El Purgatorio
La blancura de la habitación daña mis ojos cada vez que despierto; no sé cuánto tiempo he estado aquí, ni siquiera sé cómo llegué. Siento miedo, el hambre y la sed me hacen temblar, trago la saliva que se acumula en mi boca, pero creo que se acaba; no encuentro razones que expliquen cómo es que estoy viva. Lo último que recuerdo es ir caminando por la calle, precisamente tenía hambre y buscaba un sitio donde comer después del trabajo; no sé si logré llegar, aun llevo puesta la misma ropa, pero estoy aquí en este cuarto tan blanco sin ventanas ni puertas y no entiendo el motivo; solo una pequeña caja de madera me acompaña; vuelvo abrirla una vez más creyendo que antes no vi algo que me dé una idea de lo que pasa.
El mismo sobre que antes he abierto tantas veces vuelve a mostrarse ante mí al abrir la caja; lleva escrito mi nombre..., la hoja doblada dentro debería darme algo de información, pero en vez de ello solo está escrito: «Lo que llevas dentro sólo tú lo sabes.»
Nuevamente como si se tratara de un crucigrama trato de buscar algo de lógica en esas palabras. La situación es irreal y frustrante, ya no sé qué más hacer y de la rabia arrugo el papel que tanto dolor de cabeza me provoca, esa acción me destensa un poco, la estiro para acomodarla de nuevo y noto algo que no creo que antes haya estado ahí, al reverso está la misma frase pero con algo adicional.
«Lo que llevas dentro sólo tú lo sabes. ¿Crees que eso te salvará? Inténtalo, dos es tu número.»
—¿Qué? —Susurro—. Esto debe ser un juego.
¿Salvarme? De pronto escucho una voz que sale de la pequeña caja, esto me toma por sorpresa y me provoca un fuerte escalofrío, es la voz de un niño que llora. La ansiedad de hambre y sed desaparecen de mi cerebro, me acerco a la caja, y aunque no hay nada dentro sigo oyendo al niño y el sonido definitivamente proviene de allí mismo. Parece que también se oye agua, como si el niño estuviera sumergido en algo; una corriente me recorre desde la planta de los pies hasta el último de mis cabellos, las escenas que nunca he podido olvidar desde hace veinte años se hacen presente como flashes en mi mente. Mi hermano.
—Liz, ayúdame. —le escucho decir a mi hermano de sólo seis años de edad; puedo verlo en aquella piscina donde pasamos tantos buenos momentos; cayó en la parte profunda, pero estaba demasiado molesta con él, tomó una de mis muñecas que tanto amaba y jugó con ella en la piscina dejándola que se fuera hasta lo más hondo y se dañara, quería que le pasara lo mismo, no le ayudaría.
Las lágrimas y el dolor me invaden, los brazos me duelen tanto como esa vez, mi corazón está molido, hecho pedazos; cuánta frustración ¡Dios! De rodillas en el piso blanco las gotas que salen de mis ojos manchan el suelo, solo quiero morirme, los recuerdos son tan vívidos que me llegan al alma; mi pequeño hermano murió ese día, por mi culpa, no lo ayudé, él era tan pequeño, debí saber que no podría salir.
«Liz, ¡ayúdame!» Escucho, igual que ese horrible día, levanto mi cabeza y en una esquina de la habitación el piso se ha vuelto agua y en medio está él, mi hermanito, solo veo su cabeza que entra y sale tratando de respirar; sin pensarlo corro hasta llegar a él... mis brazos no pueden atravesar el agua ¡no!
—Te voy a sacar, lo juro —le aseguro mirando sus ojos tristes que me suplican que no lo deje ahogarse—, no lo haré —la desesperación me corta la respiración, pero no dejo de luchar. Lo tomo por los hombros con todas mis fuerzas para sacarlo del agua pero no se mueve ni un milímetro más bien se me resbala y se hunde poco a poco.
—No me dejes Liz.
Oh por Dios, no otra vez, no puedo perderlo una vez más, ahora que soy más fuerte y consciente no puedo hacerle este daño. Mis esfuerzos son en vano, es un castigo, lo sé. Éste maldito cuarto es una pesadilla demasiado real. Se me va de las manos.
—Dany perdóname —le suplico—. Te amo demasiado hermanito, perdóname por no salvarte ese día. Llévame contigo ahora.
Cuando solo su rostro queda fuera del agua, me sonríe.
—Está bien, Liz. Te perdono, también te amo —me dice y se hunde en el piso y con él desaparece el agua.
—¡No! ¡Dany! —grito, golpeando el piso que ahora brilla más que nunca y me ciega por completo; por inercia llevo mis brazos a mi cara y protejo mis ojos.
Siento golpes en mi pecho; la luz es demasiado fuerte, abro un poco los ojos y varios rostros que se difuminan entre tanta iluminación me observan preocupados, giro mi cabeza buscando más imágenes que me dejen entender; veo carros a mi alrededor y demasiadas piernas, con la cabeza pegada al piso veo la textura del suelo duro sobre el que estoy, asfalto. Me desconcierta, y empiezo ahogarme, cierro los ojos de nuevo.
Reacciono sofocada. Debió ser una ilusión, las paredes blancas ahora me tranquilizan; vi a mi hermano y le pedí perdón aunque nada haya podido hacer por él. La tristeza me invade de nuevo. Tomo la caja de madera y la abro con la esperanza de escucharlo de nuevo y lo que consigo me impresiona aún más.
El sobre de nuevo bien acomodado, como si nunca lo hubiese abierto, se burla de mí. Lo rasgo, saco la carta y leo.
«Lo que llevas dentro sólo tú lo sabes. ¿Crees que eso te salvará? Inténtalo una vez más.»
¿Una vez más? ¿Qué significa todo esto? ¿Podré salvar a mi hermano? ¿Es una prueba? Nunca le dije a nadie que dejé a mi hermano solo, todos pensaron que fue un accidente y yo no dije nada. Tenía miedo. Con solo diez años me convertí en un ser despreciable de la forma más horrible. Y si sólo yo conozco ese hecho ¿cómo es que esto está sucediendo? ¿Quién escribe estas cartas? ¿Qué es este cuarto?
«Haz hecho mal, Liz.» oigo la voz de una chica desde la caja.
—¿Quién es? —le hablo a la caja—. Lo sé, en verdad lo sé. Soy el peor ser humano y me odio por lo que hice —confieso resignada. Toda la vida he tratado de condenarme. Soy una asesina, me he encargado de sufrir, de pagar por lo que he hecho, pero nunca será suficiente y la muerte puede ser poco para lo que merezco.
—Así es, la muerte es poco. Pero depende de ti. Inténtalo una vez más.
—¿Qué? ¿Cómo? —Pero no lo dije en voz alta.
—Él lo escucha todo.
Cierro la caja en un arranque de miedo profundo. No quiero escuchar más. Solo quiero morir. Ya no quiero sentir ese dolor que tanto me atormenta, que me hace herirme, rasgar mi piel hasta pasar la pena, llorar hasta que el pecho arde, odiarme a morir.
De repente con el rumbo de mis pensamientos recuerdo perfectamente lo que sucedió antes de llegar a este cuarto... un carro me atropelló en la calle.
No fue algo leve, el auto que me impactó venía a máxima velocidad y yo lo sabía, sí, lo sabía, que pasaría demasiado rápido y aproveché la oportunidad, por Dios —caigo de rodillas—, yo me lancé justo para que me llegara y con suerte pudiera sufrir lo suficiente y morir. Yo... me quité la vida.
—¿Dónde estoy? —pregunto al vacío. ¿Estaré muerta? Agarro la caja y la abrazo, la aprieto contra mi pecho antes de volver abrirla, esta vez mi cara esta hinchada, no puedo parar el llanto.
De nuevo el sobre está cerrado.
«Mírate.» Es lo único escrito en el papel esta vez. Levanto la cabeza y me consigo conmigo misma de frente. Levanto la mano para tocarme y mi otro yo hace exactamente lo mismo, parece un espejo, hasta que ella sonríe amablemente, me veo diferente, alegre, risueña; es en definitiva una versión inexistente de mí. Su sonrisa se contagia, así que se la devuelvo algo triste.
—Lo siento —me digo a mí misma—, por nunca darte esa sonrisa.
Ella levanta las cejas, acaricia mi mejilla y me dice: —Te perdono. —y se desvanece.
Mi corazón se acelera y no puedo evitar sonreír honestamente. Mi hermano me perdonó, y por tantos años no fue el único a quien le hice daño; también me lastimé a mí misma. Pero ahora me siento liberada. Me levanto decidida a abandonar esta habitación, puedo sentir que ya no pertenezco aquí. Miro una vez más atrás y veo mi cuerpo tirado en el piso convulsionando, un cuerpo herido, dañado, sin ganas de vivir, que no me acompañará más.
Es tiempo de volver a la vida, Liz.
#Fin#
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