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20. Prométeme

[...]

Mario llega a su casa justo después de calmarse, cuando su llanto no es tan lamentable y logra recuperar la cordura. Saluda a sus padres levemente y sube a su habitación. Deja todo en el suelo y de deja caer en la silla de su escritorio desanimado. Tikki intenta animarle, pero la verdad es que lo cree imposible.

¿Qué haría ahora?, ¿cómo podía arreglar todo lo que había ocasionado?

Había traído consigo las bolsas que Colín había regresado, había pensado en tirarlas, pero no lo consiguió. ¿Tirarlas no sería lo mismo que aceptar todo lo que Colín dijo?

No. Eso no era cierto.

No quería estar con él por lástima. ¿Así se podía interpretar desde su punto de vista?, ¿cómo podía expresárselo correctamente?, ¿cómo podía convencerlo de que le quería?

No porque fuera su alfa, no porque fueran sus lobos los que lo dictaban, sino él; Mario Dupain-Cheng.

¿Debería hablar con él?, ¿buscarlo?, ¿preparar más postres?, ¿pedir por ayuda?, ¿rendirse?

Siente su corazón doler solo ante la idea.

No quería rendirse, ¿cuándo en su vida se había rendido?, puede que muchas veces haya terminado humillado por sus decisiones impulsivas, pero rendirse era algo que odiaba hacer.

Le duele el pecho, una ansiedad y preocupación no le abandonan.

¿No era irreal el sentirse tan mal físicamente ante la idea de perder algo?, nunca le había pasado antes.

Le duele.

Sube ambos pies a la silla y abraza sus rodillas, sintiendo que la respiración y el aire le faltan.

¿Qué ocurre?

Se siente morir.

No puede controlar las lágrimas que comienzan a salir de nuevo con violencia.

Morir... Colín le había dicho que prefería hacerlo a estar con él por lástima.

No podía concebirlo, ¿él muriendo?, era imposible. No podía hacerlo y...

No, esperen, él podía hacerlo.

Había perdido incluso ya el sentido del olfato, ¿no es así?, ¿cuál seguía? Recordaba que sus profesores alguna vez tocaron el tema de un lazo roto.

Olfato, oído, gusto, vista, tacto.... Y luego la vida.

El corazón le arde.

Toma una bocada de aire desesperada.

Colin...

Su alfa estaba muriendo.


Podía sentirlo. Lo sentía llorar, estaba asustado y... buscándolo una última vez.

No podía permitirlo.

Se levanta de su lugar sintiendo un horrible punzada en la cabeza.

Baja las escaleras y sale corriendo como loco en dirección a su alfa. Ni siquiera sabe si está en su hotel o con Samuel, ¿en algún parque?, no sabe, corre sin rumbo siguiendo ese fatídico sentimiento rogando que lo llevara a él.

Choca con algunas personas, se empieza a cuestionar si podrá llegar a tiempo, ¿no hubiera sido más efectivo haberse transformado en lugar de actuar impulsivamente de nuevo?

Era un imbécil, ni siquiera podía hacer algo tan sencillo como esto correctamente.

Reconoce el hotel en cuanto lo ve a la distancia.

¿Qué diría para que le dejaran entrar?, ni siquiera se sentía capaz de hablar, ¿cómo iba a explicar que necesitaba verlo?, necesitaba salvarlo y ...

"Lo escuchaste y tu estúpido complejo de salvador se apodero de ti, ¿verdad?"


Recuerda las palabras del rubio mientras entra a la recepción del hotel, atrayendo miradas curiosas y de disgusto. Tal vez por lo mal que debe verse, tal vez por lo agitado o sudado que se encontraba. Tal vez porque parecía un loco.

No. No era un complejo, no era así.

Él no quería ser su héroe. No quería salvarlo por las razones que el pensaba.

—¿Puedo ayudarlo en algo, señor? —se acerca un empleado a él

—Colín... necesito... —trata de responder en jadeos.

—¿Es compañero de su universidad?, necesitamos que nos proporcione sus datos y...

El azabache siente otra punzada, más fuerte que el resto.

No tiene tiempo que perder, no puede estar aquí discutiendo si tenía agendada una cita o no.

Comienza a caminar en dirección al ascensor, pero el joven encargado le detiene.

—No puede pasar si no muestra una identificación.

Le empuja levemente, sin dejar de caminar.

—Es Colín... — intenta explicar.

Se siente asfixiado.

— ¡No puede pasar!

— ¡Muévete de mi camino! — grita, sin paciencia. Solo piensa en liberarse de todos los que intentan detenerlo y llegar hasta el último piso.

En lo más alto del hotel, ¿lograría llegar a tiempo?

Llora al pensar en que no.

—¡Llamen a seguridad! — grita alguno.

Mario forcejea, incluso ha golpeado y mandado a volar a uno que otro que intenta someterlo.

—¡Suéltenme!, ¡es Colín!, ¡déjenme ir con él!

Forcejean aún más, alguien le ha dado un puñetazo incluso. Siente su labio arder y pronto su boca se llena de sabor a sangre.

—¡¿Qué es este alboroto?!— escucha la voz potente de una mujer. Al instante los guardias, que no había notado que llegaron, se detienen.

Dos de ellos lo han tomado de los hombros, haciéndolo caer de rodillas y sin movilidad en el suelo. Le están lastimando, pero no logra dolerle.

Solo duele su corazón, desesperado.

—Señora Bourgeois, este chico ha intentado entrar a la fuerza y...

— ¡Déjenme ir! — pide, tratando de soltarse. —Es Colín... por favor...—su voz se quiebra.

— ¿Qué le ocurre a mi hijo?

—Colín... mi alfa... —llora. —Déjenme ir con él, por favor...

La mujer empuja a los guardias para que suelten al azabache. Se deja caer frente a él, asustada.

— ¿Cómo has llamado a mi niño?

—Mi alfa...— repite, llevando una mano a su pecho, llorando aún más fuerte. —Ya no siento a mi alfa...— se deja caer aún más en el suelo.

La mujer se levanta y grita a sus subordinados para que llamen a una ambulancia. Mario parece seguir en shock, trata de calmar el fuerte zumbido que escucha en sus oídos.

Se siente irreal. No siente absolutamente nada, para ser sincero. El llanto se ha detenido abruptamente y su respiración es baja, casi nula. Siente su corazón latir lenta y fuertemente contra su pecho.

Siente levemente que lo tocan, que le toman del brazo llamándole. No escucha bien, la figura de la mujer es tan borrosa y distante, luce alterada y parece jalarlo con brusquedad.

¿Qué significaba aquello?

Quiere llorar y gritar, correr a él, pero ninguna parte de su cuerpo le responde.

Sabe que esta caminando. La señora Bourgeois corre delante de él, así que asume que él también lo hace. Los botones del ascensor se escuchan con eco, es capaz de escuchar los cables moverse y hacer esos sonidos extraños. Escucha incluso la interferencia en los intercomunicadores de los guardias que están ahí.

No sabe que ocurre.

La puerta se abre después de unos segundos que se sienten eternos.

Entonces lo escucha.

Su corazón.

Aún late. Lo puede oír. Leve y tranquilo.

—Alfa... —logra susurrar al reconocerlo. Parece volver en sí al hacerlo. Las imágenes a su alrededor se aclaran y los sonidos vuelven a la normalidad.

Lo siente. Agónico, pero ahí está.

—¡Alfa! — grita, empujando a los hombres que están frente a él. Corre a la puerta del cuarto. Intenta abrirlo, pero está cerrado bajo llave.

— ¡Necesitamos una llave maestra! — grita la señora.

Mario retrocede unos pasos y pide rápidamente a los que están cerca que se alejen. No les da mucho tiempo de reaccionar, ha dado una patada fuerte y precisa en la chapa, logrando romperla de un solo golpe, importándole poco todo lo demás.

Entra y va directamente al baño. Lo encuentra tirado en el suelo.

—¡Colín!— la madre de su alfa parece asustada. —¿Qué hacemos?

Mario lo levanta en brazos.

Es más liviano de lo que imaginó.

—Vamos bajándolo, para que lo trasladen en seguida. — dice. Todos salen de su camino y regresan. Mientras bajan Mario se encarga de escuchar con cuidado que su corazón siga latiendo, lo impregna un poco en sus feromonas instintivamente, pero no sabe si son de ayuda.

La ambulancia llega a la par que ellos al vestíbulo.

Recuesta a Colin en la camilla y lo suben al vehículo. Andrea sube con él, y para su sorpresa, le extiende la mano para invitarlo a subir con ellos. Lo hace, aunque en el fondo lo siente incorrecto.

No recuerda mucho de su llegada am hospital, para cuando reacciona está sentado en una silla en la sala de espera al lado de la alcaldesa. Mario trata de no llorar en voz alta, se siente tan culpable que le quema el simple hecho de estar ahí, frente a ella.

—Va a estar bien. —la escucha decir.

—Perdón.—le dice, en un hilo de voz.

—No tengo nada que perdonarte, hijo.

—Es mi culpa que él este aquí. —se levanta de la silla para ponerse frente a ella.

No se siente capaz ni de verla a los ojos.

Se arrodilla entonces. Se deja caer y se postra ante la mujer.

—Perdón, perdóneme... — suplica.

Ella no puede evitar soltar unas lágrimas. Lo toma de la mano, y con la otra, lo toma de la mejilla y lo obliga a verla por primera vez.

—No, mi niño, ¿crees que no conozco a mi hijo?, eh vivido a su lado veintitrés años seguidos... — sonríe con nostalgia. —Ambos son responsables del daño que sufrieron, los dos, un lazo no tiene solo un extremo, ¿o sí?

—Nosotros no teníamos uno...— intenta explicarle, para evitar que malentienda algo. —Él no me marcó nunca, es solo que...

—Lo sé, pero se reconocieron ¿no?

—Me dio miedo hacerlo...— confiesa, aguantando el nudo en su garganta.

—Si, lo entiendo. — le acaricia con cariño el dorso de la mano. — ¿A quién no le daría miedo?, la esencia de un alfa puro es abrumadora, si lo sabre yo...

—Casi mato a Colín...

—No, no es así...— insiste. —No pienses eso, ¿si?

—Pero yo...

—No supiste cómo reaccionar, y Colín tampoco... solo espero que de ahora en adelante no sean tan tercos...

Mario solo atina a asentir.

—Si, señora...

—Bien... — dirige su mano a la cabellera despeinada del azabache. —¿Puedo pedirte un favor entonces?

—Lo que usted quiera.

—Cuando Colín despierte... prométeme que cuidaras de él... — llora por fin, unas lagrimas grandes y dolosas. —Prométeme que no permitirás que mi niño regrese a este lugar... prométeme que vas a amarlo, ¿sí?

Mario toma ambas manos de la mujer, las une a las suyas y las lleva a su frente, entregándole su ser en respuesta.

—Prométemelo...— pide de nuevo.

—Se lo prometo por mi honor.

Mario pide a la luna un milagro. No importa el precio, el tiempo o lo que sea.

Solo pide que Colín abra sus ojos una vez más. 

[...]

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