún molesto, mantuvo la mirada fija en Joy, decidido a no dejar que su vergüenza lo dominara. Cada palabra que había soltado era su manera de protegerse, un intento por mantenerse fuerte frente a la burla. Pero cuando su mirada se desvió hacia Bill, algo en su determinación vaciló.

El rubio no estaba sonriendo, ni estaba riendo con los demás. Había perdido todo rastro de esa energía despreocupada que solía rodearlo. Su expresión era diferente, sus ojos, que normalmente brillaban con travesura, parecían apagados. Y aunque el castaño intentó ignorarlo, no pudo evitar sentir un sentimiento de inquietud en él.

—Eso dices —murmuró Xólotl, rompiendo el silencio, pero su tono tenía una burla apenas contenida.

—"Eso dices" —repitió Dipper, esta vez con más firmeza, regresando al lugar seguro de su molestia para cubrir lo confundido que se sentía.

Bill lo sabía. Nunca podría ganarse a Pino. No de la manera en que lo deseaba. Era cierto que, en muchos sentidos, se había ganado esa reacción en el chico. Con sus constantes burlas, sus juegos y su manera de acercarse solo para molestarlo. Pero el pensamiento que lo consumía, ese que le recordaba que nada de lo que hiciera sería suficiente para reparar el daño que había causado, lo destruía por dentro.

Dipper preferiría matarlo antes que admitir que le gustaba. Antes de repetirle lo que le había dicho la noche del karaoke, antes de aceptar que lo que fuera que tenían... era real. Y esa era una verdad que Bill tenía que aceptar, aunque la idea no le gustara.

El rechazo de Pino era peor que cualquier final imaginable. Y, sin embargo, el rubio no podía odiarlo por ello. Porque sabía que lo merecía. Sabía que, al final del día, ese rechazo era la única respuesta lógica.

Pero Bill no esperaba que todo saliera así. Lo único que quería era disfrutar una comida tranquila y tal vez un poco incómoda con Pino, que el castaño dejará de aislarse por la vergüenza de lo que había pasado y que pudieran retomar las cosas donde lo dejaron antes de la noche del karaoke. Solo quería demostrarle que podían estar juntos sin esa tensión constante, que Dipper no tenía que preocuparse de si iba a burlarse de él. Pero, claro, su error había sido creer que Xólotl podría comportarse como una persona decente, que podría confíar en su decencia aunque fuera por una vez. Que por una vez en su vida no sería el estúpido vulgar que siempre encontraba la manera de incomodar y molestar a todos.

—Entonces nos vemos en tres semanas —interrumpió Joy, alzando una mano con un ademán desinteresado y una sonrisa burlona antes de alejarse.

—Haz lo que quieras —le respondió con una terrible irritación en la voz.

Dipper rodó los ojos, harto de la conversación y, sinceramente, de todo el día. Decidió sentarse de nuevo con un suspiro pesado. Definitivamente debió mudarse a Seattle y cambiarse el nombre. Cualquier cosa era mejor que esto, a estas alturas hasta Florida sonaba tentador.

Se obligó a respirar profundamente, intentando calmarse. Quizá probar su comida ayudaría. Pero en cuanto probó un bocado, supo que había perdido el apetito. Miró su plato con desinterés antes de, casi sin querer, levantar la vista hacia Bill.

El rubio estaba más apartado de él a diferencia de antes, en completo silencio. Aunque su rostro mantenía una fachada relajada e inexpresiva, su postura contaba otra historia. Parecía desmoronado, una sombra del hombre arrogante que siempre llenaba cualquier espacio con su presencia. Esa chispa que iluminaba cada lugar al que iba, estaba completamente ausente.

Dipper sintió un apretón en el pecho que lo tomó por sorpresa. No quería admitirlo, pero verlo así le dolía más de lo que debería. Una parte de él, pequeña pero persistente, quería hacer algo para animarlo, borrar esa tristeza que lo hacía parecer tan... débil e indefenso, pero no esa clase que le gustaba ver en él.

Y, otra parte de él, la más fría y racional, le recordó con brutalidad que no era su problema. Que no debería importarle. Como tampoco le importaba a Bill lo que él sintiera, ¿verdad? 

El rubio, como si sintiera el peso de su mirada, levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa vacía y débil. Una sonrisa tan ajena a la energía vibrante que usualmente lo caracterizaba que hizo que Dipper frunciera el ceño. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Bill buscó algo en el bolsillo de su mochila y extendió la mano hacia él, sosteniendo un objeto familiar. Su billetera extraviada.

—La dejaste en la parte trasera de mi bebé —dijo con una despreocupación ensayada, la misma que usaba para esconder cualquier rastro de debilidad—. Puedes revisar que esté todo ahí.

—Gracias —respondió sin fuerzas, incapaz de saber qué más decir.

Bill hizo un gesto con la mano, como si realmente no importara, y volvió su atención a su comida. Fingía que todo estaba bajo control, como siempre. Su actuación era casi impecable, convincente para cualquiera que no supiera cómo leerlo. Pero no para el castaño, él sabía que estaba ocultando algo. ¿Qué es lo que trataba de ocultar? Esa era otra historia, una habilidad que nunca creía poder dominar.

Con un mal sabor de boca, Dipper miró la billetera en su mano. Sabía que era innecesario revisarla. Confiaba en Bill, aunque no quería admitir cuánto. Aun así, abrió la billetera, y ahí estaba: su licencia de conducir.

El pequeño objeto fue suficiente para desencadenar un recuerdo que lo golpeó con fuerza. La imagen de ambos riendo como idiotas en el asiento trasero del auto de Bill llenó su mente. Era una escena ridícula y tonta, pero también increíblemente cálida. Aquella noche había sido un desastre. Un desastre lleno de alcohol, emociones fuera de control y decisiones demasiado cuestionables. Una parte de Dipper no quería repetirla jamás en su vida. Pero la otra...

La otra sabía que había algo especial en ese momento, algo que lo hacía sonreír en contra de su voluntad incluso ahora. Había sentido una intimidad despreocupada que hacía mucho no experimentaba con nadie. Una calidez que se extendía por su pecho de tan solo recordar sus risas, sus miradas tontas, y la sensación de ser aceptado, aunque fuera en medio de una noche efímera y falsa.

Una pequeña sonrisa cruzó su rostro, cargada de un dolor anhelante. Quería eso de nuevo. Quería reír así con Bill otra vez. Sin preocuparse por los malentendidos, sin tensiones cargando el aire entre ellos. Claro, obviamente quería saltarse todos los besos y el alcohol de por medio, pero... quería recuperar esa frágil conexión, esa extraña pero valiosa amistad que habían construido en contra de su voluntad.

Esa amistad caótica había llegado a significar más para él de lo que confesaría alguna vez en su vida, y la idea de perderla... de perder a Bill, lo llenaba de una mezcla de tristeza y miedo.

Levantó la mirada con una leve esperanza, buscando el rostro del rubio, tal vez una sonrisa, una mirada que confirmara que aún quedaba algo de esa calidez entre ellos. Pero lo único que encontró fue a Bill inclinado sobre su plato, moviendo la comida con el tenedor sin interés.

Dipper sintió cómo el nudo en su garganta se apretaba más.

¿Y si simplemente fingía que todo estaba bien?

Si iba a seguir adelante, si quería salvar lo que tenían, tenía que intentarlo. Si estaba dispuesto a fingir que no recordaba nada de lo que había pasado entre ellos, entonces debería esforzarse más en hacer un mejor papel de inocencia. No actuar molesto, ni ponerse tan a la defensiva cada vez que algo lo incomodara.

Tal vez aún podían recuperar lo que habían tenido esa noche. Retomar esa extraña amistad justo donde la dejaron antes de la noche en el karaoke. Podrían volver a esa dinámica que, aunque absurda, había funcionado para ellos. Así incluso podrían continuar con el estúpido trato como si nada hubiera pasado entre ellos.

Ya se había hecho el loco antes, ¿no? Después de su primer beso, se las había arreglado para seguir adelante, de ignorar lo incómodo y mantener la farsa que tenían. Claro, ahora las cosas eran mucho más complicadas. Ahora habían hecho más que besarse, habían cruzado líneas que ninguno de los dos quería mencionar, pero podía hacerlo. Podía fingir demencia un poco más.

Se inclinó ligeramente hacia él, rompiendo el silencio.

—¿Tú también perdiste el apetito? —preguntó al final, nervioso, con una necesidad inexplicable de aliviar la tensión que los envolvía.

Bill levantó la vista, sus ojos dorados brillando con una mezcla de confusión y curiosidad.

—Creo que comer en el baño me dio asco —continuó Dipper al no recibir respuesta. Una risa nerviosa escapó de sus labios, y al instante quiso darse una bofetada.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué le importaba tanto que Bill sonriera otra vez? ¿Qué recuperara esa actitud que tanto decía odiar?

La pregunta se repetía en su mente, una y otra vez, mientras intentaba mantener la compostura. Pero para su sorpresa, funcionó. La risa nerviosa que había escapado de sus labios parecía haber hecho magia en el ánimo del rubio. Por un instante, algo en los ojos dorados de Bill se iluminó con intensidad, y antes de que Dipper pudiera procesarlo, esa sonrisa volvió.

No una sonrisa cualquiera, sino esa sonrisa. La que parecía iluminar cualquier lugar al que Bill entrará.

Y con ella, el ambiente entero pareció recobrar su vida.

—Bueno, ¿pero eso culpa de quién es? —respondió el rubio con una chispa renovada en su voz, su tono juguetón volviendo enseguida.

—Tuya, definitivamente tuya —replicó Dipper, dejando escapar esta vez una pequeña sonrisa genuina, casi sin darse cuenta.

Bill arqueó una ceja, divertido, y se inclinó ligeramente hacia él, reduciendo la distancia entre ambos de manera intencionada, como un depredador jugando con su presa.

—¿Ah, sí? ¿Estás seguro de eso? —preguntó con un tono que combinaba desafío, coqueteo y burla, dispuesto a desmontar cualquier argumento fraudulento del castaño con solo una mirada.

Dipper se mantuvo firme, o al menos intentó hacerlo. La cercanía del rubio lo ponía terriblemente nervioso, pero no iba a dejar que lo notara. Podía sentir la intensidad de su mirada dorada, como si Bill estuviera disfrutando cada reacción suya, y decidió ignorar como eso solo hacía que su corazón latiera con más fuerza.

—Totalmente. Eres increíblemente molesto, ¿qué otra opción tengo? —respondió con un tono que logró sonar más seguro de lo que realmente se sentía, una pequeña victoria personal que lo hizo levantar la barbilla con determinación.

El rubio sonrió ante esa respuesta, pero no fue cualquier sonrisa; era amplia, descarada, genuina, y llevaba consigo esa chispa de peligro y diversión que hacía parecer que a él, y solo a él le pertenecían. Aquella expresión logró enviar un escalofrío por la columna de Dipper, y antes de que pudiera reaccionar, el rubio decidió presionar un poco más su suerte.

—Y aún así, no puedes alejarte de mí, Pionbo —soltó con un guiño descarado, deleitándose al ver cómo el castaño rodaba los ojos, claramente frustrado, pero con sus labios amenazando con curvarse en una sonrisa que luchaba por contener.

Dipper se dio cuenta de que Bill tenía razón, y esa realización solo lo irritó más. No se había apartado de él ni un centímetro a pesar de lo nervioso que estaba. Decidiendo que ya era suficiente, lo empujó suavemente con las manos, recuperando una distancia más segura entre ellos.

—Ya quisieras. Esto es únicamente porque no tengo otra opción —dijo, tratando de sonar seguro, aunque había un poco de diversión en su tono que lo delataba—. No te confundas.

—Como tú digas, lindura —finalizó Bill alejándose hasta recuperar su lugar inicial, apoyando la cabeza en una mano y mirándolo directamente, con una expresión que no sólo iluminó la cafetería, sino que hizo que el corazón de Dipper se acelerara sin su permiso.

El castaño desvió la mirada rápidamente, dejando escapar una risa nerviosa. El apodo tan cariñoso, dicho con ese tono despreocupado pero cargado de intención, lo dejó visiblemente incómodo. Sin embargo, había algo en esa familiaridad, en ese pequeño juego entre ellos, que lo reconfortaba de manera extraña. 

Y, como era de esperarse, una vez que el rubio recuperó su confianza, no tardó en volver a ser el mismo de siempre. No lo admitiría en voz alta, pero le gustaba eso. Extrañó a Bill siendo Bill, con toda su arrogancia y descaro, iluminando hasta los momentos más tensos con su presencia, incluso si sólo había desaparecido por unos miseros minutos.

Mientras tanto, Xólotl, que había estado observándolos con curiosidad, entrecerró los ojos al ver al de ojos marrones rascarse la nuca, algo que solía hacer cuando estaba demasiado nervioso. Frunció el ceño ligeramente, como si acabara de notar algo que no había visto antes. Un pequeño detalle que había pasado por alto... algo que lo hizo mirar al rubio y luego al castaño con renovado interés.

Tal vez no debía molestarlos más. Quizá lo mejor era mantenerse al margen y dejar que las cosas entre ellos siguieran su curso. Pero cualquiera que lo conociera tan solo un poco sabía que eso era imposible. ¡El drama era más importante! Y la trama tiene que seguir moviéndose, incluso si le tocaba a él ser el villano.

—Bueno, bueno, pero ¿qué me dices de esa marca en el cuello, guapo? —Xólotl preguntó, interrumpiendo la conversación y capturando la atención de ambos chicos de nuevo—. ¿Con quién te divertiste tanto?

El chico de cabello negro soltó una carcajada al notar cómo el castaño, de forma automática, llevaba las manos al cuello, cubriéndolo nerviosamente. Aunque la reacción de Dipper era más tranquila esta vez, todavía mostraba esa postura defensiva y desesperada, como si temiera que alguien descubriera sus secretos ante el más mínimo descuido.

—¿Cuál marca? Yo no tengo ninguna marca —murmuró el castaño, intentando sonar indiferente, aunque el rubor que subió rápidamente a sus mejillas traicionaba su nerviosismo.

"Demonios, había olvidado sellar el estúpido maquillaje", pensó con desesperación, sintiendo el calor subir a su rostro.

—La marca que, a pesar del excelente intento por cubrirlo, está en tu cuello, y de hecho, ahora que lo veo bien son dos, pero bueno —el chico sonrió—, tienen forma de triángulo y sólo conozco una persona que haga esa rareza —le dijo burlón moviendo las cejas provocativamente.

—Pff, ¿eso? —balbuceó mientras apartaba la mirada, luchando por mantener la compostura—. Es... es solo una reacción alérgica. Sí, una reacción alérgica con una forma, uh, triangular. Totalmente normal. ¡Y que definitivamente no hizo Bill!

Xólotl lo miró con una expresión de diversión pura mientras el chico se ahogaba con sus palabras. 

—Yo nunca dije que los hiciera Bill —respondió el de ojos azules con una autosuficiencia que hizo que el castaño levantara la vista, maldiciendo mentalmente el haber abierto la boca—. Pero gracias por confirmármelo, Pines.

Dipper desvió la mirada, sintiendo cómo el color subía de nuevo a sus mejillas, intenso y traicionero. ¿Por qué demonios había aceptado almorzar con ellos?

—¡Solo lo aclaré porque todos saben que Bill hace esa tontería! —el castaño intentó justificar su confesión, pero su tono estaba cargado de frustración y un toque de desesperación—. ¡No porque estaba insinuando que las hizo él!

Por dentro, Dipper estaba furioso. Maldecía enormemente al rubio por su "habilidad especial" de hacer chupetones con esa forma tan bizarra, única e imposible. ¿Cómo siquiera los hacía de esa forma? No tenía ninguna lógica. Y aunque no lo entendía del todo, era cierto que Bill tenía una habilidad impresionante para desafiar la lógica. Lo único que sabía y entendía en su totalidad era que lo iba a matar en cuanto tuviera la oportunidad. ¿No podía hacerlos de una forma más discreta? Algo que pudiera pasar desapercibido, por el amor de Dios.

Y lo peor no era sólo que él tuviera que lidiar con esos chupetones ahora visibles en su cuello, sino que todo el mundo sabía que era un "talento" característico del rubio. ¿Cómo demonios había llegado esa información a ser conocimiento general entre los estudiantes? Dipper no quería ni imaginar cuántas chicas habían salido sido vistas con ellas antes para que semejante rumor se volviera tan popular. Incluso si al principio, había asumido que eran exageraciones—porque no había manera de que hacerlos de esa forma fuera posible—le enfermaba saber que era algo que sabía junto con el resto de la escuela.

Ahora, con dos marcas triangulares perfectamente definidas adornando su piel, podía confirmar que Bill, en efecto, tenía esa absurda habilidad. Y lo odiaba por eso. No era suficiente que todos asumieran que estaban saliendo o acostándose, no. La vida tenía que asegurarse que TODOS supieran que el rubio hacía esa estupidez para terminar de delatarlo.

¡Incluso Wirt se había dado cuenta al instante que eran de Bill! Aunque eso podría ser también porque sabía que pasaron el fin de semana juntos. Oh, ¿a quién engañaba? Nadie se creería eso. Todos sabrían que el estúpido le había chupeteado el cuello.

El silencio incómodo fue roto por una carcajada ligera del rubio, quien ya no podía contenerse. La torpe confesión de Dipper le arrancó una sonrisa amplia, y aunque sabía que no debía burlarse, la situación se lo hizo imposible.

Esa adorable mezcla de nerviosismo y frustración que emanaba del castaño lo tenía completamente fascinado. Cada titubeo, cada balbuceo y cada intento de justificar lo injustificable lo hacía querer atraparlo entre sus brazos y llenarlo de besos hasta que dejara de pensar y preocuparse por esas cosas.

Sin embargo, Bill estaba dividido. Por un lado, agradecía a Xólotl por soltar esas bromas que él, por promesa, no podía. Aunque la promesa se la había hecho a Dipper estando borracho, pensaba cumplirla lo mejor que podía. Pero por otro lado, la incomodidad del castaño le provocaba un ligero malestar de culpa. No quería que se sintiera mal, especialmente no por algo que claramente podía evitar.

Incluso cuando debía confesar, que agradecía mil veces a Wirt por no haber asistido ese día a clases.

—Eres malo con tu nuevo mejor amigo. Te vas a morir solo —intervino Bill, con una sonrisa que pretendía suavizar el ambiente. Su tono llevaba un ligero reproche, pero sus ojos, ahora fijos en Dipper, transmitían una disculpa implícita.

—Pero así me amas —replicó Xólotl.

Pero el chico lo ignoró por completo, inclinándose un poco hacia el castaño con una expresión que, para su desgracia, era absurdamente tierna.

—Lo siento, Pino. Xólotl es un idiota. La próxima vez recuérdame no traerte a la misma mesa que él —dijo con un tono que rozaba lo cariñoso, su sonrisa aumentando al ver cómo Dipper apretaba los labios en un intento fallido por no sonrojarse.

—Créeme que no habrá próxima vez, Cipher —replicó Dipper rápidamente, aunque su tono era una mezcla de irritación y nerviosismo—. No te ilusiones. Esto fue una ocasión única de la que me arrepiento profundamente.

Bill dejó escapar una pequeña risa, observando cómo el color en las mejillas de Dipper seguía intensificándose. Sabía perfectamente que el castaño lo estaba maldiciendo internamente por las marcas, pero él no podía evitar sentirse orgulloso de su obra de arte. No se arrepentía de nada. Valía la pena verlo así.

—Eso dices ahora, pequeño Pino, pero yo siempre gano —respondió con esa arrogancia característica que hacía que Dipper quisiera arrojarle algo, pero también le arrancaba una sonrisa involuntaria.

Entre molesto y frustrado, el castaño abrió la boca para replicar, pero fue interrumpido por un extraño sonido que comenzó a emanar del bolsillo de Bill.

El peculiar sonido hizo que Dipper casi saltará de su asiento. Y por enésima vez, se preguntó qué demonios estaba haciendo sentado en esa mesa. A su lado, Xólotl reía, y Bill parecía completamente despreocupado mientras guardaba su teléfono con un movimiento casual.

—Ñe —murmuró el rubio, encogiéndose de hombros—. Número desconocido.

—¿Qué demonios se supone que era eso, Cipher? —preguntó Dipper, frunciendo el ceño con una mezcla de confusión y ligera irritación.

—¿Eh? ¿Jamás lo habías escuchado? —Bill soltó una fuerte carcajada—, es una tortuga gimiendo.

Dipper puso una mueca de completo asco, apartando la mirada como si eso pudiera borrar la imagen mental que acababa de plantarse en su cabeza.

—Eres un idiota —murmuró, sin molestarse en ocultar su disgusto—. Ni siquiera sé por qué pregunto.

—Porque me amas y no puedes evitar querer saberlo todo de mí —replicó Bill con esa sonrisa pícara que parecía tener el poder de matarlo.

Para su desgracia, el rubio sabía perfectamente lo que hacía, y Dipper sintió cómo su estómago revoloteaba de manera traicionera, aunque se apresuró a fingir que no había pasado nada.

—Sueñas —le espetó, con una firmeza que intentaba sonar convincente, aunque intentaba ignorar su pulso acelerado y el color subiendo a sus mejillas, así que se apresuró a cambiar el tema antes de que Bill tuviera la satisfacción de verlo nervioso—. ¿Siempre has tenido a la tortuga esa? ¿Por qué nunca la había escuchado?

—Siempre —respondió el rubio con una risa, claramente disfrutando de la atención que el castaño le daba.

Era más que obvio que Bill siempre había sido fan de la atención que recibía, esa era el principal motivo por el cual hacía más de la mitad de las cosas que hacía, pero la atención que le daba Pino era su favorita. Y la disfrutaba más de lo que alguna vez le dejaría saber.

—Tal vez porque nunca me habían llamado personas equis o desconocidas cuando estoy contigo. Siempre son Mabel, Vanessa, Will... ya sabes, gente importante. Y todos ellos tienen un tono personalizado. Incluso tú tienes el tuyo.

Dipper lo miró, parpadeando incrédulo.

¿Él tenía un tono personalizado? Aquello no cuadraba con lo que esperaba. Gente importante, había dicho Bill. Seguramente solo se refería a Mabel, Vanessa y Will. Definitivamente no a él, aunque algo cálido se encendió en su pecho con la nula posibilidad de que pudiera ser cierto. Era una sensación absurda, pero le reconfortaba saber que estaba, al menos de alguna manera, cerca del círculo que Bill consideraba especial.

El rubio sonrió, inclinándose ligeramente hacia él.

—Incluso el inútil de Xólotl tiene uno —añadió con fingida indiferencia—. Así sé exactamente a quién ignorar cuando no quiero contestar.

Okay, ahí estaba la respuesta. De seguro Bill solo tenía un tono para saber cuando ignorarlo. No había nada más ahí. Xólotl, que seguía riendo, levantó una mano en falso reclamo.

—¡Hey! Eso fue innecesario.

Dipper, ignorando de manera descarada al chico y a sus pensamientos negativos sintió cómo la curiosidad le ganaba. Sus ojos se iluminaron con una chispa de interés mientras se inclinaba ligeramente hacia Bill, olvidando por un momento su habitual resistencia.

—¿En serio? Wow... debo admitir que eso es bastante... inteligente. Y genial.

El cumplido salió antes de que pudiera detenerlo, y tan pronto como lo escuchó en voz alta, carraspeó nerviosamente, echándose hacia atrás, tratando de restarle importancia.

—¿Y qué tonos tienen? —preguntó, esta vez en un murmullo ligeramente tembloroso, sin poder ocultarlo.

Bill, por primera vez, pareció desconcertado, como si el halago le hubiera tomado por sorpresa. La seguridad característica en sus gestos flaqueó por un instante, y se inclinó hacia atrás, tratando de recomponerse mientras un leve rubor coloreaba sus mejillas.

—Eh... bueno —balbuceó, su tono menos firme de lo habitual. Ladeó la cabeza, buscando en los ojos de Dipper algún rastro de burla, pero lo único que encontró fue una curiosidad genuina, logrando que pudiera recuperar su actitud usual—. El de Vanessa es el Kazoo Song, porque... Bueno, es Vanessa, y es lo único que se me ocurre que la describa perfectamente. Y el de Shooting Star es el de Space Unicorn. Aunque ahí no tuve opción —Bill rodó los ojos con exageración, pero su sonrisa lo delataba—. Prácticamente me obligó a ponérselo.

Dipper no pudo evitar reír ante eso, sacudiendo la cabeza y el rubio sonrió viéndolo, perdiéndose unos segundos en su risa.

—Honestamente no me sorprende —el castaño le sonrió de vuelta—, adora esa serie.

—Adorar es poco —replicó Bill, su sonrisa tornándose casi tierna al verlo así—. Me hizo prometer que nunca lo cambiaría, y bueno, ya sabes cómo es.

Por un instante, los dos compartieron una sonrisa genuina, algo cálida y tranquila, como si el resto del mundo desapareciera por un momento.

Dipper negó con la cabeza, apartándose ligeramente, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Al menos, por ahora, las cosas parecían menos tensas entre ellos. Y cuando Bill lo veía con esa sonrisa tonta y esos ojos tan tiernos, sentía que incluso los comentarios incómodos y burlas del tonto de Xólotl valían la pena.

—Oh, oh —el de cabello negro se levantó de golpe, agitando las manos con emoción exagerada—. ¿Cuál es el mío?

—Oh, sí, sí —añadió Dipper, imitando su tono pero con algo más de curiosidad genuina—. ¿Cuál es el mío?

Bill se llevó una mano a la barbilla, fingiendo pensar seriamente en la respuesta. Pero antes de que pudiera decir algo, su amigo se adelantó con una sonrisa burlona y una chispa maliciosa en los ojos.

—Estoy casi seguro de que es Toxic —Xólotl se burló y Bill se sonrojó muy levemente.

Al escuchar aquello, Dipper sintió cómo su rostro se quedaba inexpresivo por un momento, antes de fruncir el ceño con fuerza, claramente atrapado entre querer golpear a Xólotl por su broma o lanzarle una mirada molesta al rubio para que le explicara por qué demonios lo sabía.

Quiso matarlos a ambos, pero cuando finalmente se giró para enfrentarlo, con toda la intención de dejarle en claro su molestia, sus ojos se encontraron con algo inesperado: el rostro desprevenido de Bill, visiblemente sorprendido por la acusación de su amigo.

Lo que hizo que Dipper se detuviera no fue la sorpresa, sino el leve sonrojo en las mejillas del rubio. Era apenas un toque de color, un matiz rosado que probablemente nadie más habría notado, pero él sí lo hizo. Había dedicado demasiado tiempo analizando su rostro para saber que ese color era inusual en el rostro del mayor. Su corazón dio un vuelco traicionero, acelerándose como si estuviera en peligro.

Tragó saliva, alejando a la fuerza los pensamientos intrusivos que invadían su mente sin permiso. Fingir demencia. Tenía que fingir demencia. Tenía que hacerlo, por su propio bien... y aunque nunca lo escucharían decirlo en voz alta; para seguir viendo esas expresiones tan tiernas en el rostro de Bill Cipher.

—¿Toxic? ¿La de Britney Spears? —preguntó, inclinando la cabeza con fingida inocencia y confusión, como si realmente no entendiera la referencia—. ¿Por qué sería Toxic?

Xólotl soltó una carcajada sonora, tan fuerte que hizo eco en el lugar.

—Ustedes saben por qué, Pines.

Dipper rodó los ojos con fuerza, intentando ignorar el calor incómodo que subía a su rostro. Estaba más que claro que Xólotl sabía lo de la noche del karaoke. 

"Maldita sea", pensó, sintiendo un nudo de vergüenza mezclado con irritación. 

Sabía que Xólotl no perdería la oportunidad de mencionarlo y hacerlo sufrir cada vez que tuviera ocasión. Sin embargo, antes de que pudiera replicar algo mordaz, su mirada volvió a desviarse hacia Bill. Ya no podía parar de hacerlo, se había vuelto una necesidad que no podía controlar.

Y lo que vió, solo reforzó esa necesidad, el sonrojo en el rostro del rubio había aumentado, y aunque intentaba disimularlo con su típica actitud despreocupada, su debilidad y timidez era evidente en los pequeños detalles: el ligero desvío de su mirada, el movimiento nervioso de sus dedos jugueteando entre sí, la sonrisa tonta que aparecía en su rostro. Y al verlo, Dipper sintió cómo su irritación se desvaneció al instante. Una sonrisa igual de tonta apareció en sus labios, bloqueando cualquier respuesta ácida que hubiera tenido preparada.

Okay, tal vez no era tan malo que Xólotl supiera... solo si eso significaba que podría ver esas expresiones tan adorables en Bill más seguido.

Había algo en esa faceta del rubio, tan frágil, tan alejada del ser engreído y seguro de sí mismo que solía ser, que lo desarmaba por completo. Era una pequeña victoria, y una parte de él, que nunca se permitía reconocer, se sentía terriblemente orgullosa de ser la razón detrás de esa reacción en Bill.

Pero, claro, la otra parte no tardaba mucho en recordarle por qué.

Fue porque, en un momento de impulsividad o pura estupidez —definitivamente estupidez—, se había sentado en sus piernas y lo había besuqueado como si no hubiera un mañana.

Dipper sintió cómo el calor regresaba con fuerza a su rostro. Ni todo el alcohol del mundo podía justificar lo que había hecho esa noche, y lo sabía. Aun así, lo peor no era la vergüenza o el recuerdo persistente de su propia debilidad; era el hecho de que, a pesar de todo, no se arrepentía del todo.

Había algo embriagador en la forma en que el rubio lo había mirado después. Esa mezcla de sorpresa y adoración que brillaba en sus ojos dorados, como si el castaño hubiese hecho algo que rompiera todas sus expectativas, algo que lo hubiera dejado indefenso. Por un breve instante, Dipper se había sentido como si fuera la única persona en el mundo, el único capaz de desarmar al inalcanzable y arrogante Bill Cipher.

Él único para... él.

No, no, no... Dipper negó con la cabeza rápidamente, intentando apartar esas ideas antes de que su mente intentara engañarlo. Estaba viendo cosas donde no las había. Se forzó a recordar eso a sí mismo con firmeza, aunque cada fibra de su ser quisiera aferrarse a esa imagen del rubio con el rostro ligeramente sonrojado y la mirada desarmada. No había nada ahí. Y no podía permitirse olvidarlo de nuevo.

—Como sea —respondió Bill de pronto, rompiendo el caótico hilo de pensamientos del castaño mientras desviaba la mirada para recuperar la compostura—. El de Xólotl es The Axolotl Song.

Dipper parpadeó, aún con las emociones revueltas, antes de que una carcajada escapara de los labios del rubio.

—Aunque tuve que editarla para que sólo saliera la parte de la salamandra.

Xólotl puso una mano en su pecho, fingiendo orgullo.

—¡Enorgulleces a tu nación, Bill! No pudiste escoger una mejor canción para mí, bro.

El de ojos dorados estaba inquieto por algo, eso era evidente, y Dipper estaba decidido a averiguar el motivo. Había algo en el comportamiento de Bill que le resultaba desconcertante, una mezcla de nerviosismo y travesura que lo hacía más impredecible de lo habitual. Y el castaño no podía soportar no saber qué estaba pasando por su mente. Necesitaba entender sus motivos, incluso si eso implicaba confrontar cosas que no quería.

—Genial, felicidades, Xólotl. Ahora, ¿me vas a decir cuál es mi tono? ¿Sí es Toxic? —preguntó Dipper, cruzando los brazos, clavando sus ojos marrones en el rubio con una intensidad que buscaba respuestas.

Bill arqueó una ceja y dejó que una sonrisa astuta se extendiera por su rostro. Podía ver la creciente frustración de Dipper, esa desesperación por saber. Y le encantaba. Aunque el ligero rubor que aún teñía sus mejillas era un recordatorio incómodo de que, en el fondo, no estaba tan tranquilo como quería hacerle creer al castaño.

—Dime que no es Toxic, Cipher, o te juro que te voy a matar.

El rubio inclinó la cabeza, adoptando esa expresión de inocencia exagerada que lo volvía insoportablemente encantador.

—No sé de qué hablas, Pino. ¿Por qué habría de ser Toxic?

El mencionado lo miró, incrédulo. Sabía que Bill estaba jugando con él, poniéndolo a prueba, intentando ver si flaquearía y confesaría algo sobre esa noche. Y lo odiaba por eso. Era una trampa evidente. Pero maldita sea, ¿por qué tenía que verse tan irritantemente lindo mientras lo hacía?

—Aparte, ¿quién dijo que tenías un tono personalizado? —continuó el rubio, con descaro, sus ojos brillando con una diversión que bordeaba lo infantil.

Dipper frunció el ceño, su paciencia comenzando a agotarse.

—Tú lo dijiste, imbécil.

El mayor dejó escapar una pequeña risa nerviosa y se encogió de hombros.

—Buen punto. Pero igual no te voy a decir.

El de ojos marrones respiró hondo, sintiendo cómo su determinación aumentaba.

—Bill... por favor... —suplicó, y sin darse cuenta, un puchero apareció en su rostro.

La reacción del mencionado fue inmediata. Su fuerza de voluntad tambaleó al instante, y el brillo en sus ojos dorados se suavizó por un segundo. En su mente, un montón de recuerdos y emociones se amontonaron, recordándole cada momento que había compartido con Dipper, cada mirada, cada palabra, cada instante que lo había hecho bajar la guardia. Quería decirle que sí. Quería dárselo todo. Decírselo todo. Incluso confesar lo que el castaño ni siquiera estaba preguntando.

Pero no podía. No todavía.

Con una sonrisa tontamente orgullosa, se mantuvo firme, aunque el brillo en sus ojos traicionaba su debilidad.

—No-o.

—Bueno —le dijo Dipper antes de sacar su celular—, lo voy a averiguar quieras o no.

La sonrisa de Bill se desvaneció en un instante, reemplazada por una expresión de pánico mal disimulado.

—¡No! ¡Pino, detente! —exclamó, extendiendo una mano como si pudiera detenerlo—. ¡Te vas a arrepentir!

En un intento desesperado, se aventó sobre él y aunque forcejeo un poco con el castaño, nada detendría a Dipper ahora. Necesitaba saberlo. No solo por curiosidad, sino porque, de alguna manera, sentía que ese tono podía darle una pista de lo que Bill realmente pensaba de él. Si Toxic realmente significaba algo más para él. O si pensaba que era el patético, aburrido, nerd que se sentía. El necesitaba saber si había algo más, algo más profundo que el rubio seguía ocultándole.

Con un pulso acelerado y los dedos firmes, Dipper marcó el número del rubio, pero la melodía que salió del teléfono de Bill fue opuesta a lo que esperaba.

"I'm a little Pine Tree— as you can see.

All the other pine trees are bigger than me.
Maybe when I grow up— then I'll be... A great big merry Christmas tree!"

El silencio que siguió fue ensordecedor. Por unos segundos, nadie dijo nada. Xólotl parecía contener la risa, Dipper estaba paralizado, su rostro pasando de la incredulidad al rojo más intenso que Bill jamás había visto, y el rubio...

No pudo más. La risa brotó de sus labios, primero en pequeñas carcajadas contenidas, luego en un estallido incontrolable que resonó en el lugar.

—Te lo advertí, Pino —logró decir entre risas.

Dipper, aún aturdido por la vergüenza, se cruzó de brazos.

—Okay, lo admito, fue mi culpa por preguntar —murmuró, sin atreverse a mirarlo directamente—. Pero espera... ¿Ese era yo? Dime que no, Bill. Por favor. Creí que solo grabaste a Mabel.

El mencionado alzó la vista, y su sonrisa se transformó en una expresión de falsa inocencia, tan descaradamente fingida que logró hacer que el castaño se sonrojara aún más.

—Y lo hice, pero tengo mis contactos para conseguir el tuyo —dijo el rubio, guiñandole un ojo.

Dipper entrecerró los ojos.

—En otras palabras, Mabel te pasó el video del festival de Navidad del kínder, ¿verdad?

El rubio soltó otra carcajada, tan despreocupada como siempre.

—¡Es que estábamos viendo el video de ella disfrazada de angelito y ninguno pudo resistirse! —admitió, con una sonrisa enternecida—. Y tú, Pine Tree... te veías endemoniadamente adorable. No has cambiado nada desde entonces.

Antes de que Dipper pudiera replicar, Bill extendió las manos y le apretó las mejillas suavemente, el castaño frunció el ceño apartándose de golpe. Sin ser capaz de ocultar lo mucho que esas palabras y esa acción le habían molestado.

—No soy adorable —masculló el castaño, apartando la mirada para ocultar su creciente rubor—. Pero tú eres un imbécil.

Sin embargo, mientras giraba la cabeza, no pudo evitar que un nudo incómodo se formara en su pecho. Claro, solo tenía ese estúpido tono de llamada para ridiculizarlo y burlarse de él. Era obvio. Bill siempre se estaba riendo de él, pero ahora le molestaba más que antes. Le dolía de una forma que no sabía cómo manejar, y esa incomodidad se transformó en una punzada de molestia. ¿Por qué había pensado, aunque fuera por un segundo, que esta vez sería distinto? ¿Que él podría ser distinto para Bill?

Él, quien nunca había sido más que un chico torpe y nerd para el rubio. No podía culpar a nadie más que a sí mismo por esa esperanza absurda. Era patético. Tanto que casi quería reírse de su propia estupidez.

Claro que Bill no lo veía como nada más que un torpe chico adorable. Nada serio. Nada importante. Y ciertamente, no pensaba en él del mismo modo que pensaba en las personas que realmente le interesaban, esas que seguramente despertaban su verdadero interés.

Sin querer, su mente lo llevó a compararse con fantasmas, con esas figuras imaginarias que representaban lo que Bill debía desear: alguien interesante, atractivo, seguro de sí mismo, descarado y sin pudor. No alguien como él. Y eso, lo enfureció. Porque, cada vez que se comparaba, cada vez que se imaginaba esa versión ideal de sí mismo, una versión que podría hacer que el rubio lo mirara de otra manera, se sentía más pequeño, más insignificante. Bill quería a alguien que pudiera hacer las cosas que él había hecho desesperadamente esa noche del karaoke.

Esa era la razón, sin duda, por la cual el rubio había actuado de una manera tan diferente ese día, el motivo por él cual lo había visto diferente. Era obvio. Tenía que dejar de mentirse. Y eso, lo frustraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Pero, lo que lo frustraba incluso más era pensar en por qué esto lo afectaba tanto.

¿Por qué se encontraba a sí mismo deseando que Bill lo viera de una manera distinta? ¿Por qué había empezado a buscar algo más en sus bromas, en sus sonrisas? ¿Qué demonios estaba mal con él? Debería sentirse agradecido por no entrar en la categoría de las personas que le gustaban al rubio. Debería sentirse aliviado. Pero entonces, ¿por qué no lo estaba? ¿Por qué, entonces, una parte de él, esa parte que no podía controlar, deseaba con desesperación ser visto de otra manera? ¿Por qué esa maldita necesidad no lo dejaba en paz?

Fue en ese momento cuando Bill rompió la línea de pensamientos en la que se había sumido.

—¡Pero Pino, no te cohíbas así! —gritó, sacudiéndolo ligeramente por los hombros, rompiendo su lamento súbitamente—. ¿Quieres ver algo gracioso?

El castaño parpadeó rápidamente antes de apartarse, confundido.

—No —respondió, volviendo a concentrarse en su comida, decidido a ignorar tanto sus emociones como al rubio, como siempre. Eso era lo más fácil, lo más seguro.

Pero esa nueva necesidad que tenía, lo impulsó a mirar de reojo, casi sin querer. En un movimiento tan natural que ni él mismo notó, buscó en el rostro de Bill aquella burla que esperaba encontrar. Sin embargo, lo que encontró fue completamente inesperado. Los ojos dorados del rubio, usualmente llenos de diversión o malicia, ahora brillaban con una calidez que Dipper nunca había visto. Como si toda la atención de Bill, por una vez, estuviera realmente centrada en él. Su sonrisa, normalmente cargada de sarcasmo o desdén, ahora era algo completamente distinta: era genuina, sincera, y cuando la vio, el aire pareció volverse más denso, como si el tiempo mismo se detuviera por un instante.

El castaño sintió como si su corazón se detuviera también, solo para latir con una fuerza tan intensa que temió que el otro pudiera oírlo. Un hormigueo recorrió su pecho, su estómago se encogió, y por un segundo, se sintió completamente débil ante esa mirada dorada. El mundo alrededor se desvaneció y solo quedó esa sonrisa brillante que le robó el aliento.

Se quedó sin palabras, incapaz de procesar lo que veía, confundido, atónito, pero algo más también burbujeó en su interior. Algo cálido, algo que no sabía si era miedo o esperanza. Pero antes de que pudiera analizarlo más, Bill como siempre, no le dio tiempo para quedarse atrapado en sus pensamientos. De una manera inexplicable rompió la maldición en la que el castaño se estaba sumergiendo.

—¿Quieres ver el video de las tortugas apareándose? Hay tres versiones, un remix, el normal y una canción con la entrevista de un niño que dice "I like turtles" que por cierto amo —le cuestionó Bill emocionado.

¿Tortugas? ¿Apareándose? ¿Cómo podía cambiar de tema tan rápido y con tanta... pasión? Era asqueroso. Pero a pesar de lo absurdo de la propuesta, el castaño no pudo evitar sonreír por la emoción y entusiasmo con la que el rubio hablaba y lo veía, aunque una parte de él se sintiera realmente asqueada por la idea.

Sin embargo, lo que lo sorprendió aún más fue cómo, de repente, todas esas dudas y sentimientos incómodos que lo habían estado atormentando se desvanecieron, como si nunca hubieran existido en primer lugar. Si intentaba recordar lo que lo había atormentado, lo que estaba pensando hacía unos momentos, ni siquiera podía; lo único que ocupaba su mente ahora era la sonrisa de Bill y esa energía contagiosa que, de alguna manera, siempre lograba hacer que olvide todo, desde sus principios hasta sus pensamientos más oscuros. Era como si todo fuera insignificante frente a esa mirada.

Y lo más extraño fue que, por primera vez, le gustó sentirse así.

—No, Bill. Qué asco —respondió, pero su sonrisa tonta lo delató, haciendo que sus palabras perdieran todo su peso—. Estás enfermo.

—¡Oh, vamos, Little Pine Tree! Eso nunca ha sido un secreto —se burló el rubio, sacándole una risa inesperada a Dipper, una que intentó sofocar sin éxito—. ¡Hasta a Will le dio risa! Te juro que vale la pena, y si no te ríes, te lo compensaré.

El castaño lo miró, todavía con el corazón acelerado, mientras una risa escapaba de sus labios contra su voluntad. ¿Qué clase de poder tenía Bill sobre él? ¿Cómo lograba tan rápido, hacer que olvidara todo lo que pensaba? ¿Con sólo una sonrisa o un comentario absurdo? Era injusto. ¿Cómo él, podía hacerlo tan fácil?

Dipper lo odiaba un poco por eso.

Odiaba cómo el rubio podía destrozar todas sus barreras, las buenas y las malas, con una sola sonrisa o un comentario estupido. No entendía cómo podía arrancarle una sonrisa incluso cuando su pecho aún cargaba con un dolor que no lograba entender.

Era momentáneo y efímero, el castaño lo sabía, pero al menos por ese día, lo dejaría pasar. De cierta manera, estaba agradecido de que por una vez, esa sonrisa de parte del rubio, no le daba tiempo para pensar en todo lo que sus pensamientos y sentimientos implicaban. Al fin y al cabo, tal vez no necesitaba entender todo lo que sentía ahora. Tal vez solo necesitaba disfrutar de la increíble y extraña sensación de diversión, que por una vez, le daba Bill Cipher.

—Está bien, pero solo porque tengo curiosidad —cedió finalmente, intentando sonar indiferente aunque sabía que era inútil.

El rubio lo miró con una expresión triunfante.

—Eso dices, pero todos sabemos que es porque me amas —replicó con descaro, guiñandole un ojo.

Dipper rodó los ojos, pero la sonrisa que se había formado en su rostro no desapareció. No podía evitarlo. No cuando Bill estaba tan... Bill.

—Sigue soñando —murmuró, sintiendo un leve calor en las mejillas—. Ahora muéstrame eso antes de que me arrepienta.

Y mientras el rubio se inclinaba hacia él con el teléfono en mano. Dipper se sintió abrumado por algo más que la simple curiosidad, algo que no podía identificar.

El castaño cruzó los brazos, fingiendo estar harto, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa que escapó de sus labios. El brillo en los ojos dorados de Bill, esa chispa de diversión y cariño, era imposible de ignorar.

Cuando el video comenzó a reproducirse, los sonidos ridículos y el extraño remix llenaron el aire, mezclados con las carcajadas del rubio. Dipper intentó mantener la compostura, trató realmente de mantenerse serio para no darle el gusto, pero una risa escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla. La risa del mayor era demasiado contagiosa para él y ya no tenía fuerza para seguir peleando contra su cabeza por ese día.

—Esto es estúpido, Bill —dijo entre risas, inclinándose hacia adelante mientras trataba de recuperar el aliento, sin lograr que su cara dejara de sonrojarse.

—¡Pero te dio risa! —replicó el rubio, riendo junto con él, claramente satisfecho de haber logrado su objetivo—. ¡Te dije que era divertido!

El castaño lo miró con una sonrisa tonta, completamente derrotado en su intento de mantenerse serio. Por más que quisiera aparentar molestia, la verdad era que estaba siendo tan... encantador. Tan irritante y, al mismo tiempo—por mucho que quisiera negarlo—tan real.

Definitivamente valía la pena fingir ignorancia si eso significaba que podía seguir riendo sin preocupaciones junto a Bill.

Desde su rincón, el de cabello negro que los había estado observando no pudo evitar sonreír. Verlos así, relajados y riendo, era una rareza que Xólotl no podía ignorar. Observó al rubio, con su risa contagiosa y esa actitud ahora nerviosa, y luego fijó su mirada en Dipper, que trataba de esconder lo evidente detrás de su sonrisa boba.

Xólotl no era tonto. Conocía a Bill lo suficiente como para notar que algo en su comportamiento había cambiado. Había algo diferente, algo más profundo que el coqueteo descarado que siempre había caracterizado al rubio. Esta vez, había algo sincero, una necesidad evidente de hacer reír al castaño, de asegurarse de que estuviera bien.

Y no era solo eso.

Había pequeños detalles que delataban lo que ocurría entre ellos: las miradas que duraban demasiado, las sonrisas que parecían reservadas exclusivamente para el otro, e incluso los sonrojos que se provocaban mutuamente sin darse cuenta. Era obvio.

Xólotl lo veía claro: lo que había entre ellos era más que correspondido, aunque Dipper se negara a aceptarlo y Bill, en su habitual estupidez, probablemente no supiera cómo expresarlo.

Ver a su amigo así era extraño, pero lo hacía feliz. No veía al rubio tan involucrado emocionalmente desde... bueno, desde nunca. Y, aunque Dipper era un lío de contradicciones y emociones reprimidas, también parecía diferente cuando estaba con él. Como si, a pesar de sus conflictos internos, hubiera una parte de él que encontraba algo de paz en la compañía de Bill.

No le sorprendía que Joy pensará que estaban saliendo... La forma en que interactuaban era demasiado obvia para quien tuviera ojos. Juntos, Bill y Dipper emanaban un aura que gritaba: "definitivamente hay algo aquí". Algo que ya no podía ignorarse, ni por ellos mismos ni por los demás.

Xólotl no dudaba en absoluto que esas tres semanas serían menos de lo que ambos pensaban. Si tan solo lograban superar su orgullo y su infinita terquedad, quizás podrían darse cuenta de lo evidente: lo que tenían era más real de lo que ninguno estaba dispuesto a admitir.

Y no podía evitar pensar que, Dipper Pines tenía que mamarla de puta madre para traer a Bill Cipher así... por muy vulgar que esto sonara.

Nota actual: lopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñlopñ7lllllllllllllllllllllllllopñopñopñopñopñopñopñ -Frijolito.

Fresichan067, hace mil años me pediste que te dedicará un capítulo de este fic, pero no sabía si había alguno que no tuviera dedicación, pero busqué y encontré este. Espero que aún quieras la dedicación y que te haya gustado el capítulo. TQMM, gracias por leer el fic.

Bueno, este capítulo definitivamente fue un dolor de cabeza de hacer, pero lo logré, creo. La verdad ni siquiera entiendo porque este capitulo es tan excesivamente largo o porque me fue tan difícil, pero sé que pasan tantas cosas y Dipper sobre piensa tanto que fue inevitable que se extendiera así. No lo sé, es un desastre, ¿a quién se le ocurrió que pasarían tantas cosas en un solo capítulo? Ustedes no saben pero tuve que juntar como 4 escenas y aún así miren que largo quedó. Pero bueno, los siguientes capítulos son de mis favoritos y espero que sean más fáciles de hacer. Y espero que no se alarguen demasiado tampoco, lo imploro, lo manifiesto. (Bueno los dos más importantes obviamente sí, pero los otros no necesitan ser tan largos !!!!) Incluso aunque los ame, NO ME DEJEN ALARGARLOS TANTO. POR FAVOR.

Como sea, este capítulo terminó con 18k, 18k!!!! De por sí era más largo que el anterior pero aun así wtf como por qué es más largo que el anterior. Los debates internos y pensamientos de Dipper me están haciendo la vida imposible, manden ayuda, no estoy soportando. Maldito bisexual reprimido !!!

Ojalá se deje de mamadas y mejor que se ponga a darlas... otra vez.

Al menos espero que les gusten los capítulos monstruos y no los sientan pesados. Y que les haya gustado este capítulo también aunque sea un desastre muy complicado.

Pero bueno, hablando de apuestas: ¿Quieren apostar cuantas palabras va a terminar teniendo el siguiente capítulo? Mi apuesta y esperanza son 12k como límite, pero estoy asustada, no les voy a mentir. Ya veremos en el futuro realmente cuántas son, lol.

Fuera de eso, ESTOY FURIOSA LEYENDO LA NOTA ORIGINAL. ¿Saben por qué? Porque nuestro cumpleaños de gemelas (no es real, Karla cumple el 20 de noviembre y yo, Tania, el 28 de diciembre) fue justo el 28 de Nov (es la fusión de ambos, duh). Y SI ME HUBIERA PUESTO LAS PILAS SE HUBIERAN PUBLICADO EL MISMO DÍA, porque la primera vez que me puse a editar este capítulo fue el 28 de Nov, no es chiste, adjunto la prueba abajo, pero esta tan largo y pasan tantas cosas que me tomo demasiado tiempo y eso me pone furiosa !!!!

Ignoren las otras fechas del 2024, esas son de cuando releía el capítulo y anotaba cosas que tenía que corregir, la edición en serio la empecé el 28 de Noviembre.

Y por si alguien se pregunta (nadie) sí, es la misma Joy de Blue Shakespeare, esta es su primera aparición en la cuenta con una personalidad más caótica y cumplirá un rol muy diferente que en BS, no tiene nada que ver pero sólo es un dato curioso que quería que supieran, lol. Pero no tengo idea de por qué Karla quería matarla si siempre la hemos amado JAJAJJAA.

En fin, les quiero mucho, gracias por leernos y por tenernos paciencia.

Atte. Veronica Sawyer y Maria Reynolds. (¿Referencia o spoiler?)

Nota original: ¡Hola pequeños axolotls! Las salamandras les dicen hola.

Actualización re-tarde bc la costumbre.

¡Gracias por los 800 seguidores, neta! Nos tiene demasiado sorprendidas, no nos esperábamos semejante regalo.

Y esperamos que les haya gustado el capítulo aun si no es tan intenso como los anteriores. Pero no se preocupen, que ya vamos por todo.

Les dejamos los tonos de llamada:

Dipper:

La canción del tono de llamada es un pequeño villancico navideño de Estado Unidos, y desgraciadamente no pudimos encontrar un vídeo de ejemplo de buena calidad para mostrárselos. (Aparte no me siento comoda redirigiendolos a videos de niños pequeños)

Mabel:

https://youtu.be/17o1OlroNSE

*sale en SVTFoE, que en este universo es una serie animada a diferencia de Mas allá del jardín que si existen en el universo.*

Vanessa:

https://youtu.be/tVHJtaVMlYw

Xólotl:

https://youtu.be/MxA0QVGVEJw

  Atte. Kalita la legal y Tañita la invalida enferma que se va a morir pero que no se puede morir porque Kalita va a matar a Joy.  

Pd: Hoy es nuestro cumpleaños de gemelas. <3

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