Bill finally finds love.
La mañana finalmente llegó y un pequeño rayo de luz entraba por la ventana, golpeando la cara del castaño, quién empezaba a despertar con lentitud, la cabeza le dolía fuertemente y le impedía estar verdaderamente consciente de su alrededor, eso sin mencionar que no estaba completamente despierto, él quería seguir durmiendo.
Estaba tan mareado que ni siquiera quería abrir los ojos o intentar levantarse, así que opto por quedarse recostado con los ojos cerrados unos minutos más, no podía recordar con exactitud qué había pasado la noche anterior y si lo intentaba sólo conseguía que su cabeza comenzará a martillear con más fuerza, además de que tenía un mal sabor de boca y sentía algo de ardor en el estómago.
¿Qué demonios había pasado anoche?
Con los ojos cerrados, Dipper intentó reconstruir fragmentos de la noche anterior, pero cada vez que lo hacía, su cabeza protestaba con un martilleo más intenso. Algo se sentía fuera de lugar, una extraña calidez lo abrazaba.
Un leve balbuceo cerca de su oído le hizo recobrar los sentidos y, de pronto, notó unos brazos rodeando su espalda... espera, ¿unos brazos?
Con desesperación, Dipper abrió los ojos de golpe, sólo para encontrarse abrazando el torso de Bill, con su cara enterrada en el cuello del mismo, quién parecía estar profundamente dormido con uno de sus brazos sobre la cintura del castaño.
¿Cómo no se había percatado antes?
El pánico lo invadió, más intenso que nunca, sintiendo con claridad la sensación de su rostro contra el pecho desnudo de Bill, sus piernas estaban entrelazadas, sus cuerpos pegados, y la forma en la que lo estaba abrazando... se sentía, para su horror, extrañamente reconfortante.
Como si encajara perfectamente ahí.
El castaño soltó un grito ahogado, empujando al mayor con más fuerza de la necesaria. El impacto lo hizo rodar fuera de la cama, cayendo al suelo con un golpe seco y estruendoso. El ruido despertó a Bill, quien se incorporó lentamente, sus ojos entrecerrados y su cabello rubio despeinado, todavía desorientado... se veía tan indefenso, lo cuál hacía al más bajo sentirse aún más enfermo.
Dipper, aún sentado en el suelo y respirando de forma errática, sintió cómo su corazón lo golpeaba en su pecho como si quisiera escapar. La adrenalina lo hacía temblar, y su mente empezó a desenterrar fragmentos borrosos de la noche anterior: las risas, las bromas... el karaoke. Y luego la parte que más deseaba no recordar: él cantándole a Bill, bailando como un idiota para él, y, peor aún, cómo había terminado lanzándose sobre él... sus labios rozando los del rubio en un beso que no tenía excusa.
Oh no. No, no, no.
—¿Qué pasa, Pino? —murmuró Bill con voz grave y adormilada, como si nada fuera anormal en aquella situación. Se restregó los ojos perezosamente—. Vuelve a la cama y regresa a dormir, ¿sí? Hace frío... y estabas bastante calientito.
¿Bastante calientito?
El estómago del de ojos marrones se retorcía cada vez más. No era solo el pánico, sino también la vergonzosa verdad que lo carcomía por dentro: la manera en la que Bill lo arrullaba causaba que una parte de él realmente quisiera regresar a esa cama con él. Quería dejarse caer de nuevo entre los brazos del rubio, dejarse envolver por esa calidez reconfortante y olvidar por un momento el desastre que lo rodeaba. Pero no podía permitirse pensar en eso. No ahora, o más bien, nunca. Y el sólo pensamiento que deseaba eso lo hacía sentir asqueroso.
—Joderjoderjoderjoderjoderjoderjoderjoderjoder —repetía Dipper entrando en pánico y notando que tenía puesta únicamente una playera, que para remarcar, ¡no era de él!—, esto no está pasando. ¡No está pasando! ¡NO ESTÁ PASANDO!
Bill dejó escapar un suspiro cansado y frustrado, aunque su expresión traicionó un leve sonrojo que intentó esconder bajo la almohada.
—Tranquilízate, Dipper... —le susurró el apodo que no le pertenecía a él. El sonido del nombre hizo que su pecho se apretara con nerviosismo. El recuerdo de la noche anterior lo incomodaba más de lo que quería admitir, pero para intentar mantener la compostura, añadió con un tono perezoso—; o al menos déjame dormir.
El mencionado sintió un escalofrío recorrerle la espalda, seguido por una mezcla furiosa de confusión y vergüenza. ¿Cómo podía sonar tan calmado? Y peor aún: ¿por qué demonios esa voz tan tranquila lo afectaba tanto? Se sintió aún más alterado y abrumado cada vez que en su cabeza se repetía la manera en la que el rubio decía su nombre de esa manera.
—¿¡Cómo quieres que me tranquilice!? —gritó Dipper mientras se ponía de pie tambaleándose, su respiración frenética—. ¡Estábamos acurrucados, semidesnudos, y no tengo ni idea de qué pasó anoche! —mintió, mientras los fragmentos incómodos de la noche anterior le volvían poco a poco.
Las bromas coquetas, los incesantes besos, las caricias mutuas, ellos tambaleándose hasta la habitación, el sentándose en las piernas de Bill una y otra vez... Oh no.
Se giró hacia el espejo con urgencia, rezando porque su peor temor fuera solo paranoia, recuerdos que no le pertenecían a él, tal vez la pesadilla que había tenido esa noche. Pero entonces lo vio: una marca ligeramente dolorosa y perfectamente visible en su cuello.
—Oh Dios, no —susurró, tocando la marca con dedos temblorosos. El pánico lo golpeó cuando su cuerpo se erizó por completo al contacto.
¿Qué había hecho? ¿Qué le habían hecho? Sus ojos aterrizaron en el rubio con una mezcla de miedo y horror.
—Dime que esto no es lo que creo que es —soltó con molestia, pero su voz se quebró al final—. ¿Qué me hiciste?
El rostro de Bill, que hasta ese momento mantenía una expresión relajada y perezosa, se tensó de forma casi imperceptible. Y aunque Dipper no se dio cuenta, algo cambió en el aire entre ellos.
Las palabras del chico lo apuñalaron dolorosamente. Recordando algunas cosas con frustración, la acusación en los ojos del castaño lo hizo sentirse terriblemente enfermo. Y por alguna razón que no comprendía del todo, esas palabras le afectaron más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Frunció el ceño, tragándose el nudo incómodo que se formó en su garganta. No podía dejar que el menor lo viera afectado. No podía mostrarse débil ante él, ni ahora ni nunca. Así que respiró hondo, soltó la almohada, y forzó una sonrisa desganada, esa misma sonrisa confiada y burlona que siempre usaba para enmascarar lo que realmente sentía.
—¿Qué te hice yo? —replicó el rubio tratando de sonar divertido, pero en su voz se podía notar cierta molestia.
Apartó la sábana que lo cubría, revelando su torso apenas cubierto por un bóxer. Su abdomen y muslos estaban cubiertos de marcas y mordiscos distribuidos como pruebas innegables de lo que había ocurrido, marcas que delataban todo lo que él castaño había hecho con él.
—Mira lo que tú me hiciste a mí, Pino —añadió con una expresión fingida entre divertida y satisfecha. Estaba herido, aunque lo disfrazara de sarcasmo. Así que se pasó una mano lentamente por el abdomen, señalando las marcas que había recibido—. Tú solo tienes dos en el cuello, cariño. Yo, en cambio... —el mayor arqueó las cejas con una sonrisa provocadora—. Bueno... parece que alguien se emocionó de más anoche.
El apodo cariñoso que salió de los labios del mayor lo hizo sentir horrorizado. Una parte, muy en lo profundo de él, quería adorar cómo sonaba en la voz de Bill, esa familiaridad, esa intimidad no solicitada que hacía que su pecho se apretara con algo que no quería nombrar. Pero la otra parte, la que tenía más fuerza dentro de él... la odiaba. Le repugnaba la forma en que el rubio lo pronunciaba, como si fuese un juego, como si cada palabra escondiera una burla que buscará humillarlo.
Toda su frustración se concentró en ese momento, y su mente, saturada de información, se aferró al único detalle que podía soportar.
—¡¿DOS!? —Dipper volvió a mirarse en el espejo, su respiración entrecortada. Sí, ahí estaba. La segunda marca, oscura y evidente, del otro lado de su cuello.
—Era para que este simétrico —bromeó el rubio, ganándose una mirada asesina por parte del menor.
—¡Bill! —dijo el castaño regresando su mirada al otro chico, quien seguía acostado como si nada, pero ahora con el torso descubierto, dejando ver todas las marcas que tenía... y joder, tenía demasiadas.
Al verlo así, semidesnudo y lleno de marcas que lo delataban como el único culpable, el aire abandonó los pulmones de Dipper. Su corazón se detuvo un segundo. ¿Qué demonios había hecho? El suelo parecía derrumbarse bajo sus pies mientras intentaba comprender lo que veía. Eso no podía haber sido él. No. No podía.
No podía haber caído tan bajo... ¿cierto?
Pero entonces más recuerdos comenzaron a regresar a su cabeza, como pedazos de una pesadilla a medias. El sabor de la piel del rubio en sus labios, los besos que había dejado con desesperación, cada marca hecha con una mezcla de urgencia, codicia y deseo. Su corazón se aceleró, y la rabia incrementó dentro de él.
—Supongo que podría ser peor, ¿no crees? —empezó, y el tono relajado de Bill le hizo hervir la sangre con furia—. Yo tengo como seis, y todos son de la cintura para abajo...
Al escuchar eso, Dipper sintió cómo su rostro ardía al instante, y sin poder evitarlo, se cubrió la cara con las manos.
—Además, si no me falla la memoria... —continuó Bill, estirándose como un gato, está vez con una sonrisa de satisfacción sincera en su rostro—. Fuiste tú quien empezó.
El mundo se derrumbó a su alrededor. El castaño sintió cómo su corazón latía tan fuerte que dolía, mientras más y más fragmentos de la noche anterior volvían a su mente. Besos, caricias, la sensación de perderse en el calor del otro. No recordaba mucho de lo que habían dicho, por no decir que nada de lo que habían hablado, pero para su desgracia recordaba demasiado de lo que había hecho.
Y lo peor de todo era que, por más que odiara admitirlo, Bill tenía razón.
Sintió una ola de autodesprecio que lo abofeteaba fuertemente. Nunca había sido así, nunca había hecho algo como eso, nunca se había desconocido tanto como la noche anterior. Y se sentía como un completo idiota. ¿Qué estaba mal con él?
Perdido en su furia interna, especialmente contra sí mismo, Dipper se dio cuenta demasiado tarde de que seguía bastante expuesto. Apenas alcanzó a notarlo cuando los ojos de Bill viajaron por su cuerpo. Fue un vistazo rápido, pero suficiente para que el de ojos marrones lo notara.
Y, sorprendentemente, el mayor desvió la mirada con rapidez, como si él también se sintiera ¿avergonzado? Dipper casi podía jurar que lo vio ruborizarse un poco, un destello de vulnerabilidad que desapareció tan pronto como llegó.
Su corazón se aceleró ante ese detalle. No, no podía ser... No podía haber sentido algo por esa expresión, no podía haberle parecido lindo.
El pánico regresó sofocante mientras el más bajo rebuscaba frenéticamente entre las sábanas arrugadas y la ropa dispersa por el suelo. Necesitaba encontrar su ropa. Pero más que eso, necesitaba salir de allí cuanto antes. Cada segundo en esa habitación lo hacía sentir más expuesto, más confundido, más desesperado.
—¿De qué hablas? —preguntó, fingiendo ignorancia mientras se metía los pantalones con movimientos torpes, frustrado por la sensación de estar perdiendo el control sobre lo que sentía y hacía.
Recolectaba a toda prisa sus pertenencias, sus zapatos, o cualquier cosa que pudiera darle una excusa para no mirarlo a la cara.
Bill, aún recostado en la cama con aire perezoso, ladeó la cabeza con confusión e intriga.
—¿De verdad no te acuerdas de nada? —inquirió, pero su voz no tenía el tono burlón habitual, lo que confundió a Dipper aún más. Y por más que intentó, no logró identificar la emoción detrás de esas palabras.
El peso del silencio cayó entre ambos con incomodidad. El castaño tragó saliva, sintiendo cómo los recuerdos borrosos regresaban a su mente de una manera en la que parecía que el universo se burlaba de él, torturándolo con cada recuerdo que llegaba a su cabeza, y negó con la cabeza rápidamente, como si al hacerlo pudiera espantar las imágenes. Un puchero involuntario se formó en sus labios, odiándose a sí mismo por mentir.
El rubio hizo una mueca fugaz que intentó disimular, agradecido de que Dipper estuviera demasiado ocupado para notarla. Había algo herido en esa expresión, aunque ninguno se atrevía a aceptarlo.
—No lo hago —murmuró el castaño de mala gana—. Y no me interesa hacerlo. Así que si tienes algo que decir, guardatelo para ti. No quiero saber nada de esta noche.
Bill apretó la mandíbula, sintiendo una mezcla amarga de frustración y decepción arremolinarse en su pecho. La rabia se acumulaba en su interior, aunque trató de ocultarla bajo una sonrisa tensa.
—Bueno, en ese caso, dejaré tu inocencia intacta, Pino —el apodo sonó desagradable, más sarcástico de lo que el rubio había planeado en un inicio—. Y que tu imaginación vuele intentando recordar qué pasó ayer. Aunque no sé si eso es una peor tortura para ti, la verdad.
La burla cargada de veneno no era solo para Dipper, sino para sí mismo. Cada palabra escondía una frustración que no lograba controlar del todo. Se encogió de hombros y añadió con una sonrisa ladeada:
—Pero si te hace sentir mejor, no nos acostamos... al menos no directamente.
La mirada del castaño era de irritación pura, pero antes de que pudiera replicar, Bill le guiñó un ojo, intentando suavizar la tensión. Aunque el guiño fue coqueto y burlón, en el fondo solo quería calmar la mente turbulenta del menor, darle un poco de tranquilidad sobre lo que había pasado por más frustrado y molesto que estuviese... incluso si había logrado el efecto contrario.
—¡Idiota! —exclamó Dipper, su rostro completamente rojo de vergüenza. Lo señaló con un dedo tembloroso, tratando desesperadamente de recuperar algo de control sobre la situación—. Esto nunca pasó. Tú no dices nada, yo no digo nada, ¿queda claro?
—Como el agua —respondió el rubio con una sonrisa traviesa que hizo que el otro quisiera arrojarle algo.
—Eres insufrible —el castaño tomó sus cosas y dejó la habitación lo más rápido que pudo, con su corazón latiendo a mil por hora.
Cada paso que daba alejándose de Bill lo hacía sentir más perdido. Intentaba convencerse de que olvidaría todo, que lo enterraría en lo más profundo de su ser y, así sus problemas desaparecerían... pero sabía que, por mucho que lo intentara, esos recuerdos... esas sensaciones, nunca lo abandonarían del todo.
Bajó las escaleras a toda prisa, respirando de forma entrecortada. Al llegar a la planta baja, rebuscó desesperadamente en sus bolsillos, buscando su billetera. Pero nada. No estaba por ningún lado.
"Demonios", pensó frotándose las sienes. Seguramente la había dejado en la habitación de Bill.
Por un momento, consideró la opción de irse caminando hasta su casa, pero el dolor de cabeza y el hecho de que ni siquiera había avisado que pasaría la noche fuera hacían que la idea se sintiera absurda. Además, su casa no estaba cerca.
Frustrado y resignado, dejó escapar un suspiro pesado. No tenía otra opción. Tendría que volver a encarar el rostro de sus peores pesadillas.
Maldita sea.
Giró sobre sus talones y, con el estómago revuelto, se dirigió de nuevo hacia la habitación. El último lugar donde quería estar.
Subió las escaleras y contra todo su orgullo, abrió la puerta, sólo para encontrar a Bill acostado, con una sonrisa de oreja a oreja, las mejillas ligeramente sonrosadas y su antebrazo cubriendo sus ojos.
El castaño se quedó inmóvil por un segundo, sintiendo algo extraño agitándose en su pecho mientras veía la escena, se sentía como un intruso que no debía presenciar aquel momento y no supo cómo sentirse al respecto. Bill, normalmente era tan seguro, tan arrogante, y ahora, se veía sorprendentemente... vulnerable. Tan frágil, delicado, tan...
El castaño se detuvo a sí mismo, esa idea lo abrumó por completo, haciendo hervir la sangre en su rostro y acelerando su corazón al mismo tiempo.
—No encuentro mi cartera —murmuró Dipper, avergonzado, evitando a toda costa mirarlo directamente, tratando de no pensar en cómo esa escena lo hacía sentir—. Y no sé como irme a casa.
El chico se tensó por un momento al escuchar su voz, pero inhaló hondo, exhalando con calma, domando sus propios sentimientos como si fueran parte de una rutina a la que estuviera extremadamente acostumbrado. Y recuperó su actitud despreocupada con una facilidad irritante, como si nada pudiera afectarlo por mucho tiempo.
—Me imagino que necesitas que te de dinero para volver a casa.
—Sí... por favor —contestó el de ojos marrones con la voz baja, odiando lo mucho que le costaba decir esas dos palabras con el rubio, especialmente en ese momento.
El mayor soltó un pequeño suspiro y señaló con la mano en dirección a la mesita que estaba al lado de su cama.
—Mi billetera debe estar en la mesa de noche, agarra lo que quieras, cómprate una aspirina para el dolor de cabeza, y si quieres un dulcecito o algo para los nervios y cierra la cortina por favor, quiero dormir un rato más —dijo mientras se daba la vuelta e intentaba dormirse de nuevo.
Bill se cubrió el cuerpo con la sábana hasta la altura de los hombros mientras su corazón martilleaba contra su pecho, tratando de evitar que el castaño lo viera así. Dipper parpadeó, sorprendido por la extraña mezcla de amabilidad y desdén. Era inusual verlo comportarse así, y algo en su pecho se apretó al notar que el rubio no quería ser visto más de lo necesario.
"¿Por qué actuaba así?" Pensó. Esa preocupación en su voz, tan fuera de lugar, le resultaba confusa.
—También... un suero podría ayudarte con la deshidratación —añadió Bill, su voz más suave, casi como si le preocupara genuinamente.
Dipper sintió una punzada en el estómago, abrumado por la nueva actitud del rubio. ¿De verdad Bill estaba preocupado por él? La idea le hizo temblar ligeramente, su respiración se volvió más trabajosa, y su corazón latía con fuerza. Pero se forzó a sacudir esos pensamientos, reafirmando en su mente que todo esto no significaba nada.
—Gracias —masculló nervioso.
Se acercó hacia la mesa de noche, sintiendo el peso de la mirada oculta de Bill sobre él, aunque éste pretendiera estar despreocupado. Tomó el dinero que le alcanzaría para un taxi, y un poco más para la aspirina y el suero. El rubio tenía dinero de sobra como para notarlo, y Dipper realmente necesitaba ayuda con el dolor de cabeza... Aparte Bill se lo había ofrecido por algo.
Antes de irse, se detuvo un segundo y, aunque lo odiaba, con un suspiró cansado cerró la cortina como el más alto le había pedido. Por más molesto que estuviera con todo, siempre acababa cediendo ante él.
Salió de la habitación en silencio, sin mirar atrás, pero justo al entrar en el pasillo, se topó con otra figura: William Cipher.
El mayor de los Cipher lo observó con una mezcla de cansancio y resignación en su rostro.
—No voy a preguntar, no voy a decir nada, hay comida en la cocina si quieres y si no quieres estar cerca de esta casa por un rato la llave está en la mesa junto a la puerta, adiós —Will habló con los ojos cerrados y las manos en señal de rendición, alejándose a su habitación, del otro lado del corredor.
Sin esperar respuesta, desapareció en su habitación al final del pasillo, dejándolo solo con sus pensamientos.
Dipper tragó en seco. Algo en esa breve interacción le dejó un sabor amargo en la boca, disgustado con la idea de que el de cabello azul se encontrara con esa escena más de lo que le gustaría. Ignoró la sensación molesta en su interior como pudo y bajó las escaleras rápidamente.
Encontró las llaves en la mesa, justo donde Will le había dicho, y abrió la puerta. Afuera, el aire fresco de la mañana le golpeó el rostro, pero no hizo nada por calmar el nudo en su estómago. Sacó su teléfono y llamó un taxi.
Mientras esperaba en silencio, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el pavimento, se dio cuenta de que, muy para su disgusto, algo había cambiado. Por mucho que quisiera fingir que podía olvidar esa noche, sabía que había dejado una marca en él, una que no se borraría ni con el tiempo cómo las de su cuello.
Y lo peor de todo era... una parte pequeña, muy, muy pequeña y diminuta, casi inexistente de él no estaba seguro de querer que se borrará del todo. Y eso lo hacía querer morirse.
Bill, por otro lado seguía despierto en su habitación, con una sonrisa en su rostro incapaz de conciliar el sueño de nuevo, no podía sacarse de la mente todos los sucesos de la noche anterior, los recuerdos danzaban en su cabeza de una manera tan armoniosa: los besos que compartieron, las caricias furtivas, las risas cómplices... y, por supuesto, el menor vomitando al final de la velada, con el rubio sosteniéndolo mientras le apartaba el cabello del rostro.
El recuerdo le ponía el estómago revuelto, pero no del modo que hubiera esperado. Había algo en esos momentos—caóticos, ridículos y sinceros—que lo desarmaba por completo. Es decir... ¡Dipper lo había besado! ¡Lo había besado de verdad y por voluntad propia! Podía haber sido gracias al alcohol, pero el castaño lo había iniciado todo.
Habían pasado el resto de la noche abrazados, entre murmullos y promesas borrosas que ninguno de los dos había querido romper en ese instante.
Por no decir todo lo demás que Dipper había hecho con él... y lo que él le había hecho a Dipper.
Y peor aún, todo lo que se dijeron, todo lo que el menor le había confesado en ese momento de vulnerabilidad pura lo hacía sentir completamente abrumado.
Bill cerró los ojos con frustración, girando en la cama como si el movimiento pudiera espantar las sensaciones acumuladas en su pecho. ¿Por qué demonios se sentía tan encantado con todo?
No podía entender porque se sentía tan feliz con la idea de todo lo que había pasado en la noche anterior... bueno, en realidad no es que no entendiera, simplemente era que si lo decía en voz alta significaba que había perdido por completo el trato, y Bill Cipher no podía permitirse el admitir su derrota ante Dipper Pines.
Al menos no por ahora.
Admitirlo ahora sería su perdición. Y si lo hacía, sería el fin del trato. No podía permitirse eso. No ahora. No cuando había jurado no caer por él. Y sin embargo... ya lo había hecho.
Sin mencionar que perder el trato significaba algo más aterrador que cualquier derrota: no volver a tener otra cita con él, jamás. La simple posibilidad de verlo alejarse y caer en los brazos de Vanessa era como una apuñalada en su corazón, un pensamiento que se enredaba en su mente y lo carcomía por dentro. Se volvía más loco de solo imaginar a Dipper haciendo todas las cosas que ellos dos habían hecho juntos, o peor aún, riendo de esa manera tan adorable y sincera, pero no por él... sino por ella.
La idea lo asfixiaba, lo inquietaba más de lo que le gustaría admitir. ¿Cómo diablos iba a soportarlo? Ver a Dipper salir con Vanessa, tocándola, riendo con ella como si él no existiera... era una idea insoportable.
Perder el trato no solo significaba renunciar a una noche más a su lado. Significaba perderlo por completo.
Y eso era algo que no podía permitirse.
No tenía escape, había caído totalmente por el castaño. Y la noche anterior sólo había sido una extraña prueba-revelación de ello.
Y ahora, mientras Bill permanecía acostado, con los ojos fijos en el techo, todo lo vivido regresaba a él como una oleada abrumadora. Sabía que algo había cambiado. Sabía que, aunque Dipper quisiera fingir que podían olvidar lo que pasó, esa noche había dejado una marca imborrable en ambos.
Y la peor parte era que el mayor no quería borrarla en absoluto. Había probado algo que no sabía que necesitaba. Y ahora que lo sabía, ¿cómo demonios iba a seguir fingiendo que no significaba nada?
A diferencia de Dipper, el rubio recordaba demasiado de la velada, incluso con el alcohol corriendo por sus venas haciéndolo perder el control de sí mismo. Ni la ebriedad, ni nada podría haber sido suficiente para borrar lo que había pasado con su Pino, y por una vez, agradecía tener tan buena memoria. Porque no habría soportado olvidar ni un instante de lo que habían compartido.
Todo comenzó con esa canción... Bill Cipher le debía toda su felicidad a Britney Spears.
Y cuando Dipper había terminado de cantar, bajando del escenario con los ojos brillando de emoción y las mejillas encendidas. Se sentó en las piernas del rubio sin pensarlo dos veces, como si ese fuera su lugar, y lo besó, una y otra vez, sin reservas ni miedo. Bill perdió la noción del tiempo en esos besos. Se besaron tanto y con tanta intensidad que ni siquiera fue consciente de cuándo Vanessa tuvo que prácticamente arrastrarlos fuera del lugar, ambos aún con los labios pegados, riendo y tropezando entre sí.
Durante el trayecto a casa, mantenerse separados fue prácticamente imposible. Cada pocos minutos, el castaño soltaba risitas nerviosas y Bill, con una sonrisa genuina que no podía ocultar, le rodeaba los hombros, felizmente perdido en el momento. Vanessa se burlaba de ellos desde el asiento del conductor, pero ni siquiera eso logró romper la atmósfera.
Dipper había tomado una extraña actitud con el rubio, ya que además de todos los besos repartidos por el rostro de Bill en cada oportunidad que tenía, también se había puesto a conversar con él y contarle historias de una manera adorablemente infantil, llegado al caso de sacar su licencia de conducir y preguntarle al otro que opinaba, si su cara se veía graciosa o si le parecía lindo en esa foto, y el rubio sólo pudo reír tontamente junto al chico, enternecido por completo.
—Mira, mira esto —había dicho Dipper con una voz juguetona mientras sacaba su billetera del bolsillo y, como si fuera un niño mostrando un tesoro, le enseñó al más alto su licencia de conducir—. ¿Qué opinas? ¿Me veo gracioso o lindo en la foto? —preguntó, con esa mezcla entre timidez y orgullo que lo hacía imposible de ignorar.
Bill no pudo contener la risa. Había algo profundamente entrañable en la forma en que el castaño decía esas cosas, como si no supiera el efecto devastador que tenía en él.
—Lindo, definitivamente lindo —le había respondido, y la sonrisa que eso provocó en el rostro del de ojos marrones iluminó la noche entera—. Terriblemente adorable si me dejas decir.
Dipper había reído con las mejillas rojas, con emoción le explicó que había conseguido su licencia regular ese mismo año, a los dieciocho, y que aunque no era muy bueno conduciendo por mucho tiempo o en carretera, se sentía increíblemente orgulloso de haberla sacado. Pero los cumplidos de Bill fueron la cereza del pastel, haciéndolo sonreír aún más, y si antes se sentía orgulloso por su logro, ahora se sentía como un completo ganador.
Cuando finalmente llegaron a la casa de los Cipher a petición de ambos, Vanessa los dejó en la puerta y se fue con el vehículo del rubio, llevándose por accidente la billetera de Dipper, que había quedado olvidada en el asiento trasero. Ninguno de los dos se dio cuenta; estaban demasiado ocupados subiendo las escaleras entre risas tontas y besos furtivos, perdidos en la magia embriagadora del momento.
—Bill, espera —susurró Dipper entre risas, tratando de contenerlas mientras el rubio jugueteaba con su oreja, interrumpiendo su ya torpe intento por subir las escaleras—. Will nos va a escuchar.
—No, no lo hará —Bill rió sutilmente besándole—. Will tiene el sueño pesado.
Su risa era baja y confiada, plantando un beso rápido en los labios del castaño, haciendo al menor olvidar todo lo que pensaba.
—Bueno... —murmuró Dipper, sin poder concentrarse en nada más que no fuera el rubio.
El calor que sentía en su pecho ahogaba cualquier preocupación, y a cada paso que daban, su cuerpo gravitaba más cerca del de Bill, como si no quisiera separarse nunca.
Finalmente llegaron a la habitación entre risas y tropezones, cerrando la puerta tras ellos con un clic que marcó el inicio de un momento que ninguno de los dos olvidaría fácilmente. Los besos se volvieron más lentos, más íntimos, y para cuando se dieron cuenta, la habitación estaba en penumbras y la noche era solo de ellos.
El más bajo exploró el lugar con nuevos ojos, y no pudo evitar sonreír tontamente al notar el póster enmarcado en una de las paredes de la habitación. Era el mismo que él le había conseguido, el poster que lo llamaba su novio, en su momento el pensamiento le había parecido terrorífico y verlo colgado ahí había sido una pesadilla, pero ahora, en el fondo, deseaba que se convirtiera en una verdad que no se atrevía a admitir.
—Bonito póster —bromeó el castaño, su tono era ligeramente coqueto, con el pecho apretado por la emoción que intentaba ocultar.
—¿Te gusta? —Bill lo miró divertido, con ese brillo pícaro en los ojos que hacía que a Dipper le flaquearan las piernas—. Es mi posesión favorita... especialmente por lo que dice.
El rubor subió rápido por el rostro del castaño, calentándole las mejillas. No podía contener la sonrisa boba que se extendía cada vez más en sus labios. Era una estupidez que una broma lo hiciera tan feliz, pero en ese momento no le importaba en lo más mínimo.
—¿En serio? —preguntó, con la voz llena de emoción contenida—. Me voy a sentir importante.
El rubio lo miró atentamente, sin rastro de burla en su expresión.
—Lo eres, Pino —confesó con una sinceridad en las palabras que hizo que Dipper sintiera como si el mundo entero se detuviera por un segundo, dejando sólo el latido acelerado de su corazón—. Siéntete como en casa.
Antes de que pudiera responder, Bill se dejó caer sobre la cama, exhalando con una mezcla de cansancio y satisfacción. Por lo que, Dipper tomó como su lugar el regazo del rubio. Después de todo, esa era su nueva posesión favorita, su nuevo trono.
—Aquí me gusta —dijo entre risas nerviosas, moviéndose ligeramente hasta encontrar la posición perfecta, con los brazos descansando en los hombros del rubio como si no perteneciera a ningún otro sitio más que ahí—. No te molesta, ¿verdad?
Bill sonrió de manera tonta, alzando una ceja.
—El lugar es todo tuyo, Pino —respondió, su tono era coqueto y descarado, pero el mencionado escogió creer esas palabras con todo su ser... al menos por esa noche.
Las risas y los besos se reanudaron, desordenados y urgentes, interrumpidos solo por breves momentos para recuperar el aliento. Entre mordidas juguetonas y caricias cada vez más atrevidas, ambos parecían ansiosos por exprimir hasta la última gota de ese momento juntos, como si fuera el único que alguna vez tendrían entre ellos. Cada beso del castaño era una confesión silenciosa, su manera desesperada de responder a la pregunta con la que el rubio había insistido tantas veces esa noche. Con cada caricia, trataba de hacerle entender cuánto estaba disfrutando de sus besos, cuánto le gustaba sentirlo cerca, probar el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo, lo mucho que necesitaba de él.
Y si Bill aún no captaba el mensaje, entonces Dipper no sabía qué más podría hacer. Porque no solo había disfrutado de su primer beso, sino que lo había deseado, lo había ansiado repetir en secreto cada segundo que habían pasado juntos desde aquel primer contacto.
Sus bocas se rozaban como si fueran una adicción peligrosa, como si temieran que el hechizo se rompería si dejaban de tocarse por demasiado tiempo. Cada respiración entrecortada, cada pequeño jadeo, sólo hacía que el más bajo quisiera más.
Finalmente, entre una pequeña risa ahogada, el castaño dejó caer la cabeza en el hombro de Bill, como si ese lugar también le perteneciera.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuró, más para sí mismo que para el rubio, aunque sabía que éste lo había escuchado.
Bill bajó un poco la cabeza, inquieto, notando cómo la vulnerabilidad de Dipper era más de la que esperaba.
—Si quieres parar, está bien... —murmuró, con la respiración aún agitada—. Mañana probablemente te arrepentirás de todo esto... El cuarto de visitas está al lado, puedes dormir ahí si quieres. No tienes que quedarte aquí conmigo.
—Shh —le dijo el castaño interrumpiéndolo poniendo su dedo sobre sus labios—. No me importa eso ahora Bill. Me gustas, me gustas mucho —soltó una risa.
Fue una risa corta, encontrándose medio incrédulo de sus propias palabras, mientras sentía su pecho expandirse con la liberación de ese sentimiento, hacía tanto que necesitaba sacar eso.
Bill se quedó quieto, completamente sorprendido. ¿De verdad Dipper le estaba diciendo algo así? El rubio notó cómo su propia piel ardía, sus mejillas encendiéndose como si todo lo que acababa de escuchar hubiera activado algo que nunca había permitido emerger del todo. Muy en lo profundo de su ser, deseaba con desesperación que Dipper Pines pudiera repetir esas palabras estando consciente, cuando no tuviera alcohol en el cuerpo, cuando todo esto no pudiera ser minimizado como un error provocado por la bebida.
La oscuridad de la habitación trataba de disimular el rubor en su rostro, pero la proximidad entre ellos lo traicionó. Dipper lo vio claramente, y soltó una risa amarga, cargada de emoción y frustración.
—Pero tienes que ser tan malditamente mujeriego. Me haces odiarte tanto, especialmente cuando te ves tan lindo sonrojado por lo que te dije, y sólo haces que me gustes más —le murmuró rozando sus labios—. Odio no poder saber si yo te gusto también.
Bill abrió la boca para decir algo, para intentar explicarse desesperadamente, para sacar lo que por tanto tiempo había ocultado también, el alcohol en su organismo lo estaba obligando a querer ser más honesto de lo que siempre se permitía ser.
—Pino, yo...
—Y no quiero saberlo —Dipper lo interrumpió de nuevo, su voz quebrándose en un suspiro que apenas era audible—. Me aterra la respuesta, no sé si soy capaz de soportarla. Así que... déjame disfrutar de esta corta noche contigo y...
El castaño tomó una bocanada de aire antes de continuar.
—Y... dejemos el arrepentimiento, las consecuencias, las peleas y todo lo demás para mañana —susurró cerrando los ojos antes de juntar su frente con la del mayor—. Por favor.
Bill sintió cómo su garganta se cerraba, atrapada entre el deseo de hablar y el miedo a decir algo que pudiera arruinarlo todo.
—Dipper... ¿estas segur-?
El mencionado no respondió con palabras, en especial no después de todo lo que le causo escuchar ese nombre salir de la boca del mayor. En lugar de eso, juntó sus labios con los de Bill en un beso suave, casi temeroso, como si el silencio fuera más seguro que cualquier conversación que pudiera haber entre ellos. Se separó un instante, susurrando apenas:
—No, no hables... no necesito que hables —dijo con timidez—. No hoy, no ahora.
Y entonces volvieron a besarse, más profundo, más desesperado esta vez, como si intentaran perderse en ese momento para no enfrentarse a la realidad que los esperaba al salir el sol.
Al separarse ambos se vieron a los ojos, y en ese momento, era como si el resto del mundo hubiera dejado de existir, ahora lo único que importaba era ese instante, esa mirada cargada de significados que aún no habían expresado del todo en voz alta, pero que ambos sentían.
Bill no era capaz de comprender la intensidad del asunto o de las consecuencias que sus acciones iban a tener, el alcohol en su sistema era demasiado y lo único que comprendía del todo era lo mucho que quería estar así con Pino, así que se dejó llevar sintiendo su corazón latir con fuerza, casi desbocado, y debido a la cercanía supo que Dipper podía sentirlo también. Pero lo que más le sorprendió fue darse cuenta de que el ritmo acelerado del corazón del castaño era igual al suyo.
Por primera vez, el rubio no supo cómo manejar la situación. Estaba acostumbrado a los juegos, a coqueteos sin compromiso, pero esto era diferente. Lo sentía en cada beso, en cada roce, en cada caricia, en cada mirada y eso lo asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Sin embargo, en ese instante, decidió que no importaba. Se dejaría llevar. Porque, aunque mañana llegarán las dudas y el arrepentimiento, aunque las peleas entre ellos fueran inevitables... Esa noche era suya.
De su Pino y de él.
Estaban demasiado embriagados con la esencia y el calor del otro para separarse, pero tuvieron que hacerlo por breves segundos, robando bocanadas de aire que necesitaban para sobrevivir. Y justo en ese respiro, Bill deslizó sus labios hacia el cuello del castaño. Dipper alzó la cabeza, con una clara invitación silenciosa, exponiéndose ante él, entregando esa parte vulnerable de su cuerpo sin reservas, como si con ese simple gesto le diera todo el permiso para hacer lo que quisiera con él, que hiciera lo que ambos habían deseado desde hace tiempo.
Bill debía aprovechar oportunidades como esa.
Sin pensárselo mucho, dejo su característica marca en el cuello de Dipper, ganándose un pequeño gemido por parte del castaño.
Su toque estaba lleno de una ternura disfrazada de posesividad, y mientras más se estremecía el de ojos marrones, el rubio más dejaba unos suaves besos cariñosos en la clavícula del chico.
—Bill... —susurró Dipper con voz temblorosa, cargada de deseo y desesperación, un ruego disfrazado de su nombre.
El cuerpo del mencionado se estremeció por completo al escuchar al castaño decir su nombre de esa forma. Cuando el más bajo volvió a juntar sus labios con los suyos, la necesidad se apoderó de ambos. Los besos ya no eran suaves ni calculados; ahora eran torpes, intensos, desesperados.
Entonces el castaño sintió algo bajo él. Un pequeño bulto creciente en las piernas de Bill que lo hizo detenerse por un momento, solo para que una risa satisfecha escapara de sus labios. Él había provocado eso. Y la idea de tener tanto poder sobre el rubio lo embriagó más que cualquier bebida.
Una idea peligrosa y tentadora cruzó por su mente: quería verlo rendido, completamente expuesto ante él, quería verlo vulnerable y débil bajo sus caricias, verlo estremecerse con sólo su toque. Pero más importante, él quería ser la única persona capaz de hacer temblar a Bill Cipher, de desarmarlo con un simple roce, de tenerlo solo para él.
Aunque sea por una noche.
Sin romper el contacto entre sus cuerpos, Dipper dejó que sus labios se deslizaran hacia el cuello del más alto, imitando su acción, pero con una intensidad distinta. No se detuvo ahí; separándose continuó descendiendo hasta la clavícula, seguido a su pecho, dejando una línea de besos que ardían como fuego en la piel del rubio.
El mayor apoyó sus manos en la cama para sostenerse mientras el castaño empezaba a desabotonar la camisa de Bill, uno a uno, sin prisa pero sin pausa, dejando un beso en cada parte de piel que iba exponiendo. Cada vez que el chico soltaba un suspiro involuntario, Dipper sonreía contra su piel, satisfecho de lo que provocaba en él, sentía las manos del rubio acariciar su cabello, su espalda... su alma.
Y él sabía que no habría nada que se sentiría mejor que eso.
Cuando finalmente la camisa quedó completamente abierta, el castaño sintió una pequeña victoria recorrer su cuerpo, con una sonrisa se separó ligeramente para observarlo, con deseo y codicia acarició el pecho desnudo del chico, viéndolo cerrar los ojos con las mejillas sonrojadas. La imagen era maravillosa, pero Dipper no planeaba detenerse ahí. Su atención ya estaba en otro lado.
Bill no sabía qué pensar sobre toda la situación, estaba demasiado abrumado, demasiado ebrio, pero lo cierto es que le gustaba bastante todo lo que el castaño estaba haciendo con él, inconscientemente se dejó llevar al principio, perdido en el calor de los besos de Dipper, disfrutando más de lo que debería cada roce, hasta que sintió al de ojos marrones deslizar las manos hacia su cinturón, con la clara intención de desabrocharlo.
El sonido metálico del cinturón al moverse lo despertó de su trance. La realización de lo que estaba pasando cayó sobre él como un balde de agua fría. ¿Qué estaban haciendo?
—Espera, Dipper... —murmuró, tomando su mentón con delicadeza para detenerlo, intentando que el castaño considerará todo una vez más antes de continuar. Sus ojos, normalmente llenos de descaro, ahora estaban cargados de preocupación. El pulso de ambos seguía acelerado, resonando en la cercanía entre ellos—. Estamos demasiado ebrios. No sé si deberíamos estar haciendo esto.
El mencionado cerró los ojos al escuchar su nombre salir de los labios de Bill así, desesperado y preocupado por él. Se sentía tan bien que le dolía. Pero, aunque le encantaba escucharlo llamarle así, había otro nombre que anhelaba oír más que cualquier otra cosa. Un apodo que le pertenecía únicamente al rubio y a él, un nombre que lo hacía sentir especial, uno que sólo usaba con él.
Volvió a abrir los ojos lentamente, encontrándose con la mirada inquieta del más alto. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro al ver la fragilidad en el rubio.
—Está bien Bill, yo quiero hacerlo —dijo el castaño besándolo otra vez.
Al separarse el más alto intentó decir algo más, pero Dipper no lo permitió.
—No te vas a arrepentir —le aseguró, su voz temblando con la necesidad que había estado reprimiendo durante tanto tiempo—. Solo dime si tú también quieres esto tanto como yo.
Bill tragó con dificultad, sintiendo el nudo en su garganta apretarse. Por supuesto que quería. Sería un completo idiota si se atreviera a mentirse a estas alturas, así que solo asintió, con demasiada emoción.
—Sí... —balbuceó, con las mejillas ardiendo, la voz temblando por los nervios—. Demasiado.
—Perfecto —respondió Dipper, y una sonrisa tierna se formó en sus labios, orgulloso y encantado de ver al arrogante rubio reducido a un manojo de nervios solo por él.
El de ojos marrones no le dio tiempo de arrepentirse y selló cualquier otra posible duda con un beso, como si ese beso pudiera ahogar todos los problemas que tenían y llevarlos de vuelta a ese momento donde nada más importaba.
Bill quería hablar, quería recordarle que tal vez estaban haciendo algo demasiado estúpido e impulsivo, incluso para ellos, pero el sabor de los labios de su Pino, la forma en que el castaño se aferraba a él como si fuera su única opción, él único al que deseaba, lo desarmó por completo, embriagándose por completo en el momento, las preocupaciones huyeron de su mente para únicamente centrarse en el presente. El deseaba tanto ésto como para poder resistirse a la tentación.
Era imposible no caer. Lo que sentía en ese momento, lo sobrepasaba por completo. Se hundió en ese instante, en ese toque, en ese beso, como si no hubiera un mañana. Como si esa noche fuera lo único que les quedara.
Dipper debía admitir que estaba nervioso, y que no se reconocía del todo. Pero debía hacerlo, debía hacerle saber a Bill que él podría ser mejor que todas esas chicas que le coqueteaban, que él podría complacerlo y demostrarle que él podía ser lo que el rubio necesitaba y tal vez así, Bill lo escogería a él.
—Déjame tenerte esta noche —suplicó el castaño entre besos, acercándose al oído del más alto y rozando su piel con un suave beso—. Sólo esta noche, una noche en la que seas completamente mío... Y por favor, llámame como sólo tú sabes hacer.
El cuerpo del mayor se estremeció. La calidez del aliento de Dipper en su oído le hizo cerrar los ojos con fuerza, tratando de contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. ¿De verdad Pino, su Pino, le estaba diciendo eso? Las palabras del castaño se sentían como una rendición y una demanda al mismo tiempo. En ese momento, sus dudas y protestas desaparecieron. Dipper lo quería. Y él también lo hacía, más de lo que debía, más de lo que se podía admitir.
El latido de su corazón resonaba en su pecho con fuerza, cada suspiro escapando de sus labios sin permiso, dejando un único pensamiento flotando en su mente: ¿Por qué necesitaba que esa noche durará para siempre?
Dipper, con movimientos cuidadosos y casi reverentes, terminó de quitarle el pantalón al rubio. No había prisa, solo una entrega mutua que se sentía divina. En cada beso que dejó sobre su piel, en cada pequeña marca que trazaba en el torso y los muslos de Bill, el castaño no sólo expresaba su deseo y desesperación, sino también pertenencia. Con cada mordida y herida que dejaba en su piel, estaba reclamando lo que sentía suyo, de cierto modo, sabía que estaba marcando su territorio de todas esas personas que querrían hacer lo mismo que él hacía en esos momentos. Él sabía que todo el mundo deseaba estar en su lugar, deseaban tener al rubio como él lo tenía.
Pero ahora Bill era suyo, y él era de Bill.
Y nadie iba arrebatarle ese momento.
Subiendo de intensidad a cada segundo que pasaba, pronto el rubio jadeó al sentir un nuevo tirón —si es que no se podía más— en su entrepierna, Dipper se veía muy bien mientras intentaba deshacerse de la pretina del bóxer de Bill, y esto, no era más que mero pensamiento personal del mayor, que no podía evitar deleitarse con la hermosa imagen que tenía frente a él.
Dipper era una obra de arte.
Él en serio tenía a su Pino mirándolo así. Esa mirada, intensa y vulnerable, se hundía en lo más profundo de su ser, haciendo que el mundo entero dejara de existir por unos instantes. Bill se preguntó, con un nudo en el pecho, si Dipper alguna vez había mirado a alguien más de esa forma. Secretamente, deseaba que no. Deseaba que esa mirada fuera solo suya, que esos ojos marrones, cargados de lujuria, adoración y algo más profundo, algo aún más íntimo, pertenecieran únicamente a él. Quería ser el único al que el castaño deseara de esa manera, el único que pudiera provocar esa pasión en su interior.
Decidió entonces, en su cabeza, que así debía ser: Dipper nunca había mirado a nadie más como lo miraba ahora. Era la única forma de calmar la creciente molestia que se retorcía en su pecho, porque pensar que alguien más hubiera tenido el privilegio de ese mismo brillo lo enloquecía. Más que los besos del chico, lo que Bill anhelaba con desesperación en ese momento era ser el único que pudiera ver esa expresión en su rostro.
Desde la orilla de la cama, el rubio observaba cada pequeño gesto del chico como si intentara congelarlo en su memoria, grabarlo en su mente para siempre. Sabía y temía que al día siguiente todo aquello se transformaría, que Dipper despertaría y lo miraría con repulsión, que lo arrojaría de su vida como un error del que no quería recordar nada. La sola idea de que el castaño se arrepintiera de verlo así, de desearlo así, de que lo despreciara después de haber compartido ese momento tan íntimo, hizo que un dolor se instalara en su pecho, amenazando con ahogarlo.
¿Y si se despertaba avergonzado y arrepentido de lo que habían compartido? ¿Y si lo rechazaba, negando todo lo que había sucedido entre ellos? ¿Y si todo lo que habían compartido esa noche se desvanecía al amanecer, como un sueño que jamás existió? La posibilidad de perder ese momento lo llenó de un dolor sordo.
Trató de memorizar cada detalle. El brillo ardiente y divino en los ojos del castaño, el sonrojo en sus mejillas, la forma en que lo tocaba como si no quisiera soltarlo nunca. Porque sabía que en la mañana esa mirada de adoración se convertiría en una de desprecio, y ese hecho lo aterraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Aunque no quería pensar en eso ahora, incluso si dentro de él supiera que en la mañana eso sería lo único que le esperaba. Cerró los ojos un momento, empujando esas inquietudes al rincón más profundo de su mente. Esta noche era de ellos, solo de ellos. No había lugar para arrepentimientos ni reproches. Solo quedaba el deseo ardiente que compartían, un deseo que los consumía y les daba la ilusión, por un breve instante, de que el amanecer no llegaría jamás.
Y en ese instante, Bill deseaba a su Pino más de lo que jamás había deseado a nada ni a nadie en toda su existencia.
Mientras el rubio se perdía en el momento, el castaño se encargaba con dedicación de atender la necesidad urgente de la entrepierna del mayor con su boca, necesidad de la cual, Dipper y sólo Dipper Pines era responsable.
Pino lo tenía a su merced, y Bill lo aceptaba sin resistencia, dejándose arrastrar por cada caricia, cada beso y cada roce húmedo como si el mundo se derritiera a su alrededor. Los dedos del mayor se enredaron en el cabello del castaño, aferrándose a él como si fuera lo único que lo mantenía vivo. Trataba de sostenerlo con cuidado al principio, intentando no lastimarlo en el proceso, incluso si a veces lo sostenía y jalaba con más fuerza de la que quería, los jadeos escapaban de su garganta, entrecortados e incontenibles, le resultaba imposible controlar como su cuerpo reaccionaba ante todas las sensaciones que Dipper le estaba provocando.
Cada vez que el castaño movía su boca contra el cuerpo del rubio, que rozaba su piel con intención o urgencia, Bill sentía un temblor recorrer su cuerpo, haciéndolo estremecer hasta los huesos. Jadeaba sin control, incapaz de ocultar lo que él mismo empezaba a comprender: no había escapatoria. La manera en la que reaccionaba al chico, la forma en que su cuerpo buscaba más... no podía fingir indiferencia ni recuperar su fachada usual. Dipper lo estaba desarmando pieza por pieza.
Y cada balbuceo entrecortado del más alto, cada exigencia susurrada con anhelo, hacía que el corazón del castaño latiera aún más fuerte... y si era totalmente honesto consigo mismo, en ese momento estaba más que feliz de obedecer cada demanda que el rubio le pedía.
Levantó la mirada un instante, queriendo grabar cada detalle en su memoria, y lo que encontró fue una imagen que quedaría grabada en su mente para siempre:
Bill con los ojos entrecerrados, su cabello completamente revuelto, las mejillas encendidas de un rojo profundo, los labios temblorosos e hinchados por los besos que habían compartido. Cada respiración entrecortada suspirando el apodo que más le hacía perder la cabeza.
—Pino... —murmuró el más alto con una voz débil, entrecortada y jadeante, como si incluso pronunciar ese nombre le robara el aliento.
Dipper sintió un calor abrumador invadir su pecho al escucharlo decir su apodo con esa fragilidad inusual, despojada de cualquier arrogancia o pretensión. Era como si cada muro que Bill solía levantar entre él y el mundo se hubiera derrumbado, dejándolo completamente expuesto. Y lo había hecho por él, solo por él. "Pino" en los labios del rubio era una rendición dulce y absoluta, un recordatorio de que en ese momento, nada más existía: ni el mañana, ni los posibles arrepentimientos, ni las dudas que siempre lo acechaban. Solo esa voz quebrada que lo reclamaba en la oscuridad, con un tono y un apodo que le pertenecía exclusivamente a él.
Y eso era todo lo que el castaño necesitaba, él había ganado. Porque ahora lo sabía con una claridad devastadora: Bill Cipher se había entregado por completo, sin máscaras, sin juegos.
Y él, Dipper Pines, era el único que podía sostenerlo así, en ese estado de absoluta vulnerabilidad y rendición. La revelación lo embriagó con una mezcla de triunfo y ternura; por primera vez, el rubio no estaba escondido detrás de su cinismo ni su sarcasmo. Era real.
Quiso sonreír, regodearse en esa victoria que le había costado tanto conseguir. El hecho de saber que era él quién estaba causando esa reacción en Bill Cipher, que era él quién había hecho que el rubio murmurara su nombre de esa manera era intoxicante. Pero por mucho que quisiera disfrutar ese momento de poder, su necesidad de complacerlo superó cualquier otra cosa.
Se inclinó nuevamente, decidido a arrancar hasta el último suspiro de los labios de Bill, a satisfacerlo como si eso fuera lo único que importara en el mundo. Los jadeos entrecortados y pequeños gemidos del más alto llenaban la habitación como una melodía que Dipper no quería dejar de escuchar jamás. Cada movimiento, cada sonido del otro, lo motivaba a continuar, a explorar con su lengua, sin miedo los límites de lo que ambos podían compartir.
El rubio estaba al borde del colapso, y lo sabía. Sentía que su cuerpo se tensaba más con cada segundo que pasaba, el deseo acumulándose, rozando ese punto de no retorno. Apenas podía respirar, y cada vez que trataba de recuperar el control, Dipper lo abrumaba con otra caricia precisa, con otra provocación hecha a la medida de su deseo.
—Pino... —Bill jadeó con un temblor en la voz, tratando de advertirle al chico de lo que sucedería, sus manos aferrándose desesperadamente a los hombros del castaño—. Voy a...
No podía terminar la frase. Cada fibra de su ser estaba al borde del abismo, y lo único que quería era que Dipper lo empujara completamente hacia el vacío.
Y el castaño sabía eso, por lo que aquello no lo detuvo por ningún motivo, sino que obtuvo un efecto contrario, provocando que está vez una sonrisa traviesa se apareciera en sus labios.
—Está bien, no me importa —soltó interrumpiéndose, separándose por milímetros de la punta del miembro ajeno.
Seguido, Dipper regresó a lo que hacía con renovado entusiasmo, deleitándose con la visión del rubio que tenía frente a él. Bill cerró los ojos, inclinando la cabeza hacia atrás, completamente perdido en las sensaciones que lo desbordaban. Los estímulos que el castaño provocaba en su cuerpo eran demasiado, un placer abrumador que no podía contener por mucho más tiempo. Cada roce, cada suspiro, cada centímetro que tocaban los dedos y labios de Dipper lo empujaban más allá de sus límites.
Una maldición entrecortada se escapó de sus labios.
—Demonios, Pino —balbuceó incoherentemente, su voz ahogada y temblorosa—. Agh.
Tiró del cabello del castaño, al que había estado aferrado desde el principio, sin preocuparse ya por ser cuidadoso. El dolor placentero de ese tirón hizo que Dipper emitiera un sonido bajo, casi un gemido, lo que sólo alimentó más la agonía deliciosa en la que ambos estaban atrapados. Bill sabía que estaba al borde de la entrega total, pero aún se aferraba a esos segundos, queriendo extender cada momento lo más posible, prolongando el placer hasta el punto de la desesperación.
Quería a su Pino así, un poco más. Solo un poco más.
No obstante, su cuerpo ya no podía con la resistencia y cedió. Todo el autocontrol que quedaba se desvaneció en un instante, y el apodo del menor salió de la boca de Bill en un grito ahogado de placer. Y tal como había prometido, el castaño no se apartó. Permaneció ahí hasta el final, llevándolo más allá de lo que el más alto jamás pensó que podría soportar.
Satisfecho y triunfante, Dipper sintió el vértigo de haber llevado al rubio al límite. Cada respiración entrecortada de Bill, cada estremecimiento involuntario, era una confirmación silenciosa de su victoria.
Pasaron unos momentos en silencio, solo el sonido de sus respiraciones llenando la habitación. Cuando ambos estuvieron más tranquilos, el más bajo se incorporó lentamente, poniéndose de pie junto a la cama. Observó al rubio, que se había recostado sobre los codos, con el cabello desordenado y las mejillas todavía sonrojadas.
Sin pensarlo dos veces, Bill se sentó por completo, sus ojos dorados brillando con una emoción que superaba el simple deseo. Había algo indefenso en su mirada, una mezcla de ternura, anhelo y necesidad, como si cada segundo que Dipper estuviera lejos de él le robara el aire. Extendió la mano y lo tomó del brazo con suavidad, sin la urgencia de antes. Esta vez, lo que necesitaba no era placer, sino cercanía. Algo más íntimo, más auténtico que no se molestó en ocultar.
—Regresa aquí, Pino —pidió con un tono entre demanda y súplica, sus ojos deslizándose hasta su regazo, como si la distancia entre ellos fuera insoportable—. T-Lo extraño.
El castaño sonrió cuando se encontró frente al más alto. Estar frente a Bill así, viéndolo tan abierto y honesto, era un territorio desconocido para ambos. Sin pensarlo mucho más, cayó sobre su regazo como si hubiera encontrado su camino a casa.
—Como desees —respondió con voz baja y complaciente, dejando ver una leve satisfacción en su tono.
El rubio lo miró sorprendido, como si no hubiera esperado esa respuesta de parte de Dipper. Pero la sorpresa pronto se desvaneció, dando paso a una sonrisa cálida, una que se sintió extraña en su rostro por lo auténtica que era. Sus mejillas se colorearon ligeramente, y sin dudarlo más, lo acomodó en su regazo y lo rodeó con sus brazos, aferrándose a él como si temiera que este momento pudiera desvanecerse en cualquier instante.
—No puedo creer que hayas hecho eso, Pino. ¿Estoy alucinando? —susurró Bill, su voz llena de una mezcla de incredulidad y nerviosismo—. ¿Estoy en un sueño?
Dipper dejó escapar una pequeña risa, igual de ansiosa, sin poder evitar contagiarse del desconcierto del otro.
—Me temo que no.
Bill suspiró débilmente y, sin pensarlo, acercó su frente a la del castaño, cerrando los ojos mientras ambos procesaban el momento en silencio. La quietud se sintió íntima, frágil. Sin embargo, el más bajo notó algo nuevo en la actitud del rubio, un cambio sutil que le preocupó más de lo que esperaba. No era el Bill arrogante y seguro que conocía; había algo más, algo que no conocía, algo nuevo que le daba miedo empezar a creer.
Ansioso, decidió hacer un chiste. Quizá, si le quitaba seriedad al momento, podría apartar sus tontas ilusiones al rincón más profundo de su mente.
—Acabas de cobrar tu primer cupón —dijo bromeando tontamente y Bill soltó una risa por lo bajo, antes de ponerse serio.
El chiste no fue suficiente para apartar los pensamientos que comenzaban a aparecer en su mente. Ahora, sin la urgencia de su cuerpo para distraerlo, su cerebro le estaba dando demasiado tiempo para pensar en lo que estaba sintiendo. La expresión alegre que había en su rostro desapareció poco a poco, atrapado en los pensamientos que llevaba demasiado tiempo evitando.
Por un instante, frunció el ceño, atorado en las palabras que quería decir pero que no se atrevía a pronunciar. Una parte de él deseaba ser completamente honesto, dejar de esconder lo que sentía bajo capas de arrogancia y miedo. Sin embargo, sabía que decirlo en voz alta sería exponerse de una forma que nunca antes había permitido.
Y si Dipper no lo aceptaba al despertar... si no respondía de la forma que esperaba, ¿qué sería de él entonces? Una punzada de dolor atravesó su pecho al darse cuenta de que, por mucho que compartieran ese instante íntimo, el castaño jamás lo aceptaría en sus cinco sentidos. Todo aquello solo era una fantasía temporal, una ilusión condenada a desvanecerse con los primeros rayos de sol.
¿Qué le estaba pasando? El alcohol nunca lo había puesto así antes.
Se apartó apenas unos centímetros, lo justo para ver el rostro del menor con claridad. Sus ojos dorados lo buscaron con ansiedad, desesperado en encontrar una señal en la mirada de Dipper que pudiera prometer que aquello que tenían en ese momento no terminaría al amanecer, que no habría arrepentimientos entre los dos. Pero los ojos marrones del chico lo observaron con una intensidad que lo abrumó, sin ser capaz de descifrarlos. Bill sintió cómo la voz se le quebraba en la garganta, atorada por el nudo que llevaba dentro.
—Dipper, yo... —comenzó, con el pecho apretado, cada palabra consumiéndolo por dentro, aterrado de mostrar algo que nunca se había permitido sentir. Jamás había estado tan expuesto, tan desnudo emocionalmente. Pero había algo dentro de él que le exigía dejar de esconderse, algo que exigía ser honesto al menos una vez, al menos con él—. Sobre lo que me dijiste hace rato...
Los ojos del mencionado se abrieron ligeramente al escucharlo, y en ese momento lo supo: Bill estaba a punto de decir lo que tanto temía oír. Esa verdad que había tratado de ignorar, de evitar a toda costa.
No podía escucharlo. No quería. No podría soportarlo.
El castaño sintió cómo su corazón se encogía, una oleada de pánico lo inundó. Si escuchaba la verdad, todo cambiaría. Si Bill lo rechazaba ahora o si decía algo que confirmara sus miedos, no había forma de que su corazón no se destrozará. La sonrisa desapareció de su rostro al instante.
Tenía que detenerlo.
No podía esperar a que las palabras salieran de los labios del rubio; sabía que lo destruirían. Así que, sin pensarlo, Dipper se inclinó y lo besó. Fue un beso desesperado, como si con esa acción pudiera silenciar todos sus miedos.
—No hables —susurró el castaño contra sus labios, su voz baja y temblorosa, las mejillas ardiendo. Había tanta fragilidad en esas palabras, tanto miedo envuelto en ese momento que dolía escucharlo—. Ya te dije que no necesito que hables, Bill. No quiero saberlo. Solo escúchame.
El rubio lo miró en silencio, desconcertado. Sus ojos dorados brillaban con una mezcla desgarradora de anhelo y dolor. Quería hablar, quería vaciar su corazón y mostrarle todo lo que había guardado allí durante tanto tiempo. Pero si Dipper no quería escucharlo, ¿de qué servía arriesgarlo todo?
Asintió lentamente, resignado, aceptando que quizás esa verdad tendría que permanecer enterrada toda su vida, de que tal vez nunca vería la luz del día. Quizás este era el momento en que debía renunciar a esa esperanza, aceptar que lo que sentía por Pino debía quedar oculto, enterrado en lo más profundo de su ser. Tal vez nunca habría un momento adecuado para decir lo que sentía. Tal vez esto era el universo diciéndole que nadie quería ver eso de él, que no debía permitir que el castaño supiera la magnitud de lo que significaba para él. Porque, al final del día, Dipper nunca lo escucharía.
Jamás se permitiría creer que lo que tenían entre ellos podía ser real.
—Está bien —susurró Bill al fin, con una sonrisa débil—. Dime.
En ese momento, encerró sus sentimientos bajo llave, como tantas veces había hecho, pero esta vez con la amarga certeza de que esa puerta nunca volvería a abrirse.
El castaño en sus piernas lo besó de nuevo, esta vez sin la desesperación de antes, sino con un alivio silencioso, pero lleno de intensidad. Había pospuesto el inevitable rechazo, al menos por un momento más. En ese instante, no importaba si ese beso era un autoengaño, si solo estaban prolongando lo inevitable. No podía enfrentarse a la verdad aún, no estaba listo.
Quería disfrutar del pequeño universo que habían creado juntos. Quería alargarlo todo lo que fuera posible, saborear el tacto de Bill y el calor de su cuerpo, memorizar cada sensación para atesorarla por el resto de su vida.
No quería despertar del sueño que parecían estar viviendo, al menos no todavía. Quería aferrarse al trato que los ataba juntos, a sus citas que engañaban su mente, a esa falsa normalidad que habían construido, aunque supiera en lo más profundo que nada era real. Quería exprimir hasta la última gota de esa ilusión antes de que fuera demasiado tarde.
El alcohol le daba el valor que la sobriedad siempre le negaba, haciendo posible lo que en cualquier otra circunstancia no se atrevería a pedir. La ebriedad, la vulnerabilidad y el deseo se mezclaban dentro de él, despertando una necesidad desesperada. Necesitaba a Bill, necesitaba que el rubio lo ayudará con su problema, necesitaba probar el paraíso que el rubio le ofrecía con sus caricias.
—Ayúdame... —murmuró entre besos, apenas en un susurro cargado de anhelo—. Por favor.
La petición no se trataba solo de deseo físico que sentía; Dipper necesitaba que las manos del más alto apagarán los demonios en su cabeza, silenciarán los pensamientos que lo atormentaban y los miedos que lo consumían. Quería que las manos de Bill borraran cada duda, cada arrepentimiento, que lo envolvieran en una calma que no había conocido en años, quería que lo tocará hasta dejar su mente en blanco. No le importaba cómo se veía en ese momento, desesperado y necesitado; solo sabía que lo quería. Que lo necesitaba.
Y a Dipper sólo le quedaba suplicar al universo que Bill no se burlara de él por eso.
—Acaríciame —susurro el castaño, totalmente sonrojado.
El rubio no estaba seguro de si había escuchado bien, así que parpadeó un par de veces, incrédulo ante la petición del más bajo.
—¿Eh? —preguntó el más alto confundido.
—Ya sabes... —Dipper ocultó su cabeza en el cuello de Bill, demasiado avergonzado como para verlo a los ojos—, es que no sé que hacer con... "eso".
Por un momento, el mayor se sintió completamente perdido. No había escuchado mal. El castaño con una mezcla de torpeza e inocencia, le estaba pidiendo algo que lo dejaba sin aliento. Sentía una punzada de culpa, como si lo estuviera corrompiendo sin remedio, pero también algo más: un terror silencioso de lo que pasaría al amanecer.
Dipper iba a matarlo por esto.
—Acaríciame fue la primera palabra que se me ocurrió —añadió el de ojos marrones, soltando una risa nerviosa, demasiado consciente de lo absurdo y ridículo que sonaba—. Lo siento... pero espero que entiendas a lo que me refiero...
Bill asintió lentamente, sin atreverse a decir una palabra más. Con delicadeza, llevó sus labios al cuello del chico, depositando besos tímidos al principio. Pronto, la ternura dio paso a algo más decidido: una segunda marca en el lado opuesto de la anterior.
Sí. Iba a morir al salir el sol, ahora estaba seguro de eso.
Pero no podía detenerse. Lo quería todo de Dipper. Y en el fondo de su corazón, había una esperanza tímida, una esperanza desesperada, de que el castaño pudiera recordar todo al día siguiente, de que no se arrepintiera. Que, sobrio, pudiera confesarle lo mismo que ahora solo era capaz de expresar entre suspiros.
Y si Dipper lo mataba en la mañana lo entendería, había valido la pena tenerlo así aunque sea por una noche.
Besaba con anhelo y ambición, pero con sumo con cuidado, como si cada caricia pudiera sostener lo efímero del momento. Y cada beso hacía que el castaño se agitara más, su respiración acelerándose al ritmo del deseo que los consumía a ambos.
Entonces Dipper tomó la mano del rubio y, con un movimiento tembloroso pero decidido, la guió hasta su pantalón que lo incomodaba demasiado ahora, bastante desesperado por sentir más del chico, él sabía que necesitaba de su roce, que era Bill, él único que podría darle un poco de alivio en ese momento.
—Por favor... —murmuró, con el rostro ardiendo y la voz temblorosa, pero con una urgencia que no podía contener—. Necesito que me toques.
—Pino... ¿estás seguro? Una cosa es tocar y otra es que te toquen y...—el rubio susurró una última vez, tratando de llevar al chico de vuelta a la razón, aunque, en el fondo, esperaba una respuesta negativa de su parte.
Algo dentro de él ansiaba detener esto, preocupado de que el menor lo despreciara más en la mañana, pero también sabía que si Dipper lo rechazaba ahora, le partiría el alma.
—Si te lo estoy pidiendo es porque estoy seguro... —murmuró el castaño, con una pequeña sonrisa avergonzada. Sus ojos se encontraron, y en esa mirada había más certeza de la que Bill esperaba—. He querido hacer esto desde hace tanto... Te necesito, y si mañana prefieres no hablar de esto, está bien. No tienes que preocuparte. Solo quiero vivir y disfrutar de este momento contigo, sin nada más, así que... ya sabes.
El rubio apartó la mirada, inseguro.
—Pero... tal vez mañana te arrepientas, y no quiero que este momento se convierta en algo amargo para ti —murmuró con preocupación—. No podría soportar que me odiaras más de lo que ya lo haces.
Dipper gruñó con frustración, desesperado. Sabía que Bill tenía razón, pero no le importaba. Necesitaba esto, necesitaba el toque del rubio. Era su única oportunidad de liberar lo que llevaba tanto tiempo conteniendo, de apagar sus miedos por una noche, de hacer lo que tanto deseaba y suprimía, aunque al día siguiente tuviera que enfrentar las consecuencias.
—Por favor —suplicó, su voz cargada de deseo y desesperación—. No me importa lo que pase mañana. No te preocupes por mi. Aprenderé a vivir con las consecuencias, pero esta noche... solo esta noche, tócame como si fuera tuyo, Bill. Por favor.
El castaño respiraba agitado, su mente enredada en pensamientos dolorosos. ¿Por qué tenía que ser tan cobarde cuando estaba en sus cinco sentidos? ¿Por qué no podía ser sincero consigo mismo? ¿Por qué Bill no podía quererlo de la manera en la que él lo deseaba? ¿Por qué el estúpido del rubio tenía que ser tan mujeriego y bromista? ¿Por qué no podía ser Dipper, el único al que Bill quisiera? Su corazón dolía demasiado, necesitaba apagar su mente, sus miedos, y las caricias del mayor eran las únicas que podían hacerlo.
—¿Podemos olvidarlo todo solo por hoy? —balbuceó más para sí mismo, haciendo un pequeño puchero que partió al rubio por dentro—. ¿Podemos ser felices solo por una noche? ¿Por favor? Te necesito.
Bill lo miró intensamente. Sus ojos dorados ardían con un fervor silencioso, sabiendo que estaba perdido, completamente a merced de Dipper. No podía resistirse, no cuando él lo pedía de esa manera, con el alma desnuda frente a él. Sin decir nada más, aceptó esa entrega, dispuesto a darle al castaño todo lo que su corazón, y su cuerpo, pedían esa noche.
Con una mezcla de resignación y deseo, el rubio cerró los ojos y depositó un beso en el cuello de Dipper, lento, como si quisiera memorizar ese instante. Sus manos encontraron la piel cálida debajo de la camiseta del más bajo, acariciando su piel con adoración y cariño, como si estuviera tocando algo sagrado. Todo aquello se sentía mágico, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos.
No podía creer lo que estaba pasando, era tan surreal. Dipper Pines no podía estar pidiéndole eso.
—Bill... por favor —jadeó el castaño, y esa súplica fue el golpe final.
—Está bien, está bien, Pino... —susurró el rubio, rindiéndose por completo—. No puedo decirte que no.
"Solo no me odies mañana, por favor" Suplicó internamente el mayor.
Dipper sonrió con alivio, volviendo a capturar los labios de Bill en un beso intenso, lleno de ansia, deseo... pasión contenida y algo más profundo, más íntimo, algo que ninguno se atrevía a mencionar en voz alta. Mientras se besaban, el rubio deslizó sus manos hábilmente, despojando al chico de su pantalón y ropa interior sin despegarse de sus labios. El más bajo se movió para acomodarse sobre las piernas del mayor, girándose de espaldas a él, buscando una posición más cómoda. Por un momento, descansó la cabeza en el cuello de Bill, dejándose llevar por la sensación de su cercanía, de las manos del rubio envolviéndolo con delicadeza.
Bill lo abrazaba con fuerza entre sus brazos, como si Dipper fuera su posesión más valiosa, más amada, como si tuviera miedo de que, al soltarlo, pudiera perderlo para siempre. Cada fibra de su ser parecía gritar que el castaño no solo era lo que más deseaba en ese momento, sino lo único que realmente quería tener en su vida. No era solo deseo ni simple capricho; Dipper se había convertido en su tesoro más preciado, en algo irremplazable.
Y en la mirada hambrienta y protectora del rubio, se podía leer con claridad: Pino era su nueva y absoluta obsesión, su posesión favorita... y no tenía intención de dejarlo escapar.
El mayor afirmó la cintura contraria a su cuerpo y, con su mano diestra, rodeó el interesante problema del castaño para "acariciarlo" con un ritmo lento de arriba hacia abajo, suaves y juguetones. Podía escuchar los suaves jadeos del chico, inquietos como producto de la extraña y muy buena sensación de placer. Esto, a su vez, sólo provocó que la mano del más alto aumentará la velocidad de sus movimientos, y mientras más se estremecía y reaccionaba Dipper, más lo complacía el rubio, ajustando la velocidad y el movimiento a las necesidades del chico.
—Ah, Bill... —jadeó el castaño, con su aliento cálido rozando la piel del cuello contrario. Sentía pequeños espasmos recorreriendo su cuerpo desde la base de su estómago hasta su entrepierna, tensándolo y dejándolo sin aliento.
La respiración del rubio en la nuca de Dipper le erizaba la piel, haciendo que cada roce se sintiera más intenso, más urgente. Bill lo besaba con suavidad, dejando pequeños rastros de su deseo en el cuello del castaño, y en algún momento, una mordida ligera arrancó un gemido ahogado de los labios del más bajo. Cuando no podía alcanzarlo con sus labios, se inclinaba hacia su oído y le susurraba cumplidos, elogios que lo volvían loco, que lo estremecían y emocionaban más, sentía que estaba perdiendo lo último que le quedaba de razón con las dulces palabras que el de ojos dorados le decía.
—Eres divino, Pino... simplemente el mejor... —le decía Bill en un susurro—. Tan jodidamente perfecto.
Con cada palabra de adoración que le decía, Dipper sentía que su mente flotaba entre la euforia y la rendición. Cada palabra del rubio lo arrastraba más y más al profundo deseo de pertenecerle por completo, y por un instante efímero, se atrevió a soñar. Soñó con un futuro donde ese tipo de conexión entre ellos no terminara al amanecer, donde sus deseos y sentimientos que llevaba guardando en silencio pudieran ser correspondidos.
Era un pensamiento arriesgado, pero quizás, solo quizás, esa noche podría ser el primer paso hacia algo que había anhelado en lo profundo de su ser durante tanto tiempo.
Un sueño en donde el rubio lo escogiera a él.
—Sé mío, Pino... —susurró Bill con un tono suave, casi suplicante—. Por favor, te necesito.
Dipper se estremeció al escuchar esas palabras. Era todo lo que había anhelado, y en ese momento ya no había vuelta atrás, se rindió por completo ante su propio deseo, sin saber que las palabras del chico llevaban más verdades y sueños que las que el calor del momento les hacía creer.
Aferró sus manos con fuerza a las rodillas de Bill cuando llegó a su límite, buscando estabilidad, y se dejó ir por completo, un gemido con el nombre del rubio escapando de sus labios. El ambiente se llenó de sus respiraciones agitadas, el calor entre ellos envolviéndolo todo, dejando poco espacio para pensar en nada más.
Su mente finalmente estaba en blanco, no había miedos, ni espacio para arrepentimientos, solo su completa y sincera rendición a lo que sentía.
El tiempo se volvió irrelevante. Segundos y minutos pasaron con ellos aún entrelazados, sin necesidad de palabras. Bill deslizaba su mano lentamente sobre las piernas del castaño trazando líneas imaginarias en su piel como si intentara memorizar cada centímetro. Dipper, agotado pero satisfecho, apoyó la cabeza en el hombro derecho del más alto, permitiéndose un pequeño respiro en el refugio de su abrazo.
El ya no podía más, había sucumbido ante las caricias de Bill.
Todo se sentía perfecto, en ese instante tenía todo lo que siempre había querido, lo que siempre había deseado... O al menos eso creyó hasta que una extraña sensación en su estómago lo alertó.
—Oh, mierda —susurró Dipper, su cuerpo se puso rígido de repente. Se apartó bruscamente del rubio, su expresión cambió de la satisfacción a la desesperación.
—¿Pino? —Bill apenas tuvo tiempo de preguntar antes de que el chico, pálido y tambaleante, saltara de la cama.
Con la mirada perdida, buscó el baño del chico y salió disparado hacia allí, tropezando un poco en el proceso.
El sonido inconfundible del vómito llenó la habitación unos segundos después, seguido por una maldición ahogada. Dipper había logrado llegar al inodoro, pero no antes de manchar su camiseta en el proceso.
Bill, preocupado, se levantó de inmediato y fue tras él para ayudarlo, encontrándolo inclinado sobre el retrete, temblando ligeramente.
—Lo siento... —habló débilmente el castaño—, creo que arruiné el momento.
Bill suspiró, se encontraba tratando de no sonreír ante la adorable situación, aunque la preocupación seguía presente en su mirada. Con ternura en su ojos, se arrodilló a su lado y con cuidado le apartó el cabello de la cara, sosteniéndolo mientras el castaño intentaba recuperar la compostura.
—No arruinaste nada, Pino —murmuró con cariño, dejando un beso ligero en su frente—. ¿Cómo te sientes?
Dipper soltó un suspiro frustrado, su rostro todavía pálido y lleno de vergüenza.
—Acabo de vomitarme en tu baño... y en mi camisa —balbuceó, sintiendo que la humillación lo aplastaba—. Qué patético debes pensar que soy.
—¿Patético? Para nada. Más bien, perfecto es la palabra con la que te describiría en estos momentos —respondió Bill, esbozando una sonrisa ladeada mientras acariciaba la espalda de Dipper en un gesto relajante y cariñoso, un escalofrío recorriendo la espalda del más bajo al escuchar como lo llamaba—. Además, mira el lado bueno: al menos fue en el baño y no en mi cama.
El castaño resopló, mitad exasperado, mitad divertido. Sin ser capaz de creerse las palabras del mayor, como si le fueran imposibles de entender.
—Qué alivio... —dijo en tono sarcástico, aunque la ternura en la voz del rubio le arrancó un ligero nudo en la garganta, y una sonrisa se escapó de sus labios.
—Está bien, Pino, en serio. Esto te ayudará a bajar el alcohol más rápido —añadió Bill, sin dejar de sostenerlo mientras el castaño terminaba de vaciar su estómago en el inodoro.
Los minutos transcurrieron entre jadeos y arcadas, y el más alto permaneció a su lado, sin soltarlo, ofreciéndole su presencia silenciosa como protección, dejando tiernos besos en el hombro del castaño de vez en cuando. A pesar de lo incómodo y humillante que había sido todo, Dipper sintió algo cálido creciendo en su pecho: Bill no lo había dejado solo ni un segundo, lo había abrazado en todo momento.
Se sentía tan conmovido por esto. Era como si el rubio se preocupará por él, incluso cuando estaba en su momento más asqueroso y vergonzoso.
—Ya, Dipper, todo va a estar bien —murmuró Bill con suavidad, acariciándole la espalda en círculos lentos mientras las últimas arcadas se desvanecían.
Por unos momentos, solo se quedaron allí, en el suelo del baño, el más bajo respirando entrecortadamente y el rubio sosteniéndolo con la misma adoración de antes. Y en esa quietud incómoda, con el retrete como testigo, Bill supo que, a pesar del caos que les esperaba, no cambiaría esta noche por nada en el mundo.
El mencionado no respondió, simplemente cerró los ojos, exhausto, pero aferrándose al sentimiento tan cálido que sentía en su cuerpo cuando el rubio lo sostenía. El mayor se levantó con cuidado, buscó una toalla y la humedeció con agua fría.
—Toma —le dijo, extendiendo la toalla hacia Dipper—. Límpiate la cara con esto. También puedes enjuagarte la boca, si quieres.
El castaño asintió débilmente y obedeció. Se limpió el rostro con la toalla húmeda y la presión refrescante le alivió un poco el calor que sentía en la cabeza, seguido se limpió su boca tal y como Bill le había señalado. Mientras tanto, el rubio desapareció brevemente, ordenando, limpiando y buscando algo en la habitación.
Sin embargo, la vergüenza todavía lo asfixiaba. Dipper sentía que debía ser insoportable y asqueroso ante los ojos del mayor, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Estaba seguro de que el chico debía odiarlo en esos momentos. Era tan patético como para no hacerlo.
Al cabo de unos minutos, Bill volvió, esta vez con una playera limpia en la mano y una gran sonrisa que hizo que los sentidos del castaño se revolvieran inmensamente.
—Debe quedarte un poco grande, pero servirá por ahora —dijo el rubio con delicadeza—. Levanta los brazos.
El menor obedeció en silencio. El más alto lo ayudó a quitarse la camiseta manchada con cuidado, el contacto breve pero cálido haciendo que el corazón de Dipper latiera más rápido de lo que habría admitido. Luego le puso la nueva camiseta, que caía un poco holgada sobre su figura.
—Así está mucho mejor —sonrió Bill, ajustando la tela en los hombros del castaño—. Me agrada como te ves con mi ropa... tal vez deberías usarla más seguido, Pino.
El color subió a las mejillas del mencionado, su corazón a punto de salir de su pecho.
—Gracias, Bill —murmuró Dipper, esbozando una pequeña sonrisa, tímida pero sincera.
—De nada, Pino —respondió correspondiéndole aquella sonrisa.
Con un gesto gentil, el rubio le dio un pequeño beso en la frente, y lo tomó por los hombros hasta guiarlo hacia la cama, sosteniéndolo con firmeza pero sin presionar.
—Ven, vamos a la cama. Necesitas descansar —le dijo con una sonrisa—. Ha sido una noche demasiado larga.
Ya en la cama, Bill lo ayudó a recostarse con cuidado, rodeándolo con un brazo para mantenerlo estable, no era necesario, pero Dipper lo agradecía.
—¿Vamos a dormir? —preguntó el castaño, la voz baja y arrastrada, al borde de quedarse dormido.
Estaba exhausto, muerto del cansancio por los eventos ocurridos esa noche.
—Si eso es lo que quieres... —contestó el otro en voz baja, acostándose a su lado en la cama.
Mantuvo una pequeña distancia, sin querer incomodarlo, pero no se alejó del todo. Sin embargo, Dipper, con los párpados pesados, se giró hacia él casi instintivamente, acurrucándose en su pecho como si ese fuera su lugar natural.
Se sentía tan bien, como si fuera exactamente lo que le hacía falta para sentirse completo.
—Eso estaría bien... —murmuró el de ojos marrones, hundiendo su rostro en el calor del cuerpo de Bill.
El rubio lo envolvió con un brazo, atrayéndolo más cerca, sintiendo cómo el cuerpo de Dipper se amoldaba al suyo de forma casi perfecta, y se dió cuenta que pertenecían allí. Una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios, esa clase de sonrisa que no puedes evitar aunque lo intentes. Era algo tan simple, un gesto pequeño, pero en ese momento, tener a Pino en sus brazos se sentía como lo más divino del mundo.
Era algo que nunca había pensado que llegaría a tener. Y sin embargo, aquí estaba, con el castaño respirando suavemente contra su pecho, y él sintiéndose, por primera vez, verdaderamente bendecido.
—Oye, Bill... —murmuró Dipper, su voz adormilada, arrastrando las palabras como si le costara mantener los ojos abiertos—. Lo siento... en serio, lo siento mucho.
El mencionado soltó un suave suspiro, sus dedos dibujando círculos perezosos en la espalda del castaño.
—Sólo duérmete, Pino. No tienes nada de qué disculparte.
Hubo un silencio momentáneo, roto solo por el sonido rítmico de sus respiraciones, pero entonces la voz de Dipper volvió a surgir, débil y temblorosa, casi como si hablara en sueños.
—¿Bill? —balbuceó, los párpados ya pesados, a medio camino entre la consciencia y el sueño.
—Dime.
El castaño se removió un poco en sus brazos, como si buscara las palabras correctas.
—Por favor... no te burles de mí mañana.
Bill sintió una ligera punzada en el pecho ante esa súplica inesperada. No supo qué contestar de inmediato. Ver a Dipper así, vulnerable y desarmado, era desconcertante, casi doloroso en su intimidad. La versión sobria del chico era orgullosa, siempre alerta, con una lengua afilada lista para cualquier provocación. Pero aquí estaba, revelando sus deseos y miedos más íntimos que escondía detrás de todos esos muros, y no estaba seguro cómo reaccionar.
—Yo no...
—Mañana me negaré a acordarme de esto... Aún no sé si voy a recordar o no todo lo que pasó, pero incluso si puedo hacerlo, fingiré que no lo hago, fingiré que no pasó nada... que no significó nada para mi —Dipper lo interrumpió otra vez, arrastrando las palabras, pero lo suficientemente claro como para que el rubio entendiera cada una—. Y seguramente volveré a decirte que te odio. No te enojes por eso... y no me digas que te dije todo esto, me sentiré peor conmigo mismo si sé que lo sabes.
Bill lo escuchó en silencio, con una mezcla de ternura, dolor y algo más profundo que le apretaba el pecho. Abrumado y dolido con la manera en la que el castaño pensaba de toda la situación.
—Pero, por favor... —continuó, su voz apenas un suspiro ahora—. No te burles de lo que siento por ti, ni de lo que hice esta noche...
Y tras esto, Dipper se quedó dormido. Gracias a esto es que Bill aprovechó para quedarse despierto unos minutos más, intentando procesar todo lo vivido aquella noche. Claro, sin dejar de abrazar al castaño porque... Bueno, realmente era cómodo estar así con él, se sentía bien estar así con él.
Demasiado bien.
El de ojos marrones descansaba en sus brazos, con la respiración suave y rítmica que solo el sueño podía ofrecer. Pero Bill permaneció inmóvil, atrapado en ese momento, sintiendo el peso de las palabras de Dipper como una carga dulce y pesada a la vez. ¿Cuántas veces más tendría la oportunidad de ver a Dipper así, sin muros ni máscaras? ¿Siendo honesto consigo mismo? ¿Siendo honesto con él? ¿Alguna vez lo vería así en sus cinco sentidos o solo era una fantasía a la que quería aferrarse?
Sin importar las respuestas, a su mente llegó una única conclusión, una que sabía desde hacía tiempo, aunque jamás lo hubiera querido admitir: este chico era su debilidad, su única debilidad real.
Y abrazarlo así, con la oscuridad envolviéndolos como un refugio, se sentía más que bien. Se sentía perfecto.
El peligroso tipo de perfección que hace que uno quiera aferrarse a ella para siempre.
Bill dejó que su cabeza descansara contra el cabello del menor, respirando hondo una vez más, memorizando el momento. Porque sabía que, tal como Dipper había advertido, al día siguiente todo cambiaría.
Pero esa noche... esa noche aún era suya, mientras lo sostuviera, todo seguiría bien.
—Buenas noches, Pino —susurró al viento con cariño.
Mientras el castaño respiraba profundamente, Bill dejó un beso en la coronilla de su cabeza, inhalando el aroma familiar de su cabello, finalmente se quedó dormido con una sonrisa suave en su rostro que nadie más vería, y una certeza que empezaba a clavarse en lo profundo de su ser: Que lo sostendría así hasta que su cuerpo dejará de funcionar.
Esa noche, Bill Cipher se prometió a sí mismo que un día, sostendría así a Dipper Pines sin una sola gota de alcohol en su sistema.
[...]
—Entonces... déjame ver si entendí —dijo su amigo de cabello negro mientras tomaba del vaso que sostenía entre sus manos—, ahora que finalmente conseguiste que el castaño te la mamara, te besará y de cierto modo te dijera que le gustas, lo que hace que técnicamente tú ganes, ya no quieres ganar ese estúpido trato porque... ¿lo quieres?
—Así es.
—¿Pues qué tan rico la mama? —se burló el chico.
—Estoy hablando en serio —replicó Bill, mirando a su amigo con una expresión malhumorada y dándole un ligero golpe en el hombro, lo suficientemente fuerte para hacer notar su frustración.
—Bueno, bueno, ¿entonces estás diciendo que te gusta Dipper? —preguntó Xólotl—. ¿Dipper Pines? ¿Dipper Pino "discusiones diarias contigo" Pines?
—Sí, ya te lo dije como tres veces, estúpido —murmuró el rubio rodando los ojos y cruzando los brazos.
—Ya sé, sólo quería confirmar —Xólotl se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—Bueno, confírmalo de una vez... me gusta Pino.
Esa era una manera muy pobre de describir lo que realmente sentía por el castaño. Porque no era solo que le gustara. Era la forma en que su corazón se aceleraba con cada mirada fugaz, la manera en que su piel ardía al menor roce, y cómo su voz se volvía un murmullo torpe cuando Dipper lo atontaba con una simple sonrisa. Era el impulso constante de querer dejar todo, absolutamente todo, sólo para estar con él.
Oh... Bill estaba jodido.
Hubo una breve pausa, suficiente para que el de nombre azteca esbozara una sonrisa traviesa viendo al rubio sonrojándose mientras pensaba en el chico. Se deleitaba demasiado de la situación, disfrutando de cada segundo mientras observaba a su amigo luchar con sus propios sentimientos, era un espectador disfrutando en primera fila el caos emocional de otro.
—Vaya, quién iba a decir que Dipper Pines te iba hacer encontrar el amor —dijo Xólotl—, oh, espera ¡yo te lo dije!
—Cállate, Xólotl —gruñó Bill, lanzándole una mirada que intentaba ser amenazante, pero que en realidad no llevaba ni una pizca de verdadera seriedad.
El chico de ojos azules se echó hacia atrás, completamente relajado, como si ya supiera que nada en el mundo podría hacerlo callar en ese momento.
—Y bueno, ¿qué vas a hacer al respecto? —preguntó, acomodándose más en su lugar, como si esperara un buen drama.
Bill dejó escapar un suspiro pesado, uno que llevaba consigo el peso de la incertidumbre y la frustración acumulada. ¿Qué iba a hacer? Esa era la gran pregunta, la maldita interrogante que llevaba todo el día atormentándolo.
—No lo sé, supongo que seguir con este tonto trato... —admitió, pasando una mano por su cabello rubio, despeinándolo aún más. Se sentía atrapado en su propia trampa, pero no podía evitar aferrarse al único pretexto que le permitía pasar tiempo con Dipper—. Es la única forma que tengo de estar cerca de él sin que salga corriendo.
Xólotl lo observó en silencio por un momento, su expresión mezclando curiosidad y diversión.
—¿Y por qué me lo cuentas a mí?
Bill se encogió de hombros, frustrado.
—Porque necesitaba sacarlo y no le puedo decir a Will, porque ya sé cómo se va a poner. Y tampoco puedo decírselo ni a Shooting Star ni mucho menos a Vanessa —confesó con un suspiro agotado—. Así que tuve que recurrir a ti.
—¡Oye! —exclamó Xólotl, fingiendo sentirse ofendido, aunque la sonrisa burlona nunca abandonó su rostro—. Sin embargo... tiene sentido.
Añadió eso último encogiéndose de hombros como si fuera lo más obvio del mundo.
Para el rubio, el problema no era cómo pasaría tiempo con él o a quien le contará sus penas. El verdadero problema era que Bill no había caído solo un poco por Dipper. No, había caído por completo, y no había vuelta atrás. Ese castaño complicado, testarudo, molesto y jodidamente adorable se había metido bajo su piel como nadie más, rompiendo todas sus defensas con cada conversación afilada, cada mirada intensa, cada sonrisa traviesa, con cada estúpida discusión diaria que, por alguna razón, ahora más que nunca le parecían adictivas.
Pero si había algo a lo que que lo volvía completamente loco, algo a lo que Bill no podía resistirse, incluso por mucho que lo intentara era su risa. Esa maldita risa, tan horrible, desagradable y ridículamente adorable que parecía diseñada para arruinarle la vida. Era tierna, sincera, honesta... Todo lo que él no era. Y cada vez que la escuchaba, se le escapaba una sonrisa, como si estuviera hechizado.
Y eso solo significaba una cosa: estaba jodido.
Demasiado jodido.
No había vuelta atrás, no cuando Dipper se había vuelto algo más que una distracción. El rubio había pasado de obsesionarse con molestarlo a algo mucho más peligroso: desearlo, quererlo, necesitarlo, amar cada una de sus exasperantes manías.
Lo sabía desde lo más profundo de su ser: Dipper Pines no era el tipo de persona por la que Bill Cipher simplemente "perdía el interés". Era imposible. Había estado fascinado por él desde el primer momento que lo vio, año tras año se había visto atrapado en la enferma necesidad de mantener su atención sobre él, sin importarle si era positiva o negativa. Cualquier cosa era mejor que la indiferencia del castaño y verlo completamente frustrado con él era adictivo.
¿Y enamorado? Sí, maldita sea, estaba perdido hasta el fondo. Ahora lo sabía con certeza: haría cualquier cosa, absolutamente lo que fuera, por tenerlo a su lado. Por sostenerlo como lo había hecho esa noche, sintiendo su respiración cálida contra su piel. No importaba cuán complicadas se volvieran las cosas; se tragaría cada consecuencia sin dudarlo, con todo lo bueno, lo malo y lo insoportablemente difícil que implicaba enamorar a alguien tan terco y orgulloso como Dipper.
Y lo haría bien esta vez.
Haría que Pino le dijera sobrio todo lo que confesó esa noche, sin excusas, sin embriaguez que justificara sus palabras. Haría que el castaño, en pleno uso de sus facultades, lo deseara tanto como él lo deseaba. Quería ver a Dipper arder en ese mismo fuego, suplicando por su atención, sin poder escapar de lo que ambos sabían era inevitable.
Bill estaba justo en ese punto sin retorno, atrapado en un mar de sentimientos que nunca se había molestado en entender o manejar. Había perdido por completo su cabeza, y lo sabía. Lo aceptaba incluso, pero haría que el castaño lo besará, tocará y mirada con la necesidad que había tenido la noche anterior. Sin importar si eso implicaba terminar de arruinarse a sí mismo.
—Bueno, al menos será divertido verte intentarlo —comentó Xólotl con una sonrisa de suficiencia, sus ojos brillando con esa chispa de puro entretenimiento y caos que nunca lo dejaba—. Este trato estaba destinado a traernos el mejor drama de nuestras vidas.
El rubio soltó un bufido, cruzando los brazos y mirándolo con sarcasmo.
—Genial, me alegra que disfrutes de mi miseria —gruñó, aunque la sonrisa apenas perceptible en sus labios lo delataba—. Este trato a lo único que estaba destinado era a arruinarme la vida.
Xólotl dejó escapar una pequeña risa, encantado con la situación.
—¿Estás seguro de eso? —replicó con burla—. Porque nunca te había visto sonreír tanto como hoy, especialmente cuando me contaste todo lo que pasó con Dipper... todo lo que sentiste a su lado.
El de ojos dorados hizo una mueca, sintiendo su estómago revolverse. Era cierto. Sonreía, incluso cuando odiaba admitirlo. Cada vez que hablaba de Dipper, algo en su interior se encendía, en una llama que no podía controlar. Por muy jodido que estuviera, la incertidumbre, los riesgos y los errores valían la pena.
Cada discusión, cada momento incómodo, cada sentimiento confuso: todo valía si era por él.
Incluso si estaba a punto de hundirse en el mayor desastre emocional de su vida, por primera vez había encontrado algo real. Algo que no podía manipular ni controlar. Algo que no podía predecir. Algo que lo hacía sentir vivo de una forma que nunca antes había experimentado.
Bill Cipher finalmente había encontrado el amor.
Y ese amor, complicado, imperfecto, y completamente fuera de su control, le pertenecía únicamente a Dipper Pino Pines.
Nota actual: Wow, ¿quién se desconoció más aquí, Bill, Dipper o yo?
Es chistoso porque según yo le iba a bajar la intensidad a éste capítulo y al final terminé metiéndole más detalles convirtiéndolo en una cosa... ligeramente y minúsculamente más kinky. Upsie. Y por algún motivo triste (ya lo era, solo lo empeore), porque el angst me sale hasta para cuando están de jariosos. Eso sí, lo hice menos explícito (de por sí no lo era tanto) y lo siento mucho si quedo muy ambiguo, pero lo que estaba antes no era del todo lo mío (dios como amo a Karen por hacernos la base hace muchos años). Aunque aún no sé cómo expresar "miembro ajeno" sin que me de repelús, pero ni modos, no encontré una alternativa mejor, así que esto tendrá que ser.
La verdad es que antes este capítulo se me hacía muy extraño, random y equis (lo odiaba en secreto en especial porque no lo podía releer sin morir del cringe) cuando, pienso yo, debería ser más emocional e importante, es decir, ¡Bill Cipher descubre lo que es el amor! Y no solo eso, sino que ¡cobró su primer cupón! Así que hice mi mejor esfuerzo y trate de mejorar eso, transmitir un poco más de todo, los sentimientos, el calor del momento y hacer que las cosas estén aunque sea un poco más justificadas y no se sientan tan aleatorias (porque en lo personal antes me hacía aún menos sentido que ahora), y de paso explorar mejor cómo se sentían en ese momento y cómo se sintieron después, bla bla bla. (Y al final lo releí al menos unas 5 veces y no lo odie ninguna, wii)
Pero ya saben cómo son estás cosas y, por accidente terminó pasando de tener 4k a 15k palabras...
Mmm, sí bueno, ¿quién tiene hambre?
Fun fact: Karla se sorprendió cuando le dije que le añadí cosas a la escena NSFW y se burló de mí (funenla si no vuelven a ver algo así de mi), ¡pero no cambie nada de lo que hacen! Sólo... sólo añadí detallitos y diálogos y jijiji.
Igual no importa, probablemente lean más este tipo de cosas en los futuros fics (especialmente en Somewhere Deep Inside y si tienen suerte un poquito en el que aún nos queda pendiente por subir), y aún si esto no es muy lo mío, espero que lo hayan disfrutado.
También espero que me perdonen por los cambios para las personas que leyeron el fanfic original y se dieron cuenta que hay un ligero cambio "significativo", juro que no va afectar en nada los eventos de la historia, simplemente es nuestra manera de hacer que esto sea mejor (porque fue una decisión mutua), así que con todo mi ser, deseo que disfruten de esta nueva versión.
Ah, y sobre la nota original, no se que detalles significativos podrían disfrutar cuando los únicos detalles significativos que hay en este capítulo son para hacerlos llorar en el futuro, lol.
Equis, el punto es que los amo con toda mi existencia, no me odien por favor y espero puedan entender que los cambios son justos y necesarios.
Atte. Tania (la lesbiana asexual que se desconoció más que Pino y Bill juntos) y Karla (la espectadora de los nuevos cambios que se esguinzo la pata por andar pajareando, otra vez).
Nota original: Kionda beibis.
¿Les gustó el capítulo? Espero que les haya gustado en serio porque nos costó mucho editarlo.
Gracias a nuestra bella Karencita que nos ayudo con las partes subidas de tono, neta, te amamos mucho, una dedicación no es suficiente. Así que amenla todos ustedes.
Ahora, no ce ustedes pero a mi se me hace que Dipper se sintió la Verónica Sawyer en estos momentos, aveda.
Espero que estén atentos a los detalles, porque uf, si los notan van a disfrutar más algunas escenas futuras.
Pd: Son 4224 palabras, así que, yo no sé ustedes pero amenlas porque son bellas.
Las chicas del alma azul les aman a todos. ❤
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