Capítulo 9
Ewa o Bastian
Pawel
No me detuve hasta que estuve a bastante distancia de la cafetería y del tal Bastian. Con la carpeta bajo uno de mis brazos y la vergüenza esparciéndose a modo de calentura por todo mi rostro, cruce dos calles sin respetar el transito, antes de enfilar la acera.
Cuando me detuve me encontraba casi frente al edificio donde vivía y ya para ese momento comenzaba a arrepentirme de mi exagerada reacción con Bastian, de la ruda manera en que trate a ese chico que solo fue amable conmigo invitándome a comer.
No fue solo el plantón que le di en la cafeteria, fue todo, desde que nos encontramos. Fui grocero desde el minuto uno, un verdadero idiota, un comportamiento que no era normal en mi, producto no solo del miedo a que Bastian viera mis dibujos, no me sentía preparado para mostrarle mi trabajo a una persona que en pocos días ocupaba mucho de mis pensamientos, sino a la conciencia de la atracción que como un imán me arrastraba cada instante más hacia aquel chico que de seguro vivía en una casona y olía a finos perfumes.
Cabizbajo giré hacia la entrada del edificio, pero antes de continuar al interior de la vivienda miré a un lado, en dirección a la cafetería, y dude, inseguro de volver sobre mis pasos, quizás Bastian todavía estuviese en el área.
Por unos instantes rememore la expresión emocionada de Bastian cuando nos vimos más temprano ese día. También me vino a la mente lo pendiente que yo mismo estaba del regreso del chico, días antes. Molesto subí los cuatro largos escalones hasta toparme de frente con la puerta de hierro que daba al vestíbulo del edificio.
—¡Pawel!
La pesada puerta de hierro se cerró rotundamente sobre su marco.
—Buenas noches, Pawel.
Iluminada por la suave luz amarillenta proveniente de la lámpara en el techo de su apartamento, se encontraba Ewa. La jovencita, vestida con pantalones Capri color amarillo y blusa clara, lucia su cabello recogido en dos coletas y su característica sonrisa en sus labios.
—Hola Pawel, ¿Cómo estás?
—Hola Ewa, estoy bien, ¿y tu?
Ewa buscaba mirarme de frente, su completa atención era solo para mi, no así la mia, pues me encontraba bastante disperso. En tanto Ewa daba unos pasos hacia el frente quizás con intenciones de iniciar una conversación y alargando nuestro encuentro, yo comencé a subir los escalones que me llevarían al apartamento que compartía con mis tios.
No obstante, a regañadientes detuve el andar con una de mis manos sobre el pasamanos, hasta mi llegó el aroma de carne asada y de un vistazo alcance a ver a la madre de Ewa caminar desde la sala al interior de la vivienda.
—¡Hola Pawel!
Levanté una de mis manos a modo de saludo, aunque sabia que la madre de Ewa no podría verme.
—¡Hola, señora Kowalski!
Ewa caminó hasta quedar muy cerca de la escalera, ella abajo y yo, mirándola desde arriba. Ewa no dejaba de sonreír y me pregunté, inseguro, si lo que veía le agradaba. Bajo su escrutinio comencé a sentirme nervioso, nunca antes había tenido a nadie tan cerca y mucho menos mirándome de aquella intensa manera.
Cedí a su mirada, devolviéndosela, lo que intensifico la sonrisa de ella antes de llevarse una de sus manos a la boca para soltar una risa nerviosa, mientras bajaba los ojos, y los volvía a subir, esa vez batiendo sus largas pestañas.
—¿De dónde vienes? ¿De la tienda del señor Ludwing?
Necesité varios segundos para entender su pregunta, y no fue por lento, sino porque en mi mente comparaba la falta de emociones en presencia de Ewa, con la intensa atracción que sentía por Bastian.
—Si...
—Eres dichoso, a mi me encantaría poder trabajar lo que resta del verano, y tener dinero para comprarme hermosos vestidos, zapatos, y libros...
Mi respuesta fue la primera sonrisa sincera del día.
—¿Cuándo me invitaras a comer un mantecado de vainilla, Pawel? ¿Qué tal si vamos cuando el señor Ludwing te pague?
Ewa no ocultaba su entusiasmo, la emoción que le causaba la perspectiva de una salida a comer mantecado, y era probable que le importara muy poco con quién.
Y yo no supe decirle que no, pero tampoco que si.
—Voy a esperar con ansias esa invitación, Pawel. Salúdame a tus tíos...
Mi vecina retrocedió varios pasos, sin quitarme de encima su mirada, antes de voltearse para entrar a su apartamento. Yo permanecí observándola hasta que después de despedirse con un gesto de su mano, la chica cerró la puerta.
Subi la escalera con la sensación de haberme comprometido, sin realmente haber dicho que si, con Ewa. Mientras subía, más me convencía de que si pudiera llevar a alguien a comer mantecado, no seria a Ewa, sino a Bastian.
Aquel convencimiento me acompaño hasta mi habitación, y mientras buscaba un cambio de ropa para después del baño. No tenia hambre, pero igual opté por sentarme con mis tíos a la mesa y compartir, aunque fingiendo un leve dolor de estómago, decliné comer del estofado.
Mientras me ocupaba de limpiar la cocina mis pensamientos se encontraban lejos, rememorando a Bastian disfrutando de su batida de chocolate, en tanto yo me atiborraba de papas fritas. En mis recuerdos se alzaba su imagen, la manera en que cerraba los párpados saboreando la fría bebida, o cuando con la punta de la lengua lamia de su labio superior los restos de crema.
—Julia me comentó que invitaste a Ewa a comer mantecado.
Wiktor se encontraba justo a mis espaldas, sentí una de sus pesadas manos sobre mi hombro derecho y con su intrusión se desvanecieron en el aire las memorias de la tarde.
—Me alegra mucho que al fin te animaras a dar el primer paso, a tu edad ya yo había tenido mis noviecitas...si mal no recuerdo la primera la tuve a los catorce años.
No era la primera vez que oía aquello. Era evidente para mi que Wiktor sentía verdadero orgullo cuando hablaba sobre sus amoríos, en especial los vividos en sus años de juventud.
—Mi primera novia se llamaba Inés...era una hermosa chica.
—¿Por qué se separaron?
—Por la distancia, su familia y ella se mudaron a Chicago.
Sin falta, el tío Wiktor terminaba asegurando que la más hermosa de todas sus novias era mi tía Binka.
—Tú y Ewa serian una linda pareja, aunque eso no quiere decir que terminaran casándose. Eres muy joven Pawel y te falta mucho por vivir, aprenderás de las nuevas experiencias, pero te conviene ir practicando para que no llegues al matrimonio siendo virgen...
Wiktor terminaba con aquella última frase y riéndose de su propia gracia.
Aproveche para sacar la bolsa de plástico del cubo de basura preparándome para bajar a llevarla a los contenedores detrás del edificio. Me apresure a cruzar la cocina cargando la bolsa y salir del apartamento, y aun escuchaba las risas de mi tio.
***********
Empujé la pesada puerta hacia la parte posterior del edificio de apartamentos y no tarde en dejar caer la bolsa con desperdicios dentro del enorme contenedor de metal, el fuerte olor a basura te llegaba a las fosas nasales una vez cerca.
«Quizás eso es lo que debo hacer...pedirle a Ewa que sea mi novia»
Nunca antes había pensado en ninguna chica de esa manera, como un posible interés romántico. Cuando Wiktor le daba por hablar sobre chicas yo solía escucharlo fingiendo interés, pero a los cinco minutos me olvidaba del asunto.
En esa ocasión los dichos de mi tio se juntaron con las dudas que me atormentaban, dudas que tenían nombre, Bastian.
De camino por el poco alumbrado pasillo lateral que llevaba hasta el frente del edificio, continuaba pensando en Ewa, repasando mi encuentro con ella, ansiando sentir algo más en su presencia, algo diferente a solo considerarla agradable.
También pensaba en Bastian y su recuerdo conseguía abrir, en algún punto de mi estómago ese ya conocido vacio y llenarlo con aquella sensación nerviosa, que yo comparada con el aleteo de miles de mariposas.
No cesaba de comparar ambas reacciones, esforzándome en no admitir lo evidente porque aun cuando mi atracción hacia aquel chico rubio, rubísimo, era intensa, el temor a lo que me depararía el futuro, sin importar si él estaba o no en el, era igual de fuerte.
—Que bueno que te veo, por nada del mundo queria subir a tocar la puerta de tu casa y encontrarme con el Wiktor.
Abe me salió al paso desde el lado izquierdo de la concurrida calle, el chico salto y fue a parar frente a mi, haciéndome retroceder y sacándome de mis elucubraciones.
—¿Qué pasa, amigo?
Abe extendió una de sus manos, con el no se sabia que esperar. Nos saludamos, él muy efusivo, mientras yo lucia desganado.
—Estas en otro mundo, Pawel. No será que la vecinita te tiene pensando mucho.
No tenía que ser muy listo para saber que Abe se refería a Ewa.
—Te vi hablando con ella más temprano...es muy dulce la niña, justo lo que te conviene.
A ese punto ya comenzaba a fastidiarme tanta insistencia en que la chica nueva y yo haríamos buena pareja, todos hablaban como descerebrados, no sé si lo hacían por diversión, por tener algo de que hablar o en serio.
—Solo la saludaba.
De hecho fue ella la que me salió al paso, pero no lo diría. Debió notárseme algo de la incomodidad, pues Abe soltó una risita nerviosa, mientras se alejaba unos pasos. Segundos después me comentaba sobre unas peleas callejeras, e ilegales, que se llevaban a cabo en un almacén abandonado.
—Mañana en la noche voy a participar en una, pagan muy bien, mejor si ganas. Sabes lo bueno que soy con los puños, me gustaría que fueras a verme, amigo.
No era la primera vez que Abe hablaba sobre eso, o me invitaba, pero yo nunca había ido.
—Tú también deberías de animarte, eres tan bueno como yo peleando con los puños y sé que un dinerito extra no te vendría mal.
—Estas demente, ¿olvidas que vivo con los tíos? Si tía Binka me ve golpeado se preocupara y eso le puede afectar el embarazo.
—¿Y quién dijo que saldrás golpeado, Pawel? Tú y yo somos muy buenos y no existe competencia para nosotros, apuesto a que cualquiera, menos yo, por supuesto, que pelee contigo morderá el piso en los primeros minutos de la pelea.
La confianza en sus palabras hizo su efecto, enseguida comencé a tomar en cuenta la posibilidad de ganarme unos pesos extra. Sabia que era bueno con los puños, pero nunca pensé en utilizar esa destreza para otra cosa que no fuera defensa.
—En una sola pelea te ganarías mucho más de lo que te paga el viejo Ludwing por un mes.
—¿Cuánto más?
—El doble.
Abe me echo una de sus cómicas miraditas, esa donde subía y bajaba ambas cejas a la vez.
—Ve mañana a verme y luego decides si te animas a entrarle.
Esa noche subí las escaleras pensando en algo muy diferente a mis dudas sobre mi sexualidad. Esa noche pensaba en esas famosas peleas callejeras, ilegales y casi sin reglas, donde peleabas con tus puños desnudos. Una pelea de dónde se podia salir con los bolsillos llenos hacia la casa o enviarte al hospital con ellos vacíos.
********
Para ir al lugar donde se llevaban a cabo las peleas callejeras tuve que mentirle a mis tios, decirles que Ludwing necesitaba que me quedara tiempo extra para limpiar el almacén porque al otro día le llegaba mercancía nueva.
Aun así mi plan era estar allá lo necesario para ver a Abe pelear y tener una idea de si valía la pena o no participar en ellas. Aunque me llevaba bien con Abe y si tenia que ayudarlo estaba para él, eso no queria decir que pasara tiempo con él y su pandilla o que participara en sus actividades, no todas legales, incluidas esa peleas, pero lo cierto era que esto último me lo había estado pensando, pues necesitaba algo de dinero adicional para ahorrarlo. El sueldo que Ludwing me pagaría prácticamente lo gastaria en la casa, no así el dinero que pudiera ganar en las peleas, ese podría ahorrarlo para mis estudios.
El almacén era inmenso por fuera y por dentro, llevaba años abandonado y el paso del tiempo había hecho sus estragos en la estructura y alrededores. No había electricidad, tampoco comodidades, allí dentro todo era improvisado.
Lo primero que noté al adentrarme al interior del lugar fue el calor, y la humedad. Las fuentes bien podían ser las pequeñas hogeras alimentadas con papel de periódico que los organizadores habían encendido en puntos estratégicos buscando alumbrar el lugar, y por otro lado, la aglomeración de cientos de personas, agitados y exultantes, apostando dinero, mientras elevaban sus voces y agitban las extremidades eufóricos.
En el centro de todo, las estrellas de la noche, uno de ellos lideraba las apuestas, el otro, podría dar una sorpresa y alzarse ganador.
Al principio me moví dubitativo hasta llegar casi de frente a la acción, aunque me costaba ver con claridad a los dos contrincantes. Las personas no dejaban de moverse, los peleadores también a la expectativa de lo que vendría luego.
El arbitro aun no daba la señal para iniciar el cobate, eran minutos de tensión no solo para los que se fajarían en el centro, sino para los que esperaban la pelea y sus consecuencias.
Casi sin darme cuenta me vi rodeado y hasta aprisionado por las personas, todos hombres, en una amalgama desagradable de olores corporales, gritos y empujones. Sin embargo, pronto tuve mi atención puesta sobre Abe, él era uno de los dos que pelearía el próximo combate, su contraprte era un muchacho bastante grande y grueso llamado Charlie, pero aunque mi amigo era de complexión menos ancha, yo sabia que a Charlie se le haría difícil salir victorioso frente a él.
—¡Pawel! Abe dijo que vendrías, pero yo no le crei....que bueno que estes aquí.
Ni siquiera me había fijado en la presencia de Gaspar, uno de los más fieles admiradores de Abe. Por contestación solo asentí con un ligero movimiento de cabeza, mientras el otro chico palmeaba mi espalda con entusiasmo.
Aquella noche recuerdo que Abe salió victorioso como todos esperaban, su triunfo me lleno de la seguridad que necesitaba para adentrarme en ese mundo. En mi ignorancia no tome en cuenta nada más que mis deseos de conseguir un dinero fácil y el atrevimiento de la juventud, cuando nos creemos invencibles y casi a prueba de balas.
Esa noche me fui a casa convencido de que las peleas callejeras serian el primer paso para mi futuro triunfo.
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