6. No cómo a mi.
[...]
Lleva quince o veinte minutos, no tiene idea en realidad, viendo esa mancha en el techo. Despertó justo cuando su alarma sonó exactamente a las cinco de la mañana.
Normalmente se hubiera puesto de pie al instante, se hubiera lavado la cara rápidamente con su jabón favorito, hubiera enjuagadado su boca con aquel enjuague bucal que compraba solo porque su tono azul era lindo, se hubiera puesto su ropa deportiva negra favorita y hubiera ido al gimnasio del hotel a ejercitarse como de costumbre.
¿Era una mancha o un hoyo en realidad?
Hubiera tomado el ascensor del personal solo para no toparse con ningún huésped y hubiera tomado su ducha matutina con calma, se hubiera arreglado como de costumbre para mantener su atractiva aura e imagen intachable y luego iría en contra de su voluntad a la universidad en su automóvil (en uno de los más modestos que tenía, después de todo solo era la escuela).
Es un hoyo, en definitiva, llamaría a Jena, su mayordomo y ex compañera de juegos, para que avisara a mantenimiento de inmediato.
Da vuelta en la cama para recostarse de lado, nota entonces que su reloj no indica las cinco con veinte como suponía, sino las seis y media.
Ni siquiera se sobresalta, para ser sinceros, Colín no tiene ánimos de nada. Desde que despertó y notó que su cama estaba vacía sus ánimos cayeron al subsuelo.
¿Razones?, ninguna en realidad.
Su lobo se comportaba como un infantil cachorro abandonado y desolado.
—¿Cachorro?— pregunta al aire al notar sus pensamientos. —¿Dónde estará el cachorro ahora?, ¿se siente mejor?, le ayudé, al menos hubiera agradecido...
Ignora sus berrinches y se levanta de mala gana, pero solo pasa a sentarse al borde de la cama para tomar su celular. Avisa con un mensaje a Samuel que llegaría para la segunda hora, si es que tenía suerte.
Sabe que es estúpido porque ¿quién en su sano juicio abandonaría a Colín Bourgeois?, un alfa puro... no, esperen, ¡nadie le había abandonado!, ¿qué diablos estaba pensando?
Se encierra en el baño y trata de quitarse todo rastro de feromona que pudiera quedar en él con una toalla húmeda, aunque su lobo le pedía que no lo hiciera.
Toma las cosas con calma, después de todo ya va tarde.
Quita las sábanas y las pone en el cesto de ropa sucia, las cambia él mismo por unas nuevas que solo huelen al suavizante de mandarina que habían estado utilizando últimamente y que raramente le parecía de lo más exquisito.
A mandarina y no a durazno.
Jena llega unos minutos después de que termina con la cama, la deja entrar y le indica el desperfecto a ella y al señor de mantenimiento. El señor parece consternado por el aroma a feromonas que aún queda, después de todo, toda la ropa que había usado Lordbug para hacer su nido seguía en unas bolsas que él mismo había preparado para que las llevaran a lavar.
Jena le entrega el cambio de ropa nuevo que ordenó y se lleva con ella todo rastro de que el omega estuvo en la habitación.
Entra a la ducha y limpia cada parte de su cuerpo. En contra de su voluntad evoca incluso la sensación que las manos de Lordbug dejaban en su piel.
¿Habrá llegado bien a casa?, ¿sus familiares estaría preocupados porque no estuvo en casa dos días enteros?, ¿su cachorro también sentiría que algo hace falta?, ¿o solo él?
Llega a la universidad antes de que la tercera clase empiece, la que va después de la hora del desayuno, y se dirige a su asiento junto a Sam, quien lo ve preocupado.
—¿Estas bien, Colín?
—De maravilla, solo me quedé dormido.
—¿Seguro?
—Si, Sam, tranquilo. —extiende su mano a la melena del omega, lo acaricia y despeina para hacer creíble su mentira.
Sam se deja hacer, obviamente. Los mimos del rubio no suelen ser comunes.
La puerta del salón se abre abruptamente. Mario, como de costumbre, estuvo a punto de caerse al suelo por haber tropezado. Detrás de él viene Aly, Nina y Adrianne riendo por su accidente, él incluido tiene una risa burlona en el rostro.
Su vista se gira entonces al rubio.
Lo ve, acariciando el cabello de otro omega, justo como hizo ayer con él.
Siente su cuerpo tensarse y sabe que su sonrisa se ha esfumado.
No, mentira, Mario estaba seguro de que no era igual. Quiso decirle a Samuel que no tenía razones de ilusionarse por eso, porque Colín no lo estaba haciéndo como lo hizo con él.
A Samuel lo acariciaba jugueteando para calmarlo, y a él lo hizo con una ternura que estaba seguro nunca nadie
experimentaría jamás.
Mario los ve por unos segundos y siente a su lobo gruñir.
—¿Mario estas bien?— Aly le devuelve a la realidad. —¿Te has lastimado?
Colín presta atención por fin al ruido, a la pregunta.
Hasta hace unos segundos, se vió ahogado en la mirada de Mario como jamás lo estuvo.
Era una mirada molesta, retadora y llena de un sentimiento que hasta ahora no había notado. Era distinta a la de las otras veces.
Su intercambio de miradas siempre decían una cosa; aléjate. La de hoy era la misma, pero ¿alejarse de quien exactamente?, era distinta en esa cuestión.
—¿Te lastimaste?— pregunta el rubio, para sorpresa de todos.
—No mucho, no es nada. —dice el azabache, sin despegar sus ojos de los delgados dedos de Colín, que seguían sobre el cabello de Samuel.
¿Ven?, por encima. No entrelazados o peinando su cabello, como con él.
Siente su pecho lleno de un extraño orgullo, lleno de superioridad injustificada en contra del pelinaranja.
Colín quita sus manos de Samuel, ante la mirada de Mario. De alguna manera, sentía que estaba haciendo algo malo.
¿Qué era?
La atmósfera del salón se vuelve rara, todos parecen notarlo.
Mario se sienta cuando nota que Samuel se remueve confundido en su lugar debido a su mirada.
¿Qué mierda pasaba?, Samuel no estaba haciéndo nada malo, era él quien estaba actuando como un imbécil. Sus amigos se sientan de igual manera y continúan con su platica sin sentido.
—Col...—le llama Sam de pronto, pero Mario ha escuchado el tenue tono meloso que usa. No puede evitar rodar los ojos.
—¿Qué ocurre?—contesta sin despegar su vista del celular.
—Tengo hambre.
—¿No desayunaste?— lo mira con el ceño fruncido.
—Te estaba esperando.
—Te he dicho que no saltes tus comidas. —le da un pequeño golpe en la frente con sus dedos.
—Tengo hambre. — repite riendo. —Y tus regaños no me la quitarán.
—¿Qué te la quitara entonces?— pregunta, guardando su celular y poniéndose de pie.
—Una hamburguesa.
—¿Y papas fritas?
—¡Si!— le sonríe. —Por favor.
Colín camina hacia la puerta. Mario no puede evitar verlo con sorpresa e indignación.
¿Él siempre había sido tan complaciente con Samuel?, nunca lo había notado. ¿Desde siempre?, ¿desde hoy?, ¿qué diablos?
—¡Oh, Colín, tambien quiero...—grita para llamar su atención.
—Ya sé, refresco y helado de chocolate. —le quita importancia con ambas manos. —¡Ya lo sé, ya lo sé!
Sale. Todo sigue normalmente.
Pero Mario nota la sonrisa boba en el omega.
Mario nota que no es el único que tiene un lobo que disfruta del aroma a menta y miel.
[...]
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