Capítulo 5
Luego de unos días de reposo, Amy volvió a su rutina en Winterthur. Unos días después regresaría a Zúrich para continuar con el ensayo clínico. Retornó a su casa, cuando retomó su autonomía, así como a su trabajo, pues no podía dejar a sus pacientes abandonados.
Helga la recibió con una amplia sonrisa, pues ya la había echado de menos. El café le dio la bienvenida, con su delicioso aroma, y Amy le dejó unas donas que ella misma había horneado, pues sabía cuánto le gustaban sus dulces.
—Gracias, Amy —le agradeció la mujer con una sonrisa—. Ya te echaba de menos, a ti y a tus creaciones. ¿Cómo marcha el ensayo clínico?
—Muy bien, en unos pocos días debo regresar a Zúrich para continuar con el entrenamiento hasta que tenga la prótesis. Te he pasado copia al correo de mi agenda para planificar las citas para los días en que estaré aquí en Winterthur.
—Así lo haré —afirmó la mujer.
Amy se despidió y entró a su oficina. Su primera paciente era Christine, a quien no había visto en los últimos días. Le había tomado mucho cariño a la joven y quería saber de sus progresos.
A las nueve en punto, la puerta se abrió y la joven pasó adelante. Amy le sonrió como siempre hacía y le pidió que se sentara. No más ver su expresión, intuyó que le había ido mucho mejor en los últimos días.
—Creo que tienes cosas que contarme —comenzó la terapeuta, para darle ánimos.
La chica se ruborizó un poco y asintió.
—He seguido sus consejos. Hablé con él y le expliqué que me hacía sentir mal que en el colegio me ignorara. Si somos amigos, no puede haber ningún problema en que todos lo sepan.
—Muy bien —asintió Amy—. Es bueno que conozca cómo te hace sentir su comportamiento. ¿Y qué te respondió?
—Que lo disculpara, que en ocasiones lo hacía para protegerme. Él prefiere afrontar cualquier comentario malintencionado, pero que no lo sufra yo.
—La sobreprotección a veces daña más, sobre todo cuando la confundimos con vergüenza. Espero que él sepa ver la diferencia y tú también.
—Me invitó al cine el fin de semana y acepté —añadió Christine con los ojos luminosos.
—¿Y qué tal la cita?
—Fue muy linda —admitió sonrojada de nuevo—. Dijo que le gustaba mi vestido.
—¿Y cómo te sentiste tú con el vestido puesto? —interrogó Amy, quien consideraba que era su apreciación la más importante.
—Al principio un tanto incómoda, pero luego seguí sus consejos y me centré en otras partes de mi cuerpo: en los aretes que llevaría, en el discreto maquillaje que utilizaría, o en cómo peinar mi cabello. Cuando terminé de alistarme, me sentía mejor.
—Eso es excelente, Christine —Amy se sentía muy feliz por ella—. Es un gran paso para ti. Me alegra que las cosas con ese chico estén mejor, pero no te precipites. Ve despacio, recuerda que eres muy valiosa, y no dejes que nada ni nadie te haga sentir menos. Si la relación da un siguiente paso, tendrán que aprender a convivir con los criterios de los otros. Sin embargo, estoy segura de que serán más las personas que los apoyarán que los detractores. Ten confianza en ti misma y todo estará bien.
Le sorprendió mucho cuando Eric le dijo que no pretendía esconder que eran novios. Amy pensaba que era una locura, pero él le aseguró que era lo correcto y que no tenían nada que esconder.
Al día siguiente se encontraron en la puerta del colegio. Él le dio un beso de buenos días, y entraron juntos tomados de las manos. Las miradas y los comentarios no se hicieron esperar, pero a Eric parecía no importarle. Al menos no en ese primer momento.
El fin de semana la invitó al cine. Su madre la llevó hasta el lugar, feliz de verla tan contenta. Por primera vez en un año, notaba que Amy volvía a ser ella misma. Eric compró palomitas y una soda para ellos. Fueron más los besos que el tiempo que dedicaron a ver la película, pero la dicha inundaba ambos corazones.
—Te quiero —le susurró al oído, y cuando lo dijo, Amy supo que era verdad.
—Yo también te quiero —respondió ella dándole otro beso.
Los días transcurrieron en armonía, flotando en la nube del amor. Eric la llevó a su casa a conocer a su familia. Amy tenía miedo de cómo la pudieran recibir, pero para su sorpresa no miraron su prótesis ni una vez. Obviamente estaban advertidos de su condición, pero para ellos no era lo más importante.
La hermana de Eric, Simone, era muy amable y divertida; los padres, Gretha y Wolfgang, eran grandes conversadores. Al final de la velada, Amy no podía esconder su felicidad por la buena acogida.
—Tus padres son muy amables, también tu hermana. Me he sentido muy bien —le dijo ella después, mientras caminaban lentamente de regreso a casa de Amy.
—Sabía que les agradarías. Han quedado encantados contigo —afirmó él, pasándole el brazo por la espalda, pues había algo de frío.
—Tenía miedo de que no me quisieran como tu novia —confesó ella.
—¿Y por qué no te querrían?
—Sabes por qué, Eric —respondió ella en voz baja.
—Realmente no lo sé. Cualquier persona que te conozca no dudaría en advertir lo maravillosa que eres. No hay nada de ti que pueda causar la desaprobación de mi familia. Nada.
—Gracias —ella se detuvo y le tendió las manos para darle un beso—. No solo arreglas mi prótesis, sino también mi corazón…
—Soy muy afortunado por estar en él —aseguró él antes de darle otro beso.
Después de terminar en la consulta, Amy fue a casa de su madre, pues la había invitado a cenar. Tenían por costumbre comer varias veces a la semana juntas, y ese viernes no podía ser la excepción.
Cuando entró al salón, quien único estaba en la alfombra descansando era Mike, el viejo boyero de la familia que, a pasar de los trece años transcurridos, tenía bastante buena salud. Amy se agachó para acariciar su cabeza, y Mike agitó la cola, contento de verla.
—Hola, mamá, ¡ya llegué! —saludó Amy.
—Estoy en la cocina, cielo —escuchó decir a Elizabeth a lo lejos.
La chica se encaminó hasta allí y le dio un beso a su madre. Olía delicioso, pero todavía faltaba un poco para que el asado estuviese listo.
—¿Cómo te ha ido hoy? —preguntó la mujer.
—Muy bien. Ya echaba de menos a mis pacientes, y ellos a mí.
—La semana próxima regresarás a Zúrich —hizo notar la mayor.
—Serán solo por unos días, y tengo planes para el próximo fin de semana con Eva.
—¡Qué bueno!
—Iremos a una función de ballet —le explicó—, y también conoceré a su novio, Dirk, que es arquitecto.
—Hablando de novios… ¿No has sabido nada de Eric?
—¡Mamá! —la reprendió Amy negando con la cabeza—. Eric no es mi novio.
—Pero lo fue —replicó su madre—, y me parece que tienen muchas cosas que aclarar aún.
—No hay nada que aclarar; él es un prestigioso científico y yo soy alguien más que se beneficiará con su proyecto. Le estoy agradecida y admiro lo que hace, pero no hay nada más. Y no, no he tenido noticias suyas.
Su madre iba a protestar cuando sonó el timbre de la puerta.
—¿Puedes ir por mí? —le pidió Elizabeth, quien comenzaba a preparar una ensalada.
—Por supuesto, ¿esperas a alguien?
—No, es extraño que alguien toque a esta hora. Quizás sea Esther, la vecina. Si es ella dile que puede cenar con nosotras.
Amy asintió y regresó al salón. El gemido de Mike junto a la puerta de entrada, la alarmó un poco.
—¿Qué sucede, amigo? —le dijo Amy acariciando su cabeza. Mike continuó gimoteando hasta que Amy abrió la puerta.
—Hola, buenas noches —saludó Eric desde el umbral.
Amy no supo qué decir, aunque tampoco hubiese podido. Mike se levantó sobre el tren trasero y colocó sus patas delanteras en el cuidado traje de Eric. Él sonrió como un niño cuando lo vio.
—¡Hola, viejo amigo! —exclamó acariciando su cabeza. El perro aulló, alegre.
—Parece que te recuerda —comentó Amy admirada.
—Soy inolvidable —repuso Eric con una sonrisa.
Amy no respondió, se apartó de la puerta y le permitió pasar.
—Por favor, siéntate.
—Gracias —él se acomodó en un mullida butaca y Mike se echó a sus pies, más tranquilo—. Tenía miedo de preguntar por él —prosiguió el investigador mirando al perro—, no sabía si…
—Goza de perfecta salud —le contestó Amy—. Se pasa el día durmiendo y tiene algunos achaques propios de la edad, pero sigue siendo el mismo.
—Me alegra saberlo —Eric volvió a inclinarse para acariciar la cabeza de su peludo amigo—. Tenías un año cuando dejé de verte y te eché mucho de menos.
Amy se estremeció con sus palabras. Le estaba hablando al perro, pero se preguntó si a ella también la habría echado de menos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a ver a mi hermana por el fin de semana —contestó él—, y pensé en pasar a saludarlas.
—¿Simone está viviendo en la ciudad? —Amy no lo sabía, pues cuando Eric terminó la preparatoria, todos se mudaron a Zúrich, y Simone se fue de intercambio a los Estados Unidos.
—Se mudó hace un par de años —le contó él—, después de su divorcio.
—Siento escuchar eso —Amy estaba un poco apenada—, no sabía que se hubiera casado.
—Lo estuvo por poco tiempo, pero... —titubeó, pues no sabía qué decir—, las cosas no funcionaron en su matrimonio. Ella decidió regresar a Winterthur cuando se venció el arrendamiento de los inquilinos de la casa en donde vivíamos.
Amy recordó la casa, no era lejos de allí. Los recuerdos de los almuerzos y cenas familiares que pasó allí, asaltaron su memoria.
—¿Y tus padres?
––Están en Zúrich. Les he hablado de ti ––añadió.
Amy asintió, con las mejillas sonrojadas. Hablar del pasado era difícil para ella, pero intentó controlar las emociones que la asaltaban.
—Me alegra saber que están bien —fue lo único que respondió.
—A ellos les gustaría verte…
Amy lo miró a los ojos, lo notaba algo nervioso, y sudaba mucho, a pesar de la hora y la temperatura.
—También me gustaría saludarlos —dijo por fin, y no sabía bien por qué, aquella simple frase había generado una sonrisa en su interlocutor.
—Discúlpame por no haberte saludado como te merecías el primer día que nos vimos —se excusó—. Intentaba mantener una actitud profesional con todos los involucrados en el ensayo clínico, sin preferencias.
—¿Y las hay? —preguntó Amy con el corazón latiendo a un ritmo acelerado y trepidante—. ¿Por qué estoy en el ensayo clínico, Eric? —era la primera vez que decía su nombre desde el reencuentro.
—Siempre pensé en ti para este proyecto, no ahora, sino desde hace muchos años cuando era tan solo una idea en ciernes.
Amy seguía nerviosa, jugando con la pulsera en su mano.
—Gracias por pensar en mí —susurró. Eric notó que estaba conmovida.
—Nunca he dejado de pensar en ti —le confesó.
Amy sentía que temblaba con sus palabras, y no sabía qué decirle.
—De cualquier forma —continuó él—, durante el estudio debo tener una actitud profesional con todos.
—¿Fue por eso que no me llamaste? Le pedí a Mayla que te dijera que tenía que hablar contigo.
Él asintió.
—Mayla me lo dijo, pero tenía miedo de volver a discutir contigo como en el pasado, o que te rehusaras a continuar en el estudio por lo que sucedió entre nosotros —le explicó apenado, tocando un tema que era escabroso para los dos—. Tampoco quería disgustarte antes de la cirugía, por pequeña que fuese. Preferí alejarme de ti, por tu tranquilidad.
El incómodo momento fue interrumpido por Elizabeth, quien decidió descubrir la razón de la tardanza de su hija, que resultó ser un guapo ingeniero de ojos turquesa.
—¡Eric! —exclamó alegre.
El joven se levantó de su asiento y la saludó con cariño.
—Hola, señora Keller, ¡me alegra verla de nuevo! He venido a saludarlas.
—Y a cenar —añadió la mujer.
—¿A cenar? —Eric la miró desconcertado.
—Por supuesto, quédate con nosotros, por favor —le pidió la dueña de la casa.
—Mamá, tal vez Eric tenga otros planes…
—La verdad es que no —contestó él con una sonrisa—. Simone ha tenido una cita y no regresará hasta más tarde. Me encantaría quedarme a cenar, si no constituye una molestia para ustedes.
—¡No es ninguna molestia! —exclamó Elizabeth—. ¿Verdad que no, Amy?
—Claro que no —respondió ella, cediendo al fin.
—En ese caso, me quedo —repuso él, alegre por pasar la velada con las Keller.
Amy lo miró un instante antes, preguntándose si esa cercanía sería peligrosa para ella. ¿Cómo creer que trece años habían bastado para olvidarle? Lo cierto es que los sentimientos estaban a flor de piel, y que había cosas que ni el tiempo, puede cambiar.
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