6
Momo se encontraba en un dilema que la atormentaba cada vez más. Sabía que debía cumplir su misión y llevar a Dahyun al borde de la perdición, pero algo en ella se resistía. Cada vez que aparecía en los sueños de Dahyun, la vergüenza la dominaba, y, aunque intentaba seguir con su papel de súcubo, los encuentros quedaban inconclusos. Se retiraba antes de tiempo, dejándola frustrada, confundida, y aún más inquieta que antes.
Dahyun, por su parte, estaba cada vez más agotada por la incertidumbre. Los sueños, aunque menos frecuentes, la dejaban con una sensación de incompletitud que no podía sacudirse. Una mañana, después de uno de esos sueños interrumpidos, decidió volver a la iglesia para hablar con el sacerdote. Tal vez él podría darle alguna perspectiva, alguna solución para que esto terminara de una vez por todas.
Cuando Dahyun llegó a la iglesia, el sacerdote la recibió con un gesto aburrido, como si ya supiera lo que iba a contarle. El demonio que lo controlaba había estado esperando que Dahyun volviera. La escuchó hablar sobre los sueños inconclusos y cómo Momo aparecía y desaparecía sin explicación. Sin embargo, lo que más le interesaba era ver cuán cerca estaba Dahyun de caer en la trampa.
—Padre —dijo Dahyun, con preocupación evidente en su voz—, los sueños siguen, pero siempre se interrumpen. No sé qué está pasando, pero… hay algo extraño en todo esto. Y ahora cada vez me cuesta más entender por qué estoy soñando con ella. Es como si estuviera tratando de decirme algo, pero no puedo llegar al final.
El sacerdote, o más bien el demonio, suspiró con un fingido interés, jugueteando con un rosario en sus manos.
—Quizá —dijo él, con una voz monótona y cansina—, deberías simplemente dejarte llevar. ¿No has pensado en eso? Si sigues resistiéndote, los sueños nunca terminarán. Tal vez, si cedes, todo se acabará y finalmente podrás descansar.
Dahyun frunció el ceño, sintiendo una punzada de desconfianza. Las palabras del sacerdote eran extrañas, fuera de lugar. ¿Cómo era posible que él le sugiriera algo así?
—¿Ceder? —repitió, dudosa—. ¿Cómo puede eso ayudarme? No tiene sentido. No puedo simplemente… entregarme a lo que sea que esté pasando. Además, usted siempre me ha dicho que resista la tentación, que no caiga en cosas impuras. ¿Por qué ahora me dice esto?
El sacerdote hizo una pausa dramática, fingiendo reflexión, antes de sonreír de manera casi imperceptible.
—A veces, para liberarnos de algo, debemos enfrentarlo directamente. Si sigues resistiéndote, nunca encontrarás la paz. Quizá, Dahyun, lo que necesitas es dejar que el sueño siga su curso. Solo así sabrás lo que está realmente detrás de todo esto. Y entonces, cuando todo haya terminado, estarás tranquila.
Dahyun no podía creer lo que estaba escuchando. Una parte de ella quería levantarse y marcharse de inmediato. Todo esto iba en contra de lo que siempre había aprendido. Pero la otra parte, cansada y desesperada por respuestas, comenzó a dudar. ¿Y si el sacerdote tenía razón? ¿Y si ceder en el sueño era la única forma de que todo terminara?
—No lo sé, padre… —dijo, con la voz cargada de incertidumbre—. Todo esto parece tan equivocado.
—¿Equivocado? —el sacerdote inclinó la cabeza, su tono cargado de falsa dulzura—. A veces lo que creemos que es incorrecto es simplemente algo que no entendemos. No digo que te rindas a la tentación, Dahyun. Solo que quizá, al dejar que el sueño siga su curso, descubrirás lo que necesitas saber. Tal vez entonces todo desaparecerá.
Dahyun asintió lentamente, aunque una sombra de duda aún permanecía en su mente. Se despidió del sacerdote, agradeciéndole, aunque no estaba segura de que sus palabras la hubieran tranquilizado.
Mientras salía de la iglesia, no podía dejar de pensar en lo que le había dicho. Esa noche, al acostarse, no estaba segura de qué haría si Momo volvía a aparecer en sus sueños. ¿Debería resistir como siempre o ceder, esperando que eso le trajera alguna respuesta?
Apenas Dahyun salió de la iglesia, el sacerdote, dejó caer la máscara de paciencia que había fingido durante toda la conversación. Su expresión se contorsionó en una mezcla de furia e impaciencia. Golpeó la mesa frente a él con tal fuerza que los objetos sagrados que descansaban sobre ella cayeron al suelo, produciendo un estruendo en la pequeña sala de confesiones.
—¡Maldita sea! —exclamó, con los ojos brillando de ira mientras caminaba de un lado a otro, como una bestia enjaulada—. Esa niña estúpida… ¿Por qué tiene que ser tan testaruda?
Golpeó la pared con el puño, dejando una pequeña marca en la madera, sin importarle el dolor que causaba en el cuerpo del sacerdote. Estaba harto de cómo la misión se estaba complicando más de lo previsto. Todo debía haber sido sencillo: manipular a Dahyun, confundirla, hacerla dudar lo suficiente para que Momo pudiera terminar lo que había empezado. Pero ahora, Dahyun estaba empezando a pensar demasiado, y esa duda podría arruinarlo todo.
—¡Momo! —gritó con desprecio—. Todo esto es por su culpa, por ser tan patética y débil. Si hubiera cumplido con su maldita misión desde el principio, esto ya estaría terminado.
Pateó una silla, haciéndola volcar con un golpe violento. La frustración ardía en su pecho, una furia demoníaca que lo consumía. Cada vez que pensaba que estaban cerca de hacer caer a Dahyun, algo la hacía retroceder, y él sabía que la debilidad de Momo era parte del problema.
—¿Ceder en el sueño? —se burló, imitando el tono que había usado para convencer a Dahyun—. ¿Cómo es posible que esa humana no vea lo obvio? Pero no… sigue resistiéndose. ¡Si no lo hace pronto, todo esto se irá al infierno! —ironizó con furia.
La rabia lo impulsó a golpear nuevamente, esta vez derribando una lámpara que estalló en pedazos en el suelo. Respiraba con dificultad, completamente descontrolado por la frustración. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que Dahyun tomara una decisión. Y si no lograba manipularla adecuadamente, el inframundo le haría pagar el precio.
—Maldita seas, Dahyun… —murmuró con los ojos entrecerrados—. No tienes idea de con quién te estás metiendo.
Una vez que la furia de aquel demonio comenzó a disiparse, se quedó de pie en medio del caos que había desatado. La lámpara rota, la silla volcada, los objetos religiosos esparcidos por el suelo... Era una escena que no debía haber ocurrido, especialmente para alguien en su posición.
Miró alrededor, irritado, pero esta vez la furia no le dio el consuelo que buscaba. El enojo había sido reemplazado por una sensación de frustración aún más profunda. Con un bufido resignado, se agachó para recoger los pedazos de la lámpara rota. Sentía un nudo en el estómago, no solo por lo que acababa de suceder, sino porque nunca antes había tenido que hacer algo tan mundano como limpiar un desastre. Se suponía que era superior a esto.
Cada pedazo que recogía le recordaba su fracaso, tanto en la misión como en su control sobre el cuerpo del sacerdote. Limpiar, organizar los objetos religiosos, colocarlos en su lugar… Cada tarea, por pequeña que fuera, lo hacía sentir más patético. Se suponía que su tarea era sencilla: manipular a una humana, ayudar a Momo a llevarla a la perdición. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo era posible que, en lugar de manejar el destino de un alma, estuviera recogiendo pedazos rotos en una sala de confesiones?
—Esto es ridículo… —murmuró entre dientes, apretando los puños. El desprecio que sentía por sí mismo crecía con cada gesto. A pesar de ser un demonio con un propósito claro, ahora estaba haciendo el trabajo de un simple mortal.
Terminó de recoger los últimos objetos, enderezó la silla y miró alrededor, todavía molesto. Nunca se había sentido tan tonto, y lo peor era saber que no tenía a quién culpar más que a sí mismo… y a Momo.
—Estúpida misión —espetó mientras se acomodaba la sotana del sacerdote, irritado por el absurdo de la situación.
Sin nada más que hacer y con su frustración todavía latente, el demonio maldijo en voz baja una vez más. Maldijo a Momo por ser incompetente, a Dahyun por complicar tanto la misión, e incluso al propio inframundo por haberlo puesto en esta situación ridícula. Con los dientes apretados, lanzó otra mirada de desprecio a la iglesia antes de dejarse caer pesadamente sobre las sillas de la primera fila.
El lugar estaba en completo silencio, salvo por el leve eco de su respiración. Cerró los ojos, tratando de encontrar algo de consuelo en la oscuridad que lo envolvía. Su único alivio era que, al menos, cuando alguien más llegara buscando consuelo o respuestas, podría seguir sembrando la confusión. Esa parte del trabajo, aunque banal, le proporcionaba un placer retorcido.
—Que vengan con sus dudas —murmuró con una sonrisa torcida—. Yo los guiaré por el camino equivocado.
Con ese pensamiento en mente, se acomodó mejor, cruzando los brazos detrás de su cabeza y estirando las piernas sobre las sillas. Aunque la incomodidad física no le importaba, el cansancio de su fracaso lo arrastró lentamente al sueño. Sabía que, tarde o temprano, alguien llegaría, confiando en él para buscar guía, y él estaría allí, listo para torcer sus creencias, sembrar la duda y alejar sus almas del verdadero camino.
Pero por ahora, el demonio podía permitirse un descanso, aunque fuera en un cuerpo prestado y en un lugar que despreciaba.
A/N
Deberíamos ponerle un nombre al demonio, ayúdenme a buscar uno, me parece muy gracioso solo llamarlo demonio JAJAJAJA.
De preferencia un ídolo guapo, carismático y un poco despistado, alguien que parezca inofensivo.
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