Capítulo 1:『 La Ira 』
IRA — WILL GRAHAM
La ira es una emoción que todos poseemos por defecto y que a grandes rasgos es una característica que Dios todavía comparte con nosotros. Esta emoción en proporciones moderadas nos permite colocar límites a cosas que nos disgustan y crear un gran desapego por las que cada uno de nosotros consideramos injustas, pero cuando esta se contiene en un recipiente dentro de nuestro palacio mental por mucho tiempo y este recipiente se agrieta, puede impulsarnos a cometer actos, sean buenos o malos, que nos permitan desahogar nuestras cargas. Es decir, nos incita a llevar a cabo acciones que en un estado de calma consideraríamos que seríamos incapaces de realizar; además que desencadena en nosotros una rica mezcla de emociones transformadas en sentimientos como lo era el rencor, la venganza, la envidia y el odio.
Este era uno de esos pecados que se generaban por factores externos que transfiguraban la percepción de la realidad y de la moral, mientras que los demás tenían raíces en un exceso personal que se exteriorizaba por la gran maquinación que el usuario aportaba a la semilla germinada en su mente. Esta maquinación llegaba a perpetrar la moral y la obligaba a que se hallara en un constante vaivén en su búsqueda de adaptarse a las circunstancias de su ambiente para sacar provecho de los defectos de otros. Al menos así lo definiría Will Graham si le dieran la oportunidad de describirlo con sus propias palabras. Para nadie era un secreto que Will Graham reprimía una ira impresionante que surgió a raíz de las injusticias que vivió de pequeño y que, si bien era cierto que su padre no fue tan estricto con él, padeció necesidades gracias a la ausencia de recursos monetarios. Sin contar que lo poco que había muchas veces su padre lo gastaba en alcohol para olvidarse hasta de su propio nombre y disrumpir la poca serenidad que el hogar poseía con sus diálogos incoherentes de lo duro que era ser un padre soltero cuando llegaba a casa al día siguiente.
Otro factor que contribuyó a la gran ira que Will reprimía fue la exclusión y discriminación que sufrió de parte de sus compañeros en su infancia. Siempre se destacó de los demás por su gran capacidad de interpretación a tan temprana edad, dándole reconocimiento por sus buenas calificaciones y causando que sus compañeros lo vieran más como un rival que como un aliado. Y es que el sacar buenas notas era lo único que traía breves momentos de paz a su hogar, ya que su padre abandonaba sus actividades diarias para felicitarlo por ello; así que aquellos momentos de paz valían más que cualquier humillación y moretón que recibiera de parte de sus compañeros. Aunque no podía evitar preguntarse el motivo por el cual todos lo veían diferente y del porqué nadie podía entenderlo cuando él sí podía comprenderlos. Supuso que la raíz del problema era por un defecto que tenía en su mente, pero como nunca tuvo suficiente dinero para ir a un psiquiatra, no le diagnosticaron sus condiciones mentales a tiempo (hasta mucho después que pudo asistir a uno y pagarse los medicamentos).
Tenía un perro, uno muy bonito, de raza pastor alemán al que bautizó como Wilson, el cual fue objeto de su adoración y su única compañía en sus momentos de debilidad porque, aunque no hablara, lo entendía mejor que sus semejantes. Siempre hacían travesuras juntos y a medida que él iba creciendo, el perro se iba convirtiendo en una pieza fundamental para el desarrollo de su personalidad. Su padre había rescatado al perro de las calles pertenecientes a un barrio conflictivo, en donde fue abandonado en una caja de cartón a la intemperie, e invertían lo poco que tenían para mantenerlo saludable. Incluso Will tomaba pequeños trabajos informales, además de la pesca, en sus vacaciones de verano para comprarle juguetes y comida con sus ahorros.
—¡Wilson! —exclamó aquel niño de ojos azules buscando con desesperación a su mejor amigo—. ¡Wilson! ¡¿Dónde estás?!
Lamentablemente no pudo prever lo que sucedería aquel fatídico día cuando aquel perro se perdió de su vista al rastrear una esencia desconocida. Aceleró su paso hacia donde vio a su mascota caminar por última vez y siguió los ladridos de advertencia, que supuso que se trataba de los de Wilson, provenientes de una zona apartada de aquel parque. Sólo para encontrarse a un grupo de compañeros de clase sosteniendo palos y piedras entre sus manos, y a su perro ladrándoles sin cesar desde una distancia prudente.
—¡Pero miren quién es! ¡Es el niño rarito! —dijo uno de ellos con una sonrisa burlona en su rostro—. ¿Viniste a buscar tus estúpidas ranas?
—Vamos, Wilson, vámonos a casa... —susurró Will hacia su preciada mascota que le hizo caso omiso por la amenaza que estaban afrontando. Así que se acercó para intentar agarrarlo por el collar y retirarse del lugar, mas se detuvo cuando el impacto de una piedra contra su cráneo le generó un dolor punzante en su cabeza.
Wilson adoptó una posición de ataque anunciando su próximo movimiento mientras Will trataba de recobrar el equilibrio. Los niños aprovecharon esta ventaja inicial para ir a por Will, golpeándolo sin piedad hasta derribarlo al suelo y hacerlo sangrar mediante las nuevas heridas proporcionadas a su cabeza; como si se tratara de una simple piñata. Sus risas llenas de regocijo hicieron que su mente divagara a causa el dolor, y lloró desesperadamente por ayuda mientras su piel se llenaba de hematomas que durarían meses en sanar. La sangre se le vino a la boca, su respiración se entrecortó por el inmenso dolor que se apoderó de su abdomen y comenzó a ver todo borroso hasta el punto de no identificar las figuras de sus agresores. Pero no le importaba eso, no le importaba sufrir torturas a fin de que su mascota pudiera escapar ileso de la situación. Sin embargo, su miedo se volvió realidad cuando escuchó los gruñidos de su mascota y los lloriqueos provenientes de uno de los niños junto a manchas de sangre que parecían pertenecerle a su víctima. Los demás niños se espantaron ante la agresividad del can, el cual sólo protegía al pobre niño que yacía en posición fetal en el suelo, y Wilson tumbó al niño que estaba agrediendo a la vez que mordía con extrema fuerza su brazo hasta hacerlo sangrar. Actualmente Will no recordaba qué sucedió después, ya que su cerebro suprimió muchos de sus recuerdos con la finalidad de mantenerlo estable, pero sólo recordaba el sonido de un disparo junto a un alarido de dolor que pronto se transformó en chillidos agonizantes.
Cierto, su perro había sido asesinado por uno de los vecinos que creyó que el perro estaba atacando a los "inocentes" niños que "estaban jugando".
El grupo de matones huyó despavorido del lugar, abandonando todas las armas que utilizaron para maltratar a Will, quien contemplaba a su mascota padecer frente a sus ojos. Si antes lloraba de dolor, ahora lo hacía por miedo de perder a su único mejor amigo. Así que, con las pocas fuerzas que le quedaban, se arrastró hacia el cuerpo ensangrentado de Wilson y con dificultad se acomodó a su costado para brindarle un último abrazo; para que supiera que no moriría solo. El charco de sangre que se formó con la sangre de ambos junto al rastro que el joven Will dejó en el césped mostró el poco tiempo que les quedaba juntos en este plano terrenal, y su mascota, ante el confort que recibió de su dueño, aceptó su destino cuando cesó sus chillidos y se resignó a sólo respirar con dificultad. Siete años de amistad, siete años desde que rescataron a Wilson de las calles para darle una mejor vida, sólo para que terminara muriendo en el mismo ambiente violento del que fue librado.
—Lo siento... —susurró Will en su oreja.
<<Lo siento por no haberte protegido>> era la frase que nunca completó gracias al cúmulo de sangre que invadió sus vías respiratorias y le impidió hablar. Como pudo se aferró al cuerpo sin vida de su preciada mascota en señal de un adiós que no quiso concluir y a medida que fueron transcurriendo los segundos iba perdiendo el conocimiento ante la pérdida de sangre; y a sus oídos era cada vez más audible el característico sonido de la ambulancia que venía a su rescate.
Aquel fue el primer intercambio que Azrael solicitó por su vida.
Tenía trece años para esos entonces, trece años cuando conoció la crueldad humana hacia los seres que eran inferiores a ellos o incluso a sus semejantes. Y tan silencioso como un ratón, Dios parecía estar en ningún lugar. En el momento en que se despertó en una de las camillas de aquel hospital, lo primero que hizo fue buscar con desesperación a Wilson, su único héroe, llamándolo por su nombre a la vez que los enfermeros impedían que saliera de aquella habitación blanca. Temía lo peor, temía que su mascota no hubiera sobrevivido a la pelea, y cuando la realidad golpeó sus sentidos con el recuerdo del cuerpo sin vida de su mejor amigo entre sus manos, rompió en llanto en los brazos de una enfermera. Eventualmente se enteró por medio de su padre que Wilson murió de forma rápida pero agonizante gracias a que el disparo perforó sus pulmones. Y aquella devastadora noticia que recibió el niño que todavía era inexperto en la vida, provocó tanta conmoción en su ser que no supo lo que era afrontar una pérdida hasta ese entonces. Sólo llegó a una conclusión: perdió a su mejor amigo, su único compañero, a causa de la crueldad de sus semejantes.
—Adoptaremos a otro perro, uno similar a Wilson —dijo su padre acariciando su cabeza en forma de consuelo.
—No quiero otro perro... Quiero a Wilson... —Will trató de no ahogarse en su propia angustia—. No quiero más perros...
Porque le aterraba que volvieran a morir en su nombre. Cuando salió del hospital con una sutura y dos yesos (uno en una pierna y el otro en su brazo izquierdo), se aisló en su hogar con el castigo de sentir la ausencia de su preciada mascota en tanto se recuperaba. En muchas ocasiones, cuando el sol estaba por desaparecer en el horizonte, rompía en llanto porque tenía que dormir completamente solo, sin el consuelo de algún compañero de felpa que pudiera llenar su vacío. Y, por si fuera poco, el tratamiento que recibió en el hospital los dejó con una deuda millonaria que no podrían pagar con los nulos ingresos que ganaban en aquel entonces. Era doloroso escuchar los llantos de su padre a la medianoche por no saber cómo saldar esa deuda, y el vecino que fue responsable de la muerte de su mejor amigo jamás se disculpó por creer que tenía la razón. La única ventaja que tuvieron fue que los vecinos que vieron la pelea lograron internar a los chicos en una correccional de menores por intento de homicidio y múltiples quejas que le habían dado anteriormente a la policía, pero por la falta de recursos no pudieron pagarle un abogado para que los guiara en la realización formal de una demanda.
Apenas recuperó su salud y regresó a la escuela, se convirtió en una persona reactiva que agredía a sus compañeros excusándose de cualquier inconveniente que se les presentara por miedo a volver a ser pisoteado. Incluso atacó a personas que eran ajenas a la situación porque por el sólo hecho de ser un humano ya eran culpables del sufrimiento de su mascota. Esto le trajo como consecuencia muchos castigos, aunque por su buen desempeño académico la mayoría de veces le reducían su tiempo de condena, y a que se convirtiera en una persona muy desconfiada hasta de sus propios amigos. Si antes lo excluían por considerarlo una persona rara, ahora él mismo se excluía por miedo a ser lastimado y perder lo poco que poseía. A veces, en la hora de descanso, Will reservaba la mitad de su comida para alimentar a los perros callejeros que se encontraran cerca de las rejas del colegio en un acto de misericordia hacia ellos, y muchas maestras que llegaron a verlo durante su guardia sólo se limitaron a observarlo debido a que percibían ese cambio tan brusco de actitud al mostrar su verdadera naturaleza con seres más vulnerables que él.
Había desarrollado un resentimiento contra la humanidad y eso fue algo de lo que todos se percataron. Pero nadie podía hacer algo al respecto, ya que los pocos que lo intentaron terminaron sufriendo por el rencor surgido del duelo no concluido de Will Graham.
Eventualmente al ir creciendo empezó a controlar más su reactividad hasta el punto de simplemente ser grosero con los desconocidos, y cuando entró a la universidad decidió estudiar criminología, porque la idea de estudiar veterinaria para terminar contemplando morir a muchos animales entre sus manos no era para él. También consiguió un trabajo de medio tiempo con el cual ayudó a cubrir los gastos, pero otra vez la vida parecía disfrutar de arrebatarle todo lo que le daba significado. Los pulmones de su padre comenzaron a fallar y al poco tiempo de haber sido internado al hospital, colapsaron. Podrían haberle instalado pulmones artificiales para mantenerlo con vida, pero su padre expresó explícitamente que no quería continuar viviendo en un constante sufrimiento y más al representar carga financiera para su hijo que apenas estaba formando su vida adulta. Así que, aceptando su deseo, Will visitó aquel hospital por última vez para despedirse de su padre, quien pronunció unas palabras que quedaron grabadas en lo más profundo de su subconsciente.
—No dejes que tu ira te destruya, Will... Eres mejor que eso. —La débil voz de su progenitor resonó contra su cerebro sobreestimulado—: Sólo Dios puede castigar a la humanidad por sus pecados...
Su padre siempre fue alguien religioso que asistía a misa todos los domingos y entregaba el diezmo devotamente, y ahora que se encontraba internado en el hospital ninguno de sus supuestos amigos ni hermanos de su iglesia lo visitó. Sólo su hijo, quien se cuestionaba la existencia de un Dios que todo lo veía por su negligencia con la humanidad. Se despidió de su padre con un fuerte abrazo y le expresó su agradecimiento por todos los sacrificios que realizó para criarlo; y le expresó con mucho miedo cuánto lo amaba. No quería soltarlo, claro que no, pero cuando llegaron los enfermeros a sacarlo indicando que iban a desconectarlo, se echó a llorar resignado en no poder salvarlo aun cuando la sonrisa grata y tranquila de su padre se hizo presente a sus ojos.
Este fue el segundo intercambio que realizó el Ángel de la Muerte por su vida. La única diferencia fue que tuvo la oportunidad de despedirse como era debido.
Ahora se encontraba gritando desconsoladamente a la oscuridad de la noche, bajo la sombra proporcionada por los frondosos árboles plantados en aquel parque poco concurrido y que estaba ubicado a unas cuadras más abajo del hospital que había abandonado. Posicionó ambas manos a su cabeza mientras apretaba sus dientes contra su mandíbula hasta hacerlos rechinar ante la gran impotencia que lo invadía, ya que se sentía culpable de no haber conseguido una estabilidad financiera para haberle pagado su tratamiento. Su ira descontrolada generó que sus pensamientos fueran difusos, sobre todo al no tomar en cuenta la calidad de vida que tendría su padre viviendo conectado a una máquina que le permitiera respirar por el resto de su vida. Además que su padre ya sabía que su hijo no lo necesitaba. Por eso decidió ponerle fin a su dolor, para que su hijo no tuviera que cargar con el peso de un muerto que alguna vez consideró su figura paterna.
—¡¿POR QUÉ ME QUITAS TODO LO QUE AMO, DIOS?! —espetó el chico de cabello oscuro hacia el cielo estrellado—. ¡HICE TODO LO QUE ME PEDISTE! ¡CREÍ EN TI Y ME ABANDONASTE! ¡¿ES POR QUE NECESITABAS A ALGUIEN CON QUIÉN DESQUITAR TU IRA HACIA LA HUMANIDAD?! ¡¿ES POR ESO, DIOS?!
Y Dios parecía no escuchar sus oraciones ni plegarias. Will había creído en Dios, lo adoró gran parte de su vida hasta el punto de verlo como el amigo que nunca tuvo. Pero ahora que era mayor y sus desgracias no cesaban, no sabía si aquel ser divino que consideró su compañero de verdad existía. Y si realmente lo hacía, ¿por qué no lo estaba ayudando como al resto de sus siervos?
Su ira nubló tanto su juicio que comenzó a golpear los árboles a su alrededor hasta reventarse los nudillos y manchar de sangre la áspera madera que representaba un escudo para la vida del árbol. Quería arrancarse cada capa de su piel, quería desarraigar su cabello a mechones y sacarse los ojos de la furia que invadía cada centímetro de su ser. Sólo había logrado liberar un poco de aquella ira en su infancia cuando perdió a su mascota, pero ahora que estaba solo quería desquitar su ira con cualquier criatura que se le cruzara por el camino. Justamente ese deseo fue lo único que sí escuchó el universo, porque de entre los arbustos emergió un pequeño felino anaranjado que lo vio desconcertado. A juzgar por su mirada llena de miedo y su collar con su nombre grabado, probablemente se extravió cuando su dueño le abrió la puerta. Estaba bien cuidado, por lo que la posibilidad de que su dueño lo hubiera abandonado era escasa.
No... No podía hacerle daño, al menos no a los animales. Ellos eran inocentes de su frustración porque no conocían lo bueno y lo malo.
Su mirada se suavizó y con cuidado se le acercó, extendiendo su mano ensangrentada para acariciarle la cabeza. Este por instinto se retrajo por unos momentos, pero viendo que el humano no se movía de su lugar para ir tras él y le brindó un premio que había guardado en su chaqueta, no pudo resistirse a acercarse a él y dejar que este le acariciara la cabeza mientras se alimentaba. Una vez ganada su confianza, Will se lo llevó a casa y limpió sus manos para preparar por primera vez una cena para dos. Y al pasar los días se fue encariñando con el felino hasta el punto de tenerlo en su regazo en sus noches de desvelo, donde adelantaba sus trabajos y proyectos de la Universidad. Incluso lo acompañó al entierro de su padre (en el cual no pudo pagar la ceremonia que su padre quiso) y fue su único consuelo cuando no pudo aguantar las lágrimas. Pero llegó el día en que vio el anuncio de su búsqueda clavado contra el poste cercano a su vivienda, en donde se mostraba la foto de un gato idéntico al que Will tenía refugiado en su hogar. Aunque no quería quedarse solo con sus pensamientos en aquel apartamento que consideraba como un espacio grande, terminó llamando al número proporcionado en el cartel.
Sabía lo que se sentía perder a su mejor amigo y por más que estuviera encariñado con el gato, no le deseaba lo mismo para el dueño que se notaba que cuidó muy bien de él. Así que ambos acordaron en encontrarse en un parque cercano al centro comercial, y cuando llegó se encontró a una señora cercana a la vejez. Dudoso se acercó a ella y cuando detalló su rostro reconoció que se trataba de la dueña que aparecía en la foto del póster junto al felino. Con cierta incomodidad se saludaron y Will extendió al felino a los brazos de su dueña, quien con gran alegría lo trajo hacia ella y lo cargó con tanta delicadeza como si de su bebé recién nacido se tratase.
—Muchas gracias, jovencito, tenía miedo de haber perdido a mi niño para siempre —dijo la mujer con ternura mientras besaba la frente de su mascota—. Eres un verdadero ángel.
—Ah, señora, no soy nada de eso —respondió Will con cierto nerviosismo en su voz.
—Claro que sí, se nota que cuidaste muy bien de mi bebé y no lo dejaste pasar hambre. —Ahora se dirigió al felino que tenía entre sus brazos ronroneando con alegría—: ¿Verdad que sí? Mi niño lindo, ¿verdad que este señor te cuidó bien?
Tal vez todavía existían humanos que sí apreciaban a los seres que eran más vulnerables que ellos. Cuando volvió a su apartamento sintió el peso de su soledad, por lo que terminó buscándose a un compañero de cuarto de su misma carrera para mitigarla y a partir de allí las cosas comenzaron a mejorar. El resto era historia, ya que no recordaba cómo terminó trabajando para el FBI ni cómo logró conseguir aquella casa ubicada casi que en la nada. Pero lo que sí recordaba era que gracias a que se mudó en un lugar remoto cerca de una autopista, salvó la vida de aquellos caninos que ahora conformaban su manada de callejeros. Los amaba, eran todo lo que él quería y los protegía de cualquier individuo que representara una amenaza para ellos.
Incluso de él mismo.
Ahora se encontraba frente al cadáver de Beverly, la única persona que se dignó en poner en duda la verdad de todos para demostrar su inocencia. Se sentía culpable de haber desencadenado su muerte porque si ella hubiera hecho la vista gorda como hizo el resto seguiría viva. Era como si hubiera perdido una parte de su alma, como si él hubiera muerto junto a ella; como si le hubieran arrancado aquella parte que se encargó de la compasión por la humanidad. A juzgar por lo precisas que fueron las cortadas, Hannibal la diseccionó con el objetivo de demostrar la gran curiosidad que la impulsó a meter sus narices en donde no le incumbía, para que el mundo y su crueldad se encargaran de difamarla y burlarse de ella cuan rana disecada en una clase de biología. Se sentía asqueado y dolido porque falló en protegerla, y fallaría de nuevo cuando intentara proteger lo poco de dignidad que le quedó después de su vergonzosa muerte. Podría dejarlo pasar, podría perdonarlo y seguir con su vida alejado de Hannibal, el FBI y la humanidad...
—¿Entonces para qué te traje? —inquirió Jack Crawford con cierto ápice de irritabilidad.
—Para despedirme...
Pero no quería. Iría detrás del causante de este crimen, aunque eso significara acabar consigo mismo, porque por más que lo amara le estaba arrebatando lo poco bueno que había en su vida. Cuan perro pastor que cuidaba del rebaño, aunque quisiera morder a sus ovejas, cazaría al lobo que las estaba acechando. Puesto que aquel fue el tercer intercambio que Azrael solicitó a cambio de extender su vida un poco más de tiempo con la finalidad de castigar a aquellos que desafiaran a Dios y su don de creación.
<<"No os venguéis vosotros mismos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mia es la venganza, yo haré pagar, dice el Señor." Romanos 12:19>>
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