❝ ¿Dónde firmo? ❞
Capítulo 5
Es una decepción cuando encantados, la familia Carter accede a que compartamos un almuerzo en el restaurante del club. El abuelo va tan ensimismado en la conversación con la pareja de casados que no me ha cuestionado sobre mi olor a Andrew, pero sé que al irnos vendrá un interrogatorio y no sé qué voy a decir.
La señora Andrea le ordena a su hijo menor que se siente a su lado cuando le ve la intención de hacerlo junto a mí. Él obedece a regañadientes y es Andrew quien ocupa la silla a mi derecha. Delante de mí está ella, la mirada condescendiente que me lanza me hace sentir incómoda.
He sido cordial desde el minuto cero, no entiendo su mala actitud hacia mí, el desprecio que hay en su mirada, como si tuviera la culpa de algo.
— ¿Lo has pensado? —me pregunta mi desconocido, en voz bajita.
—No tengo nada qué pensar.
—No tolero la osadía.
Hago girar el agua en el vaso y refresco mi garganta. No me atrevo a girar la cabeza y descubrir su poderosa mirada, me mantengo cabizbaja.
—Pero sí toleras que...
— ¿Que qué?
«Que una mujer se te lance a los brazos sin previo aviso». Si tuviera valentía, se lo diría.
—Nada —carraspeo, notando la curiosa mirada de Aaron sobre nosotros.
—Respecto a la mujer del baño, te pido disculpas por su actitud grosera al ignorarte como lo hizo.
Ahora sí que levanto la mirada, intrigada.
— ¿Por qué te disculpas por ella?
—Por educación. Tú y yo no terminamos de hablar, me dejaste con la palabra en la boca.
—Estoy segura de que tenías la boca muy bien ocupada después de que los dejara solos...
¿De dónde ha salido eso? Tanto él como yo nos sorprendemos de mi impertinencia. Salen a la luz facetas de mí nunca antes vistas.
—Yo no mantengo relaciones sexuales en lugares públicos. Tampoco hago cosas en los baños. Lo que he hecho contigo ha sido una primera vez para mí —confiesa, y su mano acaricia mi rodilla debajo de la mesa.
Me relamo los labios, por una parte nerviosa por sus atrevidas caricias y la otra por el alivio de saber que no ha pasado nada entre él y ella después de sus fuertes declaraciones. Le creo, porque en dos días ha demostrado ser más honesto que muchos.
—Deja de tocarme.
Retira la mano, haciendo lucir su obediencia y respeto. Después de mi petición no articula palabra alguna, a excepción de cada vez que Aaron intenta hablar conmigo. En cada oportunidad haya la manera correcta de interrumpir la conversación, por la resentida mirada de Aaron presumo que tendrán problemas al salir.
No sé por qué tienen esa enemistad, me atrevería a decir que detrás de la fachada de familia perfecta, los Carter son realmente imperfectos. Solo hay que ver la actitud tosca y actuada entre madre y hermanos. A mi criterio, el señor Carter es el que parece ajeno a la tensión entre su familia, o puede que sea buen actor.
Alrededor de las cuatro de la tarde hemos terminado de almorzar y proceden las despedidas en el aparcamiento subterráneo privado del club, menos Andrew que a última hora decidió quedarse en la oficina del club. Y sin despedirse de mí.
Aaron se toma la libertad de sujetar mi cintura y plantar un beso en mi mejilla. No me muevo, permito que abuse de mi confianza mientras mi traicionera mente finge que él es Christopher y debo callar y obedecer.
El abuelo no menciona nada sobre Andrew Carter y su intensa colonia, y eso que a él nunca se le olvidaba nada, pero parece que ha olvidado el detalle. Puede que sea la edad o decidió dejarlo estar, una de dos, estoy conforme.
La pantalla de mi móvil se ilumina y vibra entre mis manos. Le pido disculpa al abuelo por la interrupción que hago para leer el nuevo mensaje de texto.
Número desconocido
Dime que sí.
5:31 P.M.
Abro la boca y se me escapa un jadeo. ¿Cómo consiguió mi número privado? Ya no importa, no contesto el mensaje, lo borro inmediatamente. Así evito futuros errores, como contestarle, por ejemplo.
Número desconocido
Te quiero besar.
6:28 P.M.
En la cama de mi duplex, suspiro y borro el mensaje con los dedos temblorosos. Estoy vibrando, mi cuerpo reconoce que también quiere besarlo, mi cabeza no. No, no y no.
Número desconocido
Lees y no respondes. ¿Sabes qué más no tolero? Que me ignoren.
6:34 P.M.
¿Qué hizo conmigo, señorita Cassel?
6:35 P.M.
Yo
No hice nada.
6:37 P. M.
Número desconocido
Imposible. ¿Podemos vernos? Por favor.
6:45 P. M.
Mi corazón se detiene por un segundo. Desearía no volver a verlo más nunca. Se ve difícil.
Yo
No, señor Carter. Por favor, respete nuestro vínculo exclusivamente amistoso y profesional. Hasta pronto, que pase buena noche.
6:47 P.M.
Número desconocido.
Eso estará por verse, mare. Buenas noches para ti también.
6:47 P. M.
Que se haya tomado la molestia de desearme una buena noche, no funciona de nada. Paso otra noche en vela, inquieta y con sudores fríos. Cada minuto que pasa son recuerdos alternos entre el momento más fogoso y los más trágicos de mi vida. Por un rato mis sueños son calientes y excitantes, luego se convierte en una serie de sufrimiento y temor que me impide conciliar el sueño por completo.
Amanezco con más ojeras que ayer y no puedo decir que las oculto bajo una piel de base de maquillaje porque ni siquiera tengo. No sé maquillarme, siempre que necesito estarlo voy al salón de belleza. Ir solo para que tapen unas ojeras es una tontería.
Lo que sí tengo es polvo compacto. Vestida para ir a la constructora, paso por el baño y me hago con el polvo, intentando de forma ridícula taparlas, pero solo consigo hacer que luzca peor y más pálida de lo que ya estoy. Me lavo el rostro y vuelvo a echar el labial humectante en mis labios. Así será.
Al llegar a la constructora, en el aparcamiento caminando a la entrada del edificio, detengo mis pasos bruscamente. Una encorvada figura emerge de un coche justo en la entrada del aparcamiento. Mi corazón se acelera en un nanosegundo, la sangre corre y palpita con fuerza entre mis venas, casi pudiendo oír la circulación en mis oídos, el furioso palpitar de mi corazón aterrado.
Por instinto, doy un paso atrás. No hay nadie más excepto nosotros dos, el vigilante debería estar en la entrada, pero no lo está porque es muy temprano aún. Estamos solos.
—Natti... —Su ruin voz me produce escalofríos—. Cuánto tiempo ha pasado, mi amor... Luces tan inocente, igual que siempre...
Christopher no hace el amago de moverse, permanece estático en su lugar, está cubierto de ropa negra y con una gorra que no me deja ver bien su rostro. Cosa que no hace falta, es mucho mejor así.
—Vete. —Me tiembla la voz—. Llamaré a la policía si no te vas ya. Tengo una orden de alejamiento.
—Natti... Mi inocente y dulce Natti —Tararea en voz baja y perturbadora. Aferro los dedos a mi bolso, temblando de miedo—. Preciosa, princesa, yo no quería hacerte daño. Piensas que estoy loco, no, tú eres la culpable. Natalie, eres mía...
—Por favor —suplico, cierro los ojos mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas—. Ya no más, te lo pido... Me portaré bien...
— ¿Señorita Cassel? ¿Está bien? Perdón, sé que llegué tarde.
Doy un salto, sorprendida, y veo al vigilante parado en la entrada. Miro a todas partes, buscando señal de Christopher, pero no hay rastro.
—Pierda cuidado —balbuceo, camino a paso rápido con la cabeza gacha para que no note que estuve llorando—. Que pase un buen día.
—Igualmente para usted, señorita...
Evito la mirada de las poquitas personas que han llegado y prácticamente corro a refugiarme en la oficina del abuelo. Ahora, puedo retomar la respiración y comenzar a tranquilizarme hasta que mis latidos vuelvan a la normalidad.
A este punto, no puedo diferenciar si fue real o producto de imaginación; el estrés y los nervios puede que lo haya producido. Si fue real, sería un recordatorio de que en cualquier momento me hará algo, porque la orden de alejamiento no importa, él vendrá a por mí.
Me bebo un vaso con agua para hidratarme después de llorar. Mis manos todavía tiemblan y mojo un poco mi blusa, lo que aunque parezca estúpido, me hace volver a llorar.
Aunque haya sido irreal, no hice nada por defenderme, ni siquiera en una fantasía puedo valerme por mí misma. En su lugar volví a caer en lo mismo, rebajarme a él y lo que pueda hacer conmigo. Porque así soy, nunca aprendo nada ni a las malas maneras.
He vivido una pesadilla que me ha hecho ver y comprender muchas cosas de la vida, una de ellas que el miedo a veces puede gobernar tu día a día si lo permites. Bueno, yo lo permití y ya no sé cómo cambiarlo.
— ¿Segura que estás bien? —pregunta Clarke, con gesto de preocupación—. Desde temprano has estado así, no has tocado la comida.
Suelto el tenedor. La verdad es que no tengo hambre, lo único que tengo son náuseas, podría vomitar si como. La comida del buffet en la primera planta de la constructora es buena, siempre comemos aquí, pero hoy lo que veo en el plato es estiércol.
—Estoy bien.
—No vas a comer —afirma—. Si no te molesta, se lo llevaré a Charlie. El renacuajo ama la comida de aquí.
Bajo la tapa del envase de plástico y se lo doy.
—Adelante.
— ¿Tiene que ver el guapito con tu estado de ánimo?
— ¿Quién?
—El señor Carter, el guapo —aclara con obviedad.
—Ah, vale, no.
Ojalá tuviera él algo que ver en esto, pensarlo es ahora mi pequeño escape de la realidad.
—Qué bueno, porque después del almuerzo tienes cita con él.
— ¡Clarke!
—Perdón. —Sonríe arrepentida—. Es que él la programó el mismo día que vino, mientras tú hablabas con Lockhart y yo no pude evitar hacerle un hueco. ¡Me sonrió, Natalie!
Resoplo. A mi asistente le importó un huevo avisarme que tendría una cita con el señor Andrew Carter, y ahora estoy aquí: hecha un desastre viviente. Al menos, puede que al verme, se le quiten las ganas y pare de perseguirme. Sin mencionar que le sonrió a mi asistente primero que a mí.
Él es adivino o yo soy muy predecible, porque de haber estado seguro de que yo aceptaría ser su compañera de cama, no habría pedido una cita para hoy. Sabía que me resistiría hasta el final. Estoy allí, en la recta final, donde mi mente está exhausta de lo mismo, sobrecargada por la persistente insistencia de ese hombre que me arrastra a cruzar la línea prohibida.
Y lo hace justo en el momento exacto, cuando me siento aterrorizada y vulnerable, anhelando un poco de contacto afectivo que no sea abuelo-nieta. Mi cuerpo necesita atención física, una atención que perdí pero que él volvió a activar. Ha hecho que lo desee, lo anhele y lo necesite, con una sola vez de conexión íntima, porque no ha hecho falta más. Desde esa noche estoy rogando en silencio que se repita, que me haga olvidar todo y solo sea consciente de su cuerpo junto al mío.
Me ha llamado hechicera cuando él es quien lo ha sido.
Clarke le abre la puerta de mi oficina a la hora exacta, puntual, y al entrar él cada cable en mi cabeza se desconecta. Es un ser hermoso, tan pulcro y atractivo, el hombre de negocios codiciado por muchas que está rogando por tenerme.
Christopher mencionaba que yo era un objeto, algo como una muñeca con la que era divertido jugar en la cama para después sentarla en un escaparate, a la espera de que alguien más quiera divertirse.
Claro que me dolía oírlo hablar así, pero, ¿lo detenía cuando me tiraba en la cama? No. Dejaba que hiciera conmigo lo que quisiera, como una muñeca, porque sabía que si no lo complacía iba a dejarme sola, y yo no quería.
¿Es Andrew el siguiente que quiere jugar conmigo? No quiero caer otra vez al mismo pozo, no después de tanto que me costó salir, pero ¿cómo hago si necesito de él?
—Buenas tardes, Natalie —dice, formal, y se sienta frente a mí.
Callada, lo miro. Me ha tomado con la guardia baja, con los sentimientos a flor de piel después del espantoso momento en el aparcamiento, ha escogido el momento indicado para poseer influencia sobre mí.
—Te ves mal, mare. Estuviste llorando. ¿Por qué estás triste?
— ¿Dónde firmo?
— ¿Qué?
—El contrato. Acepto estar contigo todas las noches, Andrew, solo si prometes que podrás hacerme dormir.
— ¿Hacerte dormir? —Se confunde aún más. Me encojo en la silla cuando lo veo pararse y rodear la mesa—. ¿A qué te refieres? No te estoy entendiendo muy bien, de hecho, me estás preocupando.
—Yo solo... Olvídalo, no sé por qué lo dije —digo, nerviosa de soltar la lengua y alejarlo—. Lo recuerdo: sexta regla, no podemos dormir en la misma cama. Lo tengo.
Andrew hace girar mi silla hacia él y se pone de cuclillas frente a mí, con un gesto serio mientras se muerde ligeramente el labio inferior. Apoya las manos en mis rodillas. Más que su tacto, me pone nerviosa que no deje de mirarme como si intentara descifrarme.
— ¿Quieres estar conmigo, Natalie?
—Sí —susurro.
— ¿Cuánto?
—Mucho.
La comisura de su labio se levanta, solo un poco, pero es una imagen agradable. Empiezo a creer que no sonríe ni en festividades. A menos que sea para sobornar a mi asistente.
—Y ¿tú? ¿También lo quieres? —pregunto, temiendo recibir esa respuesta de: claro que quiero follarte, porque yo he dicho que quiero estar con él, no follar con él.
Pero eso es algo que nunca va a saber.
—Te deseo con fuerza, mare, es mucho para mí. ¿Puedo besarte?
Pues, ha sido una manera más suave de decirlo, me conformo con ello.
—De ahora en adelante, no lo preguntes, hazlo.
Está a punto de sonreír, de verdad, pero borra ese gesto en un segundo y me lamento. Él se apropia de mi cuello y hace que me incline para unir nuestras bocas. Lo que le he respondido antes no tenía pensado decirlo, ni siquiera sé de dónde salió, ni por qué mi comportamiento cambia cuando estoy con él.
Disfruto cada barrido que hace con su lengua en la mía, cada sutil mordida que me hace gemir. Mis manos responden y buscan sus hombros para aferrarme a ellos mientras degusta hasta el último rincón de mi boca. Me encanta cómo me besa, es el paraíso.
— ¿Podemos empezar hoy? —murmuro, agitada.
El maravilloso sonido de una tierna y delicada risa me paraliza, para cuando abro los ojos ya es tarde. Ya no sonríe, pero haberlo oído aunque sea por un segundo, fue espectacular y en cierto aspecto es una ilusión, porque yo lo provoqué.
—Se supone que sí. —Se aleja de mí, frunciendo el ceño. Alisa la chaqueta del traje y revisa el reloj en su muñeca—. Te dejaré la información por mensaje, se me ha hecho tarde para una reunión, lo olvidé por completo.
—Claro...
—Hasta la noche, mare.
No me dirige una mirada más, sale de la oficina y puedo decir que me ha dejado entre embobada y confundida. Creo que ha sido muy obvio su intento de huir, una acción por la cual no sé se ha propiciado.
¿Dije algo malo? Mi última pregunta no fue trascendental, pero cuando abrí los ojos, deseosa de admirar su sonrisa, no había rastro de felicidad en su rostro que confirmara que se rio. Hasta podría decir que fueron ideas mías.
Pese a que soy consciente de que mi salud mental es inestable, tengo suficiente conocimiento para saber que Andrew es del tipo al que estoy acostumbrada, esos hombres que venden rosas para clavarte las espinas al final y dejarte con las heridas abiertas.
Después de todo, tengo fama de ser masoquista y dar saltos al vacío, y voy a hacerlo una vez más. A soportar cada pinchazo de espinas que reabran mis heridas, con tal de tenerlo a mi lado.
Les informo esto con anticipación para que sepan que el hecho de que Natalie piense así no es por boba o pendeja (como la mayoría de las protagonistas que se encuentran en las historias), es algo psicológico que deriva del abuso emocional y mental. A medida que avance la historia, irán sabiendo más.
Estoy satisfecha de poder compartir con ustedes un tema que es muy típico entre mujeres y cómo el personaje de Natalie tiene su crecimiento en pro de una mentalidad estable.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro