❝ Te quiero a ti ❞
Capítulo 2
Desvío la mirada, como el acto más inteligente que se me ocurre. En su presencia mis vellos se ponen de punta, un frío recorre mi columna vertebral sintiendo el roce de sus labios en los míos. Los cuales he notado que tiene hinchados, y pensar que ha sido por mí, me revoluciona las hormonas.
— ¿Estás bien, Drew? —le murmura el señor Carter con un gesto preocupado.
—Sí, disculpen mi mala educación —se recompone, la galantería de sus gestos distan de parecerse a la bestia que me poseyó en el baño.
—Es un gusto verte de nuevo, chico. —El saludo fraternal del abuelo hacia el tan no desconocido me desconcierta. Creo que he metido la pata.
—Está más en forma que en aquel partido de golf.
¿Han jugado al golf? Tierra, trágame.
—Mi dulce Nat no da tregua con los ejercicios. ¡Oh, cierto! Hija, ellos son los hijos del señor Carter, Andrew Carter y Aaron Carter —señala primero a mi desconocido y luego a otro hombre apuesto que pasé por alto, al otro lado del padre—. Son unos grandiosos muchachos. Dignos hijos de Lincoln.
—Oh —se ríe el señor Carter—. Se modesto, Jeff. Me gustaría hablar un par de cosas contigo.
—Claro, claro —contesta animado y se aleja un poco con él, dejándome a la deriva con los hermanos.
El tenso ambiente que flota entre nosotros me incomoda sobremanera. Le brindo una pequeña sonrisa a Aaron, más que todo por modales, y eso es todo. No tendré el cinismo de fingir con mi ya no desconocido, Andrew Carter.
El misterio nos ha durado poco.
—Natalie ¿cierto? —frunce el ceño, Aaron, y una atractiva sonrisa se asoma en su rostro.
—Sí, así es.
—Déjame decirte que te ves muy guapa.
Un poco asombrada, suelto una risa nerviosa por lo bajo. Aaron luce de la misma edad que el hermano, comparten el pelo oscuro, y los rasgos del rostro, solo que sus ojos son más claros y su complexión es más delgada, pero continúa atlética. Me he topado con unos dioses griegos irresistibles.
Pero no es Aaron quien me interesa, siento una atracción magnética entre Andrew y yo, su semblante es serio, mira con posible enojo a su hermano, quien se ha acercado a mí como un cazador a su presa.
—Muchas gracias, Aaron —le sonrío, cortés.
—Tu abuelo suele hablar de ti, decía que eres hermosa pero no sabía hasta qué punto.
—Ya para ¿no? —Los músculos de la mandíbula de Andrew se tensan—. La vas a asustar.
—Drew, solo hablamos, ¿verdad? —me insta a hablar. Yo, más roja que un tomate, asiento—. Nat. ¿Te puedo llamar Nat?
—Claro, no hay problema...
Miro, ansiosa, al abuelo. Quiero irme de aquí.
Aaron se sube la máscara a la cabeza como diadema y recibo un golpe de belleza irreal. La sonrisa que me da denota peligro, le quita dos copas de champán al camarero que pasa a nuestro lado y me entrega una. No paso por alto el gesto grosero de no darle una al hermano, quien luce disgustado pero, aun así se queda ahí parado.
—Brindemos por esos ojitos que me tienen maravillado. Salud.
Choco mi copa contra la suya y le respondo en voz baja, mis buenos modales me impiden negarle el creativo brindis. No estoy acostumbrada a tomar alcohol, contadas veces lo hago, me limito a dar un corto sorbo.
—Mide el alcohol que ingieres, Aaron —demanda severo, mi desconocido.
— ¿No lo toleras? —Las palabras escapan de mi boca sin filtro.
Me mira, relajando el semblante. Un calorcito se instala en mi vientre.
—Para nada.
¿Por qué hable sin pensar? Me regaño a mí misma mientras la actitud de chulo de Aaron arrasa conmigo. Me veo incapaz de decirle que él no me interesa, no tengo la suficiente valentía, y la insistencia de su flirteo me revuelven el estómago.
Me recuerda a Christopher.
—Perdona la tardanza, hija. —Llega el abuelo a salvarme—. Lincoln te envía saludos y agradece que vinieras, ha tenido que atender un asunto. Y ustedes, muchachos, los veo pronto en otro partido de golf.
—Estaremos encantados de volver a compartir un juego con usted, señor Cassel —expresa Andrew, y estrechan las manos.
— ¡Seguro que sí, Jeff! Y traes a Nat. —Me guiña un ojo, Aaron.
El abuelo, por supuesto, lo toma a broma y suelta una carcajada. Tengo fe de que no volveré a cruzarme con los Carter, aunque ya esté anhelando los besos de Andrew. Dejó implícito que no plantea llamarme luego, y ahora menos, que trazamos la línea de lo prohibido.
—Señor Cassel, ¿una foto con los Carter para el Times? —propone un fotógrafo con una gran sonrisa.
— ¡Claro, claro!
—Abuelo... —siseo, disgustada.
— ¡Por supuesto, hombre! —interviene Aaron.
El abuelo enseguida rodea mi torso con su corto brazo, de reojo veo que Andrew tiene la intención de pararse a mi lado pero frena en seco cuando Aaron da un salto rápido y se para muy cerca de mí.
— ¡Aaron, hijo! ¡Ven!
El grito del señor Carter provoca en él un gruñido, en mí un alivio. Este se me quita cuando Andrew reemplaza el puesto a mi lado, con un aire de victoria. Su brazo roza el mío y un vistazo de él detrás de mí en el baño me desarma. He ido de mal a peor.
— ¡Sonrían!
Mi sonrisa es tan falsa como la situación lo amerita, mi desconocido ni se esfuerza en hacerlo, el abuelo tan ajeno a la incomodidad es el único que sonríe de verdad.
— ¡Muchas gracias! —sonríe el fotógrafo de pinta hípster y se va detrás de una voluptuosa mujer.
—Bueno, muchacho, nos vemos pronto.
—Así será, señor Cassel. —Asiente. Y muy descarado, agarra mi mano y deposita un beso en mis nudillos—. Fue un enorme placer, Natalie.
Trago saliva. Aparto la mano, muy incómoda por su atrevimiento. El abuelo no se da cuenta de ello ni la mortal mirada de Andrew en mí.
—Igualmente —digo, educada.
La última imagen que recibo de él es irresistible tanto como su media sonrisa. Una sonrisa que me persigue el resto de la noche, que me hace dar vueltas en la cama, sin poder dejar de revivir cada segundo a su lado. Me persigue la intriga de conocer su rostro sin una máscara. Me persigue su aroma.
Su rostro me persigue con insistencia hasta que consigo conciliar el sueño, observando los iluminados edificios de Nueva York a través del ventanal frente a la cama.
Percibo el roce de unos dedos en mi hombro desnudo. Sonrío, pensando que se trata de un bonito sueño con Andrew, pero este se esfuma cuando el aliento en mi mejilla huele a cerveza barata y no a menta.
—Natti, mi divina Natti. ¿Me extrañas?
Me despierto de golpe, con el corazón a punto de estallar. Miro, asustada, a mi alrededor, esperando ver una alta figura de pelo rubio. Pero mi habitación está impecable, sin ningún intruso. La soledad y el temor me embargan, me hacen consciente de que Christopher sigue allá afuera, en algún lugar.
Volver a dormirme resulta difícil después de mi pesadilla, ni siquiera soy capaz de utilizar a Andrew para borrar mis pensamientos oscuros. Por la mañana, un rostro ojeroso y apagado me devuelve la mirada frente al espejo del lavabo.
Estos tres meses no han servido de nada, tres meses y todavía poseo el mismo temor, los mismos problemas, las mismas pesadillas. Y se ha notado que también la misma estupidez, como dejar que un desconocido me echara un polvo en el baño de un museo. No he aprendido.
Emito un gruñido mientras leo el mensaje y desayuno mi sándwich integral. No dependo de mi asistente pero su ausencia me afecta casi siempre. Yo no estoy preparada para tanto jaleo, tampoco quería estudiar Arquitectura o terminar de CEO de la constructora familiar. En todo caso, era mi hermano quien merecía el puesto, era su sueño, el cual le arrebaté sin querer.
Al entrar al edificio de diez plantas que conforman Cassbuild, apenas hay unas cuantas personas por ahí y los de limpieza van acabando su jornada matutina. Saludo con una amable sonrisa a cualquiera que me cruzo hasta llegar a la décima planta, donde están las oficinas directivas y la sala de juntas de accionistas.
Lo que más me gusta de Cassbuild es el grandioso trabajo que ha hecho el abuelo para hacerla una empresa que mantiene las costumbres hogareñas y sus raíces. Eso es exactamente lo que el tío Josh, su hermano, quiere cambiar. Convertir el negocio familiar en otro más del montón, llenarlo de lujos y frivolidad. Impedir que eso suceda ahora es más mi problema que del abuelo.
El lugar de trabajo de mi asistente Clarke está ubicado justo frente a mi oficina, vacío. Hago uso de mis llaves para sacar el folio que necesito. En la puerta de la oficina todavía la placa dorada resalta: Jeffrey Cassel. La abro con un suspiro, cada vez que entro puedo ver al abuelo sentado en la silla de cuero negro, con las gafas puestas y una botella de whisky en una esquina de la mesa.
Todo sigue tal cual como él lo dejó la última vez que estuvo aquí como CEO hace ya más de un mes, ha insistido que la decore como a mí más me guste, que le de un moderno toque femenino, pero me duele hacerlo. No creo que algún día lo haga.
Con el pendrive que posee una etiqueta que lo identifica como Masquier S.A y con y el folio en mano, me siento a trabajar en el proyecto que hoy he de entregar. Cassbuild cuenta con un excelente catálogo internacional de arquitectos para realizar los sueños de nuestros clientes, pero hay personas importantes que prefieren que sea la máxima autoridad quien se encargue. Yo, como siempre, no sé decir que no.
A las ocho en punto hablo a través de Skype con el dueño del restaurante chino en la sala de juntas, un hombre que me ha hecho cambiar el plano de la nueva remodelación, y hoy ha vuelto a hacerlo. No le gusta que haya cambiado de posición los baños, lo curioso es que la última vez me indicó que esa área la quería para expandir la cocina. No opino nada, sigo sus órdenes y le aseguro que en dos días tendrá un nuevo plano mucho mejor.
Luego de una extensa reunión con la ayuda de los ingenieros del proyecto y otro arquitecto, realizo otro boceto del plano. De camino a mi oficina para empezar a darle vida digitalmemte, encuentro a Clarke en su puesto de trabajo. Aunque se ha tomado mucho tiempo extra para llegar, no digo nada, pensando en su hijo.
— ¡Buenos días! —exclama, Clarke—. ¿Qué tal con el chino?
—Tengo que cambiarlo, otra vez.
—Oye, yo que tú aumento el costo de los honorarios. Ya van cuatro veces.
—Es un contrato de los más millonarios de Cassbuild, estoy a su merced.
—Ya veo. —Tuerce los labios—. Hablando de millonarios, Lockhart vendrá a las dos y media. ¿Crees que cumplirás sus expectativas con tu diseño?
—Más me vale, porque tengo que enfocarme en el restaurante —resoplo.
—Mucha suerte. —Sonríe y me guiña un ojo antes de ponerse a ordenar unas carpetas.
En mi oficina, tiro a la basura los planos y demás papeles con relación al bendito restaurante. Otra vez, vuelta a empezar.
Ratito después, mientras dibujo concentrada con el lápiz táctil sobre un boceto del nuevo plano, el intercomunicador suena y acepto la llamada de Clarke.
—Tienes una llamada su...
—Desvíala, por favor. Estoy muy ocupada.
—Vale... La desviaré.
Borro la línea que hice sin querer al contestar, cuadro la regla digital, mido, y estoy dibujando de nuevo la circunferencia cuando el intercomunicador vuelve a sonar, y hago otro línea sobre el diseño. Si esto no fuera una mesa táctil de vidrio templado que vale un pastón, ya la habría golpeado de frustración.
— ¿Qué? —digo, un poco exasperada.
—Natalie, este tipo de verdad insiste en hablar contigo.
—Pero ¿cómo se llama?
—Hmm, dijo que no era importante, pero que sí es importante hablar contigo.
Lo primero que se me cruza por la cabeza es Christopher. Los nervios me atacan y suelto el lápiz, con un leve temblor en las manos.
—Cuelga, no le contestes más. Ha de ser alguien molestando.
—Bueno, sí, suena muy raro. Sigue en lo tuyo.
Pero yo no puedo seguir. Si mis manos tiemblan no puedo dibujar bien, y si no dibujo bien no saldrá como espero. Hasta que no esté calmada, será imposible, por lo que intento distraerme con otras cosas.
Alrededor de las dos de la tarde, consigo escapar de la oficina del subdirector ejecutivo, otro que ha dejado salir las garras para ascender de jerarquía. Que la junta de accionistas esté en desacuerdo con que una niña de veinticinco años esté al cargo supone otro obstáculo más.
Por supuesto que en presencia del abuelo son inocentes, cuando él no está son como tiburones y yo un diminuto e indefenso pez. Es una cacería para la cual no estoy preparada.
Suena el intercomunicador y con pereza contesto. Trabajar de algo que no te apasiona es una terrible experiencia, no puedo esperar para irme al apartamento.
—Hazla pasar —digo, pensando que mi cita ha llegado.
—Ehh... —se ríe nerviosa—. No es ella, hay un hombre que quiere verte.
— ¿Quién es?
—Creo que es tipo de la llamada, pero está bueno, la verdad sea dicha —añade en un susurro.
Le indico a mi frágil consciencia que no se agite, Christopher tiene la entrada prohibida a este edificio, así que no es él.
— ¿Cómo se ve?
—Se nota a leguas que el traje es caro, y ha sido muy educado conmigo, pero cara de chulo, de esos que te dan la patada después de ilusionarte.
—Clarke, divagas mucho —murmuro—. Deja que pase.
— ¿Segura? Porque puede que te enamores, creo que yo ya lo hice...
Me imagino a la morena mordiéndose el labio y hago una mueca. Es muy atrevida la mayoría del tiempo.
—Clarke, que lo dejes entrar.
Resopla y corta la comunicación. Un gusanillo se mueve ansioso dentro de mí, es imposible que sea él, pero aun así mi cuerpo elige por ponerse tenso. Al otro lado de la puerta oigo la suave voz de Clarke antes de abrirla.
—Señorita Cassel, el señor Andrew Carter.
Entonces pasa, camina dentro de la oficina con los movimientos de una gacela, elegantes. Entra y es como si de pronto está oficina le perteneciera y yo fuera la intrusa, así es el poder que desprende. Clava sus ojos azules en mí y una muy pequeña sonrisa se dibuja en su serio rostro.
Clarke hace gestos de pervertida sexual haciendo alusión al sexo, sospecho que insinúa que tenga sexo con él. Si ella supiera lo que ayer pasó, sé que no volvería a mirarme igual.
Pronto Clarke cierra la puerta y quedo con mi desconocido, mi sueño se hace realidad, admiro su hermosa cara sin una máscara de por medio y es mucho mejor. Sus rasgos duros y marcados, sus ojos pequeños, las venas marcadas en sus manos; no sé qué hacer o qué decir.
Había jurado que no volvería a verlo.
—Buenas tardes, Natalie. ¿Cómo estás? —dice en tono amable y educado.
—Buenas tardes. Bien, gracias, ¿y tú? —musito, cohibida.
—Bien. ¿Puedo sentarme?
—Ah, sí, adelante.
Señalo una de las sillas delante de mí, perdida en la nebulosa. Él se sienta, muy relajado. Yo siento que el aire me falta por su presencia. Oh, Dios, debo lucir espantosa.
— ¿Por qué desvías mis llamadas, mare?
—Porque no específicas quién eres. No le contesto a desconocidos.
—Algo así dijiste ayer. —Se atreve a murmurar.
Abro mucho los ojos. Es tan descarado como educado. Carraspeo, para alejar los nervios y el cosquilleo que me recuerda el sabor de su boca.
—Tengo una cita en pocos minutos, ¿para qué has venido? Pensé que el polvo moriría en ese baño.
—Natalie, la insolencia no la tolero. Si estoy aquí es por una razón.
—No he sido insolente, he sido sincera.
—Paciencia. —Cierra los ojos por breves segundos y cuando los abre, su mirada es relajada—. He venido porque tengo una propuesta para ti, pero no considero que este sea el mejor lugar para hablarlo.
— ¿Algo como qué?
— ¿Te gusta mi hermano?
Por poco me río.
— ¿Qué?
—Ya escuchaste, no seas maleducada y responde mi pregunta, por favor.
—No, no me gusta —contesto, sin saber a qué viene la pregunta—. Si quieres contratar nuestros servicios, tienes que pedir una cita con...
—No quiero contratar los servicios de la constructora, te quiero a ti.
Boqueo. Y mucho, como adolescente invitada a salir por primera vez. Lo que ha dicho está lejos de lo que dijo después de cometer una gran falta de respeto en un baño. Puede que juegue conmigo, pero su rostro es serio, y él se ve que no le gusta mentir.
—Pensé que...
—Por favor, no pienses más; sin el propósito de ofenderte. Ya sé que ayer quedamos en que no nos veríamos más, pero Natalie, no pude dormir pensando en ti y las ganas que tenía de besarte y tocarte. Y por tu cara, sospecho que te pasó lo mismo. —Eleva la comisura de los labios y se pone de pie—. Ven.
No me muevo de la silla, estoy alucinada por sus palabras, que si bien no fue una declaración romántica, admitió que no fui otra más. Me necesita, yo lo necesito a él.
—Por favor, ven.
Me acerco a él, con mi timidez por delante. Es muchísimo más alto que yo, mi cara ni siquiera alcanza la suya. De puntas quizás consiga besarle la mandíbula.
—Yo primero pido autorización para besar a una mujer, pero eso no lo sabías porque perdí mis modales contigo, y voy a volverlo a hacer, porque esos labios rosados me torturaron toda la noche.
—Andrew, yo...
Nada. Es imposible decir nada cuando él me agarra de la cintura para pegarme a su pecho y sellar mi boca con la suya. E indispuesto a tener que doblar el cuello para besarme, con facilidad me levanta hasta su altura.
Me induce en un estado letargo, como si muriera en él, en su boca y su perfecta manera de besarme. Me sujeto de sus brazos y le devuelvo el beso con las mismas ansias.
—Mis principios me impiden poseer tu cuerpo sobre esa mesa. Estoy enojado por ello —farfulla, dejando que las plantas de mis pies toquen el piso.
Aunque he pasado la noche pensando en él, me sorprende darme cuenta de que si se atreviera a hacerlo, yo no le diría que no. Me haría la difícil, sí, pero al final lo haría. Apenas nos conocimos ayer, tuvimos sexo antes de saber quiénes éramos, y yo no entiendo qué es lo que me pasa.
Soy la mujer más responsable, respetuosa, correcta, que existe. O eso creía hasta que me entregué a él. Tantas emociones aglomeradas me consumen, y no sé cómo manejarlas, así que actúo a la defensiva, sin más opción.
—Lo que has hecho está mal, lo que hicimos ayer está mal y no se puede repetir —declaro, más firme que nunca.
—Si estuvo mal, ¿por qué te gustó tanto?
Doy varios pasos hacia atrás, atormentada por su cercanía.
—Que me haya gustado no significa que no haya estado mal. Follar en un baño debería estar en contra de tus principios.
—No digas malas palabras, eres una dama. —Aparece de nuevo el ceño fruncido—. Está bien, no te besaré más sin tu consentimiento, pero necesito que me acompañes a otro lado para escuchar mi propuesta.
—Andrew, que no —gimo, agobiada. Mi fortaleza es débil—. Vete.
—Natalie, tú y yo... —El intercomunicador lo interrumpe y se nota que lo molesta, pero aun así, señala el aparato—. Contesta.
Paso por su lado y recibo una dosis de su delicioso aroma varonil. Si no se marcha pronto haré una locura.
—Su cita ha llegado —informa, Clarke.
—Ya ves, necesito trabajar. —Volteo a mirarlo.
Aprieta los labios y esconde las manos en los bolsillos del pantalón negro, pulcro y liso. Mi mente no está lo suficientemente preparada para superar lo apuesto que es, ni para comprender lo enigmático que es.
—Vale, te esperaré afuera. Cuando termines, volveré a entrar y hablaremos de los que nos interesa.
—Te tienes en una estima muy alta, ¿verdad?
—Mare, no tardes mucho —dice, sin siquiera mirarme antes de salir.
Me desplomo en mi silla. Estoy confundida, perdida, el desenfrenado deseo que tengo de él no es normal, y si no lo corto de raíz irá a peor. Tengo que sacarlo de mi vida ya.
La puerta se abre y el sonido de unos tacones contra la cerámica me indica que la mujer de mis pesadillas ha llegado. Levanto la mirada, amargada de tanta miseria, y descubro que sus ojos grises destilan más veneno que nunca antes.
—Buenas tardes, señorita Lockhart.
—Que me digas Amira —sisea, se sienta y de muy mal genio pone su bolso en la otra silla—. Muéstrame lo que has hecho. Quiero que la construcción empiece cuanto antes, no puedo durar toda la vida en esta maldita ciudad.
—Aquí está. —Le paso todo, tragándome las ganas de ofenderle.
Amira observa con detalle cada página, cada diseño, cada medida. Si bien no sonríe, tampoco pone mala cara y eso es un gran paso. Tener que soportarla hace que me arrepienta de no haberme ido por ahí con Andrew.
En el fondo, estoy ansiosa por saber de qué proposición quiere hablar. Que no será precisamente de un juego de mesa.
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