Capítulo 4
Seguro y confiable
Bastian
Últimamente el ambiente durante la cena era tenso, todos comíamos en silencio, apenas intercambiando palabras entremedio de los característicos sonidos de la vajilla y los cubiertos de plata sobre la loza.
Todos, nos comportábamos educadamente, en especial cuando se encontraba Andreas. Hanna y yo a un lado de la enorme mesa, con el tío en un extremo y Annette, su esposa, en la otra.
Por esos días mi madre cenaba en su cuarto, de hecho, hacía casi todo en su habitación, aislada. No era la primera vez que algo así sucedía, desde la muerte de mi padre, mamá ya no era la misma y sufría aquellos episodios de mutismo y aislamiento.
Para mí era común después de la cena pasar por su habitación para sentarme en una silla al lado de la cama donde ella yacía, casi siempre con los ojos cerrados, solía contarle lo que había hecho en el día.
A ella fue la primera persona a quién le hablé sobre el chico del parque, aquel muchacho en quien no había dejado de pensar, el dueño de la cadena y el dije, a quien deseaba volver a ver.
—Sin embargo, no sé dónde encontrarlo, mamá.
Esperé en vano una respuesta de ella que nunca llegó. Frustrado me fui a mi habitación inquieto porque amaneciera, mi propósito era volver al parque, esperando no solo poder encontrar el camino hacia el lugar, sino al chico. Todo el fin de semana había estado esperando el inicio de la nueva semana para tener un poco de libertad y salir a buscarlo.
Levantarme temprano no era problema para mi, en el internado nuestro día comenzaba antes de la seis de la mañana. Recuerdo que ese día en especial no pude quedarme más tiempo acostado, llevaba despierto horas mirando el alto techo.
Por aquellos días mi vestimenta era algo rutinaria, pantalones largos azul oscuro, camisas de mangas cortas en colores claros y una chaqueta de tela bastante gastada por los años que llevaba en mi poder.
Solía llevarla aun en días calurosos de verano, como aquel.
Era lunes y dejé la casa casi pisándole los talones a mi tío. Llevaba la cadena alrededor del cuello, oculta entre la ropa. Desde que aborde el primer tren me di a la tarea de concentrarme, no podía perderme.
Y no lo hice, aunque terminé bajando en una estación de tren a una cuadra del parque, pero igual pude guiarme. Mientras más me acercaba al lugar donde vi por primera vez al dueño del dije, más emoción sentía, y los latidos del corazón aumentaron de intensidad, y no solo por la caminata.
No por primera vez me pregunté cuál sería su nombre. Ese día estaba seguro de que tendría suerte, que volvería a ver al muchacho para devolverle lo que le pertenecía, aunque también pensaba en que podía de alguna manera acercarme a él, entablar una conversación que quizás nos llevaría al comienzo de una amistad.
No obstante, ese día me sentí bastante frustrado cuando al pasar las horas me di cuenta que no tendría suerte, el esperado chico no apareció. Al otro día hice el mismo recorrido, con igual resultado. Enojado, desbordando desilusión por cada poro, regresé a la casa seguro de que mis esfuerzos por encontrarme con el escurridizo chico no darían frutos.
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Por varios días ni siquiera salí de la casa, pues no le veía el caso, tampoco tenía a donde ir. Mi espíritu aventurero de unas semanas antes parecía dormido, mi buen ánimo de alguna manera se vio afectado por la poca suerte que tuve en la búsqueda del chico del parque.
De a poco fui cayendo en cuenta de la casi obsesión que había desarrollado en torno a aquel chico del que ni siquiera sabía el nombre y fue entonces cuando me dije que no podía permitir que un suceso aislado arruinara lo que restaba de mis vacaciones de verano. Y aunque pensé no volver por el parque, eso fue lo primero que hice una semana después.
Estuve algunas horas sentado en el mismo banco de madera que el chico había ocupado semanas atrás, ese día los rayos del sol se sentían menos intensos y una brisa suave refrescaba la piel de mi rostro y brazos. Después de quitarme la chaqueta, disfrute de un Blackout dulce y refrescante que compre de camino al parque. El Blackout no era otra cosa que dos bolas de mantecado de vainilla con refresco de soda.
Esperé que esa vez apareciera el dueño del dije que tenía oculto sobre mi pecho por un buen rato, pero me pareció que ese día era otro intento fallido. Cansado de mirar pasar frente a mi un mar de gente, pero ni rastro del chico de cabellos oscuros y ondulados, terminé por levantarme, colocarme la chaqueta y enfilar lejos del parque.
No me dirigí a la estación de tren para volver a casa, sino que vagué por el cercano barrio más allá de la panadería donde había comprado aquel rico pastel de fresas con crema.
No voy a negar que pensé en entrar y darme nuevamente el gusto, pero, ya había ingerido demasiado dulce por el día.
Caminé y caminé sin rumbo, de manera irresponsable, tampoco estaba pendiente del entorno y pronto me vi totalmente perdido. Me di cuenta de que pronto caería la noche, no supe cómo pude perder tanto tiempo, y me urgía encontrar la estación de tren más cercana. En aquellos años no abundaban, de hecho, podían estar separadas por varios bloques de distancia.
Deambule por calles que jamás había visitado antes, entre personas trabajadoras, que día a día luchaban por sacar a sus familias hacia adelante y recordé que por algunos años mis padres pertenecieron a esa clase obrera. Mamá fue por un tiempo igual que esas mujeres con sus cabellos recogidos bajo un pañuelo, algunas de ellas ojerosas que caminaban encorvadas con una bolsa de papel en sus brazos, quizás cargando lo que cocinarían para su familia esa noche.
Y mi padre uno más de esos hombres jóvenes que deseaban darle un futuro mejor a sus hijos y querida esposa, aquello que tenían buenas intenciones, pero que en ocasiones se dejaban vencer por los golpes de un mundo que sentían, no apreciaban su esfuerzo.
Terminé caminando arrastrando lo pies y casi vencido, mirando con afán a mi alrededor a punto de pedirle a cualquiera me indicara el camino a seguir para llegar a la estación donde pudiera tomar el tren de vuelta al Upper East Side.
Sin embargo, continue varios bloques más, vencido.
Mi atención fue captada por un variado grupo de muchachos disfrutando del agua fresca que dejaba salir un hidrante en una esquina, y desperdiciando el preciado liquido calle abajo.
Supe de inmediato que no fue buena idea mantenerme mirándolos, cuando cuatro de ellos se separaron del grupo y caminaron en mi dirección, interceptando mis movimientos, obligándome a detenerme. Eran cuatro muchachos bastante altos y fornidos, en especial el que parecía ser el líder.
El líder se adelantó, a sus espaldas tenía a tres de sus amigos. Los cuatro iban mojados, chorreando agua desde la cabeza a sus pies descalzos. El primero y más cerca de mi buscaba mirarme de frente y directo a los ojos.
Noté que tres de los cuatro chicos físicamente eran bastante parecidos entre si, todos llevaban el cabello castaño peinado hacia atrás estilo Elvis Presley, sus ojos de color marron eran bastante comunes, pero brillaban con altanería y algo de agresividad. El líder tenía el cabello rojizo y ensortijado, pero compartía la expresión de chico malo con sus amigos.
—Tu no eres de por aquí...señorito bonito.
Una mueca burlona precedió el comentario, sus amigos dejaron escapar algunas risas, mientras se echaban miraditas los unos con los otros a la espera, al parecer, al siguiente movimiento de su jefe.
—No deberías caminar solo por estos lares, muchacho.
Aunque no supe que decir mantuve mi atención sobre él, pues nada me daba confianza.
Lo que sucedió luego no me lo esperaba, porque mi primera impresión fue que me encontraba frente a un grupo de inadaptados que se divertían molestando a los demás, sin embargo, de ahí a la agresión física no lo considere un peligro. No obstante, confirme estar muy equivocado, cayendo en una total ingenuidad.
El muchacho me pego un empujón tan fuerte que fui a parar sobre la acera, al caer y tratar de parar la caída con mis manos, me raspé de manera dolorosa las palmas. Antes de tener la oportunidad de levantarme ya tenía sobre mi a otro de los chicos tanteando mis bolsillos.
—Este señorito no tiene mucho que ofrecer, Abe.
Agité los brazos a diestra y siniestra buscando sacarme de encima al intruso, quería pegarle un buen golpe, pero no tuve suerte.
El chico de uñas sucias, que no paraba de reírse, agitó un dólar, mi pasaje para volver a la casa.
—Dame acá. Para algo sirven.
En aquella época un dólar no era una cantidad despreciable.
El tal Abe le arrebato el dinero al chico risitas que se alejo de mi para reunirse con los otros dos. A nuestro alrededor a nadie parecía importarle los abusos de aquellos chicos, o era que no se atrevían a intervenir por miedo.
Quizás aquellos mozalbetes eran la temida pandilla del área.
Mientras me encontraba todavía en el suelo pensé que bien me había buscado estar en esa situación, adentrándome en un lugar que no conocía, pero que evidentemente estaba poblado por personas sin educación, donde la pobreza los llevaba a cometer actos como ese del que era una víctima.
Mi estupidez me llevo allí y ahora pagaría las consecuencias. Aproveche la corta distracción de la pandilla para ponerme de pie, planeaba salir corriendo de una vez.
—Quítate los zapatos, señorito.
Tardé unos segundos en comprender el significado de las palabras del grandulón, y otros tantos en darme cuenta de que no bromeaba. El tal Abe volvió a plantearse frente a mi, está vez no sonreía, y llevaba su mirada de mi rostro hasta mi calzado.
Las cosas comenzaron a tornarse casi irreales. Miraba a los cuatro chicos frente a mí, en especial al chico de cabellos rojizos ensortijados. Los demás no dejaban de moverse, inquietos como siempre, esperaban las decisiones del otro.
—¿Acaso no me oyes, niño privilegiado?
El pelirrojo hizo el amague de cubrir los pocos pasos que lo separaban de mí al mismo tiempo en que otro de los chicos, el más robusto de ellos se acerco por uno de mis costados. Yo apenas podía creer que todo aquello, ese acto delictivo, ocurría a plena luz del día, en una calle llena de gente que iba y venía, vehículos transitando, incluso vi una patrulla de policía no lejos de allí, y todos parecían hacerese los desentendidos.
—¡Ivan, amigo...me he cansado de esperarte!. No sabía que estabas con Abe y sus chicos...
Lo primero que noté fue la profundidad en la voz del varón que se quejaba, aunque ni idea de quién era Ivan. Todos, incluso yo, giramos en torno a la persona que se acercaba desde la otra acera.
—Pawel, dichosos los ojos que te ven, ya te echábamos de menos.
El tal Abe se alejo de mi, sus compañeros de fechorías caminaron justo detrás de su lider, en un instante ninguno me prestaba atención, y yo sentí que me desinflaba al soltar un suspiro de alivio. Realmente no sabía como podría lidiar con esa situación antes de que llegara el chico que procuraba al tal Iván.
Mi primer pensamiento fue aprovechar la distracción de la pandilla e irme rápidamente, corriendo. No obstante, un vistazo hacia el recién llegado me dejo paralizado en el lugar, olvidando las intenciones de huir.
El chico que se acercaba, el tal Pawel, no era otro que el muchacho del parque, el dueño de la cadena y el dije que yo tenía alrededor del cuello, oculta por mi ropa.
Atónito miré al muchacho saludar a cada uno de los pandilleros, incluso a Abe le dio un rápido abrazo, antes de caminar directo hacia mi para palmearme uno de mis hombros, mientras enarbolaba una sonrisa amistosa.
—Pensé que me habías dejado plantado, amigo.
No pude separar mi mirada de la azulada de él, en tanto el chico del parque llevaba su brazo sobre mis hombros arrimándome hacia si. A mis fosas nasales llegó su sencillo aroma a ropa limpia y jabón cremoso, nada de finos perfumes.
Lo que sucedió después lo llevo grabado en mi memoria aunque en el momento no lograba creerlo del todo. Varios días después aún le daba vueltas al asunto, asombrado de lo afortunado que fui con la llegada de Pawel, justo a tiempo para evitar que las cosas con esos mozalbetes llegaran a más.
Además, era él a quién buscaba, mientras vagaba por ese peligroso barrio.
—Tienes cara de asustado, Ivan.
Comprendí de que iba todo el asunto del tal Ivan. La intención del recién llegado era hacerle creer a la pandilla que él y yo éramos amigos, por eso me llamaba Ivan a falta de saber mi verdadero nombre. Todo era una improvisación para engañar al tal Abe y su grupo.
—¿Qué le hiciste a mi amigo, Abelard?
—Nada Pawel, ¿cómo crees? Un amigo tuyo, es amigo mio.
Lejos de oírse como algo que decía por decir, las palabras de Abe se escucharon sinceras. Pawel soltó una risa que imitaron los demás, menos yo que no conseguía ni siquiera, levantar la mirada del suelo. Alli la habia llevado en mi afan por apartarla del chico de cabellos oscuros pues sentí que era imprudente mirarlo de esa manera.
Fui conciente de que por algunos largos minutos no pude dejar de mirarlo, estando mitad mesmerizado por su, para mi, atrevida manera de comportarse, en parte porque ya desde ese día, eso sin contar la primera vez que lo vi, Pawel logró conquistar no solo mis pensamientos, concientes y no concientes, sino mis más secretos anhelos.
—Tu amigo no puede decir que lo tratamos mal...¿cierto Ivan?
Con la mirada de cinco pares de ojos encima me apresure a afirmar sus dichos con un rápido movimiento de cabeza.
—Ves, amigo...no tienes de que preocuparte. Y tu, Ivan...la próxima vez que estes por el barrio, camina tranquilo que nadie se meterá contigo.
Puse todo mi empeño en embozar una sonrisa, la mejor que pude.
—Nos vemos después, Abe.
—Nos vemos, Pawel, saludame a tus tios.
Abelard y su pandilla se acoplaron para cruzar la calle en dirección hacía la acera que había cruzado Pawel para llegar hasta donde estábamos.
Mantuve la mirada en el grupo que pronto se disperso entre la gente, lo cierto era que no me atrevía a mirar al chico frente a mi. No sabía que decirle además de las gracias, en realidad no podía saber si Pawel me recordaba. También pensé que debía de buscar el momento propicio para devolverle la cadena con el dije.
—¿Y ahora como hago para tomar el tren y regresar a casa?
Mi queja era producto de la incertidumbre, y definitivamente no era lo que tenía pensado decir. Lo menos que deseaba era mostrarme como un quejica frente a aquel chico que parecía tan seguro de si mismo y listo para solucionar cualquier situación. Recuerdo que aquello último fue lo que pensé sobre Pawel, mi primera impresión del muchacho.
—Tranquilo, ya veremos qué hacer con eso. ¿Cómo te llamas?, porque me imagino que no será Iván...
Pawel se movio de manera tal que quedamos de frente. El chico sonrió de manera tranquilizadora y extendió su mano derecha hacia mi.
—Me llamo Pawel Norwalk.
—Yo soy Bastian Schneider —Me apresure a aceptar su mano, para darle una fuerte y rápida sacudida— . Mucho gusto...
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