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Momo estaba inquieta, algo que rara vez le ocurría. Dahyun había descubierto todo mucho más rápido de lo que ella había anticipado, y eso complicaba las cosas. No se suponía que la verdad saliera a la luz tan pronto. Recordaba claramente el momento en que su vida cambió por completo. Ella, que solía ser un demonio común, de niña su única tarea era hacer pequeñas travesuras en el mundo de los mortales, había vivido tranquilamente su existencia, causando estragos aquí y allá, sin mayor preocupación. Encender y apagar luces, mover objetos, provocar pequeños sustos. Era su rutina, una vida insignificante pero cómoda.

Sin embargo, todo cambió el día que fue vista por una niña humana. Esa niña, Dahyun, no gritó ni se asustó como los demás. En vez de eso, la miró con curiosidad y, para sorpresa de Momo, le sonrió. Nadie, en todo su tiempo en el mundo humano, la había visto realmente. Pero Dahyun era diferente. Podía verla con claridad, y no solo eso, se acercó a ella con una inocencia que Momo jamás había experimentado.

Al principio, Momo no entendía cómo una simple mortal podía percibirla, pero con el tiempo, dejó de importarle. La soledad que siempre había sentido en el inframundo desaparecía cuando estaba con Dahyun. La pequeña humana le daba la atención y cariño que nunca había recibido. En el inframundo, Momo era despreciada por ser débil y poco importante, pero con Dahyun, por primera vez, se sentía valorada.

Con el tiempo, esa conexión se fortaleció, y lo que comenzó como simples encuentros se convirtió en una amistad profunda. Momo se encontraba a sí misma visitando a Dahyun cada vez más seguido, riendo y jugando con ella, disfrutando de esos momentos robados en el mundo humano.

Pero el inframundo no perdona, y su relación con Dahyun no pasó desapercibida. Los superiores de Momo la observaron de cerca, y cuando descubrieron que había entablado una amistad con una mortal, todo cambió. La acusaron de traición, de permitir que una humana la viera y, peor aún, de no lastimarla o tan siquiera asustarla como debía haber hecho desde el principio. El castigo fue severo.

Momo fue desterrada de su posición, degradada a un nivel de demonios que eran el hazmerreír del inframundo: los súcubos. La vergüenza que sintió fue inmensa. Un demonio que había disfrutado del respeto, aunque mínimo, ahora debía ganarse la vida robando almas a través de la lujuria, una tarea que los demás demonios despreciaban. Pero no fue solo la humillación lo que la quebró, sino la orden final que recibió.

Si quería redimirse, si deseaba recuperar su estatus y respeto en el inframundo, solo había una manera: debía tomar el alma de Dahyun, la misma niña que había causado su desgracia. Si lograba tentarla y condenarla, Momo volvería a ser un demonio de alto rango. La idea le revolvía el estómago. Dahyun, que había sido su única amiga, ahora era su objetivo.

Y ahora, al ver que Dahyun recordaba todo tan rápido, la preocupación se mezclaba con algo más profundo: miedo. Dahyun no solo había descubierto su nombre, sino que empezaba a unir las piezas de lo que había ocurrido entre ellas. Eso no solo ponía en riesgo su misión, sino que también hacía que Momo dudara de su propio propósito. ¿Podría realmente robar el alma de alguien que una vez había sido tan importante para ella?

Momo apartó la mirada, insegura. Dahyun no era cualquier mortal. Había sido su única conexión con algo bueno en su existencia vacía. Pero el castigo que enfrentaría si no cumplía su misión era demasiado grande.

Mientras Dahyun dormía y Momo vigilaba desde las sombras, sabía que tendría que tomar una decisión pronto. Traicionar a la única persona que alguna vez la trató con cariño o permanecer en el infierno de su degradación para siempre.

El tiempo corría, y Momo sabía que no podría escapar de su destino por mucho más tiempo.

Estaba atrapada entre dos mundos, y ninguno le ofrecía una salida fácil. Ver a Dahyun recordar su pasado tan rápidamente la inquietaba, pero al mismo tiempo despertaba algo en ella, una mezcla de nostalgia y dolor que no había sentido en mucho tiempo. Dahyun no debía haber recordado todo tan rápido, pero ahí estaba, en medio de un sueño, mirándola con los ojos llenos de reconocimiento.

El hecho de que Dahyun pudiera verla y conectarse con ella tan fácilmente cuando era niña había sido un misterio que Momo nunca resolvió. Las reglas del inframundo eran claras: los demonios no debían ser vistos ni reconocidos por los humanos, a menos que fuera su intención. Y aún así, Dahyun, en su inocencia, la había visto y tratado como a cualquier otra persona.

Momo no sabía por qué había sido tan especial para Dahyun, ni por qué Dahyun había sido especial para ella. Tal vez era el cariño que nunca recibió en el inframundo, o tal vez era simplemente la primera vez que alguien la veía como algo más que una sombra molesta. Pero ese vínculo había sido su condena.

Ahora, Momo estaba atrapada en una espiral de culpa y deber. Su misión era clara: obtener el alma de Dahyun. Pero hacerlo sería traicionar la única relación genuina que había tenido. El inframundo la observaba, esperando que cumpliera con su deber, y su futuro como súcubo dependía de ello.

Sin embargo, Dahyun ya había comenzado a recordar, y con ello, Momo sentía que su plan estaba desmoronándose. Cada vez que la veía en sueños, esa misma niña que había sido su amiga, sus manos temblaban con la idea de llevarla hacia la perdición. ¿Cómo podía traicionarla? Pero, ¿cómo podía permitirse desobedecer?

El reloj corría, y Momo sabía que no podía seguir evadiendo su decisión.

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