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Capítulo 5



Inquietudes

Pawel

Me esforcé por lucir despreocupado, por ocultar lo que para mi era evidente, lo atraído que me sentí hacia él desde el primer momento, y llevar mi mirada lejos de Bastian, ese chico de cabellos casi blancos y ojos grises que lucia bastante contrariado después de su encuentro con Abe y la pandilla.

Ninguno de los dos sonreía, de mi parte quedo atrás la actitud amistosa, ya no tenía que fingir delante de Abelard que el chico era mi amigo Ivan, solo para que mi vecino lo dejara en paz.

Quizás con decirle a Abe que conocía a Bastian hubiese sido suficiente, pero con el pandillero nunca se podía estar seguro de su reacción, que a menudo se basaba en su estado de animo o cuanto alcohol corría por su sistema.

No era la primera vez que veía a Abe meterse con alguien buscando aprovecharse de la situación, por lo común eran personas vulnerables, ya fuera porque eran muy jóvenes o quizás, como Bastian, personas que no vivian en el barrio y que podrían estar desorientados y perdidos. Además del chico rubio probablemente le llamó la atención su vestimenta de calidad.

Abe y su pandilla no dudaban en abordar a la persona, para, por las buenas o por las malas, despojarla de dinero y pertenencias. No fueron una ni dos las ocasiones en que oí decir que Abe no tenía piedad, que no le importaba dejar a su víctima casi desnuda con tal de robarle ropa de calidad y zapatos.

Estaba seguro que de no haber llegado a tiempo, este chico, Bastian, hubiese terminado con algo menos que el dinero para tomar el tren de vuelta a casa.

Abelard y yo nos conocíamos desde que éramos unos niños, no éramos amigos, pero eso no fue importante ni para él y mucho menos para mi, cuando tuvimos que ayudarnos mutuamente.

Recuerdo la de veces en que Abe ahuyento a varios abusadores, casi todos compañeros de escuela a quienes le encantaba pasar el rato dándome golpes en la nuca, empujándome y burlándose de mi por ser el chico flaco y bajito del salón.

No fue hasta que cumplí los quince años que di el estirón como decía la tía y gane peso y músculos, aquello último también se lo debía a Abe que un verano se dedicó a, según él, entrenarme, obligándome a hacer ejercicio. Ese verano Abe me enseñó a defenderme y ya no hizo falta que él sacara la cara por mí, desde ese momento en adelante fui yo el que los puso en su lugar.

La historia de vida del muchacho era triste. Abe era huérfano y se había criado prácticamente solo luego que su abuela paterna, que se hizo cargo de él cuando sus padres fallecieron en un accidente de auto, murió. Por esos años Abe contaba con doce  y aunque el estado lo llevo a un hogar de acogida planeando que estuviese allí hasta los dieciocho, Abe tenía otros planes, según decía, siempre le costo respetar la autoridad.

Además, contaba que prefirió pasar trabajo, frío y hambre viviendo en las calles, a estar con aquellas familias que lo abusaban...

Abe jamás hablaba de la clase de abusos que sufrió a manos de esas personas, y yo nunca pregunte. Eso si, al escucharlo siempre pensaba lo afortunado que fui al quedar a cargo de mi tía, y no quería ni pensar en un destino similar al de Abelard.

—¿Me recuerdas? Por eso me ayudaste con tus amigos.

Estaba seguro que Bastian caminaba detrás de mi, lo que no me esperaba era la pregunta. No me detuve, mientras Bastian se adelantó e hizo un esfuerzo por caminar a la par mia.

—No son mis amigos...

Quizás fue innecesario hacer esa salvedad, pero la verdad no deseaba ser considerado uno más de la pandilla de Abe. Aun así no negaré que me sentí algo incómodo y confundido porque de alguna forma me distanciaba de las personas como yo, del barrio.

—Y si, te recuerdo...eres el chico del parque que comía con mucho placer un pedazo de pastel de fresas con crema.

Muy apetitoso, debo decir.

Le eché un rápido vistazo a Bastian, y noté que no se esperaba la referencia sobre el pastel. Ambos nos detuvimos en la intercepción, en aquellos años el trafico de la ciudad no era tan caótico, aunque ya comenzaba a dar indicios de que lo sería en un futuro no tan lejano.

—¿Qué haces por el barrio?, me atrevería decir que estas bastante lejos de tu casa.

El comentario cayo en oídos sordos pues Bastian nada dijo.

El barrio donde vivía no contaba, por esos días, con indicadores que ayudaran a cruzar las calles o avenidas. Para ese entonces solo confiabas en tus ojos y buen juicio.

Recuerdo que en aquel momento cuando nos disponíamos a cruzar la calle, pude reaccionar a tiempo, y con mi mano derecha sobre el pecho de Bastian atajé su avance, evitando que el muchacho fuera arrollado por una motocicleta que salió de la nada a toda velocidad. Bastian se petrifico de cara al  vehículo que cruzo frente a nosotros, sus ojos grises dieron la impresión de que se saldrían de sus orbitas y su respiración agitada.

—Un poco más de cuidado.

No pude dejar de mencionar, aunque sabia que el muchacho parecía dejarse llevar por lo que yo hacía, y yo no había visto la motocicleta hasta que fue muy tarde. Con el área despejada cruce con él a mi lado.

—¿De dónde vienes?

—De lejos.

Caminamos a la par, sin dirigirnos la palabra durante algunos minutos. Yo, a propósito, había iniciado el camino hacia la próxima estación de tren, porque estaba seguro de que después de aquel mal rato el chico a mi lado tendría urgencia de largarse del barrio. Aunque a mi no me molestaría pasar más tiempo en su compañía.

Me detuve, y Bastian conmigo. La gente continuó moviéndose a nuestro alrededor, algunos arrimándose tanto a nosotros que en algunos momentos temí seriamos empujados.

—No quieres decirme donde vives porque desconfías de mi...es natural, mírate y mírame a mi.

No pude dejar de mencionar lo que yo suponía, mientras lo señalaba con el dedo índice. Todo en Bastian gritaba de donde venía, y entonces volví a preguntarme que buscaba este chico allí, quizás se había perdido...por segunda vez.

—Eres un privilegiado, solo hay que mirarte.

Nuestras miradas se encontraron y yo mantuve mi gesto altivo, ningún chiquillo rico me haría al menos.

—¿Qué tiene de malo mi vestimenta?

Su pregunta, hecha a la defensiva, solo me causo gracia.

—Nada, no tiene nada de malo, al contrario, pero te identifica como niño rico y eres blanco fácil para...para algunas personas. Si vuelves por el barrio trata de vestir con prendas menos costosas, eso también incluye el calzado.

La idea de volverlo a ver por el barrio me parecía muy atractiva, pero poco probable, no después de lo que le sucedió con Abe.

—Vivo en Upper East Side, y créeme, no desconfío de ti. No podría...

Me hice una idea del barrio donde vivía Bastian que había bajado la mirada hacia sus manos entrelazadas. El Upper East Side era un barrio de ricos ubicado en Manhattan, cerca de Central Park. En aquellos años en ese barrio vivían familias tales como los Rockefeller, los Roosevelt y los Whitneys.

—¡Espera, Pawel! No tengo ni un dólar...

Deshice los pasos que adelanté, volviendo frente a él que se había quedado rezagado y como petrificado.

—No te preocupes, yo te doy para el pasaje, vamos —Quise animarlo con mis palabras y gestos, caminé varios pasos y volví a hacerle un gesto con mi mano que acompañé con una sonrisa de confianza.

Nuevamente Bastian se apresuro a seguirme, mientras yo rodaba los ojos y disimulaba una sonrisa complacida. Allí yo era quien marcaba el paso. La noche aún no arropaba la ciudad, era verano y aun quedaban algunas horas de claridad a pesar de ser más de las seis de la tarde.

El muchacho y yo pronto llegamos frente a la escalera que nos llevaría al subterráneo, a esa hora había disminuido un poco el flujo de pasajeros, en su mayoría personas que regresaban de sus trabajos, algunos realizando cambios de un tren a otro hasta llegar a su destino.

Los gastados escalones nos adentraron casi a otro mundo, repleto de olores y con un ambiente a veces sofocante, donde el chillido de los frenos y el metal contra metal llenaba los sentidos.

A esa hora pico no solo había pasajeros esperando abordar sino artistas callejeros ofreciendo pequeños espectáculos para entretener a las personas, en busca de alguna moneda. Me di cuenta de que Bastian los miraba fascinado, aunque seguramente no era la primera vez que era consciente de ellos.

Pronto nos encontramos de frente a la taquilla donde Bastian debía de comprar su boleto y más cerca de verlo partir. Ambos nos quedamos unos segundos mirando el movimiento de personas en el Adén, y fui yo quién se obligo a ponerse en movimiento metiendo la mano en uno de los bolsillos del pantalón para extraer el dinero necesario.

Mi intención era dárselo a Bastian y que él se encargara de comprar el boleto, pero cambié de opinión y fui directo con el hombre de gafas que vendía los pasajes.

—Aquí tienes, sabes que debes de cambiar de tren una vez estes en...

—Lo sé...

Bastian se hizo con el boleto y me dio la impresión de que la tensión acumulada durante la tarde comenzaba a pasarle factura. El chico lucia más enjuto que minutos atrás, lo que yo interpreté como urgencia por irse. Pensé en desearle buen viaje, quizás añadir algún sabio consejo, pero no me animé, y terminé convencido de que no debía inmiscuirme demasiado.

—Gracias.

Fue un seco agradecimiento y más seco fue mi leve movimiento afirmativo con la cabeza. Mientras yo le echaba un vistazo, Bastian hacía lo mismo. Nos miramos brevemente y por primera vez vi un tenue intento de sonrisa en sus labios, fue un rápido avistamiento de su hermosa sonrisa antes de que el chico rubio se adelantara, alejándose de mi para unirse a los demás pasajeros.

Estuve varios minutos atisbado en la dirección en que Bastian se alejó, desde donde me encontraba aun podía distinguirlo entre las personas, su fina chaqueta era fácil de diferenciar. Desde mi posición experimenté el impetuoso deseo de que Bastian volteara a verme y eso parecio convertirse en un ancla, pues no quería moverme, aunque sabia que lo correcto era subir la escalera hacia la calle e irme a casa.

El estruendo provocado al acercarse dos trenes, junto con el bastante evidente vibrar del suelo me saco de esa nube en la que permaneci, pero tampoco fue motivo para ponerme en movimiento. El tren que debía abordar Bastian se detuvo con el característico silbido, como si aquella potente maquina se desinflara y por un momento perdí de vista la fina chaqueta que vestía el joven de ojos grises.

Me esforcé, sin embargo, no lograba localizarlo dentro del vagón atestado de gente. Aún buscándolo dejé escapar un suspiro de resignación, y ya dispuesto a dar la espalda e irme a casa, fue qué lo vi, y él me vio. Nos miramos atraves del vidrio de una de las ventanas del vagón, justo cuando el tren comenzaba a moverse, llevándose lejos a Bastian, y en último e espontáneo gesto de despedida con la mano le dije adiós.

No hubo reciprocidad de su parte, tampoco la esperanza de volverlo a ver.


*********************


Esa noche llegué a casa después de la cena, ganándome un intento de regaño por parte de mis tíos. Nunca antes paso algo así, motivo por lo cual, en especial mi tía, comenzó a preocuparse de que me hubiese sucedido algún accidente o problema en la calle.

Me disculpe con ambos, pero no les dije sobre Bastian, simplemente me excuse diciendo que me había distraído viendo a los chicos echarse encima el agua desperdiciada de los hidrantes callejeros para mitigar el calor.

—Esos chiquillos lo único que hacen es desperdiciar agua —mencionó mi tía con desaprobación. En muy pocas ocasiones y siempre a escondidas de ella, me atreví en el pasado a aplacar el calor de esa forma.

Después de mi rutina de limpieza en la cocina, me di una ducha de agua fría y vistiendo solo unos pantalones cortos me eché sobre el colchón, la calurosa noche no daba para más.

Me regocije repasando, mientras esperaba la inconciencia, el inesperado encuentro con Bastian, como se dieron las cosas. No por primera vez desee haber podido compartir un poco más con el chico, aun cuando tenía mis reservas sobre la diferencias que existían entre él y yo.

Tenía tantas dudas y preguntas sobre él, y algunas interrogantes sobre como me sentí yo cerca de él...

No obstante, estaba casi seguro de que no nos volveríamos a ver, pues yo no tenía idea de donde exactamente vivía, y él probablemente lo pensaría
dos veces antes de volver por el barrio.

Recuerdo que ese fue uno de mis últimos pensamientos conscientes, antes de dejarme arrastrar por la inconciencia del sueño.

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