❝ Espiral inefable de belleza ❞
Capítulo 6
Esta es la primera vez que concreto un encuentro sexual, que sé que voy a un lugar específicamente para acostarme con alguien. Todas y cada una de las veces que he mantenido relaciones, han sido sin yo planearlo, a veces sin ni siquiera yo quererlo.
¿Qué debería ponerme para la ocasión? No voy a una cena o una reunión como para lucir elegante, pero tampoco puedo ir en pijama. Mi colección de ropa es bastante común y formal, pocas prendas provocativas.
Suelto un largo suspiro, saco un vestido blanco de lana hasta las rodillas, es manga larga y con unos cuantos detalles de encaje. Lo completo con unas zapatillas. Me miro, vestida, frente al espejo del baño y no soy la gran cosa. Darme cuenta de que soy un desastre me roba mucha energía y ganas de hacer cualquier cosa.
Sopeso la idea de llamar a Vanessa Detlefsen, compañera de trabajo y experta en moda, pero ya es muy tarde para ello, en poco tiempo llegará el coche que ha mandado Andrew. No sé si vendrá en él o no, su mensaje ha sido corto y poco claro. Solo ha dicho que a las ocho debía estar lista.
A las ocho, cuando salgo del edificio, es un hombre canoso el que espera por mí afuera del coche Mercedes. Es muy amable al abrir la puerta trasera y ayudarme a entrar. Mi yo interior experimenta una pizca de decepción, esperaba ver a Andrew, pero voy sola. Sola hacia lo que bien podría ser el matadero.
La distancia entre su residencia y la mía es relativamente corta en el Upper East Side, un área residencial lujosa de altos edificios y tiendas caras de Nueva York. Me perturba vivir en esta zona clasista de la ciudad, la mayoría de las veces prefiero quedarme en casa del abuelo.
Si Andrew me hubiese dado su dirección habría venido caminando. El viaje hasta el edificio más pijo del Upper East Side no ha durado más de cinco minutos, y eso no ha sido tiempo suficiente para controlar mis ansias.
Ya estoy aquí, no hay vuelta atrás, necesito hacerme a la idea de lo que está a punto de suceder. No puedo diferenciar la ansiedad y el temor. Ya sé que es exigente en la cama, y eso podría suponer un problema para mí. Lo quiera o no.
—Acompáñame, señorita.
Le sonrío amablemente al chófer y sigo sus pasos dentro del conjunto residencial. Una vez estuve aquí, para el cumpleaños de un amigo de Christopher. Dicho día dejó una huella en mí. Por instinto, miro mi brazo y luego la puerta de las escaleras de emergencia. Me estremezco, casi puedo sentir su mano apretando con fuerza mi brazo.
Sacudo la cabeza, alejando los malos recuerdos, es el momento menos indicado. Lo irónico es que prometí no caer en el mismo vicio, sin embargo, estoy a punto de caer en otro.
—Esta llave la llevará al apartamento del señor Carter, solo debe introducirla en ese panel —señala dentro del ascensor y me entrega la solitaria llave.
—Gracias...
—Bernie, señorita.
—Muchas gracias, Bernie —le ofrezco una sonrisa por mera educación antes de entrar al ascensor.
El chófer Bernie parece rondar los sesenta, tiene una vibra muy hogareña y simpática, pero el hecho de volver a haber visto esa puerta, me ha descolocado.
Introduzco la llave en el panel, una luz azul se enciende y este empieza a ascender. No hay números que marquen a qué piso voy, solo está el panel para introducir la llave y listo. A medida que el ascensor sube mi estómago da retorcijones, mi corazón salta con locura.
Anhelo de esta noche poder dormir tranquila, más allá del deseo carnal. Quiero paz, sentirme bien conmigo misma. Andrew me trasmite seguridad, un montón de sentimientos que me hacen sentir más que... una muñeca.
Ese el inicio del ciclo vicioso, me aferro a esa mínima acción de bondad y satisfacción que él me proporciona; es tal la intensidad que pase lo que pase, no me soltaré. No podré soltarlo así me haga daño, porque sé que mientras no lo haga me hará sentir bien.
Las puertas del ascensor se abren, desconozco en qué piso estoy, frente a mí hay un recibidor con una sola puerta de madera negra entreabierta. Golpeo la puerta con los nudillos. Entrar sin su autorización estaría mal.
Oigo unos pasos que se acercan e inmediatamente mi corazón bombea con fuerza. Soy un saco de nervios y una combinación de emoción ligado al miedo. Su apesadumbrado rostro se asoma por la rendija, me extraña ver dicha expresión afligida y la matiz de agotamiento en su mirada.
Abre la puerta por completo y borra cualquier indicio del Andrew que vi por tres segundos. Pasa a ser mi desconocido, cargado de tensión y más serio que una tumba. En sus ojos azules ocurre un destello de brillantes, aunque fácilmente puede ser el reflejo de la mía.
—Buenas noches, mare.
—Buenas noches. —Mi voz sale tímida.
Lo mínimo que esperaba era que se lanzara sobre mí a arrancarme la ropa para tirarme en la primera superficie a su alcance, es una sensación rara y totalmente nueva.
Bajo su escrutinio celeste, entro a la estancia. Acostumbrada ver lugares costosos, admiro lo espacioso y ordenado que es el apartamento. Los muebles y la decoración en tonos oscuros es fina, pero puedo notar que no rozan lo excesivo, a pesar de que está forrado en dinero.
— ¿Gustas algo de tomar?
—Estoy bien, gracias.
No podría sentirme más incómoda ni aunque pudiera. Detrás de mí percibo el calor que irradia, su pecho toca de manera superficial mi espalda, eriza el vello en mi nuca y altera mi respiración. El suave tacto de sus dedos acarician los míos.
—Tu piel es bondad entre tanta maldad —dice cerca de mi oído—. Eres un espiral inefable de belleza, y no eres consciente de ello.
—Soy consciente de que te necesito.
Me hace girar y me sostiene de los hombros, clava su mirada oscura en la mía.
— Es un bonito vestido, lástima que me disguste verlo ocultar tu cuerpo.
Conecta nuestros labios sin darme tiempo a pensar sobre su halago, introduce la lengua y busca la mía, ante el primer contacto mi cuerpo se estremece de pies a cabeza. No solo por el hecho de la benevolencia divina que transmite en cada roce, sino de las primeras palabras más bonitas que he recibido del sexo masculino.
Dudo mucho de mi apariencia física, mi seguridad está por el piso, pero en su brazos se genera un sentimiento contrario a mis crueles pensamientos. Andrew Carter me está enamorando con palabras.
—Iré a buscar el contrato, puedes esperarme en el sofá —indica, sin soltarme por completo.
—De acuerdo.
El abandono me causa anhelo, me dirige una última mirada cargada de promesas oscuras y desaparece por un pasillo en la izquierda. Suelto el aire que contenía en mis pulmones, poco a poco va desapareciendo mi miedo.
Bajo los dos peldaños de escalera que da entrada a la sala de estar, el sofá en U es de cuero negro y compruebo que también muy cómodo. Sentada como una niña pequeña a la espera de un adulto, revivo ciertos momentos con Christopher.
Ambos son tan diferentes, distantes por millas en comparación, pero ambos con la misma meta: utilizarme. Uno a base de maltratos, y el otro, el más peligroso, es quien lo hace mediante palabras bonitas. Y eso, a la larga, duele más.
—Tres hojas que puedes leer, si lo prefieres. —Me sorprende su aparición repentina—. Y el bolígrafo.
Le acepto lo que me ofrece, con las manos un poco temblorosas. Intento ignorar la dolorosa cercanía cuando se sienta junto a mí. Lamo mis labios y hago caso en leer. No vaya a ser que esté comprándome de por vida.
Cada detalle es implícito de principio a fin, vuelvo a leer las reglas y trago saliva leyendo las muy bien resaltadas palabras: no lazos afectivos. Hasta pareciera que el tamaño es mayor a las demás palabras.
Mis ojos casi se salen de su órbita al leer la sección legal final. En caso de que uno de los dos decida terminar con el contrato antes de los tres meses, deberá pagar la multa de un millón de dólares. Es una cifra absurda, y sin duda, una estrategia para evitar incumplir los términos.
—Estás a tiempo de arrepentirte, Natalie.
Inclino el torso para alcanzar la mesita y usarla de apoyo. Mis manos tiemblan mientras firmo en las tres respectivas casillas. A mi lado oigo un pesado suspiro. Suelto el boli, con la respiración agitada. Oficialmente soy propiedad de Andrew Carter durante el plazo de tres meses.
Sin posibilidad de renovar el contrato.
Sé en lo que me estoy metiendo, un terreno muy peligroso y rocoso, que estoy dispuesta a atravesar. A riesgo seguro de que acabaré enamorada y con el corazón roto. Mil pedazos de dolor y felicidad. Es a él a quien quiero. De quien anhelo pertenecer. Andrew me hace sentir bien, y eso es el eslabón más poderoso que se puede forjar. Uno que es imposible de deshacer.
El semblante serio y duro lo sigue siendo, comienzo a aceptar que es el único que puede demostrar, a contracorriente de lo que he visto al llegar.
— ¿Lista para pecar? —Se pone de pie, ofreciéndome la mano.
Observo los largos dedos, libres de anillos, mancha o lunar. Podría compararse a una invitación del diablo, desbordante de lujuria y chispeante fuego abrasador, que acepto con deleite. Se apodera de mi boca al instante, me besa con ferocidad y pasión.
Lo disfruto al máximo, sabiendo que será último, por ahora.
De la mano, guía de mí a su infierno personal, o paraíso, depende del punto de vista.
Me lleva por el mismo pasillo que antes entró, es estrecho y hay una sola puerta al final. Abre la puerta sin soltarme y me permite entrar primero, a lo que confirmo que esta es su habitación, observando el móvil cargándose en la mesa de noche junto a la billetera y un reloj.
La habitación es igual de oscura que el resto del apartamento —lo que he visto—, la cama grande, cubierta de sábanas negras de seda. El lado izquierdo está deshecho, así que doy por hecho que ese es su lado.
En el momento que cierra la puerta y pone sus manos sobre mí, siento la necesidad de probar el deleitoso sabor de su boca. Rodea mi cintura mientras me muerde en la curvatura del cuello.
Levanto las manos para ponerlas en sus hombros, pero apenas lo toco las aparta y las devuelve a su sitio. Mi loca idea de que quizás no le guste se ve refutada cuando comienza a bajar mi vestido. En el baño del museo no me permitió moverme, ¿esta vez será igual?
Tristemente, pienso en lo acostumbrada que estoy a que me mantengan inmóvil mientras usan mi cuerpo.
La tela de lana cae al piso como una manta, mis nervios aumentan a rápida velocidad al ser fijamente observada por semejante hombre estando en ropa interior. Me produce inseguridad.
—Lo siento si no es lo que esperabas —me adelanto, torpemente, sin poder sostenerle la mirada—. Sé que no soy el prototipo de mujer perfecta. El otro día no viste nada.
—No me hizo falta ver para saber lo obvio, Natalie, eres hermosa a tu manera. Todas lo son. Rosas tan idénticas pero diferentes a la vez, cada una con una belleza particular. ¿Cómo no ves tu propia belleza?
Confundida, lo miro. A pesar del inexpresivo rostro, puedo comprender la sinceridad en él, incluso la intriga está dibujada entre ceja y ceja.
¿Cómo no veo mi propia belleza? Ni yo misma lo sé. El reflejo que a diario veo en el espejo no es sinónimo de belleza precisamente, tal vez esa sea mi percepción.
— ¿Sabes qué veo yo? —murmura, a la vez que se saca la camiseta de un tirón—. Una cara hermosa, inocente y dulce como un ángel. Dos esferas azules como el mar, que se iluminan cuando menos te das cuenta, al igual que tus mejillas se tornan rojas en una expresión de arte. Un cuerpo precioso que volvería loco a cualquiera. El detalle de que no sepas lo que causas en los hombres, te hace más atractiva.
Cada palabra se clava en mi pecho profundamente, me hacen latir, vibrar. Jamás me habían dicho nada igual, siento calor en las mejillas, que pronto son cubiertas por sus frías manos. Busca férreo el contacto de nuestras lenguas, gimo tan agradecida por ello. Después de todo, aún no inicia el acto sexual.
Envuelvo los brazos en su cuello, hundo los dedos en su corto pelo, ahogada en un mar de emociones. Una de sus manos encuentra el broche del sujetador, mientras la otra acaricia mi cintura. Por primera vez, nace la iniciativa en mí, bajo la mano y rozo la prominente erección. Andrew gruñe y me levanta en el aire como peso pluma, se deshace del sujetador, y con delicadeza me deposita en la cama, boca abajo.
Suspiro, nostálgica por su boca. Sus mágicas manos se mueven a lo largo de mi columna, después son sus labios, su lengua. Cierro los ojos a gusto con el cariño que me embarga.
A este paso, terminaré enamorada por la mañana. ¿Es siquiera posible sentir amor por alguien que no conoces? ¿Así de rápido? Porque yo estaba sintiendo muchas cosas, creando una loca dependencia, como una potente droga.
Me pierdo entre tanta atención de su boca, me rindo al paraíso, flotando en las nubes, que me sobresalta el ruido de un plástico. Por mis piernas desliza las bragas y recorre la curvatura de mi trasero. Luego percibo su cálido aliento en mi oreja, al tiempo que una mano se mete debajo de mi cuerpo y toca mi parte sensible. El jadeo de Andrew me desarma.
— ¿Me has extrañado, mare?
—Sí...
— ¿Qué has extrañado?
Por todos los santos, hablar es lo último que quiero hacer. Es decir, nunca mantenía conversaciones en el sexo. A duras penas podía replicar algo.
—A ti..
— ¿Te refieres a esto? —Entra en mí, robándome una grave gemido, y allí se mantiene, en el fondo, quieto—. Yo sí. Como no tienes idea.
Quiero decirle que entre tantas cosas que no me han dejado dormir, esta es una de ellas, pero él retrocede y se introduce lentamente, tan controlado, que me veo incapaz de pronunciar siquiera algo incoherente. Al principio es suave y delicado, como si yo fuera de cristal, me tortura con cada movimiento y palabra indecorosa en mi oído, hasta que en un punto dado de la desesperación y el dominio del control perdido, aumenta la velocidad de las embestidas.
Podría definir el momento con una balada, profunda y que te hace el corazón latir desbocado. Un lenguaje sin palabras, azucaradas caricias, furiosas embestidas. Todo en uno.
—Tienes la mejor de las fragancias —entierra el rostro en mi cuello.
De pronto, con la palma de su mano en mi abdomen, se sienta sobre los talones y me levanta con él. Ahogo un grito, aferrada a sus antebrazos, desconcertada y maravillada por la profundidad que siento.
—Grita todo lo que quieras. Ya deberías saber que no tolero que te contengas. No conmigo.
—En el contrato debiste poner la lista de cosas que no toleras, pero sería tan larga que se cambiaría por las cosas que sí toleras.
— ¿Qué es esa impertinencia? —masculla.
Soy sincera al encogerme de hombros, cuando estoy con él me convierto en otra persona. Cuando estoy con él la vida tiene matices de color, todo deja de ser menos gris. Nosotros brillamos cual arcoiris, rodeados de oscuridad.
—Me gusta hacértelo con cariño, porque es lo único que mereces, pero me arrastras a ser duro contigo.
Gimo cuando se mueve dentro de mí. No me guardo ningún sonido, haciendo caso a su orden de tolerancia. Mientras nos movemos al mismo ritmo violento, sus dedos juegan con el centro de mi cuerpo. Cuando estoy en la cima, lo que más anhelo es el contacto de sus labios para acompañarme en el final del recorrido, claro que nunca llega. Exploto en mil pedacitos de lujuria, el clímax me abrasa entera, mucho mejor que aquel día en el baño.
La espectacular sensación es como una gota de lluvia en el desierto, la satisfacción de un pintor al encontrar la escena perfecta para dibujar en mil trazos de tristeza, que se convierte al final en la obra más bonita, llena de amor y comprensión.
En medio del cúmulo de placer, Andrew obtiene el suyo propio, finalizando el choque de nuestros sudorosos cuerpos. Respira agitado sobre mi hombro. No es solo el mejor amante que he tenido, es también el primero que se interesa en mí y no solamente en sí mismo.
Pero no quiero comerme el coco con mis supersticiones, el agudo dolor que siento cuando trato de pensar en el futuro. Tres meses. Asustada de lo que podría suceder en el cuarto mes, eso que me empieza a robar la respiración.
— ¿Todo bien, mare? —murmura, manteniéndome contra su pecho.
—Ya terminamos ¿no? ¿Ya puedes besarme?
Me coge la barbilla, hace que clave mis ojos en lo suyos, reflejos de mofa y ternura verdosa. No puedo resistirme a posar una mano en su mejilla, es un hombre muy apuesto, su mirada profunda, sus pestañas, la hermosa forma delgada de sus labios. Nunca se me ocurrió que podría terminar en la cama de un dios personificado.
Mi desconocido de película.
—En teoría, acabó la primera ronda. Supongo que podré complacerte en los lapsos de descanso.
Se me escapa un jadeo. «¿Primera ronda?», me veo incapaz de preguntar. Toma mis labios y profesa todo lo que acabamos de compartir. Ansiosa, me muevo sobre él hasta acabar frente a frente, de manera que puedo rodearle los hombros y sujetarle la nuca con posesión, para que nunca deje de besarme.
El hecho de que aún sigue dentro de mí, se convierte un problema en medio del fogoso beso, su erección revive con ganas de más. Al igual que yo. Da una sacudida en mi interior y de verdad intento no hacerlo, pero me río.
Andrew se separa y me mira con las cejas arqueadas y un pequeño, muy mínimo, atisbo de sonrisa.
— ¿Ves lo que causas?
—Puede que sea lo mismo que tú en mí.
—Algo dejó de ser...
— ¿Ser qué? —pregunto, al verlo arrepentirse.
Se aclara la garganta y conmigo, se levanta y nos dirige al cuarto de baño.
— ¿Gustarías estrenar la ducha con un poco de contacto íntimo?
— ¿Estrenar? —Me hace gracia.
—Serás privilegiada, Natalie, ninguna ha estado en... mi baño.
Sostenida por su cuello, algo se enciende dentro de mí. Es como un cuento de fantasía, y espero que las doce de la medianoche se tarde en llegar.
Pasamos frente a un espejo antes de entrar a la ducha y la borrosa imagen que veo de mí, se ilumina. Creo que ha despertado un brillo en mí. Sea nuevo o quizás que no sabía que tenía.
«Eres un espiral inefable de belleza, y no eres consciente ello».
¿Será eso cierto? ¿Habrá algo más en mí?
He tomado la mejor y peor decisión de mi vida al firmar ese contrato. Los mejores momentos de mi vida y el peor de los finales. La vida puede cambiar el rumbo del destino en un solo segundo, y cuando crees que serás feliz, todo se derrumba.
¿Qué tan estoy consciente de que este es el principio de un final desastroso?
Por el momento no me importa, estoy siendo más feliz de lo que nunca había sido.
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