15
Esa misma noche, tras la tormenta de sensaciones que la había envuelto en los brazos de Sana, Dahyun se encerró en su habitación, temblando mientras las lágrimas caían sin control. Todo lo que había pasado en esa habitación, lo que habían hecho juntas, la golpeaba ahora con la fuerza de la culpa. Sana no era solo cualquier mujer. Era la esposa de su padre, su madrastra.
Cada beso, cada toque de Sana, se sentía como una traición que no podía borrar, una línea que nunca debió cruzar. Se miró en el espejo, viendo el rastro de sus propias lágrimas mientras recordaba la intensidad del momento que compartió con Sana. Había algo profundamente roto en todo esto, algo que no podía ignorar por más que lo deseara.
Su respiración se volvió errática mientras sus pensamientos la ahogaban. ¿Qué estaba haciendo? Sana era la mujer con la que su padre había decidido rehacer su vida, una figura que debía haber odiado por reemplazar a su madre. Pero ahora, después de lo que había sucedido entre ellas, todo se sentía aún más confuso. El dolor que experimentaba no era solo por la culpa hacia su padre, sino por la extraña y retorcida atracción que sentía por Sana.
Dahyun se abrazó a sí misma, intentando encontrar algún consuelo en su propio cuerpo, pero el arrepentimiento pesaba más que cualquier alivio. No podía permitirse seguir por este camino. Había dejado que Sana la empujara hasta un punto sin retorno, y ahora el miedo la paralizaba. El miedo a lo que vendría después, a lo que podría pasar si alguien más descubría lo que habían hecho, o peor aún, a lo que significaba para ella misma.
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Con el paso de los días, Sana comenzó a ser aún más descarada en su actitud hacia Dahyun. Mientras ambas continuaban sus vidas aparentando normalidad frente al padre de Dahyun, Sana no perdía oportunidad para insinuarse. Cada mirada coqueta, cada toque, era como un recordatorio constante de lo que había pasado entre ellas. Sana jugaba con esa tensión, sabiendo que Dahyun estaba atrapada entre el miedo y el deseo.
Una tarde, mientras estaban solas en casa, Sana se acercó por detrás de Dahyun en la cocina, rodeándola con sus brazos y apoyando su mentón en el hombro de la menor.
—¿Sabes? —murmuró Sana juguetona, con ese tono que hacía que el corazón de Dahyun se acelerara— Deberíamos repetir lo que hicimos. Lo disfrutaste tanto como yo, ¿verdad?
Dahyun se quedó paralizada, su cuerpo tenso bajo el abrazo de Sana
mientras su mente se debatía entre el deseo y la lógica.
—No, no deberíamos —logró decir, aunque su voz tembló un poco al pronunciar esas palabras. A pesar de su resistencia, había una chispa de emoción en su interior que solo Sana podía encender.
Sana soltó una risa suave, como si sus palabras fueran solo un juego.
—Oh, vamos, Dahyun. No te pongas tan seria. Solo estoy jugando contigo. —Con una sonrisa traviesa, se alejó un poco, pero no antes de dejar un suave beso en el cuello de Dahyun, un gesto que hizo que su piel se erizara.
Dahyun se dio la vuelta rápidamente, su corazón latiendo con fuerza.
—¡Deja de hacer eso! —exclamó, tratando de mantener la compostura, aunque sus mejillas ardían— no es gracioso.
Sana la miró con una mezcla de diversión y desafío.
—¿Por qué no? Solo estoy siendo amable. Sabes que te gusta. —La provocación en sus palabras hizo que Dahyun se sintiera aún más confundida, atrapada entre la irritación y la atracción.
—Solo... déjame en paz —dijo Dahyun, aunque su voz carecía de la firmeza que intentaba proyectar.
Sana se acercó un poco más, manteniendo la mirada fija en ella.
—No puedo. Eres demasiado divertida, además, la química entre nosotras es muy buena como para ignorarla —susurró, mientras una sonrisa traviesa se formaba en su rostro.
Dahyun sintió que el estómago se le revolvía, y aunque quería mantener su distancia, había algo en la forma en que Sana la miraba que la hacía querer acercarse, aunque fuera solo un poco. Sin poder evitarlo, una parte de ella deseaba experimentar esa conexión una vez más, a pesar del miedo a las implicaciones.
Con una mezcla de frustración y confusión, Dahyun se giró, tratando de alejarse.
—Solo... olvídalo, Sana —dijo, aunque su voz sonaba más débil de lo que le hubiera gustado.
Sana se quedó quieta, observando cómo Dahyun se alejaba, sabiendo que había tocado una fibra sensible. La tensión en el aire era palpable, y ambas sabían que esta danza entre el deseo y la negación apenas comenzaba.
Mientras se alejaba, Dahyun sintió una mezcla de alivio y anhelo. Intentaba convencerse de que las palabras de Sana no importaban, que su provocación era solo un juego. Sin embargo, el eco de su risa resonaba en su mente, y el calor de ese beso en su cuello seguía siendo un recordatorio de lo que había pasado entre ellas.
Los días siguientes estuvieron llenos de encuentros furtivos. Cada vez que estaban solas, Sana hacía algo para romper el hielo, lanzando insinuaciones que hacían que Dahyun se retorciera de incomodidad y excitación.
—¿No te gustaría tener un poco de diversión? —Preguntaba con una sonrisa pícara, mientras sus ojos brillaban con malicia.
Dahyun intentaba actuar indiferente, pero cada vez que Sana se acercaba, el nudo en su estómago se apretaba.
—No tengo tiempo para eso, —replicaba, aunque en el fondo sabía que se estaba engañando a sí misma. Parte de ella quería dejarse llevar, experimentar esa chispa que solo Sana sabía encender.
Una tarde, mientras estaban sentadas en el sofá, Sana decidió jugar sucio. Se inclinó hacia Dahyun y, en un movimiento rápido, le tocó la rodilla, haciendo que Dahyun saltara.
—Vamos, no seas aburrida. Repetirlo podría ser muy divertido, —susurró, sus labios curvándose en una sonrisa provocativa.
Dahyun tragó saliva, sintiendo el calor subir por su cuello.
—Sana, por favor, esto no está bien, —dijo, su voz temblando mientras trataba de mantener una apariencia de firmeza.
Pero Sana no se detuvo.
—¿Por qué no? La vida es corta, y tú eres tan... tentadora, —le dijo, mientras su mano se deslizaba un poco más arriba, provocando que Dahyun sintiera un cosquilleo que no podía ignorar.
—¡Sana! —exclamó, apartando la mano de la mayor, aunque su cuerpo aún anhelaba el contacto— esto no es un juego.
Sana se recostó hacia atrás, observando a Dahyun con una mirada divertida.
—Lo es, solo que no te das cuenta de cuánto te gusta. Y eso es lo que lo hace aún más emocionante. —Su tono era ligero, pero Dahyun podía ver que había un destello de seriedad en sus ojos.
Dahyun se sintió atrapada, su corazón latiendo desbocado.
—Tú no entiendes... —murmuró, pero las palabras se perdieron en el aire entre ellas.
—Entiendo más de lo que crees, —respondió Sana, acercándose un poco más, la tensión entre ambas palpable— solo tienes que dejar de luchar contra ello.
Dahyun sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía. En ese momento, supo que su resistencia era solo una fachada, una forma de protegerse de lo que realmente deseaba. Una chispa, esa chispa de deseo que seguía ardiendo en su interior, y a pesar de sus mejores intentos por ignorarla, no podía dejar de querer acercarse más a Sana.
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