Prólogo
Nota: Diossss
Aquí vamos otra vez...
Bueno, les dejo mi video y canción favorita de ZAYN, que me inspiró a hacer esta nueva historia original y sólo mía.
Espero que la disfrutes 😊
Ahora sí, vámonos al prólogo:
Lágrimas desesperadas corren por mis mejillas manchadas de sangre del padre Shaw, haciendo que mis pasos hacia el interior de la bestia sea igual de soportable que el dolor inicial para convertirme en monja.
Sollozo en silencio, mientras el gordo al que llaman Paleta, me arrastra por los pasillos empedrados del Convento de Santa Eva. Tira de mi cuero cabelludo, como si fuera un animal sarnoso o un perro con la cola entre las patas.
—¡Camina, niña! —brama en una orden, a la que tengo que acatar sí o sí, cuando su masivo puño se aferra aún más a la sensible piel que sostiene mi pelo.
Siento que me va a arrancar los delgados cabellos castaños de mi pelo, si tira un poco más fuerte. Mis manos aún continúan sujetando la manteca de sus dedos que amenazan con romper mi cabeza.
Continúo caminando, tratando de seguirle el paso, mientras rememoro los espantosos sucesos que me han obligado a llegar hasta aquí.
No me arrepiento de la decisión que tomé ahí adentro. Fernanda me necesitaba, y yo no iba a permitir que una oveja alejada del rebaño sea el causante de sus pesadillas. Ella apenas tiene 15 años, una vida próspera y un futuro planeado aquí dentro del Convento de Santa Eva. No iba a permitir que ella sufriera la pérdida de una vida estable y tranquila, por el mal habitado en el cuerpo de un hombre que planeó este secuestro masivo de sacerdotes, mujeres y niñas.
Las suelas de mis pies queman. Cada fricción que realizan es una tortura. Me duelen. Creo que están sangrando, como los clavos de Jesucristo cuando lo crucificaron enfrente de todos en la Cruz.
¡Por fin!, nos detenemos.
Paleta golpea la puerta de una de las habitaciones mayores del segundo piso, en donde deberían dormir las eminencias. Esas serpientes se apoderaron de nuestro hogar, reclamando camas y cuartos que no les pertenecen, haciendo que todas nosotras nos veamos obligadas a dormir en la iglesia del ala este.
—Señor, aquí le traigo a una vieja —le informa el gordinflón, mientras toca las grandes puertas de madera con perillas antiguas de metal.
—Pasa —escucho la voz de un hombre al otro lado de la puerta.
Es una voz... que antes ya había escuchado.
Paleta me obliga a moverme, abriendo una de las puertas de la eminencia, y tirándome de rodillas casi al principio de la habitación.
¡Auch!
Mis huesos sufren, pero me aguanto las lágrimas. No quiero que nadie más me vea llorar.
—Aquí está, señor —dice el gordo, entusiasmado como un perro detrás de un hueso.
—Retírate —ordena, serio, taciturno, sin alterarse por un segundo.
Levanto la vista del suelo, y ahí acostado en la cama, apoyando la espalda en la cabecera, vistiendo solamente unos calzones negros pegados a su cuerpo (creo que se llaman bóxers), que dejan demasiado a la imaginación, me ponen nerviosa y rojiza en un santiamén.
Nunca había visto a un hombre con tan poca ropa. Impone bastante.
—Bueno, niña —oigo que dice Paleta—, disfruta tu premio.
Me trago el vomito y las arcadas. Si muestro alguna prueba de mi disgusto él podría aprovecharse de eso.
El desconocido se levanta de la cama, sus pies descalzos caminan hacia mi cuerpo arrodillado. Cierro los ojos con fuerza, soltando así las últimas gotas que planeo derramar en la noche, o al menos en presencia de otro hombre.
Un olor extraño llega a mis fosas nasales: dulce y naranja. Creo que es él. Abro los ojos, y ahí lo encuentro, también arrodillado enfrente de mí, inspeccionando mi rostro, y anotando mentalmente cada músculo contraído por el llanto ahogado que sufro en silencio.
Su mano viaja hacia mi rostro, y yo me congelo. No me aparto, no serviría de nada tratar de escapar ahora, sólo vuelvo a cerrar los ojos con ímpetu, como si estuviera cayendo de un acantilado o temiera su respuesta.
Por escasos segundos creo que va a golpearme, pero la sorpresa me impacta cuando su pulgar acaricia y quita tiernamente los rastros de mis lágrimas en mis mejillas, junto con la sangre seca del padre Shaw.
Vuelve a tomarme por sorpresa, cuando su frente se une a la mía y hace algo rarísimo que me deja fuera de juego: su nariz mima la mía en un dulce beso esquimal. Mi padre hacía eso cuando aún vivía. Es agradable, cálido y tranquilizante. Pero..., que un asesino y secuestrador lo haya hecho, es lo que me pone contra la espada y la pared. No sé qué pensar.
Su respiración calma una que otra célula alterada en mi sistema. ¿También es un poco raro que una persona como él pueda consolarme?
—Tranquila, no temas —susurra suavemente en mi rostro, cerca de mis labios.
Su aliento me embriaga, ha estado tomando del vino de consagración.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta, aún en un susurro pecaminoso.
Sigilosa, pero consiente, le digo mi nombre:
—Nadia.
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