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Noté que la ropa que antes estaba en la cama donde estaba Amon se encontraba en el suelo, al lado de la misma. Este seguía allí, dormido y muy ajeno a todo a su alrededor.
Allan empezó a doblar la ropa de su cama, no le presté más atención por ver a Alec quien también doblaba su ropa. La doblaba mal, pero al menos hacía algo. No despegaba la vista de lo que hacía, sus ojos tenían un brillo siniestro que sus rojas ojeras resaltaban.
—¡Bambi!— dijo Akaedel sacudiéndome por los hombros.
En ese mismo momento no pude evitar voltear a mirarlo con desagrado.
—Me llamo Cosme.
—Y yo te diré Bambi, porque eres muy linda y te pareces a alguien que conozco. Como recompensa dejaré que me digas Aka— dijo con una linda sonrisa, que parecía más falsa que mi abuela cuando estábamos delante de la gente.
Él no me inspiraba confianza, nadie que sonriera tanto y pareciera tan perfecto lo hacía. Además, creía conocerlo, era como un sentimiento muy lejano de familiaridad.
—Si, claro— dije mientras hacía una mueca.
—En fin —soltó un suspiro y miró a la nada, tenía la esperanza de que se quedara así por mucho tiempo, pero no—. ¿¡Quieres un helado!?
—¿Cómo vas a conseguir un helado aquí?
Su actitud me estaba molestando, iba a mirarlo mal cuando sonrió con diversión.
—Tengo mis trucos— sin más se puso de pie y salió de la habitación.
—¿Es inofensivo? —cuestioné nada más verlo salir—. Porque yo no lo creo así.
—Lo es —dijo Alec sin mirarme—. No vamos a hacerte nada, Amon es un marica, Aka es un santo aunque no lo parezca, a este le gusta una loquita y a mí no me llama la atención el ámbito sexual. Por lo que tu integridad física está a salvo.
Todo se quedó en silencio, debía tenerlos bajo vigilancia, no me daban confianza, dijera lo que dijera Alec. La puerta fue abierta abruptamente y por ella entró Akaedel bastante rápido cerrándola detrás de sí.
—Casi me da un infarto, ¿por qué hay quinientos guardias y trescientas cámaras?— preguntó exaltado, mientras llevaba una mano a su pecho.
Amon, quien supuestamente estaba dormido, se sentó de golpe sobre su cama con el ceño fruncido, tenia unos oscuros ojos marrones.
—¿Qué?—fue lo que pregunto mirando solo a Akaedel.
—Era de esperarse, recién llega una del tercer piso, la vigilancia siempre aumenta cuando sucede, en una semana disminuye— dijo Alec.
Todo lo que lo rodeaba parecía siniestro y perverso. Y no era por ser prejuiciosa, pero aun con lo que había dicho, su sola presencia me hacía dudar de mi integridad física.
—¿Eso pasaba?— se preguntó Akaedel, compartió una mirada con Amon y ambos se encogieron de hombros.
—Ustedes están en el mundo para que haya más gente— dijo Allan mientras negaba.
—Pues sí, ¿qué crees?
Me pegué a la pared mientras todos parecían ignorar a Akaedel.
—¿Y por qué tanta seguridad?
—Existe algo llamado prevención, querido Amon, debes prevenir para no lamentar —dijo Akaedel sonriendo orgulloso—. Pero olvidando eso, no podré buscarte el helado, Bambi.
—Oh, qué desgracia— dije con una falsa tristeza.
Amon se dejó caer en la cama generando un ruido que me sacó de mi papel espantándome, Akaedel se quedó mirando una esquina muy concentrado y los demás no hablaron más.
Fruncí el ceño y me volteé para observar la esquina que Akaedel miraba atentamente, pero no encontré nada que me hiciera mirarla así como él la estaba viendo.
"Sabrá dios que clases de problemas mentales ha de tener este"
—No tiene ningún problema mental.
¡Mierda!
Había desarrollado la manía de decir las cosas en voz alta sin darme cuenta. Era por las conversaciones que creaba con mi mente cuando estaba sola en el tercer piso, donde no sabía si pensaba las cosas o las decía.
Amon me miró completamente serio luego de decir aquello.
—Por cierto... ¿Qué hace una chica en esta habitación? Creí que ninguna otra vendría después de lo que pasó— dijo mirándome curioso.
—Debes de ser imbécil como mínimo —dijo Alec molesto—. ¿No prestaste atención a lo que nos dijo el director?
Amon hizo una mueca sin decir nada más.
—Sabes que es medio tonto, era de esperarse que no escuchara nada— Allan no miró a nadie, él estaba muy concentrado en guardar la ropa que había doblado en su mesita de noche.
Tenía curiosidad en saber lo que había dicho el director, por lo que sin dudar pregunté:
—¿Qué les dijo el director?
Amon volvió a verme al igual que Allan, Akaedel seguía en su mundo mirando al vacío y me negaba a ver directamente a Alec.
—Teníamos una compañera, la pobre estaba enamorada de Amon, pero como a este le encanta el pepino, ni caso le hacía. La mojigata se suicidó, nos enviaron al tercer piso por su culpa y ahora estamos aquí de nuevo. El director nos iba a dejar solo a nosotros, pero hablo del compañerismo y la empatía, nos obligó a aceptarte como una hermanita y aquí estás tú, fin— dijo Alec.
—Exacto, esa desgraciada— murmuró Allan tranquilo, era como si su paciencia no pudiera ser importunada por nada ni nadie.
Volteé a ver la puerta al escucharla abrirse, por esta entró el chico pelinegro quien se detuvo a ver de arriba a abajo a Akaedel quien ni lo notó. El chico lo tocó con la punta de su dedo índice y al ver que no reaccionaba lo empujó muy fuerte.
Akaedel reaccionó moviendo sus manos al aire, buscando estabilidad para no caer al suelo, no sirvió de mucho su maniobra porque de todos modos cayó de costado mientras el pelinegro sonreía burlón.
—Maldito, ¿cómo te atreves?
—Hola— saludó ignorando los reclamos de un indignado Akaedel.
—Eres tú, creí que era alguien más importante— dijo Alec con un tono de indiferencia.
—Te estoy buscando desde ayer, no te imaginas a quien vi.
Él y Alec a simple vista parecían familiares, las expresiones de indiferencia y los rasgos lo evidenciaba.
—Déjame adivinar —entrecerró sus ojos en dirección hacia el chico—. Roku.
—No es —este se detuvo y frunció sus cejas—. ¿Cómo lo sabes?, la viste, ¿no? Supongo que no, yo sé cosas que tú no sabes— sonrió con superioridad y arrogancia mirando a Alec.
Repasó la mirada lentamente por la habitación, borrando su sonrisa al verme. Fruncí el ceño ante su acción, si bien no lo conocía y no me peinaba hacía días, no era razón para mirarme como si mi sola presencia fuera molesta.
—Tenemos que hablar, Alec— y sin más salió de la habitación.
Alec resopló y se puso de pie saliendo de inmediato. Esos dos, aparte de ser bastantes sospechosos, ocultaban algo.
Noté como Akaedel se sacudía la ropa con sus manos, y peinaba su cabello hacia atrás con las mismas. Tenía un pantalón fino de color negro, y una camisa blanca con unos tenis negros. De todos, era el que vestía más fino.
—No los soporto —murmuró hacia la puerta, luego se volteó como si nada con una sonrisa plasmada en su rostro—. ¿No sienten que tienen hambre?
—No— dijo Allan de inmediato.
—Pues yo sí— dijo echándole una mala mirada.
Se cruzó de brazos y volteó la cara para no verlo, cuando lo hizo, nuestras miradas chocaron. No dudó y se acercó.
—Seguro no sabes dónde está el comedor, si quieres te llevo.
—Sí, tengo hambre, así que vamos.
Me puse de pie, me había acostado con todo y zapatos, por lo que salí con Akaedel a unos pasos delante de mí. Ese retrasado, poco normal, caminaba demasiado tranquilo, con una encantadora sonrisa.
Dos chicas que iban un poco adelante, solo miraban hacia atrás y soltaban risitas tímidas, no lo podía ver bien, pero juraba que Akaedel debía estarles sonriendo. Él me miró por encima de su hombro, así que alcé una ceja a modo de pregunta, pero solo volvió a mirar hacia delante.
Al poco tiempo llegamos hasta dos puertas dobles, las cuales las chicas no vieron por andar mirando a Akaedel y chocaron esta. Se rieron vergonzosamente y entraron más rápido que flash, rojas de vergüenza al comedor. Me reí ante eso.
—Soy encantador, ¿sabes?— dijo encogiéndose de hombros.
Pensé que si lo vieran riendo como un loco y mirando al vacío, las chicas no lo mirarían como el último vaso de agua en el desierto. Este se detuvo y yo abrí una de las dobles puertas del comedor.
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