Capítulo 3
Katherine no apartaba la mirada del cuerpo que yacía sobre el auto. Jamás creyó tener que enfrentar una situación así de nuevo; pensaba que estar fuera del radar durante cuatro años le había permitido llevar la vida que tanto deseaba. Extendió su mano hacia al anillo del hombre para quitárselo y poder investigar por su cuenta, pero desvió la vista cuando escuchó las sirenas de la policía acercándose. En cuestión de minutos, el lugar se llenó de oficiales y cuerpos de emergencia. Katherine y sus amigas fueron revisadas; al no tener heridas graves, se descartó llevarlas al hospital. Katherine observó cómo los oficiales interrogaban a Alice, mientras Annie, en estado de shock, recibía oxígeno de los paramédicos.
—Por favor, mire la luz —dijo el paramédico que la atendía, sosteniendo una pequeña lampara frente a ella.
—Tengo buena visión y no estoy mareada.
—Debo comprobarlo, señorita.
Katherine siguió las indicaciones y, cuando el joven terminó de limpiar sus cortes, se acercaron los oficiales.
—¿Señorita Katherine? —preguntó uno de ellos.
—Sí.
—Disculpe las molestias. Sé que usted llevó la peor parte del accidente —el hombre sacó una pequeña libreta y la miró con una expresión cansada—. Soy el oficial Carl Decker, y esta es la oficial Silva Marks. Solo queremos su testimonio de esta noche.
—Venimos a dejar a nuestra amiga Annie a su dormitorio y, de repente, un hombre cayó sobre el auto. Eso es todo.
—¿Usted conocía a la víctima?
—Jamás lo he visto.
—Su amiga dijo que se acercó al cuerpo —intervino la oficial Silva —y que pareció reconocerlo.
—Le repito, jamás lo he visto.
La mirada interrogante de la oficial no pasó desapercibida para Katherine, quien no dejó de mirarla cuando el oficial Carl terminó de entrevistarla.
—Uno de nuestros oficiales se encargará de llevarlas a sus casas.
—De acuerdo.
Katherine bajó de la ambulancia para reunirse con sus amigas, pero el ruido de tres convertibles negros estacionándose la hizo detenerse. Reconocería esos autos donde fuera. Las puertas se abrieron y varios hombres de traje negro descendieron. Detrás de ellos apareció una mujer de casi un metro ochenta, vestida con un corto vestido negro de encaje que mostraba unas largas piernas cubiertas por medias. Su cabello negro estaba recogido en una coleta alta. Caminó con firmeza y no titubeó al quedar frente a los oficiales.
—Buenas noches, soy Clarisa Kuznetsova, la madrastra de Katherine —explicó mientras uno de los hombres le ponía un abrigo del mismo color del vestido. Los oficiales comprendieron de inmediato la categoría social de Katherine, pues solo una familia de la alta sociedad podía tener tantos guardaespaldas a su disposición.
—Señorita Kuznetsova, un gusto conocerla. Su hija ya fue atendida e íbamos a llevarla a su residencia.
—No será necesario.
Clarisa buscó a Katherine con la mirada y, con solo un movimiento de ojos, Katherine entendió. Cambió su rumbo hacia el auto del medio y subió a la parte trasera.
—¡Katherine! —la voz de Alice la hizo alzar la mirada. Vio como sus guardaespaldas intentaban detener a Alice, pero un movimiento de manos de Clarisa hizo que la dejaran pasar —¿A dónde vas? ¿Quiénes son estas personas?
—Estaré bien, Alice. Cuida de Annie —fue lo único que dijo antes de subir la ventanilla del auto.
—Katherine.
—Te aseguro que ella estará bien, no tienes que preocuparte —exclamó Clarisa al pasar junto a Alice y subir al auto.
—¡Nos veremos mañana en nuestro lugar favorito! —gritó Alice, sintiendo que ese momento parecía una despedida.
Katherine no se atrevió a contestar. Observó cómo el resto de los hombres entraban en los autos. Dos de ellos se ubicaron en la parte delantera del vehículo en el que estaba. Clarisa, sentada a su lado, dio la orden de arrancar. El auto comenzó a moverse, alejándose del sitio.
—¿Se lo has dicho a mi padre?
—¿Quién crees que me envió? —las palabras de Clarisa fueron suficientes para destruir la poca esperanza que le quedaba —. Hablaremos en casa.
Katherine miró por la ventana, viendo la universidad junto a las fraternidades y sus amistades. En ese momento, deseó de todo corazón no tener que despedirse.
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