Capítulo 3
Atípico
Pawel
La sopa de remolacha no era mi preferida, pero Wiktor la adoraba y mi tía no perdía ocasión para hacerla. Esa tarde disfruté muchísimo la hogaza de pan con mantequilla y un pedazo de queso, mientras revolvía medio plato de sopa esperando el momento adecuado para echarla por el desague.
En tanto un intrusivo pensamiento se apoderaba de mi mente, recordando al chico del parque, aquel que comía con tanto gusto un pedazo de pastel y me pregunté si le gustaría la sopa de remolacha.
Esa noche Wiktor no dejaba de hablar, con su voz algo chillona, sobre los nuevos vecinos, un matrimonio amigo que al día siguiente traería su mudanza.
—Mañana será un día muy ocupado, Pawel. Ya me comprometí con Apoloniusz y Julia para ayudarlos con los muebles, y por supuesto cuento con tu ayuda, jovencito.
Ante aquel anuncio solo asentí con un ligero movimiento de cabeza, sin entusiasmo alguno.
No estaba para oír chacharas sin importancia sobre los nuevos vecinos y mucho menos analizar el último comentario que Wiktor hizo, que sentí para mi, cuando mencionó lo bonita que era la hija de quince años del matrimonio, de nombre Ewa. Esa tarde más que nunca deseaba irme a mi habitación.
Fui el primero en levantarme para encargarme de lavar los platos sucios y limpiar la mesa y la cocina, tarea que últimamente hacía sin esperar por nadie, mientras Albinka y Wiktor solían terminar la noche viendo el telediario.
Esa noche se me hizo fácil la limpieza, era lo único bueno de la sopa de remolacha, la olla donde Albinka la hacía era fácil de enjuagar. Mientras terminaba de fregar los tres platos hondos mi atención fue al frente, hacia el exterior del apartamento, a esa otra ventana que podía ver con claridad desde mi posición frente al fregadero, atisbado entre medio de las ajadas cortinas.
La ventana en cuestión no tenía cortinas, la luz eléctrica estaba encendida, echado la penumbra a los rincones e iluminando a la pareja en el centro de la habitación. El hombre era alto y bastante robusto, ella todo lo contrario y de cabellos cortos, aquello último no me parecio curioso pues por aquella época algunas damas llevaban cortes bastante altos.
La interacción entre la pareja fue rápida, pasó de un corto diálogo, a las caricias y besos apasionados que ni siquiera en películas yo había presenciado antes. Un ramalazo de calor se apodero de mi rostro y aunque por un lado quería apartar la vista y ajustar la cortina, dar la espalda e irme al cuarto, no lo hice, aun cuando ya no tenía nada más que enjuagar, permanecí de pie frente al fregadero, con el agua corriendo sobre mis manos vacias, y la mirada fija en los movimientos de aquellos dos desconocidos que no dejaban de besarse, mientras ninguno de los dos parecía poder dejar las manos quietas.
El hombre se encontraba de espaldas a la ventana mientras la chica rodeaba su cuello con los delgados brazos.
—Interesante panorama, pero no es correcto espiar a los vecinos, Pawel.
Curiosamente en el preciso momento en que Wiktor hacía ese comentario muy cerca de mi oreja, la chica levantó la vista y por espacio de segundos su mirada se cruzó con la mía.
Baje la vista, con torpeza y algo avergonzado, y cerré el flujo de agua. Wiktor estiró un brazo desde su posición a mis espaldas y corrió la cortina de un solo tirón.
—Ve a dormir, Pawel, mañana nos espera un día pesado.
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Siguiendo la costumbre me acomodé de frente al escritorio, dispuesto a buscar en el morral el bloc de dibujo y el carboncillo, pero mis intenciones de dibujar uno de mis diseños no se materializaron sobre el papel, y por unos segundos mi mente pareció estar en blanco.
No obstante, fue el recuerdo del chico rubio en el parque el que llenó mi mente y sin pensarlo comencé a trazar líneas, a rellenar espacios, a sombrear aquí y allá. Y poco a poco sobre el papel, fue formándose un rostro muy parecido al del privilegiado chico.
Me detuve de pronto, un poco desorientado, nunca antes le había dado tanta mente a un extraño, a alguien que seguramente no volvería a ver. Mucho menos tomando de mi tiempo, casi sin darme cuenta, para plasmar en papel el rostro de un desconocido.
Confundido, desprendí la hoja del bloc para apilarla con algunos dibujos de naturaleza muerta que tenía en una carpeta, a ese punto, agotado, decidí que lo mejor sería acostarme.
Fue entonces cuando sentí un inexplicable deseo de ver la fotografía en blanco y negro de mamá. Busque el el interior del morral la cadena con el dije, allí solía llevarla cuando me la quitaba, pero no la encontré. Vacié el morral y lo sacudí con ahínco, en mi desesperación por hallar aquel recuerdo de mi madre.
—No puedo ser tan torpe...
Sin embargo, la falta del dije confirmaba que si lo era.
—Lo perdí...perdí el único recuerdo de mamá.
Recuerdo que de a poco una honda tristeza fue llenándome el pecho. Me sentí idiota, un imbécil que no hacía nada bien, un perdedor que ni siquiera podía custodiar el único recuerdo que tenía de su desaparecida madre.
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Tuve una noche inquieta, estuve seguro de haber tenido pesadillas, pero fui incapaz de recordar más allá de algunos retazos sin sentido. También estuve seguro que el protagonista era el chico rubio del parque.
Ese condenado desconocido que por algún extraño motivo no lograba enviar al olvido.
Una cacofonía de ruidos procedentes del exterior, seguidos por unos fuertes golpes en la puerta de mi habitación, precedieron a Wiktor.
—Arriba Pawel, el camión de la mudanza acaba de llegar.
Solo quería poder taparme hasta la cabeza con la delgada sábana, sin embargo, estaba consciente que sería en vano. Wiktor dejó la puerta de la habitación entre abierta antes de desaparecer, segundos después lo oí en la cocina atareado en poner sobre la hornilla la cafetera, tarea que de lunes a viernes me tocaba a mi.
—Buenos días, amor.
Albinka se reunió con él en la cocina, seguramente pondría algunos huevos a hervir.
—Buenos dias, querida.
Escuché algunos sonidos que sugerían pequeños besos sueltos. Albinka y Wiktor nunca desaprovechaban ocasión para demostrarse su amor.
Dejé la cama atrás y enfile hacia el baño para lavarme el rostro y terminar de despabilarme.
—Buenos dias, Pawel.
Mientras Wiktor colocaba sobre la mesa las tazas para el café junto con un envase de cartón que contenía leche, mi tía dejaba sobre la hornilla encendida la pequeña olla con seis huevos.
—Buenos días...
Mi saludo iba para los dos, mientras me apuraba hacia el cuarto de aseo pues el frío del piso en mis pies descalzos provoco la urgencia de descargar mi vejiga.
—Trata de apurarte, Pawel.
Cuando salí del cuarto de aseo, todo el pequeño apartamento olía a café recién hecho, y los anteriormente aplacados sonidos del exterior se percibían más concretos y fuertes, a traves de las ventanas abiertas.
Solo tendría que ponerme los zapatos tenis y pasarme un peine por los cabellos, y por supuesto beber mi esperada taza de café, antes de seguir al tío.
—Voy a bajar, te esperó, así que no tardes, muchacho —comentó Wiktor después de despedirse de mi tía con un fugaz beso en los labios e enfilar hacia la puerta.
—Ven a comer algo, Pawel.
Albinka cubrió los escasos pasos desde el refrigerador hasta la mesa, con una de sus manos en aquella posición sobre el abultado vientre tan característica de las mujeres embarazadas, como si sostuvieran al no nacido en la palma de su mano.
—No pasa nada si bajas dentro de algunos minutos, peor es que te ahogues con los alimentos, Pawel, así que mastica bien ese pan.
El pan en cuestión estaba un poco duro esta vez. No era la primera vez que Binka me llamaba la atención por mi forma de comer, decía que no disfrutaba el sabor de los alimentos, que prácticamente me los tragaba, tan diferente al chico rubio del parque.
Incómodo por aquellos nuevos pensamientos intrusivos sobre alguien a quién no volvería a ver, apuré lo que restaba del café con leche antes de levantarme.
—Nos vemos más tarde.
Me ajuste los tirantes que sostenían mis pantalones y abandoné la vivienda rehuyendo la mirada de Binka ya que por un momento sentí que me miraba inquisitivamente y temí, ridículamente, que me preguntara por el dije perdido. Había decidido no decirle nada a la tía.
Cuando llegué a la entrada del edificio, Wiktor y otro hombre, supuse que se trataba del nuevo vecino, estaban atareados con un pesado sofá. Me eché a un lado, fuera del camino de los hombres, y de espaldas a la deslucida pared del comienzo de las escaleras.
Una jovencita alta y espigada, de cabellos largos muy rubios, casi blancos y enormes ojos verdes hizo su entrada al edificio cargando una caja de cartón, sus delgados brazos daban la impresión de no poder sostenerla por mucho más tiempo.
La muchacha, sin embargo, se detuvo frente a mi.
—Hola...
La chica era dueña de una sonrisa tan amigable que bien se podía pasar por alto su dentadura un poco protuberante.
—Mi nombre es Ewa, ¿y tú? Seguramente eres Pawel, el sobrino de Wiktor.
La muchacha contestó su propia interrogante, en tanto
yo no podía apartar la vista de la caja que llevaba y comencé a estar seguro de que si yo no se la quitaba de las manos, iría a parar al piso.
—Déjame ayudarte...
—Tranquilo, que yo puedo.
La tal Ewa se giró en dirección al apartamento que ocuparía junto a sus padres luego de acomodar mejor su preciada carga que evidentemente no quería soltar.
Permanecí algunos segundos inmóvil, sorprendido, analizando la actitud y tono de voz de la chica, muy diferentes a lo usual. Por esos años casi ninguna mujer se rehusaba a ser ayudada por un caballero, al menos eso decía Wiktor.
—Aquí estas...ven con nosotros Pawel.
Wiktor me presento con Apoloniusz y Julia, ya que su vivaracha hija lo hizo por iniciativa propia. Minutos después formaba parte activa del equipo y no me detuve por varias horas, ayudado a la familia no solo a entrar sus pertenencias sino a acomodar cada caja y mueble en la habitación correspondiente.
En tanto los varones nos encargábamos de la tarea, Julia y su hija se encargaban de preparar algo de comer.
Los muebles quedaron acomodados, justo a tiempo cuando la comida estuvo lista, hasta mi tía bajó a compartir con la familia Kowalski. En tanto los adultos se reunieron en torno a la mesa del comedor, el apartamento en el primer piso era más amplio que el que nosotros ocupábamos en el quinto, Ewa y yo nos sentamos en el sofá de vinyl de la sala con una fuente repleta de salchichas aderezadas con curtido de repollo blanco y hogazas de pan, una de mis comidas preferidas.
No me equivoqué al catalogar a Ewa Kowalski como una chica parlanchina y vivaracha. En poco tiempo también me di cuenta de que tomaba la iniciativa en casi todo, sin miedo, algo que yo debía de copiar pues prácticamente vivía con temor por todo, todo el tiempo.
Uno de mis temores era no poder complacer a los demás.
—Eres tan callado.
Yo no hice otra cosa que apurar un poco de jugo de frutas y embozar una leve sonrisa.
—Me agradas Pawel, y poco a poco te enseñaré a soltarte, a expresar lo que sientes sin miedo. Aunque creo que un chico un poco callado e introvertido no me vendría mal...
Recuerdo que no supe que decir ante tanto arrojo, y aproveche que Albinka dijo estar algo cansada para ofrecerme a acompañarla de vuelta a casa, y huir.
—Esperó que nos volvamos a ver, Pawel.
Yo no sabía que esperar, tampoco si verla de nuevo sería buena idea. La chica me agradaba aunque su actitud abierta y sincera me puso algo de los nervios, no estaba acostumbrado a socializar, prácticamente con los únicos que hablaba eran mis tios, en la escuela no tenía amigos cercanos solo conocidos, tampoco en el vecindario. Y eso sin contar que Ewa era una chica, y tratar con ellas era una experiencia totalmente nueva para mi.
Solo volví a sonreír y hacer un gesto con la mano antes de abandonar el apartamento junto con Binka.
—¿Qué te parecio Ewa, Pawel?
Salía del baño de vuelta a mi cuarto, recién había tomado una ducha y sentía todo el cansancio del mundo sobre los hombros. Ansiaba echarme sobre la cama, quizás a releer una de las ajadas novelas, que yo decía que serían parte de la gran colección que en un futuro adornaría mi biblioteca.
A menudo soñaba con tener una habitación amueblada con altas y extensas repisas llenas de libros, no solo historias de ficción para deleitar mi imaginación, sino todo tipo de enciclopedias y libros de estudio, como esos que engalanaban la biblioteca pública donde yo solía ir en busca de información para mis clases y de vez en cuando tomar prestado alguna novela romántica, mis preferidas.
Wiktor llevaba un vaso con agua y un frasco de pastillas, escuché a Albinka toser, y a mi tío echar una rápida mirada hacia la habitación. Su pregunta inicial se perdió.
—Me parece que mi querida Binka pescó un resfriado.
—¿Tiene fiebre?
—No, solo tos y la nariz un poco goteante. Aquí le llevo esta aspirina porque tiene un poco de dolor de cabeza.
Recuerdo que aquello fue el principio de una semana con Binka en cama, tosiendo y mocosa, con algunas decimas de fiebre y dolor de cabeza. Mi tía cabezona no quiso ir al médico y yo fui su enfermero particular, confinándome a la casa. Por esos días no pude ir a la tienda del senor Ludwing.
Recuerdo que Julia y Ewa se convirtieron en asiduas visitantes, prácticamente se encargaron de preparar la comida del almuerzo. En las tardes Ewa subía con algunas galletas o pastel, según dijo le encantaba confeccionar postres.
Yo no era fanático de lo dulce, prefería los alimentos salados, sin embargo, tengo que admitir que mi nueva vecina era talentosa horneando dulces. Ewa solía quedarse unos minutos, muy atenta con Binka, pienso que un poco fascinada por el embarazo de mi tía.
Aunque Wiktor comenzó a decir que más bien la chica estaba fascinada conmigo. Y fue por esos días que yo comencé a plantearme algunas dudas existenciales que no me eran del todo ajenas, pero que por años había dejado a un lado.
Mientras que el esposo de mi tía no dejaba pasar oportunidad para animarme a que me acercara a Ewa, que entablara amistad con la linda chica, exaltando sus cualidades y añadiendo que quizás en un futuro no muy lejano entre nosotros podría surgir un romance.
Las insinuaciones de Wiktor las descartaba entre risas y gestos graciosos, pero solo de frente al tío. Porque cuando estaba solo y en reposo, durante esos minutos antes de quedarme dormido, intentaba imaginar un futuro en donde mi prioridad fuera una familia, una esposa y unos hijos, asi como lo era para Wiktor, y una incómoda sensación de temor y desesperación se desplazo por mi cuerpo, junto con la seguridad de que el estilo de vida que por lo general soñaban los chicos de mi edad no era para mi.
Yo deseaba algo diferente de la vida, quería estudiar arte, diseñar, soñaba con que el mundo conociera mi diseños, vestir a los ricos y famosos, eventualmente ser yo uno de ellos.
Para mi un matrimonio convencional, y vivir el sueño americano de la típica familia feliz no era algo que deseaba en mi camino.
Un madrugada, arrullado por los ocasionales ruidos apagados de una vivaracha ciudad, y casi vencido por el cansancio, tuve por primera vez la revelacion que poco a poco abrio mi mente para aceptar lo atípico que yo era, lo diferente en todo el sentido de la palabra.
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