3
A la mañana siguiente me levanto con unas ojeras como las que nunca he tenido. Bajo a la cocina para descubrir a mi padre. O lo que queda de él. Esta noche no ha habido pesadillas, pero tampoco ruidos.
Muy pálida, saco mi móvil de mi bolsillo y marco el número de la policía. Contestan luego de tres o cuatro pitidos.
—¿Hola? —una voz masculina me atiende.
—H-hola.
—¿Qué sucede, señorita?
—Mi p-padre —murmuro. Al otro lado de la línea, el agente espera a que continúe—. Algo o alguien lo ha matado.
—¿Cómo? —pregunta, aparentemente atónito.
—Necesito ayuda —repito—. Algo o alguien ha matado a mi padre. Está en el suelo y le faltan los ojos. También tiene un corte o dos en el estómago. Necesito que vengan.
—Ahora mismo vamos —me promete—. Dígame la dirección.
—Espere un momento —me doy cuenta de que mi tono es de súplica—. Acabamos de mudarnos, y no sé bien la dirección.
Entro en la casa y leo la dirección escrita en el papel, justo donde la dejé. El policía me promete que llegarán en seguida, y dice la verdad. A los quince minutos o así, tengo a una patrulla de policías en la casa, y cada vez van llegando más. Inspeccionan la zona, abren una investigación y se llevan el cuerpo de mi padre a su laboratorio para hacerle una autopsia.
Yo simplemente no me puedo creer que apenas hayamos cumplido las dos semanas aquí y ya hayan matado a mi padre. Nunca hubo falta de seguridad en casa o en el barrio, ningún tiroteo o asesinato desde que nos mudamos a Estados Unidos. Y ahora, como por casualidad, mi padre aparece muerto. Sin ojos.
Igual que mamá. Igual que el abuelo de Jacob. No, tengo la sensación de que esto no es solo una coincidencia. No, esto debe de estar relacionado de alguna manera. Si solamente fuera coincidencia, si estuviera equivocada, sería un alivio. Pero no creo estarlo. Tengo la sensación de que Víctor sabe algo de esto que no me ha contado, que se quiere ocultar por alguna razón.
Yo también siento la necesidad de ocultarme, y más cuando la policía me dice, después de comprobar las grabaciones (solo hay cámaras en mi habitación, el resto de la casa no está vigilada), que debería desalojar la casa. Así que guardo mis cosas en las cajas todavía conservadas de la anterior mudanza. ¿A dónde voy a ir? Todavía no lo sé, pero por suerte, soy la única persona mencionada en el testamento de mi padre, así que su fortuna (bastante considerable, ya que nunca quería gastar nada), pasa directamente a mí.
Llamo a Jacob con las manos temblorosas. No sé porque, pero siento la necesidad de contarle a alguien lo sucedido. Y en Cairnholm solo hay una línea telefónica, esa que, al menos antes, conducía al "Hoyo del Sacerdote". No puedo llamar a mi hermano, me tocará recurrir a lo más parecido a un amigo que tengo aquí, en Florida.
—¿Hola? ¿Lena?
—Sí, soy yo. Jacob, tengo un problema.
—De verdad que puedes llamarme Jake —dice él—. Yo lo prefiero. Ahora, dime de qué se trata.
—¿No podríamos reunirnos en tu casa? Es un problema serio, y de verdad que no puedo ni quiero hablarlo en la calle.
—Está bien. Vente a mi casa.casa.
Me dirijo hacia allí a pie, todo lo rápido que puedo. Nunca he sido mucho de hacer deporte, así que correr queda descartado. Cerca de casa puedo ver a un hombre parecido al doctor Golan. Aterradoramente parecido, salvo por los ojos sin pupilas. Creo que hice mejor de lo que pensaba en fiarme de mi instinto y desconfiar de él.
El hombre sin pupilas me sonríe, e, intentando aparentar una calma que estoy lejos de poseer, le devuelvo la sonrisa y me obligo a no acelerar el paso. No puedo dejar que nadie piense que tengo miedo, o que no lamento la muerte de mi padre. Eso sería demasiado sospechoso. En lo que al mundo respecta, estoy tranquila, pero muy triste.
Después de una media hora andando, y de que me pille un precioso chaparrón, por fin llego a casa de Jacob. Él me recibe y me invita a sentarme junto a la estufa para que me seque, y yo, por no mostrar mis poderes, me siento y espero. Jacob, muy servicial, corre a la cocina y me trae un poco de té.
—Ahora, hermosa —me sonríe—. Cuéntame lo que ha sucedido.
Trabándome, pero decidida a enterarle de todas las cosas en común entre la muerte (posiblemente el asesinato) de su abuelo y las de mis padres, le cuento lo sucedido. Jacob me escucha en silencio, y todavía permanece callado un rato después de que yo haya terminado de hablar.
—También había un hombre con los ojos sin pupilas en el vecindario cuando murió mi abuelo —confiesa.
—¿Crees que puedan ser la misma persona? —pregunto, mientras me recorre la espalda un escalofrío.
—No lo sé. ¿Tú lo crees? —replica él.
—Jacob —susurro—. Estoy jodidamente segura.
Después de eso somos interrumpidos. El padre y la madre de Jacob entran en el salón. Su hijo les cuenta lo sucedido en mi hogar y ellos de inmediato me ofrecen quedarme en su casa. El mes que viene, padre e hijo van a ir a Gales, y amablemente me invitan también a acompañarlos para que me reencuentre con mi hermano.
—Muchas gracias por permitir que me quede —se me caen lágrimas falsas—. Mi padre era una gran persona y tardaré mucho en recuperarme de su pérdida, al igual que mi pobre hermano, cuando reciba la noticia.
Mentira. Al menos casi todo. Es verdad que les agradezco mucho que me permitan quedarme. Pero, a pesar del afecto que siento por mi padre (absolutamente innegable sabiendo mi comportamiento con él, a pesar del que él tenía conmigo), bailaría sobre su tumba en venganza por todas las palizas que me ha dado. Sin embargo, eso no lo puedo expresar en voz alta, así que voy a casa y llevo mis cosas al coche de papá. La policía dice que me lo puedo llevar y, al fin y al cabo, tengo carnet de conducir.
En coche se llega considerablemente más rápido, y en un periquete ya estoy instalada en uno de los cuartos de invitados de la mansión de los padres de Jacob.
—Señor Portman —lo llamo, cuando él está a punto de salir de la habitación después de ayudarme con la última caja—. Mi padre hubiera querido que usted tuviera esto.
Le entrego el borrador final, de quinientas páginas, del libro de mi padre. Ya está editado y listo para publicar, aunque dudo que algún día vea la luz. Aunque, bueno, ¿quién leería quinientas páginas de libro sobre los halcones peregrinos?
No conozco a nadie con tales deseos. Aunque supongo que para gustos los colores, ya habrá por ahí alguien interesado.
Después de la cena (donde descubro que en esta casa tampoco cocina nadie) subo a mi cuarto. Veinticuatro horas sin dormir y llenas de intensas emociones me han agotado de veras. Así que mi mayor deseo es una noche de dormir sin sueños. Una noche sin las inevitables pesadillas que aparecen cada vez que cierro los ojos,
Pero alguien llama a la puerta, justo cuando ya estoy acurrucada entre las sábanas. Muy a mi pesar, me levanto de la cómoda cama del cuarto de invitados de los Portman y voy a abrir la puerta. Jacob y yo nos quedamos cara a cara. Él parece querer decir algo, pero luego calla de pronto. Le invito a pasar.
—No quería molestarte —se disculpa—. Solo venía a ver si estás bien. Y también a decirte que si necesitas algo o te apetece hacer algo estoy en la habitación de al lado.
Okey, eso ha sonado algo turbio, pero dudo mucho que Jacob sea esa clase de persona. Incluso podría decir que soy la primera chica más o menos de su edad (recordemos que soy un año mayor que él) con la que habla tanto. No, parece más un chico tímido que quiere ser amable que otra cosa, la verdad. Deja demasiado que desear en confianza en sí mismo como para que yo le tema a lo que pueda hacer.
—No pasa nada —le dedico una sonrisa forzada—. Agradezco de veras que te preocupes por mí, pero en serio estoy bien. No hay de qué preocuparse, a no ser que despierte en mitad de la noche.
—Puedes venir a verme si eso sucede —me sugiere—. No me molestará.
Este chico tiene una costumbre preocupante de decir cosas fácilmente malinterpretables. A pesar de eso, su familia y él me están ayudando más de lo que lo hizo mi propio padre. Y me siento muy agradecida con ellos.
—¿Quieres algo más? —pregunto, con toda la amabilidad de la que soy capaz, al ver que sigue parado frente a mí.
—Sí —asiente él—. Quería saber que crees que deberíamos hacer sobre lo del señor de los ojos sin pupilas.
—Yo digo que esperemos a llegar a Cairnholm —sugiero—. No se lo cuentes a nadie, ni siquiera al doctor Golan. Quizá mi hermano sepa algo más que nosotros; mamá tampoco tenía ojos cuando la encontraron.
—Bien.
—Jacob —lo llamo, y él se da la vuelta—. Prométeme no contar nada de esto al doctor Golan.
—Lo prometo.
—¿El qué?
—Prometo no contar nada de esto al doctor Golan —responde él, sonriéndome. Y luego se da la vuelta y sale definitivamente de la habitación.
Tal y como esperaba, me despierto en mitad de la noche. Por suerte, parece ser que no despierto a nadie con mis gritos. Me levanto y me dirijo al coche de mi padre, donde quedan dos cajas grandes, una con una provisión de medicinas que debería de durar dos años (mi padre se aseguró de que las medicinas que tomo no caduquen hasta dentro de tres por lo menos) y otra que es literalmente un arsenal, heredado también de él.
No sé para que voy a necesitar el arsenal, pero me niego a abandonarlo. Mi padre me enseñó a usar todas las armas que están guardadas en él hasta la excelencia, desde que era muy muy pequeña. También enseñó algo a Víctor, pero muy poco. Lo de las armas se acabó para él cuando se partió la rodilla y dejó de poder moverse con facilidad. Fue un auténtico desastre para papá, ya que la caza, el movimiento y las armas eran toda su vida. Fue entonces cuando empezó a escribir sobre aves. De eso hace ya unos dos o tres años.
Yo abro la caja de las pastillas. Ayer se acabó el frasco anterior (vienen quince pastillas por bote, y yo necesito una o dos diarias) y me olvidé de reponerlo. Saco dos de los frascos que contienen mis pastillas, y una jeringa y otro frasco que son ya solo para emergencias. Debo reponer las existencias que tengo a mano por si algo me sucediera. La jeringuilla es para cuando tengo ataques muy fuertes en mitad de la calle, sobre todo.
Vuelvo a entrar en la casa. Las palabras de Jacob me dan vueltas en la cabeza. Dice que no le molestará si lo despierto, y por un momento me siento tentada de hacerlo. Luego decido que eso no valdría la pena. Estaré mejor en cuanto me tome la pastilla y duerma un poco más. La medicación consigue arrancarme un poco las pesadillas, pero no siempre.
Por esta vez, funciona, y puedo dormir tranquila durante tres o cuatro horas, antes de que el sol me despierte. Hace bastante tiempo que no dormía tantas horas, especialmente seguidas. Incluso con las pastillas, es difícil evitar mis pesadillas. Así que me pongo en pie con la sensación de que será un buen día para mí.
Creo que podría acostumbrarme a vivir con los Portman.
Reflexiono sobre el tema mientras desayuno. Jacob está sentado frente a mí, y parece bastante feliz. No para de sonreír. Sobre mí, solo no puedo prestarle mucha atención, estoy perdida en esas reflexiones. En el mejor de los casos, viviré con ellos todo el mes antes de que vayamos a Gales. Entonces podré reencontrarme con Víctor, y buscaremos una nueva familia entre la gente como nosotros.
Eso sería bonito. Como un cuento de hadas, como una fantasía hecha realidad. Sería demasiado ideal como para suceder. Pero, aún y todo, ruego para que sea así.
En fin. En mi defensa, nunca dije nada sobre que las cosas realmente fueran a mejorar para Helena. ¿Impacientes porque conozca a Enoch? Yo sí.
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