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Capítulo 8

¿Enamorado?

Bastian

Por una milésima de segundo me dio la impresión de que Pawel se alegraba de verme allí, pero fue algo pasajero, su expresión cambio tan de repente que me pregunté si solo fue mi imaginación, proyectando mi alegría de encontrarme con él.

—Hola, Pawel.

—Cualquiera pensaría que después de lo que te sucedió la última vez que estuviste por el barrio seria suficiente para mantenerte por el resto de tu privilegiada vida lejos de aquí.

No existía ni una pisca de amabilidad en su actitud, enfatizando palabras como «privilegiada» y «vida» mientras me echaba una hojeada de arriba, abajo.

Enseguida me di cuenta de que Pawel estaba muy enojado y buscaba desquitar su malhumor conmigo.

—Al menos seguiste mi consejo y cambiaste tu ropa por una más de acuerdo con el barrio. ¿A quién se la pediste prestada?

Pawel volvió a recorrerme con su azulada mirada en tanto una leve sonrisita ladeada marcaba sus facciones. Bajo su escrutinio volví a experimentar aquella inquietante sensación, que justo esa tarde me atreví a tratar ponerle nombre, sin embargo, no fue sencillo.

Lo que sentía frente a Pawel, el abanico de sensaciones que provocaba en mi iban desde nerviosismo, la expectación ante la novedad y una chispa de temor ante aquellos sentimientos desconocidos que con solo estar frente a él se apoderaban de mi.

—Los tome prestado del hijo de...una conocida.

Opté por no revelar la identidad de Olga, decirle que era el ama de llaves de mi casa seria darle más motivos para decir que yo era un chico privilegiado y adinerado.

—Vine a regresarte el dinero que me prestaste.

Busqué en unos de los bolsillos del pantalón que me quedaba un poco corto de ruedo, dejando a la vista un par de medias deslucidas, para extraer un billete de dólar y extenderlo hacia Pawel.

—Entendiste mal, no te lo preste, no tenias porque venir a devolverlo.

Guarde silencio, pero consideré decirle a Pawel que no solo el dinero me hizo regresar por el barrio, que la razón principal era mis deseos de volverlo a ver. Al ver que él no tenia intenciones de agarrar el dinero, volví a meterlo en el bolsillo.

Pasando por encima de las mínimas normas de educación mantuve la mirada sobre Pawel y él no se inhibió de devolvérmela, todavía con aquella expresión de enojo. Decidí que no era buena idea, por muchas razones, revelar mi verdadero motivo de estar allí.

De pronto me dio pavor la reacción que pudiera desatar en el malhumorado chico.

—No sé que te sucedió, pero puedo ver que estas muy enojado...

En cuanto aquello salió de mi boca me arrepentí, si Pawel estaba enojado o no era su problema, yo no debi ni mencionarlo, a penas lo conocía. Sin embargo, mis palabras parecieron relajar un poco la expresión adusta en el chico.

Fue allí que me di cuenta de que Pawel no solo estaba enojado, sino que un aura de tristeza se posaba sobre sus claros ojos. Cuando yo estaba triste una buena comida podia hacer milagros y echar mi pesar a un lado, o de plano hacerlo desaparecer.

—Qué te parece si te invito a comer algo, lo que gustes...

No seria problema ir a alguna cafetería cerca. Por unos instantes estaba seguro de que él declinaría la invitación. Nos miramos nuevamente, Pawel escrutaba con atención mi expresión expectante.

—Aquí a la vuelta de la esquina hay una cafetería a la que siempre he querido ir.

No pude ocultar la alegría que sentí ante sus palabras.

—No se diga más, vamos.

Pawel no tardó en enfilar sus pasos hacia el lugar que mencionó y yo no tardé en alcanzarlo igualando sus pasos. La emoción me estaba ganando y traté de disimular mi regocijo.

La cafetería se encontraba en el interior de una tienda por departamentos, en el presente es una de las más antiguas y reconocidas del país, en aquellos días contaba con una moderna cafetería en su interior.
El local era un lugar de moda con un extenso menú de comida rápida americana, que incluía apetitosas hamburguesas servidas con una buena ración de papas fritas, cremosos batidos, entre ellos la famosa bebida que mezclaba el mantecado de vainilla con la burbujeante bebida de soda.

Pawel no lo pensó mucho para ordenar una de las ricas hamburguesas con queso acompañadas por su respectiva orden de papas fritas. Para beber ambos pedimos batidos, yo de chocolate con mucha crema, y Pawel una de esas con mantecado de vainilla y soda.

Ambos nos sentamos frente a frente, en uno de los asientos de vinyl color rojo con una mesa entre los dos donde reposaban en un extremo un envase con salsa de tomate, mostaza, sal y pimienta, además de servilletas.

Yo disfrutaba de mi rico batido de chocolate, mientras Pawel hacía lo mismo, en tanto miraba alrededor sin disimular estar encantado con todo. Hice un enorme esfuerzo por mantener la mirada lejos de él, llevándola hacia el enorme mostrador con asientos de frente que ocupaba buena parte del lado derecho del local. Frente a el, varias personas disfrutaban de sus alimentos. El ambiente olía a cebolla recién salteada y a papas fritas, aromas que abrían el apetito, sin embargo,  ya yo me había atiborrado de sabrosas salchichas callejeras en uno de los puestos del barrio antes de encontrarme con Pawel.

—Siempre quise venir aquí.

Mencionó Pawel, era la segunda vez que lo escuchaba hacer ese señalamiento, su voz mostraba la emoción que sentía. Yo no podia estar más contento con su reacción, la que aumento cuando llegó la humeante comida, multiplicando su entusiasmo.

Por largos minutos no hicieron falta las palabras entre nosotros, mientras Pawel saboreaba la hamburguesa que chorreaba queso derretido, y se echaba de a dos las papas fritas a la boca, yo disfrutaba el espectáculo.

Nunca olvidaré esa tarde, la guardo en el baúl de los más hermosos recuerdos. Recuerdos que atesoro junto a cientos más, y que en ocasiones disfruto perderme en ellos.

Entre mirarlo comer, me di cuenta de lo rápido que masticaba, tragaba y volvía a meterse otro bocado a la boca, y casi embelesado por su expresión satisfecha, saboreaba largos sorbos a mi bebida helada y chocolatosa, así transcurrieron los minutos.

—Que rico todo...debiste probar una hamburguesa con queso, estaba deliciosa...y las papas fritas no tienen comparación.

Pawel echó su cuerpo hacia atrás, pegando la espalda al asiento y llevando las manos sobre su plano abdomen. Lo vi y escuché soltar un largo suspiro de satisfacción.

—La próxima vez será.

En cuanto lo dije me pregunté si aquella mención a un futuro incierto le incomodaría, pero Pawel no pareció molestarse, de hecho, tuve la impresión que ni siquiera internalizo lo que dije.

—¿Quieres postre? Me fijé que hay unos muy buenos. Yo creo que podría comer un poco de pastel de chocolate, se ve riquísimo.

Señalé el menú impreso y protegido por una lámina de plástico que había quedado debajo de la carpeta que llevaba Pawel. Me fije que el chico enderezo su postura de inmediato para echar a un lado la carpeta en tanto deslizaba el menú hacia mi.

—Que sean dos.

Pawel se encogió de hombros, mientras una pequeña sonrisa relajada distendía sus labios. En silencio me felicite, pues tuve razón al pensar que una buena hamburguesa con papas fritas lograría que el enojo y la tristeza desaparecieran del ánimo del chico.

Como siempre no me defraudo un buen pedazo de pastel y Pawel también pareció disfrutarlo aunque comentó que él era más de dulce que de salado.

«Dulce y salado, juntos siempre son una buena combinación»—Hasta yo me sorprendí de tal pensamiento, y creo que eso fue lo que me hizo hacer la siguiente pregunta, buscando alguna distracción.

—¿Qué tienes ahí, en esa carpeta?

Pawel se encogió de hombros en tanto se llevaba a la boca el último pedazo de pastel.

—Algunos dibujos.

Recordé la primera vez que lo vi y me pareció que en el parque eso hacía, dibujar.

—Dibujas...seguro de que tienes mucho talento...¿por qué no me los ensenas? Me encantaría verlos.

Extendí mi mano derecha hacia la carpeta, fue un movimiento casi involuntario, sin ninguna intención, un gesto inocuo, pero Pawel pareció no interpretarlo así.

El chico de cabellos oscuros y ondulados extendió también una de sus manos, la izquierda, hacia la carpeta, pienso que su intención era agarrarla para evitar que yo le pusiese la mano, pero lo que hizo fue darle un manotazo lanzándola fuera de la mesa, al piso.

Por unos segundos nuestras miradas se encontraron, justo antes de que él se moviera con brusquedad fuera del asiento que ocupaba, para ponerse de cuclillas y comenzar a recoger algunos de los dibujos que habían escapado de la carpeta.

Mientras que yo no pude ocultar la sorpresa ante su reacción, en su expresión atisbé temor y una chispa de enojo. Yo permanecí sentado, pero bastante inclinado hacia el lado derecho, así fue como pude lograr ver algo de los bocetos que Pawel se dio prisa en volver a ocultar.

El chico de cabellos oscuros acomodó como quiera su trabajo dentro de la carpeta antes de ponerse de pie, el temor brillando en sus ojos azules cuando me miró.

—No le pongas tus manos encima a mi trabajo.

—No era mi intención...no iba a tomar nada.

Pawel apretó los labios con fuerza aun con su mirada sobre mi, y llevando a su pecho la preciada carpeta.

—Gracias por la comida, supongo que el invitarme a comer puedes considerarlo como tu buena obra de la semana.

Lo que dijo lo tomé como una majadería producto de la incomodidad y el supuesto mal entendido. Sin embargo, quede atónito cuando Pawel se retiro de prisa llevando sus cosas, sin agregar nada más. No me esperé ese desaire.

Enseguida tuve frente a la mesa, a la mesera que nos atendía.

—¿Todo bien?

Entendí que era hora de pagar la cuenta y largarme de allí.

Sorprendido de la peor manera, mientras de fondo escuchaba la canción Don't be cruel de Elvis Presley, saqué de uno de los bosillos un billete de cinco dólares, en esos tiempos suficiente dinero para pagar nuestro consumo y dejar propina.

Minutos luego me encontraba de pie frente a la cafetería, mientras la desolación amenazaba con amargar mi ánimo. Cuando abandoné el lugar absurdamente pensé que Pawel podría estar afuera, quizás se había dado cuenta de que no tenia motivos para tratarme como lo hizo y me esperaba para disculparse, pero pronto me di cuenta de lo ridículo de mis expectativas.

Molesto conmigo mismo inicie el camino, primero con pasos pesados, no obstante pronto agilice mi andar, hacia la estación de tren más cercana.

«Este mal rato te enseñará a no ser amable con desconocidos»—pensaba mientras caminaba. «¿Qué esperabas, Bastian? Apenas lo has visto tres veces»

—No volveré por aquí...no vale la pena. Además, ¿buscando qué?, amistad con una persona que evidentemente no tiene interés.

Con cada paso que daba lejos de Pawel, más me convencí de que no volvería por ese barrio, mucho menos buscando lo que no se me perdió. Sin embargo, el peso de la cadena en mi cuello, aquella que no tuve oportunidad de devolver, parecía asegurar lo contrario.

*****************

El enojo no hizo más que aumentar a medida que el tiempo pasaba, cuando llegué a la casa, no deseaba cruzarme o hablar con nadie así que me apresure escaleras arriba directo a mi habitación. Esa tarde pensaba fingir sentirme mal para ahorrarme tener que bajar a cenar con la familia.

Decidí prepararme un baño, esta vez queria echar un poco de fragancia perfumada al agua de la tina y hundirme en la tibia agua, algo que no hacia a menudo.

Vistiendo únicamente el colgante con el dije alrededor de mi cuello entre a la tina y me acomode sobre su fondo de cerámica, apoyándome con los brazos sobre los bordes. Cerre los ojos aspirando el aromático vapor que subia del agua, recuerdo que esa tarde fue la primera vez que fui consciente, muy consciente, de la atracción que me arrastraba hacia el huraño chico de cabellos oscuros.

Y por primera vez tuve la necesidad de autocomplacerme, y mientras lo hacia pensaba en Pawel, en su sonrisa torcida, en sus ojos azules brillando con enojo aquella tarde.

El recuerdo de Pawel, intercalado con las sensaciones que provocaba en mi, me llevaron a aplicar algunos torpes e inseguros movimientos sobre mi estimulado pene. Obnubilado no me cuestione nada, ni siquiera la atracción que sentía hacia otro varón, en ese momento lo que deseaba era llegar hasta la cima y vaciarme en espasmos.

—¡Bastian!...¡Bastian!

De un solo movimiento enderece mi postura en la tina, de manera brusca, tan brusca, que una buena parte del agua salió hacia afuera, salpicando el suelo de losa blanca. Mi novel experiencia masturbándome se quedo incompleta y los deseos desaparecieron de raíz.

Al otro lado de la puerta se encontraba Hanna, a su llamado le siguieron algunos golpes a la madera. Azorado mi mirada fue hacia la perilla de la puerta, no recordaba si había pasado el cerrojo o no.

—¡Ya voy!

—Aquí te espero.

Dejé salir un suspiro, me enjuague como pude y ate una toalla a mi cintura antes de cubrirme con mi bata de toalla. El recuerdo de lo que hacia minutos antes pinto mis mejillas de tibieza y rubor, y justo en esos momentos fue cuando algunos interrogantes, que preferí no contestar, comenzaron a incomodarme y luche por hacerlos a un lado antes de salir y encontrarme con mi hermana.

Hanna me esperaba sentada en posición india, justo en el medio de mi colchón. Se había quitado los zapatos, pero conservaba las medias. Caminé hasta detenerme frente al mueble donde guardaba la ropa de estar en la casa. Sobre el mueble había un espejo cuadrado, en la superficie un peine y varios frascos de costosa loción.

Le eché un vistazo a Hanna a través del espejo, mientras peinaba hacia atrás mi cabello húmedo. Mi hermana no perdió detalle de mis movimientos con su escrutadora mirada.

Dentro de unos minutos deberíamos bajar a cenar, aunque no eran mis intenciones.

—El tío aún no a llegado.

Saque algo de ropa de las gavetas y volví al baño, minutos luego regrese a la habitación.

—No me siento con ánimos de bajar a cenar...más tarde ire por algo de comer a la cocina, si me apetece.

—Tú y el tío Andreas están muy raros últimamente.

Fui a sentarme al borde de la cama y me acomodé para poder verla de frente.

—Y con mamá siempre en cama, me tocara comer con Annette, la pobre ya no disimula lo mal que la esta pasando.

No supe que decir, o si Hanna queria que dijera algo. Mi hermana pasaba la mayoría del tiempo sola, sus mejores amigas se habían ido de vacaciones con sus respectivas familias y Hanna no conocía a nadie cerca con quien salir.

La miré bajar la mirada a su regazo y ocuparse de arrancar, distraída, algunas pelusas de sus pantalones.

—Esta bien, bajaremos a cenar juntos y luego pasamos a ver a mamá.

Hanna levantó la mirada sonriente.

—¿Dónde estabas hoy?

Su pregunta me descoloco por segundos, aunque debi de esperarla de mi curiosa hermana mayor.

—Con unos amigos...

Hable en plural a propósito.

—¿Amigos? Que yo sepa tu no tienes amigos en la zona. Todos tus conocidos del internado están a miles de kilómetros de Nueva York.

Me puse de pie y anduve hasta la puerta del cuarto.

—Tengo nuevos amigos que no conoces.

Hanna bajo del colchón y se ocupo de calzarse, yo hice lo propio antes de abrir la puerta hacia el pasillo. Mi hermana se acerco a mi, mientras una traviesa sonrisita se posaba en sus labios.

—No me digas que estas enamorado...a mi me parece que lo que te tiene lejos de la casa tan a menudo es una hermosa chica de largos cabellos.

Casi inconscientemente mi cuerpo reacciono a los dichos de Hanna, azorado me di cuenta del rubor que pinto mis mejillas, y del calor por todo el pecho.

—Eso es...una linda chica te tiene encandilado...¿Cómo se llama?

—No digas boberías, Hanna.

Hanna paso frente a mi haciendo algunos pasos de baile y morisquetas rumbo al pasillo.

—Estoy casi convencida de que no son boberías, pero tranquilo, no tienes porque darme detalles, ya el tiempo dira.

Hanna iba dando pequeños saltos por el pasillo frente a mi, que opté por dejar que pensara lo que quisiera y no perder energía en aclararle las cosas. Mientras la seguía lleve una de mis manos al pecho, y por encima de la tela de mi camisa palpe el dije que no me pertenecía, pero que aun así llevaba.



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