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Era un chico alto y pálido, de ojos negros profundos, una mandíbula perfilada y un rostro algo anguloso. Caminaba erguido y con confianza por el pasillo.
Hicimos contacto visual, sus ojos eran almendrados con un no tan largo espacio entre estos y las cejas, y un espacio blanco debajo del iris.
Tenía el uniforme que todos los pacientes excepto yo llevaban. Casi todos tenían una talla más grande que los portadores.
Sentía como si lo conociera muy bien, pero a la vez no y era extraño de cierto modo.
Seguimos nuestro camino hasta el primer piso, deteniéndonos tras pasar por largos pasillos hasta estar en medio de uno en forma de cruz o algo así.
—Aquí es, selectiva— fue lo que dijo uno de los enfermeros.
Lo de mi amnesia les causaba gracia a esos imbéciles, pero nada se podía esperar de las personas de ese estúpido pueblucho de quinta.
—No seas así.
—¿Qué?, ¿acaso no te parece raro que justo olvide lo más importante?
—Estoy aquí, si van a hablar de mí no lo hagan cuando esté delante de ustedes— les dije sin voltear a verlos, estaba viendo que había blanco por todos lados, era insoportable.
Los dos imbéciles solo hicieron silencio como si nada hubiera pasado.
—Ven, dame las manos— dijo el guardia comenzando a quitarme las esposas.
—En este pasillo las habitaciones son compartidas por seis o más personas, están monitoreadas y las personas que comparten aquí son seleccionadas según sus estados mentales —dijo señalando los dos pasillos a nuestra par—. ¿Eres inofensivo en todos los aspectos?, estarás aquí.
—No entiendo aún— fue lo que le dije volteándolo a ver, mirando de reojo las cámaras.
—Aquí no se toma en cuenta el sexo de las personas, al contrario de las demás alas y pasillos que todos son vigilados y separados por sexo. Se hizo para que las personas inofensivas tanto mental como físicamente compartan, como no son peligrosas, pueden estar juntas sin prejuicios ni miedos. Nunca ha habido problema, no lo dañes.
Asentí entendiendo, observé ambos pasillos, los cuales tenían muchas puertas intercaladas por un largo espacio, todo era blanco, excepto las puertas que eran de un verde chillón.
—Esa es tu habitación —dijo mientras señalaba una de las puertas, la que tenía el número cinco grabado—. Los demás no están, deben de estar en el comedor.
Caminé hacia esta cuándo me hizo una seña para que me apurara, entré a la habitación. Era larga y un poco ancha, más larga que ancha. No contaba con muchas cosas, solo las camas ordenadas unas frente a otras, cada una con una mesa al lado. Al final de la habitación había un armario con seis puertas.
Pasé la mirada con cuidado por la habitación, cuatro de las camas parecían nidos de gallinas.
Bueno no.
Decir que parecían nidos de gallinas sería insultar a las gallinas.
Esas cosas estaban peor, tenían las sábanas desparramadas por doquier, algunas ropas de vestir tiradas al igual que zapatos y medias. Y por si fuera poco, noté un sándwich que parecía llevar días allí, las moscas lo rondaban.
Me adentré por el pequeño pasillo formado por las camas hasta dar con la última a la izquierda, la cual era la única en buen estado. Me senté en esta respirando hondo, era un alivio que el aire que entraba por las ventanas no dejaba que la habitación tuviera mal olor.
Miré la ventana desplegable que por fuera tenía barrotes y me levanté acercándome. Había un patio grande lleno de un pasto verde, contaba con algunas sillas al aire bajo casetas de cemento que parecían sombrillas. Y mas allá, otro edificio.
Algunos jóvenes caminaban en el patio. Volví a la cama dejándome caer desplomada en esta.
Mi cuerpo se fue relajando hasta que pude sentirme lejos y en tranquilidad, quedando dormida en la cómoda cama.
•••
—Es linda— escuché una voz suave que se logró colar en mis sueños.
—Se parece a Bambi.
—¿A tu mascota fea?
—Si, y no es fea.
No estaba del todo dormida, el poder escuchar sus voces tan claras lo evidenciaba, y es que había dormido mucho en el cuarto ese.
—Tus cumplidos dan asco.
—El burro hablando de orejas.
—Ya cállense ustedes dos, me tienen harto, no pueden negar que son hermanos. Quiero dormir, Dios.
—No tenemos la culpa de tu mal humor, Amon.
Las voces llegaron al punto de molestarme, por lo que fruncí el ceño con desagrado. No podía dormir bien si había algún tipo de sonido, me estresaba.
Una risa me hizo removerme en la cama, era chillona y molesta.
—Ahora que la veo de cerca se parece al psicópata
—Específica.
—A ambos.
Me senté de golpe en la cama, mi estrés por sus voces de mosquitos en la noche era tanto que sentía que mi cabeza dolería.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde se apagan?— pregunté notando a tres chicos en la cama a mi lado, todos sentados mirando en mi dirección.
—¡Hola, Hola, soy Akaedel, pero puedes decirme Akaedel!— dijo un chico de ojos verdes y cabello blanco sentándose al lado mío para luego taparse la boca y reírse de su chiste mal contado.
Cuando se tranquilizó esbozó una tonta sonrisa, su cabello blanco le daba por las orejas, tenía unas facciones suaves. Daba la impresión de que era infantil y a la vez sofisticado.
—A veces dudo mucho de tu buen estado mental— expresó con molestia el chico al lado de este.
Hicimos contacto visual, tenía unos ojos marrones claros con un tono casi verdoso, su cabello era castaño. Él y Akaedel se parecían bastante, solo que este era mucho más serio.
—Me llamo Eduart Allan Henderson, Aka es mi hermano menor, te recomiendo no prestarle mucha atención, es que se cayó de la cuna tres veces cuando era pequeño— dijo para luego rascarse la pestaña izquierda.
—Ya— dije confundida.
—Ah, por favor dime Allan, solo Allan— dijo esbozando una pequeña sonrisa.
—Hola, por si te lo preguntas, mi nombre es Alec— comentó un chico de cabello desordenado a mi izquierda.
Puedo jurar que en el momento en que lo volteé a ver levantó la comisura izquierda de sus labios, aunque sus ojos siguieron indiferentes. Sus ojos parecían un abismo de negrura, por sus bordes estaban rojizos con unas leves ojeras de un tono rosado pastel. Su cabello cubría toda su frente, incluyendo parte de sus fríos ojos.
Aparté la mirada de él cuando Akaedel se sentó a mi lado.
—Yo soy Cosme Swift, no tengo un segundo nombre por el cual puedan llamarme— dije, notando a Akaedel notablemente feliz a mi lado.
—Por cierto, ese de allá es Amon— dijo Alec, su voz era siniestra, siendo baja, casi sin ánimos.
"Dios, si ese loco me sale con que ve fantasmas me largo al tercer piso. Yo no noté a ningún Amon y estoy segura de que es el nombre de un demonio" pensé mientras respiraba hondo.
Con duda seguí su mano hasta la primera cama al frente de nosotros. En efecto, allí había alguien acostado, no lo había visto porque estaba lejos, así que solté un suspiro de alivio.
El chico estaba arropado desde los pies hasta el cuello, solo pude ver su cabello rojizo por detrás, pero tenía una espalda ancha y musculosa.
—Entonces —dije dejando de ver al chico—, supongo que ustedes deben de ser los amigos o hermanos de mis compañeras poco higiénicas, ¿no?— quise aclarar mis dudas con respecto a ellos.
Él tal Akaedel soltó una estrepitosa carcajada como si lo que acababa de decir le causara una diversión inexplicable. Intentó sofocar su risa con sus manos hasta que logró dejar de reír como un loco y se quedó en silencio, con los labios apretados suprimiendo una sonrisa.
—Cómo ven, ellas no están aquí, así que si son tan amables pueden irse y dejarme descansar en paz— dije intentando ser amable, cuando solo quería que se largaran para intentar dormir.
Akaedel volvió a reír, esta vez peor que la anterior y con más fuerza, se inclinó hacia delante agarrando su estómago y lo miré con incredulidad.
—Ay, no, yo lo siento— su voz se entrecortaba mientras hablaba y se empezó a ahogar con sus propias risas, intentaba dejar de reír y a la vez tomar aire.
—No somos nada, de hecho, esas compañeras somos nosotros— dijo Alec.
Lo miré repasando sus palabras y las del guardia.
Akaedel dejó de reír y tomó una postura erguida, me miró y sonrió tapándose la mitad del rostro, aunque se podía ver que estaba sonriendo con los ojos cerrados.
—Lo siento, no sabía— me disculpé viendo a Alec caminar hasta la cama con el sándwich que parecía haber pasado por mucho.
—De todas formas no importa.
Alec empezó a doblar la ropa que estaba en su cama tranquilo. Allan, caminó hasta la cama seguida de él, lo hizo con una calma y tranquilidad impresionante, incluso pareció que no quería hacerlo.
Solo tengo algo que decir; soy re simp del loquito peliblanco...
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