Prólogo: Ojalá yo fuese como él
09 de agosto de 2008
-¡Vamos, Álex!
-¡E-Espera! -suplicó Álex, jadeando y pedaleando con todas sus fuerzas para poder llegar al lado de su amigo Dani, que estaba enfrente de él, riendo alegremente. Al oírlo, se molestó, porque sintió que se reía de él. ¡Álex apenas podía sentir sus piernas!-. ¡No es justo, tú tienes las patas más largas!
-¡Es gracias a mi papá, que es un gigante! -respondió Dani, volteando ligeramente la cabeza para después, sacar la lengua, burlón-. ¡Algún día seré igual que él!
-¡Ya quisieras! -respondió Álex con sus mejillas enrojecidas y algunas gotitas de sudor escurriéndose por su frente. Seguro que cuando regresaba a su casa, su mamá lo mandaba directamente a ducharse. No que lo molestase. Sentía todo su cuerpo hervir y echar humo.
Era un día especialmente caluroso. Ambos niños primero se la habían pasado jugando en la piscina inflable que había en el patio de la casa de Dani, refrescándose y tirándole agua al otro entre risas, hasta que vaciaron parte de la piscina y su mamá decidió que era hora de que saliesen, pues de todas formas era por la tarde y ya no hacía tanto calor. Ellos accedieron y decidieron dar una vuelta en sus bicis. Vivían en un sitio muy tranquilo, uno que era una especie de combinación entre pueblo y ciudad. Habían edificos, pero de dos o tres pisos, dos colegios y dos insitutos, un par de tiendas y un supermercado; también había una clínica. Era por la tranquilidad del sitio y por la amabilidad de las personas con las que se encontraban por las calles, que no temían de que fuese a pasar algo. Eso y que eran niños de 9 años.
Pedalearon hasta llegar a las afueras, en donde había un descampado. Allí, ambos se bajaron y jugaron un rato a policías y ladrones hasta que se aburrieron y se subieron a sus bicis para regresar.
-¡Hagamos una carrea! -había sugerido Dani en un tono alegre, con un pie sobre el suelo y con un brillo en sus ojos azules. Al oírlo, Álex frunció el ceño e hizo un puchero.
-Pero, ¡si ya hicimos una al venir aquí!
-Venga, una última. ¿Porfis? -pidió, juntando sus manos como si estuviese rezando. Álex resopló y rodó sus ojos.
-¡La última!
-¡Yeyyyyy! -celebró Dani, alzando sus brazos sobre su cabeza, con sus manos apretando los puños, en señal de victoria. Después, se acomodó sobre su bicicleta roja y comenzó a pedalear rápidamente-. ¡El perdedor es un queso podridooooo!
-¡Eh, eh, eso no se vale! -protestó Álex, acomodándose rápidamente y tratando de alcanzarlo.
Durante un rato, ambos pedalearon sobre la carretera entre burlas y risas, con el Sol escondiéndose detrás de los edificios, y tiñendo lentamente el cielo de colores dorados y rojizos. Habían un par de personas caminando por las calles; algunas con bolsas de la compra, otros con maletas, y un par de niños, caminando con sus manos agarradas a la figura adulta que los acompañaba. Un par de ellos les sonreía o hasta les devolvía el saludo alegremente. Los que no lo hacían, tenían expresiones gruñonas, o bolsas bajo sus ojos. Álex y Dani conocían a bastantes personas y se las solían encontrar, ya que no era un sitio demasiado grande. Por ejemplo, se encontraron con Maddie, una compañera de su clase, y en aquel momento estaba regresando a casa con su papá y hermana pequeña. Al verlos, se puso a agitar sus brazos y a dar saltos. También se encontraron con el papá de Sammy, otro compañero, quien tenía una tienda de electrónicos. Al ver a sus conocidos, tanto Álex como Dani estaban seguro de que estaban cerca de sus casas, pues vivían en el mismo barrio que ellos.
Tras mucho esfuerzo, y a duras penas, Álex logró ponerse al lado de Dani, justo en su lado izquierdo. Todo su rostro estaba tan rojo como su cabello, el sudor caía por su rostro hasta su cuello, y jadeaba pesadamente mientras notaba pinchazos en sus piernas. Mientras tanto Dani, aunque también cansado, sólo tenía sus mejillas ligeramente rojas, y apenas se notaba el sudor. Cuando se dio cuenta de que el pelirrojo logró llegar a su lado, su boca formó un perfecto círculo y arqueó las cejas. Álex sonrió burlón.
Ninguno de los dos estaba mirando la carretera.
-¡Jaja! ¿Quién va a ser un queso podrido ahora, eh?
-¡No yo, eso seguro, cabeza de...! -la palabra se le quedó atascada en la punta de la lengua cuando oyó una bocina y notó a través de la esquina de su ojo que un camión se acercaba-. ¡¡¡MIERDA!!! -gritó mientras giraba hacía su derecha de manera brusca, logrando escapar a duras penas. Su cuerpo salió disparado y rodó hasta que su espalda chocó contra la pared de un edificio color crema. Tosió varias veces, mientras sentía dolor en su pecho, como si lo hubiesen golpeado ahí. Otras partes del cuerpo también le dolían, como en medio de la espalda, las rodillas, el talón de su pie derecho, los codos, uno de sus hombros, su mejilla izquierda, la nariz, la frente y la coronilla. Se incorporó con dificultad, ya que sentía punzadas en las aritculaciones, y mientras notaba lágrimas formarse en sus ojos, vió a Álex en la otra acera, tumbado boca arriba.
-Álex -dijo con su voz en un hilo. Su corazón latía con rápidez, y temblaba, como si estuviese metido en un congelador con poca ropa. Miró a su alrededor; justo en aquel momento no había nadie. Genial. Volvió a mirar al pelirrojo, que seguía sin moverse-. ¡ÁLEX! -fue inútil, porque siguió sin obtener respuesta. Notó como su corazón le dolía, como si unas manos frías lo estuviesen apretando con fuerza para que dejase de latir. Inspiró y exhaló hondo, como le enseñó su papá, se secó las lágrimas y trató de ponerse de pie. Sin embargo, el dolor fue mucho peor; sus rodillas le ardían y no dejaban de temblar, y tenía la sensación de que tenía una cuchilla clavada en su talón. Se sentó en el suelo de forma brusca, soltando un sollozo. Fue cuando volvió a fijarse en Álex al otro lado. Seguía sin moverse. Su mejor amigo...
-No -musitó para sí, limpiándose una vez más las lágrimas con el dorso de sus manos. Su voz temblaba-. Tengo que ayudarlo.
Esta vez decidió apoyar ambas manos sobre la pared. Apretando los dientes con fuerza, tratando de ignorar los pinchazos, finalmente logró ponerse de pie. Sin embargo, sus rodillas seguían temblando, aunque ligeramente. Inspiró y exhaló hondo, observó ambos lados de la carretera, asegurándose de que no pasase otro coche, y finalmente se acercó con lentitud a Álex, ya que tenía que arrastrar su pie derecho.
-Álex... -lo llamó una vez más, mirándolo desde arriba. El pelirrojo tenía sus ojos verdes muy abiertos, como si estuviese en shock, su cuerpo entero temblaba ligeramente, tenía un moretón en su ojo derecho, y sangre salía de su nariz y boca. Tenía una mano aferrándose a su pecho con fuerza, el cuál se inflaba y desinflaba con rapidez. Al verlo, Dani sintió una vez más sus ojos humedecerse, pero se contuvo y con dificultad, se agachó, acercando su rostro al del pelirrojo-. Álex, ¿estás bien?
No respondió de inmediato. Era como si no viese a Dani. Como si su mente estuviese en otro lado.
-Álex, por favor, di algo -suplicó, sacudiéndolo con suavidad. Pero ninguna palabra salía de sus labios. Se estaba desesperando. Alzó la mirada, pensando qué hacer. Fue cuando recordó que estaban en su barrio, y que eso significaba que estaban cerca de su casa.
Tomó una decisión.
Con cuidado y algo de dificultad, primero incorporó a Álex, metiendo una mano debajo de su cuerpo para ponerla su espalda y alzarlo. Con su otra mano, lo tenía agarrado del brazo, para hacerlo más fácil. Se fijó en sus piernas, con más moretones que él. Después, lo sacudió ligeramente mientras lo miraba fijamente a los ojos.
-Álex, ¿te duelen los pies? -preguntó con suavidad-. ¿Puedes andar?
Por una vez, el pelirrojo enfocó su mirada, como si notase a Dani por pimera vez. Lentamente, negó con la cabeza, mientras su labio inferior temblaba.
-No... No, no, ¡no! ¡Duele mucho! -rodeó el cuello del pelinegro con sus brazos y apoyó su cabeza sobre su hombro, llorando. Dani le dio unas palmaditas en el hombro con suavidad.
-OK, entonces te llevaré.
Álex se echó hacía atrás, con sus ojos verdes brillantes por las lágrimas que recorrían sus mejillas.
-¿De verdad? -preguntó con voz débil. Dani asintió.
-Ponte de pie -al oírlo, Álex negó varias veces con la cabeza-. Sólo un momento, y luego te subes a mi espalda.
-¡No, no!
-¡ÁLEX! ¡¿Quieres que te deje de doler?! ¡Hazlo! ¡Será rápido!
Se quedó mudo al oírlo gritar, pero finalmente obedeció. Sujetándose de los hombros de su amigo, se puso de pie (en aquel momento, con sus manos apoyadas sobre el pelinegro, se dio cuenta de que él también temblaba un poco). Luego Dani se agachó delante de él, y con dificultad, se echó con cuidado sobre su espalda, dejó que lo agarrase de las piernas, y rodeó su cuello con fuerza. Entonces se dio cuenta de otra cosa que también lo impactó: Dani caminaba despacio, arrastrando su pie derecho.
-O-Oye... ¿Estás bien?
-¡Claro que sí! -respondió con una sonrisa, mientras sentía el chichón de su frente palpitar-. ¡A mí no me duele!
-Dani... -fue lo único que pudo decir. Sentía una gran admiración hacía su amigo.
"Ojalá yo fuese como él".
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