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Capítulo 14

Eric no contestó su carta, tampoco la llamó. Amy estaba preocupada con su comportamiento, pero intentó no dejarse vencer por su silencio. Hablarían en algún momento, cuando estuviera preparado. Llegó el jueves, el día en el que probarían en ella la nueva prótesis biónica. Amy estaba ansiosa, no solo por la pierna, sino por verlo a él.

Amy sería la primera de los tres sujetos del ensayo en probar la prótesis. El turno de Juliette era en la tarde y el de Daniel el viernes en la mañana. Amy sería entonces el centro de atención de los investigadores dirigidos por Eric, la gran sorpresa, y eso creaba gran expectación.

Eva, como de costumbre, la llevó al campus y le deseó mucha suerte y ánimos en su importante día. Amy suspiró, se despidió de su amiga y entró al edificio. La estaba esperando Louis, el otro estudiante de doctorado, quien la saludó amablemente. Amy hubiese querido que se tratara de Mayla, para preguntarle por Eric. La chica solo le había contado, por mensaje, que había entregado el martes en la mañana su paquete, pero de eso hacía cuarentaiocho largas horas.

Louis la llevó a un salón más amplio que los de costumbre, donde había una cama y algunas sillas, así como unas barras paralelas de que las que se utilizan para la rehabilitación de pacientes que vuelven a caminar. El Sol del verano se filtraba por los cristales de la habitación y Amy se sentó sobre la cama, aguardando por el resto de los especialistas que no debían demorar.

—¿Quieres tomar alguna cosa? —le ofreció el muchacho, mostrando en una esquina una mesa con varias opciones para beber y comer.

Amy rehusó la oferta, pues tenía la garganta absolutamente cerrada. Al cabo de unos instantes, entró Mayla, siempre de tan buen humor. Su sonrisa la hizo relajarse un poco, pero frente a Louis poco pudieron hablar.

—Dentro de breves instantes vendrán la doctora Angela, Hofer, Schweizer y el técnico ortoprotésico —le informó—. ¡Todo saldrá bien! —le guiñó un ojo, y por un momento Amy pensó que se refería a su problema con Eric y no solo a la prótesis.

Fue la doctora Angela la primera en llegar. La mujer de cincuenta años la saludó con amabilidad, y le recordó que el proceso de adaptación a la prótesis llevaría algunas semanas de entrenamiento.

—Hoy es el primer día —añadió—, y probablemente el más memorable, pero todo comienza hoy. La rehabilitación es tan importante como la prótesis en sí.

Mayla estaba de acuerdo. De nada servía la tecnología, si no aprendemos a utilizarla bien.

La chica le copió a Amy en su teléfono una app que se conectaba con su futura prótesis y que le brindaría mucha información valiosa sobra la misma, como la energía consumida, los pasos dados durante el día, y muchos otros detalles biomecánicos.

Amy estaba concentrada viendo la app, cuando la puerta se abrió nuevamente. Entraron Hofer; Günter, el técnico ortoprotésico y Eric, por ese orden, y este último llevaba la prótesis biónica en las manos.

Amy se fijó en él, antes que en el dispositivo. Su expresión era serena. La miró un instante y le dio los buenos días, pero ella no podía leer en sus ojos nada más. ¿La habría perdonado? ¿Sería demasiado pronto?

Los demás también la saludaron. Günter llevaba una Tablet en las manos.

—Está prótesis es provisional, de prueba —le informó Eric—. El encaje o socket definitivo se hará de fibra de carbono en unos días, cuando comprobemos que el diseño del mismo es el correcto y que la prótesis funciona adecuadamente.

Amy asintió. Semanas atrás le habían escaneado el muñón, además de tomado medidas del mismo. A través de un software le diseñaron el socket, que era una parte muy delicada, pues unía la prótesis al muñón.

Amy se trasladó a una silla especial, donde le colocarían el aditamento. Eric le tendió al técnico la prótesis, quien ayudó a colocársela. Luego de poner el socket en el muñón, el técnico utilizó una herramienta 3D de alta tecnología, y le explicó cómo funcionaba.

Se trataba de un programa concebido para optimizar el alineamiento estático de la prótesis, en base a datos biomecánicos. Estos datos se obtenían mediante cámaras, que grababan en directo al paciente situado sobre la plataforma de medición y transferían la imagen a una Tablet. En la pantalla, las fuerzas de medidas se representan como líneas de precisión milimétrica sobre la imagen del paciente.

Günter hizo unos pequeños ajustes a la prótesis, pero luego comprobó que todo estaba en orden. Dio paso entonces a la doctora Ángela, quien le indicaría la realización de un pequeño ejercicio.

Eric y los demás observaban el proceso con mucho interés, en silencio. Amy intentó no fijarse de nuevo en sus ojos turquesa, para centrar su esfuerzo en lo vendría por delante.

Angela le pidió que levantara la pierna, desde la posición de sentada. Amy cerró los ojos, pensó en el movimiento completo, y cuando los abrió, la había levantado unos centímetros del suelo. Se llevó las manos a la boca, sorprendida.

—¡Sentí que lo estaba logrando sin siquiera abrir los ojos! —exclamó—. Sentí el movimiento, no solo en el muñón, sino en toda la pierna.

––Está funcionando bien ––murmuró Hofer complacido.

Angela, Günter, Louis, y Mayla estaba muy regocijados. Cuando Amy miró a Eric, él estaba sonriendo. Compartieron una mirada. Amy quiso decirle muchas cosas, pero las palabras no salían de sus labios.

—Volvamos a hacerlo —le pidió Ángela—. Amy, sube de nuevo la pierna y mantenla en alto unos segundos. Luego quiero que hagas el proceso inverso y la bajes, ¿de acuerdo?

La aludida asintió y siguió las indicaciones, logrando completar los movimientos. Günter seguía en la pantalla todos los datos que se computaban sobre el ejercicio.

—Siento la pierna —repitió la joven con lágrimas en sus ojos—, siento toda la pierna.

—Vamos a ponerte de pie, con cuidado —ordenó Ángela.

Fue Eric quien se acercó a Amy y le dio la mano para que ella se pusiera de pie. Tenía un poco de temor, no sabía si por la novedad de estrenarse con su pierna biónica o por el hecho de sentir de nuevo el tacto de su palma contra la suya. Amy mantuvo el equilibrio y permaneció de pie.

—Siento la alfombra —comentó, aún emocionada por sus grandes cambios.
Al no llevar zapatos, el pie descansaba sobre la fina alfombra del salón y los sensores le permitían percibir esa sensación.

Günter se acercó a ella para comprobar la alineación de la prótesis en estado de bipedestación.

—La altura es la correcta —comentó el técnico—, las dos hemipelvis están alineadas y el gasto de energía es el adecuado —añadió revisando la Tablet.

—Es… Es increíble —dijo Amy al fin—. Muchas gracias a todos, es como haber recuperado mi pierna. No tengo palabras para describirlo ni para agradecer.

—No tienes que agradecer —repuso Eric—, todavía falta un poco para que puedas tener toda la autonomía y habilidad necesaria que requiere esta prótesis. Hoy pasarás unas horas con ella, pero aún no es tiempo de que la utilices normalmente.

—Comprendo.

—A partir de hoy te esperaré en el Hospital Universitario para la rehabilitación. Tendrás a un equipo muy competente, y en unos días estarás lista para dar tus primeros pasos con la prótesis definitiva —añadió Ángela animada—. Ahora intentemos caminar un poco con esta, para ver que tal te va.

Amy dio unos pasos en las barras paralelas, guiada por la doctora en rehabilitación. Se sentía tan sorprendida y admirada como un bebé que camina por primera vez. Era una sensación diferente a la que antes tenía. La pierna respondía a su cerebro, no ella a la prótesis. No tenía que pensar para caminar; era un reflejo, una habilidad aprendida que no causaba fatiga mental. Sus pasos eran un poco lentos aún, y se sujetaba de las barras, pero el resultado era alentador.

—¡Muy bien! —exclamó Ángela, satisfecha.

Luego de hacer algunos ejercicios más, Eric le explicó lo que harían a continuación.

—Queremos comprobar que funciona del todo el mecanismo de retroalimentación con los sensores, y la sensibilidad de la pierna —le dijo con mucha autoridad en la materia—. Para ello deberás acostarte en la cama y cerrar los ojos. Te daremos una réplica de un pie que tendrás en la mano, y nosotros tocaremos el pie de la prótesis y tus nos indicarás con el dedo en que parte estamos tocando. ¿Entendido?

—Sí.

Amy se colocó como le indicaron, y en la mano llevaba la réplica de un pie. Eric estimuló el talón de la prótesis y luego le preguntó en dónde lo había sentido.

—En el talón —respondió ella con seguridad, señalando en el pie plástico que llevaba en la mano, la zona exacta.

—Excelente —Eric estaba feliz.

Repitieron el procedimiento varias veces, y en todas las ocasiones, Amy detectó la parte en la que le realizaban el estímulo, como si de una pierna natural se tratase.

—Los resultados son muy buenos —concluyó Eric satisfecho—. Mayla y Louis, por favor, debemos tomar todos estos registros e incluirlos en el artículo para que salga lo antes posible. Haremos lo mismo con Daniel y Juliette.

Los chicos asintieron, el trabajo de un científico era muy demandante, y el proceso aún no había concluido. Hofer, Eric y los chicos se retiraron, dejando a Amy con Angela y el técnico para trabajar más en los movimientos y en la adaptación. Amy lo vio desaparecer con el corazón latiéndole aprisa. Quería hablar con él, pero no sabía si tendrían una oportunidad.

Al mediodía, se quedó a solas al fin, pues la doctora Ángela y el técnico debían atener a Juliette en la tarde y se retiraron a almorzar. Habían concluido con ella por esa jornada, y Amy debía ir al día siguiente al hospital, para iniciar una rehabilitación más profunda.

Se estaba terminando de colocar su prótesis habitual, cuando Eric entró al recinto. Amy se puso en el acto muy nerviosa, por la privacidad de la que ahora disponían. El momento que tanto había deseado, pero tenía miedo… Miedo de que la charla no saliera bien.

Eric le sostuvo la mirada y se acercó a ella. Amy se mantuvo sentada en la cama, incapaz de mantenerse en pie. Él tomó asiento frente a la joven, también se veía nervioso. No sabía qué decirle. Como investigador, podía hablar de muchos temas. Como hombre enamorado, no sabía cómo tratar el asunto de su separación; Amy tampoco.

—Gracias por todo —fue ella quien rompió el silencio—. La prótesis es una maravilla.

Él negó con la cabeza.

—En el futuro las habrá mejores —afirmó—. Espero que pronto puedas sentirte a plenitud con ella. Hoy aprecié progresos importantes.

—Gracias, yo también. Aún soy como una niña: algo torpe al andar, pero no será por mucho tiempo.

Se hizo otro largo silencio, en el que se miraban, sin saber bien cómo aludir al asunto. Nuevamente fue Amy quien se llenó de valor para hablar.

—Eric, siento mucho lo que sucedió —la voz le tembló al decirlo—. Perdóname.

Él asintió.

—Gracias por la carta —respondió él con cierto control—, y la foto.

—Siento mucho mi equivocación, y comprendo que no puedas perdonarme. Yo en tu lugar tampoco lo haría. Te he herido dos veces —apuntó Amy arrepentida, con lágrimas en los ojos.

Eric le tomó la mano un instante.

—Estás perdonada, Amy —le dijo al fin, liberando su palma—. Sé que la inseguridad te venció, y que ciertos indicios jugaron en nuestra contra.

Una lágrima bajó por su mejilla cuando escuchó que la había perdonado, pero a pesar de ello sentía que las cosas no estaban del todo bien entre ellos.

—Debí haber creído en ti, a pesar de todo.

—Es cierto —él estaba afectado—. Me he pasado todos estos años soñando contigo. Creí que te había probado mi amor, pero tus dudas fueron demasiado fuertes.

—El pasado se mezcló con el presente —le explicó ella—, y permití que mis miedos me nublaran el juicio. Aprendí mi lección, Eric —le aseguró emocionada—, y te confiaría mi vida, si fuera necesario.

—Sabes lo que siento por ti, Amy —contestó él—, pero necesito unos días para dejar este asunto en el pasado. Concentrémonos en el ensayo clínico y en tu prótesis, que ahora mismo son lo más importante. Ya tendremos tiempo para los dos, te lo prometo.

Ella asintió, no era la respuesta que esperaba, pero al menos había una esperanza.

—Solo tengo una duda —prosiguió Eric—. En tu carta me decías que habías tenido ese mismo día la certeza de mi inocencia respecto a lo que sucedió en el camping… No entiendo a qué te referías.

—Atendí en consulta al hijo de Astrid y Weber esa mañana. Es un niño de diez años que sufre de bullying porque tiene una extremidad más larga que la otra. Astrid ha cambiado, y en un momento de sinceridad, me contó lo que realmente sucedió.

Eric se quedó asombrado con aquellas palabras, no se lo esperaba.

—¡Astrid y Weber tienen un hijo! —consideró en voz alta.

—Así es, y Weber no es un buen padre.

—¡Maldito infeliz!

—Astrid al menos sí muestra arrepentimiento —añadió Amy.

—¡Después de todo este tiempo! —Eric no perdonaba tan fácil—. No deja de sorprenderme, pero han transcurrido trece años…

—La mayor responsable fui yo, Eric —aceptó Amy—. Si hubiera confiado en ti, nada de esto hubiese sucedido.

Eric negó con la cabeza.

—Yo también fui un inmaduro. Debí haberte dicho la verdadera razón por la cual no deseaba que fueras al camping. Velaba por tu seguridad, pero ese no era motivo suficiente para que silenciara algo tan importante. Si te lo hubiese dicho, tal vez hubieras comprendido que era imposible que me relacionara con esa chica. Por otra parte, debí haberte contado lo que sucedió —reconoció—, y no permitir que se tergiversaran los hechos después.

Amy sonrió con tristeza, más tranquila de que ambos reconocieran sus errores del pasado y aprendieran de ellos para enfrentar el futuro de manera distinta.

—Lo importante no es lo que pasó, si no lo que haremos de ahora en lo adelante —se atrevió a decir.

Él asintió.

—Dame algo de tiempo —le volvió a pedir—. Tengo que marcharme, pues debo recibir a Juliette.

—Sé que en estos días estarás muy ocupado —comprendió ella, aunque de nuevo tenía deseos de llorar.

—Nos veremos pronto —Eric le dio un beso en la frente antes de desaparecer.

Amy tenía el corazón más aliviano, aunque todavía triste. Eric la había perdonado, pero necesitaba de tiempo para sanar. Lo comprendía. Tal vez unos días fueran precisos para restaurar el ánimo y seguir adelante, tan juntos como deseaba. Solo confiaba en que su deseo se hiciera realidad.

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