16
Momo y Dahyun estaban sentadas juntas en el sofá, rodeadas de una atmósfera cálida y tranquila. El sol se estaba poniendo lentamente, tiñendo la habitación con un tono dorado. Dahyun estaba recostada contra el hombro de Momo, sonriendo mientras le contaba anécdotas graciosas. Momo la miraba con atención, disfrutando de la compañía de la joven, sintiendo cómo su corazón latía un poco más rápido, como siempre lo hacía cuando Dahyun estaba cerca.
—¿Sabes qué? —dijo Dahyun, riendo ligeramente— Te sí te verías increíble con ese peinado, Momo. Deberías probarlo.
Momo sonrió, sacudiendo la cabeza con una sonrisa tímida.
—No sé… no soy tan buena con el cabello.
—¡Vamos! —Dahyun insistió, tomando una de sus manos y entrelazando sus dedos—. Te prometo que no me voy a reír. Solo quiero verte aún más linda.
Momo se sintió cálida por dentro, pero a la vez un nudo se formó en su estómago. No era el miedo a lo que Dahyun pudiera decir, sino la culpa por saber que todo esto podía terminar en cualquier momento. Un sentimiento pesado la perseguía, pero cuando miraba a Dahyun, sentía que el mundo se detenía por un instante.
—Bueno… tal vez lo intente —respondió Momo con una pequeña sonrisa—. Pero no prometo nada.
Dahyun se acurrucó más cerca de ella, y Momo sintió la suavidad de su cabello contra su hombro. Era un momento simple, pero lleno de una tranquilidad que Momo no quería dejar ir.
Sin embargo, la paz que había envuelto a la habitación se rompió de repente, cuando un estremecimiento recorrió el aire. Momo sintió un frío inesperado que la hizo erguirse de golpe, y su mirada se oscureció al instante.
—¿Todo bien? —preguntó Dahyun, notando el cambio en el rostro de Momo.
Momo apretó los puños. Sabía lo que se avecinaba, y no había forma de detenerlo sin enfrentar lo que estaba por venir. Los demonios del inframundo estaban cerca, observando. Y su presencia, aunque invisible para Dahyun, era inconfundible para Momo.
—Tranquila —dijo Momo con voz temblorosa, pero firme. En su interior, las sombras comenzaban a reunirse, como si el inframundo estuviera tirando de ella nuevamente—. Solo quédate cerca, Dahyun. No quiero que te pase nada.
Dahyun, confundida y algo asustada, asintió sin comprender completamente. Pero la tensión en el aire era tan palpable que no pudo evitar sentirse incómoda.
Momo respiró hondo, intentando calmarse. La marca de su destino, la conexión con el inframundo, la estaba llamando con más fuerza que nunca. No había escapatoria.
De repente, un estruendoso golpe hizo que las luces parpadearan y la puerta principal se cerrara violentamente, dejando un crujido en el aire. Momo se tensó al instante, un escalofrío recorriéndole la columna. Sabía lo que significaba. Dahyun, ajena a la gravedad de la situación, se levantó confundida.
—¿Qué pasa, Momo? —preguntó Dahyun, mirando a su alrededor—. ¿Por qué las luces…?
Antes de que Momo pudiera contestar, una sombra oscura apareció en la puerta. Su silueta era imponente, como si la oscuridad misma se hubiera materializado en una forma humana. El aire se cargó de una energía que Momo reconoció al instante.
—Momo… —susurró la figura, y su voz resonó como un eco distante, pero inconfundible.
Dahyun dio un paso atrás, asustada, y Momo la sujetó rápidamente.
—Tranquila, Dahyun —dijo Momo con firmeza, su voz temblorosa pero decidida—. Quédate detrás de mí.
La figura se acercó sin prisa, y Momo se preparó para enfrentarse a lo que fuera que venía. Sabía que no iba a ser fácil.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Momo, intentando sonar calmada, pero el miedo se filtraba en cada palabra.
La figura sonrió de forma siniestra, una sonrisa que no llegaba a los ojos. —Has olvidado las reglas, Momo. El inframundo no permite que alguien como tú se desvíe tan fácilmente. Y ahora, tu distracción tiene consecuencias.
Dahyun miró a Momo, confundida y asustada. —Momo… ¿qué está pasando?
—No te preocupes… —Momo susurró, pero su voz estaba quebrada—. Te prometo que todo va a estar bien.
Claramente esa promesa era solo una mentira que Momo intentaba creerse por sí misma. Algo de lo que quería convencerse sola.
Pero cuando la figura comenzó a caminar hacia Dahyun, Momo sintió como si el aire mismo se le fuera.
—¡No! —Momo gritó, levantándose para interponerse entre Dahyun y la figura oscura—. ¡No la toques! ¡Haz lo que quieras conmigo, pero a ella déjala fuera de esto!
La sombra se detuvo, como si hubiera disfrutado de su sufrimiento.
—Tu vida, tus decisiones, Momo. Todo lo que has hecho ha tenido un precio. Y ahora ella pagará el costo.
Dahyun se desplomó de rodillas, como si el aire se le hubiera escapado de los pulmones. Los gritos de dolor de la joven resonaban en la habitación, y Momo no pudo evitar sentir que su corazón se rompía. Cada vez que Dahyun gritaba, Momo sentía que un pedazo de sí misma se desmoronaba.
—¡Dahyun! —gritó Momo, desesperada, corriendo hacia ella. Pero algo invisible la empujó hacia atrás, haciendo que se desplomara contra el suelo.
—Si quieres salvarla, tendrás que regresar al inframundo —dijo la figura, su tono frío y calculador—. Tienes que detener lo que has desatado, o ella sufrirá eternamente.
Momo se levantó con rapidez, mirando a Dahyun con los ojos llenos de lágrimas.
—No… no dejaré que pase. ¡Te lo prometo, Dahyun!
La figura asintió, sin inmutarse.
—Haz lo que debes, Momo. Pero recuerda que el inframundo no olvida.
El aire se volvió denso, y antes de que pudiera hacer algo más, Momo sintió cómo su cuerpo se desvanecía, transportándola de regreso a su oscuro hogar. Sabía lo que estaba a punto de enfrentar. Pero lo único que podía pensar en ese momento era que, al final de todo, debía salvar a Dahyun.
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Lo que sucedió después fue casi un destello. Momo se encontraba de pie frente a los guardianes del inframundo, las figuras oscuras que gobernaban este reino. La sensación de condena la envolvía, pero estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario.
—He venido a detenerlo —dijo Momo con voz firme, aunque su interior temblaba.
Los guardianes la miraron, implacables, y Momo sintió una presión insoportable en su pecho.
—Has cruzado una línea, Momo —dijo uno de ellos, su voz resonando con fuerza—. Y ahora, las consecuencias recaen sobre todos.
Momo frunció el ceño, incapaz de comprender del todo lo que estaba sucediendo, hasta que sus ojos se encontraron con una figura que la hizo detenerse en seco. Jaehyun estaba allí, en el centro de todo, inmóvil, con la mirada perdida en un vacío que parecía consumirlo. No había rastro de quien había sido antes. La oscuridad que solía irradiar su ser ahora se había disipado, dejando solo una sombra de lo que había sido.
Su corazón comenzó a latir con más fuerza, y el aire a su alrededor se hizo denso, cargado de una energía pesada, como si el inframundo mismo estuviera respirando sobre ella. Antes de que pudiera hacer algo, los guardianes del inframundo se adelantaron, levantando sus manos al unísono. La energía en el ambiente se volvió aún más tensa, casi palpable. Momo sintió cómo su cuerpo comenzaba a temblar, como si el mismo inframundo estuviera cobrando venganza por algo que ella había hecho. Era la sensación de estar siendo juzgada por cada uno de sus errores, por cada decisión que había tomado.
Los guardianes no hablaron de inmediato, pero el silencio que se extendió por el aire parecía más amenazante que cualquier palabra. Y luego, la voz de uno de ellos resonó, profunda y fría como un eco en la oscuridad.
—Tu tiempo ha llegado, Momo —dijo, y la forma en que su voz se arrastró como un susurro a través de las sombras hizo que un escalofrío recorriera la columna de Momo.
Un retumbar en la tierra hizo que Momo mirara hacia abajo, sintiendo cómo el suelo comenzaba a temblar bajo sus pies. La ansiedad le subió por la garganta, mientras las cadenas invisibles del inframundo parecían cerrarse alrededor de su ser, cada segundo un recordatorio de lo que estaba a punto de perder.
—Esto no es solo por ti —agregó otro de los guardianes, con una sonrisa cruel que ni siquiera los ojos de Momo podían ver, pero que sentía como un peso en su pecho—. Has jugado con fuerzas que no comprendes, y ahora alguien más tendrá que pagar.
Momo dio un paso hacia Jaehyun, su cuerpo temblando por la urgencia de ayudarlo, de hacer algo. Pero no podía moverse. Las cadenas de los guardianes se alzaron, rodeando el espacio, como una prisión invisible que la mantenía atrapada en su lugar.
No podía escapar.
Jaehyun, por su parte, seguía allí, mirando al vacío, su cuerpo inmóvil. Estaba encadenado, los grilletes de hierro negro que lo mantenían atrapado en el suelo no solo le inmovilizaban los muñecos, sino que también lo limitaban en su propia mente. Su rostro era una máscara vacía, sin emociones, como si su alma hubiera sido arrancada de su cuerpo.
Momo intentó acercarse, pero las cadenas de energía que se extendían por el aire la detuvieron, lanzándola hacia atrás. La sensación de ser arrastrada, de ser sometida, la invadió. De repente, las figuras oscuras del inframundo se acercaron a ella, y pudo ver sus ojos brillando con una malicia que parecía atravesarla.
Uno de los guardianes, el de la voz más profunda, se acercó a Momo, su presencia era tan abrumadora que hizo que su respiración se detuviera por un instante.
—No esperes clemencia, Momo —dijo con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos, mientras levantaba su mano. En un abrir y cerrar de ojos, una energía oscura la envolvió, y Momo sintió una presión indescriptible sobre su cuerpo. Era como si las sombras mismas la estuvieran aplastando, un dolor en cada rincón de su ser. No podía respirar, no podía moverse. Solo sentía el peso de la condena sobre ella.
Intentó luchar, intentó gritar, pero su voz se quedó atorada en su garganta, como si el inframundo mismo la estuviera silenciando. Podía ver a los demás guardianes observándola, observando su sufrimiento con una calma espantosa, como si esperaran que se rompiera bajo su peso.
—¿Creíste que podías jugar con nosotros? —la voz resonó en su mente como un eco hiriente. —El precio que pagarás será mucho mayor de lo que imaginas.
Momo luchó, pero las sombras la rodeaban, apretando cada vez más fuerte. El dolor era insoportable, un dolor que no solo venía de su cuerpo, sino de su alma misma. Sentía cómo su esencia comenzaba a desmoronarse, cómo todo lo que había conocido en su vida se desvanecía.
En ese momento, la risa de uno de los guardianes sonó en sus oídos, burlona y cruel. Y cuando creía que ya no podía más, cuando sentía que su alma se desvanecía bajo el peso de la condena, la luz que la rodeaba cambió. No fue una luz cálida ni llena de esperanza. Fue fría, implacable, como si la misma oscuridad se estuviera retorciendo para darle un último golpe.
Con un movimiento de su mano, el guardián la arrojó al suelo, y Momo cayó, sintiendo las fuerzas del inframundo recorrer su cuerpo como una corriente de electricidad.
Fue en ese momento que la luz cegadora la rodeó, y todo se desvaneció.
Cuando la luz se deshizo y Momo pudo abrir los ojos, ya no estaba en el inframundo. Estaba en un lugar diferente, un mundo que aunque no le era del todo extraño y ajeno, le fue difícil reconocerlo.
Ahora era… humana.
Momo se incorporó lentamente, mirando sus manos, sorprendida por la fragilidad con la que ahora se sentía. Sus ojos recorrían el paisaje extraño a su alrededor.
Y, junto a ella, Jaehyun, quien había estado bajo la influencia de esas cadenas infernales, se encontraba ahora en el suelo, encadenado, su cuerpo más débil que nunca. Sus grilletes aún estaban allí, pesando sobre él, y su mirada vacía y distante la aterrorizaba. Pero lo peor no era eso. Lo peor era la ausencia de su alma, de esa chispa que lo había hecho tan vivo, tan lleno de energía. Ahora parecía una cáscara vacía, atrapado en el mismo lugar, condenado a sufrir por algo que él mismo no comprendía.
—¿Qué nos han hecho? —murmuró Momo, la incredulidad en su voz, mirando sus manos, luego mirando a Jaehyun.
No podía dejar de mirarlo, de preguntarse qué más le había sucedido, qué más había perdido en ese abismo del inframundo. ¿Estaba realmente libre? ¿O este nuevo estado solo era otra forma de condena?
Jaehyun permaneció en su silencio, su cuerpo inmóvil. Momo intentó llamarlo, pero su voz no logró penetrar la barrera invisible que lo mantenía apartado del mundo. El dolor y la culpa se apoderaron de ella una vez más.
Momo se arrodilló a su lado, tocando suavemente su mano, pero sin recibir ninguna respuesta. La sensación de impotencia y desesperación la invadió por completo.
—Estamos libres, ¿verdad? —preguntó, con la voz quebrada, mirando al cielo, preguntándose si alguna vez encontrarían una forma de volver a ser quienes eran antes. Pero, en el fondo, sabía que la respuesta era incierta, y que había un precio mucho mayor que el que había imaginado.
Las sombras del inframundo ya no los acechaban, pero el verdadero tormento había comenzado.
Ahora estaban más vulnerables.
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