❝ Si me dices que sí ❞
Capítulo 3
—Ya... Bien, Natalie. Me gustó cómo distribuiste las áreas, podría resultar bastante útil y estético.
—Eso traté.
—Sí, ya. —Hace un gesto condescendiente y aparta las cosas para apoyar los codos en la mesa de cristal—. ¿Cuándo empieza la mano de obra?
—Cuando firmes la aprobación del diseño. El equipo de obra y todos los documentos están preparados. Mi asistente te guiará a la oficina del abogado para completar el proceso legal —le propongo cordial, parándome.
Amira arquea las cejas, parece estar a punto de soltar una perla pero imita mi acción, en silencio, hasta que agarro la manija y su mano, elegante de uñas rojas, se posa sobre la mía. Confundida, la miro, ella busca intimidarme con esos grandes ojos grises.
— ¿Harás un trabajo para Andrew Carter?
—Sí —respondo rápido y sin titubear.
Ella continúa mirándome con intriga durante unos segundos. Se aclara la garganta y recupera el porte erguido. Ya sin su mano sobre la mía, abro la puerta. Andrew está parado al lado del escritorio de Clarke, hablando de algo que es cortado con nuestra presencia.
Soy consciente de que Amira se fija en él e intercambian una extraña mirada que por mi bien decido ignorar. Clarke se va con ella, y mientras caminan, mi clienta voltea a mirarnos un par de veces.
— ¿La conoces?
Andrew asiente, en un gesto sin importancia.
—Sí. Es una amiga.
— ¿Y rivales? La compañía de tu padre y la de ella son competencia.
—Es cierto, pero eso no significa que tenemos que odiarnos. —Camina hacia mí y sujeta una de mis manos—. Entremos a tu oficina.
Cual boba, me dejo mangonear por él. Volvemos a estar sentados como antes, adopta una diplomática expresión y empieza a explicar su santa propuesta:
—Quiero que seas mía durante tres meses, mía en cuerpo, alma y mente, mediante un contrato en el que aceptarás mis deseos y la orden de confidencialidad.
Parpadeo, apoyando la espalda en el respaldar. No puedo creer lo que oigo. Ese guión es de película.
— ¿Me estás proponiendo un acuerdo... sexual?
—Sí, eso es —dice tan relajado como si habláramos de negocios—. Si me dices que sí, todas las noches repetiremos lo que sucedió en ese baño, Natalie, y más.
La promesa me provoca un estremecimiento de pies a cabeza, en un instinto protector empujo con los pies la silla un poco hacia atrás, como si estar más lejos de él pudiera apagar el fuego que crece en mi interior por la propuesta de repetir el encuentro.
Saca un doblado papel del bolsillo interno de la chaqueta del traje y lo deja frente a mí en la mesa, lo señala con la cabeza con el propósito de que lo abra. Trago saliva, tengo la boca seca. Desdoblo el papel y leo por encima las frases enumeradas del uno al nueve.
— ¿Hay reglas?
—Sí, es para poner límites. No busco una relación de amor contigo, Natalie, quiero sexo. Todas las noches durante tres meses —explica, explícito, y mis mejillas se enrojecen en contra de mi voluntad—. Disculpa que sea tan grosero, tú me haces decir cosas fuera de lugar.
Nunca he sido un ícono sexual, los hombres casi ni voltean a verme, no tengo un atractivo ni las medidas perfectas. Mido 1.63, mi pelo negro está hecho un desastre, mi piel es blanquecina, casi pálida, y tengo unos kilos de más. Definitivamente no soy su tipo, me aterra que esté tomándome el pelo, pero hasta ahora, ha demostrado ser muy sincero.
Aunque confiara en él, es imposible que yo acepte. Aun así, bajo la mirada al papel.
Reglas.
1. Todas las noches, sin excepción, habrán encuentros íntimos.
2. Está prohibido mantener relaciones sexuales en lugares que no sean de la casa.
3. Discreción total. La relación es secreta.
4. No lazos afectivos.
5. La exclusividad es obligatoria.
6. Dormirán en habitaciones separadas en caso de pasar la noche en la misma casa.
7. La regla primera podrá ser incumplida solo si se trata de una emergencia.
8. Los besos están prohibidos durante el acto sexual.
9. Al terminar el plazo del contrato, este será roto y se creará uno nuevo de confidencialidad donde queda implícito que ninguna de las partes puede hablar sobre lo ocurrido.
Pues, para ni siquiera haber empezado, creo que ya rompió varias reglas, como la segunda y la octava. Que me besara mientras embestía mi cuerpo era como tocar el cielo, no me gustaría tener que prescindir de ellos.
—No soy la primera que lee esto ¿verdad?
—Correcto.
— ¿Cuántas ha habido antes de mí? —pregunto, aprovechándome de su honestidad.
— ¿Por qué me pondría a contarlas, Natalie?
Resoplo con fuerza. Le lanzo el papel, aterriza en su regazo y él ni se inmuta. Mantiene la mirada fija en mí, con intriga y cierta impotencia.
—Eso sonó mal —admite—. Discúlpame, me equivoqué de palabras.
Andrew Carter es una criatura enigmática, se disculpa una y otra vez por cada tontería que dice, le sobra la honestidad. Es el prototipo perfecto si no fuese por que anda proponiendo contratos sexuales a desconocidas.
—Tengo una reunión de trabajo, deberías irte.
—Natalie...
—Por favor —suplico—. No voy a aceptar ser tu amante de turno, ¿cómo me deja eso a mí? Además, no soy lo suficiente buena para el papel de «sumisa». No veas esas películas.
— ¿Quién dijo que serías una sumisa? No te voy a atar, humillarte o prohibir cosas para usarte a mi antojo —replica, sin eliminar el ceño fruncido—. La exclusividad también será de mi parte, considero asqueroso engañar a una dama.
—Qué bien por ti... —murmuró distraída, anotando tonterías en mi agenda. Si lo veo a la cara puede que acceda.
— ¿De qué tienes miedo?
—Nada.
—Natalie, es de mala educación no mirar a los ojos a la persona con quien hablas —dice, la rabia contenida en su voz—. Por favor.
—Andrew, no puedo aceptarlo. Te suplico que no insistas más.
—Dame una buena razón.
Fácil. Soy una mujer débil y sensible, sé que puedo enamorarme de él. De por sí ya no sale de mi cabeza, acceder a pasar las noches con él sería cavar mi propia tumba, porque soy yo quien saldrá perdiendo.
Me da miedo enamorarme.
Contesto el intercomunicador que ha empezado a sonar. Clarke es mi ángel caído del cielo. Me da pena admitir que en una semana podría estar enamorada del maravilloso hombre que es.
—Perdone la interrupción, señorita Cassel, le aviso que el representante del banco ya está aquí para su reunión.
—Ya voy, gracias...
—Háblame, Natalie —me ordena él, apenas se corta la comunicación.
Necesito huir de aquí. De él.
Agarro la carpeta de finanzas y un poco apresurada, me pongo de pie. Él permanece sentado, mirándome de una forma intensa que hace que mis rodillas tiemblen.
—Señor Carter, si cuando regrese todavía está aquí, llamaré a seguridad.
— ¿Así lo quieres? Bien. —De repente está delante de mí, casi choco con su gran pecho—. No me has dado la razón, eso ha sido suficiente para mí. Yo nunca me rindo, señorita Cassel. Hasta luego.
Cuando creo que se irá y me dejará tranquila para que pueda respirar adecuadamente, se inclina y posa sus labios en mi helada mejilla durante cinco segundos de tortura, en los que me arrepiento de ser enamoradiza y tonta.
—Prometí que no cedería a mis impulsos —susurra en mi oído, y tras una leve caricia en mi barbilla y una profunda mirada, da la vuelta y abandona la oficina.
Al instante recupero la compostura, el oxígeno, la dignidad, todo.
Mis labios arden deseosos de ser acariciados por el señor Carter. Y sí, me arrepiento de negarme, de hacerme la difícil, pero en algún recóndito lugar de mi cabeza todavía existe el raciocinio. Andrew Carter es todo de lo que me tengo que alejar.
Durante la reunión con el representante del banco, me pierdo un par de veces, incluso enredo las palabras. Vanessa, la directora del departamento de Contabilidad y Finanzas, es quien me auxilia a cada momento que me desvío del camino. Tendré en mente devolverle el enorme favor.
Después de la desastrosa reunión, me bebo un enorme vaso de café en la cafetería de planta baja. A esta hora ya hay pululando más gente, tanto clientes como el personal. El ruido me distrae por unos minutos. En la oficina, Clarke entra a hurtadillas como toda una cotilla.
— ¿Tienes algo con él?
—No.
—Y yo soy virgen —bufa—. Sí hay algo, como también lo hay con Lockhart. Reconocí su mirada, estaba celosa.
—Tengo un diseño que terminar —musito, sacando el plano del restaurante.
—Me estás evitando —insiste, siguiéndome a la mesa. Yo me siento, dispuesta a trabajar, pero ella no cede—. ¿Desde cuándo guardas secretos?
—Clarke... Tuvimos relaciones ayer, en el baño del museo, pero no sabíamos quiénes éramos. Lo hicimos y ya. Ahora quiere que yo sea... Que tengamos sexo una vez más.
A pesar de no haber firmado nada, aquí estoy cumpliendo con la tercera regla —a medias—. Clarke se ríe, sacude la cabeza y niega con el dedo índice al aire.
—No te creo ni un pelo. Dime la verdad.
—Esa es la verdad.
— ¿Que tú echaste un polvo en un baño? ¿Con un desconocido? —Se parte de la risa. Creo que mi cara es tan seria y lamentable que de repente se calla e imita mi expresión de derrota—. Ay, no es cierto. Natalie Cassel, no te reconozco.
—Ni yo, ya sé que actué como una fulana.
—Ah, no, no. Yo no quise decir eso ni tampoco lo he pensado. —Estira una mano para apretar la mía con cariño—. Disculpa si te ofendí. El sexo consensuado no es malo.
—Pierde cuidado...
— ¿Y? Cuéntame, ¿aceptaste?
Miro los brillantes bucles de su pelo castaño, su piel perfecta, su sonrisa de comercial, su aura atractiva que nunca ha perdido aunque su peso sea mayor al del prototipo perfecto... Y recuerdo por qué estoy tan lejos de ser el tipo de mujer ideal para el Señor contrato-sexual Carter.
—No —contesto en tono de obviedad.
— ¡¿No?!
—De hacerlo puede que mis sentimientos se vayan por la dirección equivocada, me niego a volver a sufrir por amor.
— ¿Algún día me contarás lo que pasó con...?
—Clarke, por favor.
—Valeeeeee —murmura—. Pero oye, un solo polvo no te hará enamorarte taaaan rápido. Te dejaré para que trabajes. ¡Piénsalo! —Se encamina a la puerta y antes de salir añade— : Es un rollo muy Grey.
Pensándolo bien, hay un parecido, pero Andrew ya mencionó que no me quiere en ese aspecto, ni tampoco en lo romántico. En su cara se lee que no sabe amar y eso ni yo, con toda mi paciencia y amor, lo podría cambiar.
—Buenas noches, abuelo.
— ¡Nat! —Da un respingo en su sillón favorito—. ¿Qué haces en casa? ¿Y esa carita? Ven con el abu, mi niña.
Un puchero se forma en mis labios al oírlo hablarme igual que cuando estaba pequeña. Aunque tiene una avanzada edad, es capaz de soportar mi peso en sus piernas. Abrazo su cuello y dejo que me consienta con mimo. Huele a café. Nunca cambia.
— ¿Puedo dormir aquí hoy? —murmuro con voz de niña.
—Oh, mi dulce Nat, claro que sí. ¿Qué te ha pasado? Estás tristona.
—Por más que intento, no consigo hacer bien el diseño del restaurante chino.
—Pero, ya tú lo habías hecho.
— ¡El dueño me ha hecho cambiarlo mil veces! —me quejo. El abuelo tuerce los labios—. Estoy cansada, abuelo, nada me sale bien. Soy un desastre, voy a llevar a Cassbuild a la quiebra. Voy todos los días a trabajar y ni siquiera sé lo que estoy haciendo, solo lo hago y ya. ¡Ni sé cómo me gradué con honores!
La razón de mi decaída también tiene el apellido Carter, pero creo que sería algo muy chungo de contarle a un abuelo.
—Porque eres inteligente y aplicada, Nat. En contadas ocasiones también me sentí así, la inseguridad es arma de doble filo. Tienes que confiar en ti, yo confío en ti, mi niña. Solo estás estresada, descansa y olvídate del puto chino, mañana lo retomas, más tranquila.
—Abuelo... —susurro, impresionada del uso de malas palabras—. No puedes decir groserías.
—Sí, cierto. —Sonríe y en sus ojos se forman cientos de arrugas—. Tengo una mejor idea, cancela cualquier cita que tengas mañana, saldrás conmigo.
—Pero...
—Soy tu jefe, Natalie —endurece la voz, con esa mirada decidida que no me deja más opción que sacar el móvil y darle la noticia a Clarke.
Cuando era niña una de las cosas que más me gustaba era venir a casa del abuelo —en parte por la sala de cine—, e igual que en aquella época, aun conserva los muebles antiguos de roble, el piso de pino barnizado, la misma decoración rústica, la perfecta armonía. Es mi hogar.
Mientras comemos la cena en el comedor, mi traicionera cabeza recrea momentos en los que Jeffrey Cassel ya no esté. Mi pecho duele, surge un nudo en mi garganta y un molesto dolor en el estómago. Me aterra quedarme sola, todos los días vivo con la pesadilla de recibir una llamada que acabe conmigo.
El abuelo es lo más importante de mi vida.
— ¿Qué haremos mañana? —le pregunto, tratando de alejar las lágrimas.
—Es una sorpresa pero será por tu bien, estás pálida. —Me señala con el tenedor de plata—. Oh, esta tarde he recibido una llamada de la señorita Lockhart, está muy contenta de tu trabajo.
—Ah, sí... —musito, con un sabor agridulce en el paladar.
—Y mencionó que Andrew Carter estaba allí. —Usa un tono insinuante. Toso, incómoda, y él arquea las cejas—. ¿Tan bien se llevaron ayer?
—Estaba interesado en mi trabajo.
¿Por qué Amira Lockhart llamó al abuelo para contarle que Andrew me visitó? La relación amistosa que él aclaró parece ser mentira, porque ella ha actuado cual mujer territorial.
—Hmm... ¿Le gustó?
—Sí.
— ¿Tú o tu trabajo?
— ¡Abuelo! —exclamo, abochornada—. El trabajo, por supuesto.
—Por supuesto —repite en voz baja—. Entonces no habrá ningún problema en que asistas conmigo mañana al partido de golf que ha organizado su padre, al cual el mismo Andrew nos invitó, ¿cierto?
«Yo nunca me rindo, señorita Cassel».
El abuelo me mira atento, expectante. De negarme solo levantaría más sospechas, no me queda más que sacudir la cabeza. Ahora prefiero perder la cabeza con el diseño del restaurante que con la presencia de ese hombre. Hoy tampoco podré dormir.
— ¡Estupendo! Prepara tus brazos y coordinación, Nat, porque acabaremos con los Carter.
O quizás, los Carter acabarán conmigo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro