Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4

El mes pasa mucho antes de lo que me espero. Aunque tengo pesadillas todas las noches, ahora no me paso los días temiendo la ira de mi padre. Los moretones que me causó en su último arranque de ira ya han sanado definitivamente, y las cicatrices de los golpes de cinturón quedarán ahí, pero están dejando de doler.

Mientras tanto, hago mi vida con la familia Portman de manera agradable y sin altercados. Jacob sigue acudiendo a la consulta del doctor Golan, pero éste se rehúsa a verme. La excusa que puso es que yo estaré bien, no necesito hablar nada. Lo único que debo hacer es seguir tomando mis medicaciones y seguiré perfectamente.

Tengo la impresión de que no quiere verme y francamente, el sentimiento es mutuo. Todavía me da mala espina, y no se me ha quitado de encima esa terrible sensación de que tiene algo que ver con todo este asunto de las muertes de mis padres y la del abuelo de Jacob. No estoy segura de que sea así, pero lo cierto es que mi intuición rara vez falla.

Partiremos hacia el mediodía en dirección a Gales, y yo miro si lo he metido todo en las cajas. Estoy preparada para una última mudanza, me iré a vivir definitivamente con mi hermano. Por fin volveremos a estar juntos, y en un lugar que, según dicen sus cartas, es perfectamente seguro. Lo cierto es que tengo muchas ganas.

Por ahora, estoy desayunando con Jacob. Se ha hecho costumbre para ambos, me parece, desayunar juntos. Siempre en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, pero con la compañía del otro. Se me va a hacer difícil quitarme esa costumbre, creo. Lo cierto es que soy mucho de la rutina. Pero seguro que a Víctor no le importará desayunar conmigo. Intentaré no echar en falta un lugar en el que jamás he querido estar.

Aunque supongo que la cosa de establecerte en un sitio, es que a pesar de que te desagrade, al final terminas conociendo a gente maravillosa y viviendo momentos igual de maravillosos. Y por eso no puedes sacar ese lugar de tu corazón. Supongo que por eso nunca he podido sacar Cairnholm de mi corazón, aunque solo tenga un pueblucho y muchas ovejas. Hay gente maravillosa y tengo recuerdos maravillosos, y de ahí mi deseo de volver. Nunca he conseguido sacar mi hogar de mi corazón ni de mi mente.

El mediodía llega a toda leche. El vuelo en avión se hace rápido, y muy pronto estamos llegando, en barco desde Inglaterra, directos hasta la isla grande y después hasta Cairnholm. Se me escapan las lágrimas al volver a ver ese hermoso montón de pedruscos que siempre ha sido mi hogar. Mi casa. Al fin estoy en casa.

Ese montón de pedruscos en el que viví los mejores años de mi vida. Esa isla paradisíaca en la que nunca sufrí, en la que no conocí la preocupación. Ese lugar donde mi corazón se refugiaba después de cada decepción. El lugar que siempre al que siempre podré volver, después de cada fracaso, para reponer fuerzas y volver a intentarlo.

Estoy en casa, y voy a poder volver a ver a mi hermano, por fin. Hace más de trece años que no le veo, pero eso ya no importa, porque hoy vamos a reencontrarnos. Bajo del barco cargada con una única caja. Las dos cajas en las que estaban tanto mi arsenal como mis medicamentos las envíe por correo, y ahora solo cargo con la caja de la ropa.

Hay alguien en el muelle. Mi mente va directamente a la foto más reciente de mi hermano. Prometió esperarme en el muelle. A pesar de todos estos indicios, tardo un momento en reconocerle. Aún después de darme cuenta de que volvemos a estar cara a cara, tardo en reaccionar.

Lloro con más fuerza y corro hacia él. He crecido mucho desde que me fui, pero Víctor ha crecido aún más. Cuando nos vimos por última vez, teníamos la misma estatura. Ahora, apenas puedo poner mi cabeza con comodidad en su hombro. Noto que mi hermano también está llorando de la alegría. Y no me parece para menos: por fin volvemos a vernos.

—Helena —murmura, separándose de mí.

La caja de mi ropa ha quedado en el suelo, pero no me importa. Sonrío, y mi hermano también lo hace.

—Hola, Víctor.

Nos quedamos un rato frente a frente sin saber qué más decir. Jacob y su padre esperan a que yo haga las presentaciones con mucha paciencia. Entonces me doy cuenta de que deben de estar incómodos, ya que deben de sentirse un tanto perdidos en el lugar, y no conocen a mi hermano. Decido romper el hielo empezando por las presentaciones.

—Víctor, te presento a Jacob y a su padre, el señor Portman —luego me vuelvo hacia ellos—. Señor Portman, Jacob, este es mi hermano, Víctor Hamilton.

Víctor les estrecha la mano a ambos y luego les sonríe. No aparta su brazo de mí. Lo ha pasado sobre mis hombros y tengo la sensación de que se va a quedar ahí bastante tiempo.

—Os agradezco muchísimo que hayáis traído a mi hermana —les dice—. De verdad que no tenéis idea de lo mucho que la echaba de menos. Llevamos trece años sin vernos. Ella lleva trece años separada de su hogar. Imaginad que ni siquiera pudo ver a mamá una última vez —Víctor se para un momento—. Si queréis, podría guiaros a vuestro hotel como agradecimiento. Ya es tarde, querréis dormir. Y mañana podríamos enseñaros la isla.

—Sí, eso estaría genial —asiente el señor Portman.

—Me encantaría acompañaros —les sonrío—. Pero antes quiero pasar por el museo. No veo a "El Viejo" desde los cuatro años. Ni te imaginas la de cosas que tengo que contarle. Y también me gustaría ver a Martin.

—Iremos a verle. El museo no cerrará hasta dentro de una hora, y el Hoyo del Sacerdote está cerca.

—Lo sé —le aseguro—. Recuerdo a la perfección cada detalle de la geografía de la isla. Me acuerdo incluso de como llegar al orfanato derruido, también de donde está la tumba de "El Viejo". Y desde luego que no he olvidado cómo llegar a casa.

—Me alegro de que no hayas olvidado nada, hermanita —me dice él—. En realidad, eso te lo facilita todo. Nada ha cambiado por aquí.

—Me alegro —respondo—. Sería una pena volver al lugar que tanto he añorado y encontrarme con que no es como yo lo recordaba.

Mientras andamos, guiando a Jacob y a su padre en dirección al Hoyo del Sacerdote, la única posada de la isla, Víctor y yo aprovechamos para ponernos un poco al día. Él me habla sobre todo sobre el funeral de mamá, pero no dice mucho sobre la vida en la isla. Yo le cuento algo sobre mis aventuras, y le prometo contarle con más detalle sobre la muerte de nuestro padre, cuyo velatorio hace tiempo que fue realizado.

Al llegar, nos despedimos de Jacob y del padre de éste. Antes de subir a su cuarto, Jacob me hace prometer que le iré a buscar mañana para enseñarle el orfanato. Yo le aseguro que lo haré y luego me voy con Víctor.

Ahora es él el que carga la caja con mi ropa mientras recorremos las pocas calles que nos separan de la iglesia, convertida en el museo del pueblo. Al llegar, mi paciencia se termina de pronto y acelero el paso hasta encontrarme frente al lugar donde está expuesto el habitante más antiguo de Cairnholm. El Viejo.

En realidad, al morir no tendría más de dieciséis años. Los científicos dicen que fue una especie de sacrificio, y que es probable que el chico acudiese gustoso a su muerte. Parece ser, que el pantano donde murió por dicho sacrificio conservó increíblemente bien su cuerpo, siempre joven.

Me siento frente a la cámara de cristal, mirando al muchacho fornido, cubierto de tierra del pantano, y recuerdo los poemas que Martin solía dedicarle. Me pregunto si seguirá componiendo para "El Viejo". Según mis recuerdos, extremadamente lúcidos, de la infancia, Martin siempre cuidaba de esta pieza de su exposición como si fuera su propio hijo, cambiándole la tierra y todo lo demás.

—¿Hola? —es la voz de Martin—. Oh, eres tú, Víctor. Y Helena, por supuesto, hablando con El Viejo como siempre... ¡¿Helena?! ¡¿Cuándo has vuelto?!

—Créeme —le dice Víctor, con un tono que pretende dar a entender que está molesto, aunque sea falso—. No lleva aquí ni media hora. Ni siquiera ha ido a instalarse, ella quería venir primero a visitar a su mejor amigo.

—Bueno, es un placer volver a verte, muchacha —dice Martin, tendiéndome la mano. La tomo y él me ayuda a levantarme del suelo—. Me alegra mucho que no te hayas olvidado de nosotros. No sé cuál te ha echado más en falta, si El Viejo o yo. Siempre fuiste la única que escuchaba mis poemas.

—Justo me estaba preguntando si seguirías componiendo para El Viejo —respondo, emocionada.

—¡Pues claro! —asiente Martin—. ¿Quieres oír el último poema?

—¡Sí!

Y él empieza a recitar, con un cierto aire teatral:

—¡Venid, contemplad al hombre de brea! ¡Ennegrecido descansa, el tierno rostro del color del hollín, las extremidades atrofiadas como venas de carbón, los pies pedazos de madera a la deriva adornados con uvas resecas! —Extiende los brazos violentamente igual que un histriónico actor de teatro y empieza a pasear ufano alrededor de la caja—. ¡Venid, y dad fe del cruel arte de sus heridas! Líneas sinuosas y orladas dibujadas por cuchillos; cerebro y hueso dejado al descubierto mediante piedras; con la soga clavándosele aún en la garganta. ¡Primer fruto acuchillado y tirado... buscador del Cielo... anciano detenido en la juventud... casi te amo!

Yo aplaudo con entusiasmo, un entusiasmo que no había sentido desde que abandoné este lugar, y Víctor añade unos respetuosos aplausos, aunque ni de lejos está tan feliz como yo. Después del pequeño poema, mi hermano y yo salimos del museo para ir a casa.

Víctor me lleva hasta la casa donde pasé los primeros años de mi vida, y, una vez más, se me escapan las lágrimas. Hoy se me escapan las lágrimas constantemente, pero que puedo decir, estoy feliz.

—No viviremos aquí —me dice—. Pero no te preocupes, tus cosas ya están en el sitio donde nos quedaremos. No hace falta que lleves esto, si no quieres.

—Me niego a abandonar la poca ropa que tengo —respondo.

Le quito la caja de las manos y le sigo. Víctor me guía, para sorpresa mía, más allá de la tumba de "El Viejo". Luego espera un rato en el lugar, y cuando me guía fuera del Cairn de nuevo, es de noche, y hace calor. Le miro extrañada.

—¿Hemos entrado en el bucle? —pregunto.

—Así es —responde él—. Bienvenida al 3 de septiembre de 1940.

Me guía hasta el refugio para niños, que yo siempre había conocido como un montón de escombros, y me sorprende ver lo hermoso que fue en su época. Lo hermoso que todavía es para aquellos que pueden entrar en el bucle.

Víctor toca a la puerta de la enorme casa. Una mujer vestida de luto, al más puro estilo de los años cuarenta, nos abre la puerta. La miro directamente a los ojos y ella me sonríe un poco.

—Víctor —dice—. Justo a tiempo. Y supongo que usted es Miss Hamilton, ¿no es así?

—Puede llamarme Helena —respondo—. Voy a quedarme aquí.

—Desde luego. Pase, querida —la mujer se aparta para dejar que entremos—. Me alegro mucho de que vaya a quedarse con nosotros, le aseguro que es un placer tenerla aquí.

—Se lo agradezco, Directora Peregrine.

—Su hermano le mostrará su habitación, la ha estado montando antes. Cuando termine de instalarse, puede usted venir para conocer a los demás, Miss Hamilton.

—Sí Directora Peregrine —asiento.

Es una mujer autoritaria, pero creo que me acostumbraré con facilidad a obedecerla. Tiene pinta de ser agradable. Sigo a mi hermano en dirección a la que supongo que será mi habitación. Víctor me muestra un lugar simplemente perfecto para mí.

—Lo he decorado como una habitación moderna —explica—. He pensado que te sentirías más cómoda así. Tu propio santuario. Y también, tengo un regalo para ti.

—¿Un regalo? —pregunto, curiosa—. ¿Qué clase de regalo?

—Bueno, he pensado que te gustaría vestir como el resto de chicas de aquí lo hacen. Así que te he conseguido ropa acorde a la época. He tenido una pequeña ayuda con eso, pero enseguida conocerás a la persona que me ha ayudado. Tu nueva ropa está en el armario.

Me acerco al armario y abro las dos puertas de éste. A los pies tiene un hueco para los zapatos, en la parte de arriba, otro vacío que usaré para mi ropa moderna y sábanas y mantas. Todo lo del centro está plagado de perchas con vestidos y camisones.

—Nunca he usado un vestido —comento, poco convencida con la ropa que voy a tener que usar.

—No te preocupes. Te acostumbrarás, y quizá pueda incluso gustarte. Si no, puedes usar tu ropa moderna, o te conseguiré algo diferente. Horace puede ayudarnos, me ha ayudado a escoger los vestidos.

—Tiene buen ojo —respondo—. Son todos preciosos.

—Le alegrará que alguien al fin valore su opinión —sonríe Víctor—. A Horace le encanta la moda. La mayoría de veces sueña con moda. Ya lo verás. Sobre tu peculiaridad que hace tan poco has decidido contarme por fin... ¿Crees que habrás obtenido el don de Miss Peregrine?

—¡Ostia! —respondo—. Pues sí, debo de haberlo hecho. Pero tranquilo, si no quiero poseer ese don, desaparecerá hasta que yo cambie de opinión.

—Bueno, supongo que eso te puede ahorrar muchos problemas —responde él.

—Ni te imaginas —afirmo—. ¿Me dejas sola? Quiero probarme alguno de los vestidos.

—Antes de eso —dice Víctor, y parece un tanto nervioso—. Guardé esto. Era tuyo. Papá no tuvo ninguna consideración por ella, pero la recogí y la guardé para ti. No podías dormir sin ella. ¿Te acuerdas?

Me tiende una muñeca de cabellos dorados, con un vestido azul y blanco y un sombrerito. ¿Cómo iba a olvidarla? De niña la llamaba Doriana, porque aseguraba que era tan bonita y delicada que podría ser la hermana perdida de Dorian Gray. Quizá me afecto leer desde tan pequeña. Pero a los cuatro años, mi madre ya me había leído en voz alta "El retrato de Dorian Gray" (libro que no pude leer sola por su dificultad, pero por el que sentía curiosidad) y decidí que era mi favorito. La verdad es que no he cambiado de opinión. Que gran tragedia.

—¿Cómo iba a olvidarme de Doriana? —pregunto—. Mamá me la regalo justo antes de empezar a leerme "El retrato de Dorian Gray", y le puse nombre por él.

—Lo recuerdo —afirma Víctor—. ¡Te obsesionaste con ese libro!

—Y luego me indigné con el final. Sigo diciendo que él no debía morir.

Víctor sonríe y sale de la habitación, dejándome intimidad para cambiarme de ropa. Me pongo el vestido más largo de todos, el único que no me hace sentir incómoda ante la idea. O al menos, el que menos incómoda me hace sentir. Me llega prácticamente hasta el suelo. Luego me calzo unas botas, y salgo de la habitación para reunirme con mi hermano, después de dejar la ropa que antes llevaba puesta doblada y con la demás.

—Estás preciosa, hermanita —me halaga Víctor—. Me alegro de que volvamos a estar juntos. Venga, bajemos. Irán a la cama enseguida, la proyección de Horace estará por terminar. Luego se reiniciará el bucle y podrás ir a la cama.

Víctor me guía por toda la casa. Me presenta a Olive, una pequeña niña con el pelo castaño que lleva unos pesados zapatos para mantenerse en el suelo. Le doy la mano y me obligo a desechar su don por el momento. Luego conozco a Emma, una chica que puede hacer fuego. Le doy la mano y le muestro su propio don.

—¡Impresionante! ¿Qué más puedes hacer? —pregunta, sorprendida y emocionada.

—Si tuviera que mostrarte todos los otros dones que he ido adquiriendo a base de dar la mano a gente peculiar sin saberlo, nos quedaríamos aquí toda la vida —respondo.

Luego conozco a Bronwyn y Claire. La primera es castaña, su peculiaridad es la fuerza. Pero es una niña adorable igualmente, según mi criterio. La segunda es rubia, con delicados tirabuzones tan dorados como el oro y unos preciosos ojos azules. Si no tuviera tantos rizos, podría pasar por mi hermana. Les doy la mano a ambas, y desecho también la peculiaridad de Claire (no quiero ninguna boca en la parte posterior de mi cabeza).

Víctor y yo seguimos avanzando, y conozco a Millard y a Hugh. Les doy la mano a ambos y también desecho sus dones por el momento. La verdad es que desecho la mayoría de los dones cuando toco a alguien peculiar. Simplemente los dejo estar, sin invocarlos. Así, en una situación de peligro, ningún enemigo conocerá mis mejores cartas. Siempre intento estar preparada para lo peor. Es mi reacción a mi ansiedad.

También conozco a Horace, que está cerca de Hugh y Millard. Curiosamente, no siento que me llegue ningún nuevo poder.

—Por curiosidad —le digo, frunciendo un poco el ceño—. ¿Cuál es tu peculiaridad? Porque con la moda ya hemos visto que eres excepcional.

—Bueno —dice él, orgulloso ante mi halago—. Puedo proyectar mis sueños, y algunos de ellos son proféticos.

—¿En serio? ¡Yo también puedo hacerlo! —afirmo.

Horace abre la boca para hablar, pero es interrumpido cuando un balón le da en la cabeza. Así que en lugar de continuar nuestra conversación, el chico va detrás de Millard y Hugh, dueños del balón. Entre tanto, Víctor y yo también seguimos nuestro camino, en dirección hacia donde está una chica llamada Fiona.

La mujer, de unos diecinueve años, tiene el pelo revuelto como si fuera un nido de pájaros. Sus ojos son castaños, color avellana. Me tiende la mano, sin hablar. Yo la tomo, y siento como me invade ese cosquilleo que quiere decir que dispongo de un nuevo don.

—¿Cuál es tu don? —cuestiono.

Ella se agacha en dirección a la tierra y de esta brota un magnífico rosal.

—Impresionante —afirmo—. Creo que puedo hacer algo similar.

Y me concentro en la tierra. Pocos segundos después, hay un rosal muy parecido al de Fiona justo al lado. La chica me mira abriendo mucho los ojos, y de pronto me abraza. Yo correspondo al gesto de afecto un tanto sorprendida.

—¿Estos son todos? —pregunto a Víctor.

—Ojalá —responde él—. La vida sería más fácil si tuvieras razón. No, no son todos —y me guía hacia un árbol—. Todavía tienes que conocer a Enoch. Nos toleramos, pero no hablamos. No es precisamente amable. Deberías saberlo, antes de presentarte.

—Okey...

Me dirijo hacia el árbol bajo el cuál está el tal Enoch. Veo que está tratando con unos muñecos de arcilla, y que tiene corazones, supongo que de rata o hámster, metidos en un tarro. El chico mete un corazón en el pecho de uno de los muñecos y este empieza a andar. Lo miro como embelesada mientras se dirije a otro muñeco de arcilla y empiezan a pelear. Pero después de un rato, los dos muñecos se sientan y dejan de luchar el uno contra el otro. Enoch no parece contento.

—¿Quieres algo, desconocida? —pregunta.

—Me llamo Helena. Soy nueva aquí, solo venía a presentarme.

—Sé quién eres —responde él—. La cacatúa de tu hermano lleva toda la semana hablando de lo emocionado que está de volver a verte. Es irritante.

—¿Acabas de llamar cacatúa a mi hermano? —pregunto, frunciendo el ceño. Él sonríe.

—Por fin alguien que lo entiende. Cuando les dije eso a los demás, me preguntaron de qué cacatúa hablaba.

—Eres bastante desagradable. Pero no tanto como él me había advertido —y tras pensármelo un momento, añado—. Los muñecos son impresionantes.

—Sí. Lo serían si no fueran unos malditos desertores. Tengo que encontrar la manera de controlarlos, todavía no consigo adiestrarlos.

—¿Y qué harás cuando lo consigas? —pregunto, interesada. Él frunce el ceño.

—Construiré un ejército de muñecos de arcilla gigantes.

—Me gusta la idea —replico—. Quizá podría ayudarte. ¿Puedes hacer venas para tus muñecos? Con tubos de plástico, por ejemplo.

—¿Y eso? —replica él.

—Bueno, tu puedes darles vida, hacer que su corazón vuelva a latir. ¿Sabes cuál es mi peculiaridad? —le pregunto.

—Pues claro. Tu hermano también nos lo ha contado a todos. Puedes tener los dones de los demás con un solo roce.

—Siempre y cuando sea de piel con piel —corroboro—. Pero la oficial es el control sobre la sangre y la mente y eso. Si puedes hacer que su corazón lata, yo podré hacer que éste bombee sangre por el organismo y, básicamente, darles vida. Para siempre.

A él se le ilumina el rostro, aunque trata de ocultarlo, y seguidamente después frunce el ceño.

—¿Por qué debería confiar en ti?

—Nunca te he dicho que lo hagas —respondo yo—. Solo he dicho lo que puedo hacer con tus muñecos. Y te aseguro, que será mejor para ti tenerme como aliada.

Me levanto, dispuesta a irme, pero él me detiene.

—Espera —dice, y algo en su tono me hace detenerme—. Me llamo Enoch. Lamento que hayamos empezado con mal pie.

—Nos vemos luego, Enoch.

Y lo dejo solo bajo el árbol. Bueno, con la compañía de sus muñecos de arcilla. Por mi parte, yo llego hasta donde está Víctor esperándome. Parece ser que mi hermano no nos ha quitado la vista de encima, por si tenía que intervenir.

—¿De qué habéis estado hablando? —me pregunta cuando llego a su altura—. No confío en él, es desagradable.

—Puede que lo sea —asiento—. Pero no creo que sea para tanto como lo describes. No ha sido precisamente desagradable conmigo.

—¡Entonces desconfía! —me dice mi hermano—. Es lo que siempre decías. Mejor prevenir que curar. Ahora soy yo quien te lo dice a ti, Helena.

—Creo que de verdad te estás pasando con él. Tienes razón, es borde, y una persona de lo más testaruda y desconfiada. Pero no creo que tenga precisamente mal fondo. Aunque claro —añado—, ¿quién sabe de eso sino tú?

—Por eso te lo digo. Claro que me puedo equivocar, pero...

—Estaré bien, Víctor. Créeme, creo que he dicho lo suficiente para convencerle de que me respete. No es que seamos amigos... Pero nos toleraremos mutuamente.



















¡Primer encuentro con Enoch! Ya estoy impaciente por leer vuestros comentarios. ¿Qué os ha parecido su charla? Yo creo que Helena no es de esas que se dejan mangonear. Aunque, como veréis más adelante, es más bien una chica de armas tomar.
P.D.: Siento haber estado ausente, estaba esperando unas críticas constructivas y he preferido no actualizar mientras tanto.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro