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V. TEAMS ARE FORMED WITH HATE !
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Hipódromo de Cheltenham.
Zane.
Recuerda la primera vez que migraron de Rusia a la capital del Reino Unido. Un recuerdo muy memorable, pero sin duda alguna increíblemente arrebatador y desastroso... melancólico.
Suele tenerlo presente como si fuese ayer cuando lo vivió.
Mientras esperaban el ferrocarril detenerse en la estación de trenes. Un desgastado gitano, dos rusos impacientes y una tranquila escocesa se mantenían firmes desde sus lugares preparados para emprender su viaje y recrear una nueva vida.
Zane sabía lo mucho que los hermanos Vegnov ansiaban por dejar los recuerdos de la guerra atrás, poder enterrarlos cual muerto en una tumba esperando a ser sepultado. Olvidarlos y dejarlos como un fúnebre recuerdo.
Tras desear esto de manera colosal, ambos rusos estaban sensibles e irremediablemente prepotentes. En especial Orión que para ese entonces, las complicaciones de mantener el semblante de un hombre mentalmente estable eran incapaces de preservar tras sus bestiales actitudes que desenfrenaba sin precaución alguna al imprevisto momento que los rincones de su cabeza divagaban traumatizantes eventos de la guerra como un inquietante frenesí.
Preferible era simplemente no entablar una conversación con ellos, inclusive no observarlos a menos que quieras una cortada adornar el ángulo de tu garganta.
Ese día, la luz solar atravesó por el plano del horizonte provocando un hemisferio sombrío, dando comienzo al bello espectáculo del ocaso. El tiempo sosegado de aquel día, dejó en respuesta la masiva cantidad de personas esperando a su abordaje.
Se podía presenciar quejidos en murmullo por el choque de unos con otros, maldiciendo en susurro mientras observaban al causante del impacto de forma molesta.
Al encontrarse en el centro del paraje, tales accidentes eran más propensos a que sucedieran y Adalia no fue la excepción.
Ella no lo observó fulminante, ni siquiera se molesto o dejó recitar en sus labios una palabrota en susurro. Aceptó las disculpas del caballero detrás de ella, mientras se giraba y dejaba manifestar una sonrisa amable y comprensiva.
Aquello el hombre lo dejó sorprendido, maravillado por su apariencia pura, un aura tan sublime y única. Lo que necesitaba para calmar la sofocante atmósfera que provocaba el poco y casi inexistente espacio que invadían los individuos presentes.
Según Zane, el caballero lucia humilde, modesto y tranquilo «eso creía». No parecía buscar una aventura placentera con ella, a diferencia de muchos hombres que ansiaban a la tentación de un simple encuentro efímero.
Su gran sombrero de copa lograba hacerlo ver dos veces más alto que al resto de los presentes. Su traje color bermellón oscuro le daba una firme apariencia de un hombre perteneciente a la clase alta. Ostentó a muchos bienes materiales y dinero.
Cuando menos Zane se lo espero, el hombre ya se encontraba a un costado de la rubia. Observándola de manera juguetona. Ambos intercambiaban miradas tímidas cuál niños de primaria enamorados. Movía su torso con sutileza, símbolo de agradó y comodidad.
Cediendo ante la complacencia del hombre. Sus piernas unidas a la par que ambas se encontrarán lo suficientemente adjuntas, trataba de relajar sus rodillas temblorosas.
Esa manera de retirar vergonzosamente los mechones dorados rebeldes que se escapaban por su cabello; como un libro abierto, exponiéndose en claridad. Se leía sin complicaciones, el genuino reflejo de un claro lenguaje corporal satisfacido por el foso de la atracción favorecida por las características físicas deseables que ambos se admiraban, los orbes marrones oscuros del caballero lo dictaban, así como los luceros de cuarzo brillantes que Adalia exhibía en resplandor.
Zane los observaba por su húmedo rabillo de sus melancólicos ojos. Mientras los impactos de unos apagados recuerdos consumían su cuerpo como una potente sobredosis.
Antes de que la gran guerra emprendiera una puerta al camino de la perdición misma, cuando la tierra florecía en una magnífica estación de primavera, los cielos abrían paso al majestuoso esplendor del sol y sus cascadas de oro iluminando las preciosas praderas aterciopeladas. La crianza de Zane como un gitano, nunca imagino que fuese la más difícil, complicada.
De ser víctima de bullying en sus años de aprendizaje, hasta ser discriminado por los superiores. Siendo perjudicado por las amenazas y agresiones, causando que las inseguridades denigraran su persona. Manchando sus convicciones en indecisiones.
Su madre, siempre trato de mantenerle presente la mejor actitud positiva en los más desdichados momentos. Recordándole no sucumbir ante la desgracia de un percance de postura pesimista.
Al florecer en el vientre de su madre. Su padre dejó atrás las esperanzas, ilusiones y anhelos bajo el descaro consciente de un abandono injustificable.
Esta siempre cargo sobre sus hombros el peso de llevar ambos papeles fundamentales que conformaban el núcleo de una estructura familiar estable.
Había marchado junto a su madre de Londres, Finsbury Park al suroeste de Birmingham, a la edad de 17 años tras el buen trabajo que su madre había conseguido en dicho lugar mencionado. Los destinos imprevistos sustentaron nuevos terrenos a la travesía de una vida distante costumbrado a la que normalmente tiende a residir.
Las raíces conservadoras que su madre le patentó desde su nacimiento, lo llevaron a los senderos jurídicos de prácticas religiosas como las constantes oraciones consagradas en Dios y visitas a la iglesia de forma continua.
Dónde conoció por primera ves el enigmático y peligroso sentimiento del amor. Era dulce en pasión. Una lujuria irreconocible. La profanación más profunda que cedía sin reproche alguno.
Complicada e infelizmente amarga en sucumbir ante la franqueza de un sentimiento no correspondido.
Aquella soberbia sensación tenía un nombre. Elizabeth «Polly» Gray.
Lo tenía comiendo de la palma de su mano ante sus tan exquisitos encantos. Al entregarse completamente ante los placeres que está le brindaba con encuentros pasajeros, tras verse sometido por los embriagantes hechizos de seducción que disponía la fémina con furgor.
Para ese entonces, la joven Gray, conciente de la desmedida sumisión que Zane le otorgaba. El fruto prohibido de las súbitas oportunidades llegaron de forma imprevista por los estigmas de su cabeza, sacando provecho a ello.
Extrallendo su jugo para su propio beneficio. Como exigirle dinero y materiales de alto valor con el fin de venderlas a los individuos más codiciosos.
Zane estaba encantado, embrujado.
Nunca noto sus repulsivas intenciones. Al menos eso es lo que Polly pensaba.
8 años después, cuando su madre murió de un asesinato. Los deseos de seguir avanzando como policía del distrito incrementaron.
La inestabilidad del país, tomaba su tiempo para acabar en un terrible catástrofe económico. Finalizando en el mismo rumbo de desdicha a la par de Gran Bretaña, guiados por la desgracia de una posición alarmante. Este suceso lo llevó a migrar hasta Moscú, Rusia.
Una de las potencias más grandes de todo Europa, razones por las cuales optó al país como su primera opción. Sin embargo, su sistema político era débil y frágil como un cristal a punto de quebrar. Circunstancia que podría ser blanco fácil para los enemigos futuros.
Lugar donde fácilmente se adapto a la cultura junto a sus costumbres y tradiciones. Esto abrió nuevas puertas hacía experiencias anexadas en sus futuros traslados. Nuevamente la llegada de un destino desconocido se impacto por sus trayectos de caminos imprevisibles.
Mientras esperaba el ferrocarril ser anunciado en los húmedos parajes del sitio, conoció a Derlevine Shrlovenko. Una joven ucraniana, última descendiente de la realeza Shrlovenko del pueblo Strusiv, región de Ternópil.
Probablemente, la mujer más narcisista, egocéntrica y altanera de todo el maldito universo.
Con el paso del tiempo, la estructura del linaje que conformaba la familia de la ucraniana, fue arrebatada por las peores mentes consumidas en el famoso veneno de la envidia.
Lo que la obligó a tener que continuar con su escaso legado familiar. Forzada a procrear, y entablar un matrimonio del cual no estaba preparada para realizar junto a un hombre que nunca amo. Estaría encadenada a arrepentirse por un futuro lamentable al que jamás quiso ceder por conciencia propia. Desesperada, huía de aquel miserable destino.
Zane había creído nuevamente que las entradas hacia las magníficas expresiones de sentimientos más haya de una atracción propia del deseo renacieron al compartir íntimidades personales uno junto al otro, fortaleciendo sus lazos afectivos y aumentando la confianza percibida por un cariño inquebrantable.
Algo que jamás sucedió con Polly.
Pero para su desgracia, una vez más se dejó devorar por una cruel realidad fúnebre. Aquella que simplemente no podía controlar, aceptar. Cegado por las ilusiones de esperanzas que dominaban su juicio. Albergando expectativas para ser solo una mentira a sus sentidos.
Derlevine jamás lo observó con ojos de deseo. Era una línea inexistente a la cual nunca se atrevió a cruzar, porque no existía. No estaba ahí y no iba a estarlo. La aflicción de una emblemática amistad que de inmediato construyeron impedía el paso de sentimientos más haya de un simple afecto del cual sólo la ucraniana sentía.
El sólo era otro del montón de aquellos que admiraban su singular apariencia.
Esto provocaba que el corazón del gitano se desboronaba en partes tan pequeñas como las emociones de su decaído ser, sumergido en el profundo mar de ilusiones. Ahogando la soledad de su alma.
Los luceros esmeraldas de la ucraniana estaban firmemente puestos ante una figura imponente, aquella que sobresalía entre los sórdidos rincones de Moscú con una simple majestuosa presencia. Individuo venerado por su carácter sólido, admirado por sus rangos sobresalientes adquiridos en las armadas superiores del país. Poseía una mirada abismal, tenebrosa. La más única que había visto.
Incluso podría jurar que el marrón de su farol oscuro te encaminaba a los senderos de un inframundo abrasador, mientras que el orbe contrario de chispas jade, sobresalían relámpagos azules topacio en el lóbrego de su espectro que te consumían el alma. Hasta la más impura su mirada podría carcomer.
Rigel Vegnov era tan frío como un iceberg en temporada de invierno y tan seco como un caluroso desierto. El historial de su misteriosa vida se basaba en rumores cutres que la sociedad murmuraba. Por los estados vecinos de Moscú, en Kaluga y Tula. Se decía que Rigel era un hechizero que practicaba la magia negra en una secta de ocultismo que realizaba sacrificios humanos a cambio de los anhelos más grandes.
Dado a que se «relacionaba» con la brujería, en un intento de curar a su madre de sus brotes psicóticos con conjuros malditos empeoró la enfermedad de esta causando que repentinamente padeciera esquizofrenia y terminará en un hospital psiquiátrico.
En lugares como Riazán, Vladímir y en el nuroeste de Moscú, en Yaroslavl; se creía que Rigel era un siniestro vampiro del cual cobraba la vida de sus enemigos en las fases de luna cuarto menguante. Creían a verlo visto beber la sangre de un hombre sin vida dentro de la iglesia San Juan Crisóstomo mientras recitaba oraciones en un lenguaje desconocido. Días después, se había informado la noticia que dicho individuo víctima de aquel depravado suceso era un presunto criminal que la comisaría de Rusia buscaba.
Su piel tan blanca como la nieve que dejaba hacer notar durante el comienzo de los sombríos ocasos le daba la exacta apariencia de dicha criatura sobrenatural mencionada. La peculiar gama del singular tinte que sus orbes conservaban eran lo suficientemente cautivadores para atraer hasta la anomalía más desconocida, encerrándote en una jaula sin salida. Manteniendo desahuciada tu alma y consumiendo partes de ella como un despiadado y hambriento animal.
Razones por las cuales la mayoría no se atrevía a mirarlo a los ojos.
La extraña tonalidad de sus dos faroles se manifestó dado a una lesión ocular que sufrió durante sus últimos días de lactancia. Sin embargo, los absurdos rumores sobre estos ya mencionados, nunca faltaron.
Y quién iba imaginar qué este siniestro «hechizero-chupasangre» se iba a convertir en el mejor amigo del gitano. Un lazo de amistad fortalecido por la desgracia de un suceso que ambos compartían con semejanza.
El abandono de sus padres.
Antes de que el espeso líquido marrón amarillento olor a melaza y tintes de caramelo, tuviera la oportunidad de arder por su garganta dada a la gran concentración de alcohol en el dulce de la bebida. Optó el mayor en posar sus desgastados luceros a la rubia sentada frente a él.
Quién dicha mencionada observaba por encima de su hombro. Estaba nerviosa, podía sentir sus piernas temblar frenéticamente y sus dedos moviéndose de forma agitada, cubiertos por el fino guante blanco de terciopelo impactando en repetidas ocasiones el material de la mesa, provocando pocos audibles sonidos por el choque de estos, perdiéndose en la sinfonía de la música proveniente de los instrumentos dirigidos delante de la pista de baile.
La inquieta mirada de esta, desbordaba no sólo incomodidad si no también pequeñas emociones extrovertidas que Zane pudo lograr divisar.
El azul grisáceo de sus orbes cedian ante otra mirada de anhelo. Un mechón dorado obstruyo el campo de sus ojos, cubriendo su lucero izquierdo. Esa forma cohibida de retirarlo, tímida y resguardada. Lo llevó detrás de su oreja, esmerada ante una pequeña sonrisa manifestada en sus labios.
Ese gesto, Zane lo conocía.
Polly lo hacía cuando posaba sus faroles marrones en los de él.
La pequeña Dalia, ¿Esta coqueteando?
Zane giro su compostura desde su lugar, situando sus ojos en el individuo responsable de los repentinos sonrojos que las mejillas de la rubia dejaba exhibir con nitidez.
Era Arthur Shelby localizado del otro lado de la pista de baile junto a sus compañeros del crimen celebrando al compás de sus bebidas chocando copas unas con otras, complacidos por el plan realizado de forma exitosa.
Ignoraba en suma totalidad el ambiente a su alrededor, rechazando las venturosas atmósferas que emanaba las solemnes presencias adjuntados de un entorno festivo próspero, para tener resguardada su atención fija sobre la rubia a unos cuantos kilómetros frente a él.
Incluso a esa larga distancia podía deducir aquella mirada extasiada por el deseo y sumergida en el mar de la pasión abismal. Desnudando sin prejuicio alguno la acendrada alma de la rubia.
—Ni siquiera lo pienses.
Adalia lo observó confundida seguido de un ceño fruncido.
—Tienes suerte que Orión no este aquí o el Shelby ya estaría muerto—continuó jadeando una pequeña carcajada—. Dios nos libere de ese vil parásito.
—Siempre me veré agradecida por la protección que me brinda cada día y noche, minuto a segundo. Sin embargo, es exasperante, ¿Usted comprende? Tengo 24 años. Puedo cuidarme sola.
—Lo más peligroso de esta sociedad actual infestada de una población cuya mentalidad está podrida en aversión de la falocracia es una mujer con intelecto eminente; carácter fuerte y dominante—recitó rígido, observando a la rubia con un rostro áspero—. Careces de un humor autoritario, te hace vulnerable.
—A veces las mujeres no necesitan de un carácter sólido y tenaz al tener grandes capacidades de conocimiento y razonamiento.
Esa sonrisa que sus labios mostraban con seguridad, procedió a manifestar un guiño en certeza. Habló de sí misma con preeminencia, lo que causó una ceja elevada del mayor.
—Parece que la rubia sentada frente a mi quiere ver a Arthur Shelby adornando su apariencia en un exorbitante tinte rojo escarlata, como aquel hombre de la estación de trenes.
La sonrisa de la escocesa se esfumó de inmediato, como el humo fermentado del gran cigarrillo puro que sostenía el mayor junto a un rostro de ilustre ironía. Desgarradoras escenas obstruyeron sus pensamientos de recuerdos desagradables que en complicación trato de evadir con dificultad eminente.
Nunca lo conoció, ni siquiera supo de su nombre. Solo había conservado consigo el último brote de mirada en pasión que el hombre manifestó antes del repulsivo suceso que nunca pensó que marcaría su vida.
El maldito enfermo e inhumano de Orión Vegnov.
Su mente deteriorada no hacía más que magullar su conciencia pagana, pútrida y arrebatada por unas experiencias lúgubres. Alteraba e inmovilizaba su juicio.
Físicamente estaba presente, sobre los pies en la tierra. Cualquiera que posará sus ojos en él, pensaría en la apariencia de un hombre equilibrado. De percepciones sanas e incólumes ante el ojo del espectador. Sin embargo, la lucha constante de sostener un aspecto estable eran persistentes.
Pero en realidad, su mente todavía se encontraba allá, en la guerra. En aquel húmedo calabozo donde su cuerpo y alma fueron letal y brutalmente torturadas sin misericordia alguna. Llevándolo a un cruel precipicio sin fin, caía en temor sobre el foso de la locura. Lo consumía de forma abismal, devorando cada frío y sórdido rincón de su cabeza. Volviendo impura su cordura, transformandolo en un ser maligno, cruel e indiferente.
Desataba de forma repentina impulsos atroces como un salvaje y sediento animal suplicando sangre. Pidiendo ser liberado de aquellas cadenas que alguna vez lo llegaron a mantener firmes sobre la sangrienta silla de madera donde el martirio liberaba su angustia y sus pesadillas se convertían en realidad.
El caballero del tren fue una de sus frívolas víctimas.
Había creído a ver visto al mismísimo hombre de aquel frígido y tormentoso calabozo, responsable de los episodios traumáticos que desencadenaba la conciencia de su cabeza como un impotente desenfreno hacía el arrebato de su compostura.
El delirio había dominado su juicio, nublando el sosiego de sus pensamientos y dañando la poca razón que le restaba. Dentro de los estigmas de su cabeza; en la lejanía de su subconciencia, sabía perfectamente que aquella sucia alucinación solo era un simple engaño a sus sentidos. Por lo que de igual forma pudo a ver controlado tales bruscos impulsos bestiales ante cualquier presunto afectado de sus acciones.
Sin embargo, había observado algo que no soporto.
Algo que simplemente no pudo dejarse controlar.
Dalia, su Dalia estaba junto a él.
Junto aquel alemán que por más de 2 días lo había torturado con el objetivo de sacarle información de los próximos planes que tenía su país organizado.
Y que por supuesto, no logró.
La mente de Orión lo engaño y en sus ojos observo solo una alucinación, dejándose llevar por esta. Impidiendo pensar con cordura.
La sangre de su torrente sanguíneo había recorrido fugazmente la anatomía de su cuerpo de forma precipitada, mientras las tétricas imágenes de los terroríficos acontecimientos vividos en la penumbra de aquella celda carmesí lo hacían volver a la boca del infierno más férvido.
Orión se acercó paulatinamente, sin importar las incontables presencias que obstruian su camino. Los empujo con irritación. Mientras estos recitaban quejidos en murmullo, otros enfadados trataron de frenarlo en busca de una mísera disculpa. Fue imposible. Debajo de la suela de su zapato, parecía encontrarse una piedra sólida de granito. Tenía el ritmo de su marcha seguro, era duro como un cemento. Imposible de detener e inútil de interrumpir.
Detrás de aquellos temibles faroles, en el campo verde de sus ojos había un incendio forestal inminente. Ocurría un catástrofe exorbitante que se expandida como una plaga desde su columna vertebral hacía el cráneo de su cabeza. Quemando sus neuronas y cada pieza de su cordura.
Verlos demasiado juntos, felices por la presencia del uno junto al otro. Lo ahogaba, lo volvía desquiciado y enfermaba su ser.
Nadie merece un ser humano tan puro como Dalia.
Nadie, absolutamente nadie.
No hace falta contar lo que pasó después.
El hombre fue salvajemente asesinado frente a la gran multitud esperando a su abordaje.
Edevine y Zane lo habían detenido demasiado tarde.
—No vuelvas a tocar ese tema—sus rasgos era melancólicos, pero su tono de voz fue firme—. Nunca.
Zane se echó hacía atrás, apoyando su espalda sobre la silla. Suspirando débilmente. Adalia era una criatura de sentimientos frágiles, como un vidrio tan fácil de quebrar e imposible de volver a construir. Carácteristicas que Orion no tardo en ver de su inmaculada alma y como un guardián mandado por Dios... o por el diablo, ahora es quien la protege.
Los orbes de Zane danzaban por el lugar, observando sus alrededores en sigilo. Posando los almendras de sus ojos en la figura de una rusa saliendo desapercibida de un pasillo junto a un hombre desconocido. Este acomodaba su traje mientras que la castaña su vestido.
Aquella mujer no tardó en fijar el ámbar de sus ojos en los esmeraldas del mayor; procedió en voltear la mirada con sumo disgusto.
Adalia lo noto y decidió concluir...
—¿Aún está molesta?
—Si, pero no me importa—pausó—. Pronto se dará cuenta que está decisión es lo mejor para la familia.
—¿Podré verte de nuevo?
Pregunto el hombre antes de irse, el tono de su voz fue en picardía; consigo exponía un rasgo similar a su entonación. La lujuria en sus ojos volvía a encenderse tal y como sucedió hace un momento, cuando el rostro de este se mantenía entre las delgadas y meticulosas piernas de la joven castaña.
Los faroles de la rusa se posaron en dirección hasta los zapatos bien cuidados del caballero frente a ella, alzó una ceja en soberbia e indiferencia. Arrastrando sus fríos orbes hasta los ojos chocolate del hombre, escaneandolo por completo mientras manifestaba un rostro de disgusto.
—Ni en tus más húmedos sueños.
Antes que pudiese emitir sonido alguno, Vegnova llevo su mano hacía los brillantes mechones de su cabello, que con un distinguido y simple movimiento. Lo despazo en dirección al rostro del sujeto, golpeándolo con ligereza.
Edevine se trasladó nuevamente hacía la barra en busca de satisfacer su paladar con un trago. Cómo si la realidad hubiese leído su mente, encontró una copa de vidrio con un líquido teñido en color sangre. Podía sentir el vino recorrer su garganta mientras en su boca dejaba deleitarse por las chispas de uva.
Antes de tocar el vidrio del cáliz, tomaron su mano con suavidad.
—¿Bailamos?
Sus orbes se posaron en dirección a aquel sujeto que hace a penas un rato, la había desnudado con la mirada sin importar verse ubicado en una posición donde su vida hubiese acabado sin demora.
—¿Y tú eres?
Una carcajada salió de los labios del Shelby menor.
—Porfavor cariño, no trates de vacilarme fingiendo que no me conoces. Quiero decir, observa. Todos saben quiénes son los Peaky Blinders.
—Nosotros más que ustedes mismos, sabemos con exactitud quienes son los Peaky Blinders.
Retiró su mano de la suya en desdén, tomando el vino frente a ella. Alzando el meñique de manera que su compostura se observaba refinada, bebiendo tan solo unas cuantas gotas sin apartar el neutral de sus orbes en los esmeraldas de John. Este la observaba impactado, sus facciones podrían ser tan traviesas como la imaginación de su cabeza, deseando que la tensión del ambiente encendiera la excitación de sus lacivias emociones.
No podía estar más perplejo por su perfecta belleza.
—Son un grupo de imbéciles que tienen lo de gángster, lo que yo tengo de tolerancia hacía los tipos arrogantes como tú.
La impasibilidad de Edevine dejó sorprendido a John, la apatía que mostraba en transparencia. Por alguna razón... dolía.
—Si que eres una mujer difícil, cariño.
—No soy tú cariño.
—Te gusta hacerte del rogar, ¿No es así?—pausó divertido—. Nadie me a rechazado un simple baile.
—Vete acostumbrando a no tener las cosas tan fácilmente.
—Somos del mismo equipo ahora, princesa—añadió para que la castaña se sintiese en confianza—. ¿Si puedo decirte princesa? Escuché que tu madre fue de la realeza en Ucrania, no estás muy alejada de ser una.
Cuando sus oídos escucharon la mención de su madre, el torrente sanguíneo de Edevine se trasladó vorazmente por cada célula de su cuerpo, incendiando toda sección de su cordura. Ardiendo como la llamarada del sol más activo, el furor impidio regular su respiración. La irá la controlo, llevando sus puntiagudas y filosas uñas hacía el traje del Shelby. Lo capturo por el saco, tomando a John por sorpresa.
Observo un rostro sumergido en rabia, ahogando a está por completo. En sus orbes sucedia un cataclismo inminente y que al estar lo suficientemente cerca de la joven, presenciaba un inframundo abrasador. Del cual una vez dentro, no podrás salir.
—No vuelvas a mencionar a mi madre, nunca—murmuró entre dientes, como una bestia—. Y no soy una princesa, soy un maldito rey.
Por primera vez en su vida, John se sintió intimidado. Su impactante belleza la hacía parecer un ser impecable ante la maldad del exterior, solo eso era una trampa para que te enredaras en su hilo y te controle como un títere. Dominando tus emociones y alterando tus sentidos para los beneficios más perversos.
Ciertos presentes observaban aquel escenario y qué, para evitarse llamar la suficiente atención. John alzó sus manos en tregua.
—Esta bien, está bien—poco a poco está lo soltaba—. Aceptame solo un baile y te prometo que nunca volveré a molestarte.
—Eres un jodido terco.
—Se lo dominante que eres, Edevine. Puedo suplicar de rodillas ante ti, si eso es lo que quieres.
Debajo de aquel rasgo indiferente, la rusa estaba un poco sorprendida. Tal y como todo Shelby, el no se rendía. Criaron a un hombre firme, dispuesto a conseguir lo que quiere cuando quiere. John no planeaba soltarla tan fácilmente, él no solo quería un simple baile. Quería más.
Edevine lo sabía.
Y podría aprovecharse de eso.
—Cumple tu palabra, John Michael Shelby. Si no, te asesinare.
Sonrió victorioso, nuevamente tomo su mano y la llevo a la pista de baile.
Aprovechaba que su presencia no había sido notada, para escuchar el intercambio de palabras que en murmullo recitaban.
Que patético que la calausura de un contrato tenga que ser una mujer.
Grace estaba molesta.
No podía creer que su anatomía ahora era solo un simple objeto, esto va en contra de toda moral en su persona. Manchando su dignidad e irrespetando la ética de su mente. La irritabilidad que exhibía en el cielo de sus faroles se leía sin complicaciones. Le importaba menos verse molesta frente a la cabeza de los Shelby, quién la convencía por una cantidad equivalente al tiempo que iba a pasar con Billy Kimber.
Las características de su apariencia podrían ser todo menos una prostituta, era algo totalmente intolerable para el aspecto común de su semblante que mantenía habitualmente todos los días.
Los Peaky Blinders compartían mismos ideales junto a los Vegnov. Si hay necesidad de sacrificar a alguien que no fuesen los pilares de la familia, lo hacen. Sin chastar, ni pensarlo dos veces.
Grace no era ningún elemento importante para los Shelby. Thomas la ofreció sin importar que opinase la rubia. Tendría que vender su cuerpo al depravado de Kimber si quisiera ser pieza fundamental para los planes futuros.
Orión se rió en susurro.
Ser una zorra no era ninguna habilidad excepcional que pudiese destacar para demostrar lo útil que resultaba ser en un equipo donde lo ilegal era el trabajo a manejar.
La tensión se convirtió en una ola colosal hacía el pavimento de una atmósfera sosegada, capturando los sentidos del ruso y activando sus intuiciones en alarma. Percibiendo los pasos de Kimber en dirección hacía la rubia detrás de este.
Bebió su wisky de un trago áspero, desconociendo el calor del alcohol que en cascada bajaba por su garganta. Camino en pasos extensos, rodeando la barra detrás de él. Interponiendo su presencia en la de Kimber, sorprendiendo a la rubia. Disimulando un aire de conmoción que en sus pulmones conservo.
—Una hermosa dama aislada cómo usted, podría aceptar el baile de este lobo solitario como yo—alzó su mano exibiendose en resplandor—. Unamonos en busca de una compañía.
El sistema eléctrico de su corazón provocó una súbita reducción de palpitaciones contra su pecho. Alterando su respiración y sustrayendo la serenidad de su alma. Tomando en su lugar un abismal estado de impresión. Dominando su semblanza sosegada y su anatomía estremecerse.
El cristal resplandeciente de sus orbes atemorizantes se pasaron en la palma del hombre frente a ella, evadiendo sus faroles contaminados del pecado y sucios en engaño. Destilaba pequeñas y tan diminutas gotas de tinte rojizas oscuras, estaban inmóviles y marchitas en su aterciopelada piel. Esperando el enlace y ser una sola pieza. Haciéndola temblar y aterrando sus emociones.
Podría interponer su vida en un acontecimiento catastrófico.
En las manos del depravado Billy Kimber quién observaba en un mar de repulsión al sujeto frente a él.
O en aquel ruso de sonrisa potencialmente engreída que parecía amar el odio en la mirada del hombre detrás de él.
El resentimiento la había carcomido y el comienzo del rencor se precipitó completamente en su anatomía desde que este fue obsequiado al enemigo. Simplemente no podría aceptar ser utilizada para que el plan se concluya.
Con el terror embanando en cada uno de sus huesos y sus ojos en un mar de inseguridad, le dio la mano al diablo.
Preferiría morir a ser «claramente» abusada y no poder olvidar esto jamás.
Su mano fue llevada al antebrazo del ruso, que de forma inmediata se estremeció sin tardar, el espasmo recorrió su columna vertebral hasta el centro de su pecho. Vibrando en frenesí, podía sentír un músculo tan duro como el cemento y tan pesado como un metal sólido. Enormemente estaba impresionada.
Su superior figura manifestó la faceta de una burla eminente, sonriendo en triunfo mientras sin molestia alguna, se mostraba en transparencia al mayor frente al él una ves que giro sobre sus talones para observar a este.
—Muy lento, caballero.
La cólera dominó su juicio y el furor controlo su completa anatomía, llevando la palma de su mano en dirección a la muñeca del castaño. Oprimiendo de está con fuerza.
—No tienen nada bueno que hacer aquí.
—Lugar dónde un Vegnov se presenta, sitio donde será todo menos algo positivo—guiñó divertido—. Nunca hay nada bueno que hacer, solo crear malas noticias.
Quería detenerlo, trataba de frenarlo. Su agarre fue inútil y soltó a este. Simplemente no podía, era imposible.
¿Acaso su complexión está hecha de acero?
Juraría que si no lo hubiese soltado, este lo llevaría igual que su acompañante.
—Oh por Dios, eres Orión Vegnov—musitó horrorizada, observando la sonrisa ladeada de este—. Hijo de un vampiro.
—¿Que en Irlanda no pensaban que mi difunto padre era un mágico hechizero? La creencia más absurda, como sus pensamientos tan crédulos. Se hunden en el engañoso foso de lo llamado ingenuo—bufó divertido—Sabes, es un chiste muy gracioso.
—¿Vas a matarme?
—¿Quieres que te mate?
Lo observó y un tinte de cobardía no lograba ocultar, él lo noto. Ella sabía y no le importaba.
En la situación en la que se encontraba, ahora no importaba nada.
Aquello provocó una erupción en el alma de los orbes arcanos del ruso. Acercado su anatomía de la suya, bailando unidos. Presenciando en esta un exorbitante terremoto. Temblaba sin pudor y temor, esto causó que el ruso ensanchara su sonrisa. Era un cínico. Pero por alguna inquietante razón, dentro de su temorosa alma, a Grace le encantaba. Su entonación rusa en aquel acento inglés, ese rostro misteriosamente atrayente, áspera y narcisista personalidad.
Maldito sea, es adictivo.
¿Como confiar de aquel hombre que la había entregado sin chastar? Por alguna absurda razón, tratando de encontrar esperanza en un foso de inseguridad. Grace creía en que Thomas la protegería si el peligro la acechara como animal en el matadero. La pregunta planteada al comienzo era quien la impedía observar la luz al final del túnel, y como si Thomas tuviese la respuesta, decidió observarlo con cautela. Esperaba algún movimiento inteligente.
Se encontraba ahora con Kimber, este revoloteaba sus manos y dramatizaba su rostro. Recitando la inconformidad de lo sucedido con descortesía en sus palabras de entonación elevada. El gángster frente a este, simplemente no lo escuchaba; ignoraba el entorno a su alrededor para posar sus faroles oceanicos en un punto intermedio. Otorgando su atención, observando con sutileza.
Elevando sus niveles de curiosidad, comenzó a seguir la mirada de este y antes que pudiese posar en el dicho culpable de la desmesurada atención que Thomas concedía, Orión hablo. Tomando por sorpresa a la rubia quien olvidó observar en disimulo.
—El no va a venir ahora, dulce miel—pausó—. Tu príncipe azul observa a otras princesas.
Tan acertado, el clavo de los orbes reflejantes de Thomas se encontraban enterrados sin un retiro alguno. La observaba desde lejos, bailando junto al Shelby menor, quién embarcaba un corazón electrizante. Estaba hechizado. Era tan hermosa como un cizne y tan cautelosa tal cual una sirena en mares cristalinos.
Era toda una criatura mitológica, pero está era completamente real. Se había perdido en una constelación lejana, desde la distancia considerable en el cual se deleitaba. Brillaba como un sirio en la noche más oscura.
Grace estaba alucinada.
Una mujer como ella también puede caer hipnotizada ante la magnífica belleza de otra.
Edevine Vegnova capturaba tus tejidos, haciéndolos suyos. Abrazando tus sentidos, consumiendo cada materia de tu ser.
John había caído completa e inoxerablemente en las redes de la viuda negra.
Y Thomas podía sentir inconcientemente dejar todo revestimiento de su alma para ser entregada ante el demonio de la tentación más impura, pero el se negaba en caer sobre hilos desconocidos.
Era un juego del cual sabía que saldría perdiendo.
—Oh más bien—Orión concluyó—, observa a una reina.
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