Capítulo 12
Amy se encerró en su casa durante el fin de semana, perdida en su tristeza. Elizabeth intentó animarla, pidiéndole que fuera para su antiguo hogar ya que la soledad le pesaría más que nunca, pero la joven no accedió. Necesitaba estar sola y pensar, darle vueltas al mismo asunto y desesperarse con los recuerdos de su pelea con Eric. Él no la había llamado, ni pasado ningún mensaje, lo cual le reafirmó su culpabilidad. ¿Si la explicación existía, lo lógico no era que se la dijera inmediatamente? Su silencio solo podía interpretarse así, y Amy estaba muy atormentada con eso.
Al final de la tarde de ese domingo, el timbre de la casa sonó. Amy dudó si atender a la puerta, pero finalmente lo hizo. Tenía el corazón acelerado, pensando en que fuera Eric, pero lo que nunca esperó fue encontrarse a Simone y a Mayla en el umbral.
—Hola, Amy, ¿te acuerdas de mí? —fue Simone quien primero habló, esbozando una sonrisa.
—Sí, por supuesto, pasen —Amy las invitó a entrar, aunque no tenía idea de lo que estaba sucediendo.
Que Simone fuera a interceder por su hermano lo entendía hasta cierto punto, pero que acudiera a su casa acompañada de Mayla era algo inesperado.
—Eric no sabe que estamos aquí —le contó Simone.
—Me tomé el atrevimiento de mirar tu dirección en la ficha del ensayo clínico —le explicó Mayla—. Espero que no te moleste que hayamos venido, pero era indispensable que te sacáramos de un error.
—No me molesta que estén aquí —repuso Amy acomodándose en su asiento—, pero no entiendo a qué error se refieren.
—Ayer los esperaba a ti y a Eric en casa —prosiguió Simone—. Cuando llegó solo y ví su rostro, comprendí que algo había sucedido entre ustedes. Eric es muy reservado, pero insistí tanto que tuvo que decirme la verdad de lo que aconteció. Lamentamos mucho que hayamos sido, sin buscarlo, la causa de su separación.
—Sigo sin comprender…
Mayla miró a Simone, para encargarse ella del resto de la explicación:
—¿Recuerdas cuando nos conocimos, Amy? —le dijo la investigadora y la aludida asintió—. Viajé personalmente hasta Winterthur para invitarte a formar parte del ensayo clínico. Eric me pidió que me encargara porque sabía que vendría a la ciudad a quedarme en casa de mi novia, Simone.
Ahora todo cobraba sentido. Amy se sorprendió mucho y se llevó una mano a la boca para ahogar su sorpresa y el profundo dolor que sintió por sus duras palabras. ¡Simone era la novia de Mayla, no Eric!
—Lo hemos mantenido en secreto —prosiguió Mayla—, fue por eso que cuando encontraron mi manilla Eric no te dijo que me pertenecía. No se sentía con el derecho de hablar de nuestra relación, ni siquiera contigo. Y por supuesto, cuando te dije que lo perdí en casa de mi pareja, era cierto —dijo mirando a su novia—, me refería a Simone. Lamento mucho la confusión, pero Eric tampoco me había contado que la manilla la hubieses encontrado tú, así que no le di importancia a mi comentario. Ahora comprendo cuánto te debe haber confundido, así como el hecho de conocer a mis suegros, que no eran otros que los padres de Eric.
Amy asintió.
—Nos preocupaba mucho cómo lo tomarían mis padres —le contó Simone—, pues son muy tradicionales y por eso preferimos ser discretas por un tiempo. Eric me prometió que me ayudaría a decírselos, así que pasamos ese viernes en casa de ellos, pensando en cómo darles la noticia. Mis padres sabían que me había divorciado, pero ignoraban mi orientación sexual. Por un tiempo yo pensé que podría huir de ella, pero me percaté a los pocos meses de matrimonio que era imposible, y que estaba siendo infeliz. Fue entonces que conocí a Mayla, a través de Eric. Ella siempre lo tuvo más que claro, y me ayudó en el proceso de aceptación.
—Siento mucho haber dudado de tu hermano —repuso Amy con lágrimas en los ojos—, y no haber pensado en esta posibilidad. Tenía todos los elementos frente a mí, pero saqué la conclusión errada.
—Aún no estamos acostumbrados del todo a pensar de inicio en una relación entre dos mujeres —confirmó Mayla—. En este caso era más fácil suponer la infidelidad de Eric que pensar que nosotras estábamos juntas. No te juzgo, Amy, es solo una reflexión. Tú misma has tenido que convivir con los prejuicios que existen respecto a tu discapacidad; nosotras a su vez hemos tenido que enfrentarnos a otros.
—¡Estoy tan avergonzada de mi comportamiento! —exclamó Amy, con el rostro ensombrecido.
—No te culpes —le pidió Simone—, los malentendidos suceden. Lo importante es que ya conoces la verdad. Si te hubieras acercado a nosotros el día del teatro, lo hubieses descubierto antes.
—¡Pensé tantas cosas esa noche! Consideré hacerlo, pero temía descontrolarme frente a tus padres y que la situación se saliera de mis manos. Estaba tan convencida del engaño, y tan cerrada en mi propio dolor, que no podía ver más allá de mis narices.
Simone se levantó y se sentó junto a ella para ofrecerle un abrazo.
—Amy, no te pongas así; todo tendrá arreglo.
—¡No creo que Eric me perdone! —alegó llorando.
—No voy a negarte que está muy dolido, y que quizás le cueste algo de tiempo olvidar esto, pero creo que deben hablar. Sobre todas las cosas ustedes se quieren. Siempre ha sido así, y quisiera verlos felices de nuevo. ¡Si supieras lo ilusionados que están nuestros padres con su reconciliación! Eric les ha hablado tanto de ti… —le dijo Simone.
Amy se enjugó las lágrimas, tenía miedo de que esos planes se hubiesen truncado de manera definitiva. ¿Por qué lo había culpado así? ¿Por qué no intentó ver la situación con la mente más fría? Quizás, si no hubiese experimentado ese sentimiento de inferioridad por sí misma, habría comprendido que el amor de Eric era verdadero y que él sería incapaz de traicionar su confianza.
Se levantó del sofá, intentando mantener la calma.
—Iré a prepararles algo. ¿Quieren un té? —les propuso a las visitas. Necesitaba algo que la calmara un poco.
—Sería perfecto —le sonrió Mayla—. Un té nos tranquilizará a todas.
—Si lo desean acompáñenme, estaremos más cómodas en la cocina.
Las chicas la siguieron y se sentaron a la mesa, mientras Amy preparaba un té de menta para las tres.
—Simone, ¿y cómo lo tomaron tus padres? —se atrevió a preguntar.
—Para mi sorpresa mejor de lo que esperaba —reconoció—. Eric me ayudó a prepararlos, y en la noche conocieron a Mayla. Creo que todo fluyó bastante bien. Se sorprendieron, pero luego dijeron que querían verme feliz.
—Me alegra mucho saber eso. Por las dos —expresó de corazón—. Lo merecen. Mayla, eres una excelente persona. Si algo me dolía de pensar que Eric me traicionara contigo, era saber que eras mejor que yo.
—¡No digas eso, Amy! —se quejó la investigadora—. Eres una persona maravillosa. Eric me contó ayer la historia de ustedes, la cual no conocía. Un amor de la adolescencia merece ser salvado, más cuando ustedes continúan queriéndose. Me alegro que todo se haya aclarado entre nosotras. ¡A Eric lo quiero mucho, pero es mi tutor y ciertamente no es mi tipo!
Simone se echó a reír y Amy incluso sonrió. Se acercó a ellas con el servicio de té y tomó asiento.
—Eric me contó que estabas saliendo con alguien, Simone, pero nunca pensé realmente que fuera Mayla. Cuando encontré la pulsera creí que era tuya, pero Eric no me confirmó nada y sin embargo, se la llevó consigo.
—Me la devolvió en el aeropuerto cuando nos vimos —le informó la investigadora.
—Como te dije, llevábamos la relación en secreto. Eric sabía que la pulsera pertenecía a Mayla, pero prefirió ser discreto.
—Pueden servirse el azúcar a gusto. Mayla, también tengo edulcorante —le indicó la anfitriona.
—¡Gracias!
Las tres tomaron lentamente el té en silencio, hasta que Simone le preguntó a Amy por lo que haría respecto a su hermano.
—Pienso que debes hablar con él —le recomendó por segunda ocasión.
—Lo sé —asintió la chica—, aunque no sé si quiera hablar conmigo.
—Eric se marchó ya para Zúrich —le informó Mayla—, pero el jueves probaremos por primera vez en ustedes la prótesis biónica. Tal vez sea un buen momento para que hables con él. Además, si dejas pasar unos días, las cosas se calmarán más de lo que ahora están.
—Quizás tengas razón —asintió Amy—, pero pienso que debo disculparme antes, de alguna manera.
Se quedó por unos momentos pensativa, hasta que se le ocurrió algo.
—¿Cuándo regresas a Zúrich? —le preguntó a Mayla.
—El martes temprano en la mañana —respondió—. El jefe me ha dejado el lunes libre para que adelante en un artículo importante que vamos a sacar de conjunto, precisamente sobre el ensayo clínico. ¿Por qué preguntas? ¿En qué estás pensando?
—En que quiero enviarle algo contigo. A veces me es más sencillo escribir que hablar.
—Muy bien —concordó Mayla sonriendo—, cuenta conmigo.
—De todas maneras, yo le diré a Eric que te contamos la verdad —le advirtió Simone—. No quiero ocultarle nada y sé que, aunque se moleste un poco, en el fondo de su corazón se sentirá más tranquilo de que ya lo sepas.
Amy las despidió y les agradeció por su sinceridad y preocupación, deseándoles éxitos en su relación. Aunque se sentía más aliviada luego de saber la verdad, el dolor que experimentaba por las palabras dichas y sus hirientes comentarios, era demasiado fuerte. ¡La decepción que había visto en los ojos de Eric no la abandonaba! Temblaba de pensar que podría perderlo por su obstinación. Como mismo lo había perdido en el pasado.
Astrid se acercó a ella en el corredor; los chicos le abrieron paso. La rubia de ojos grises le sonrió con lástima.
—No hubiese querido que lo descubrieras así —le comentó la chica.
Amy se descontroló y apunto estuvo de golpearla, pero Nick, el compañero de Eric del equipo de fútbol, las separó.
—¡Eric es demasiado bueno para ti! —gritó Astrid, antes de que dos chicos la llevaran lejos de Amy.
—Eric me juró que no sucedió nada con ella —le dijo Nick, quien unos meses atrás la había hecho caer al césped accidentalmente—. Antes que te formes un juicio precipitado, creo que deberías hablar con él.
Amy no sabía a quién creerle, pero estaba desesperada. Tomó la foto de su casillero y salió al patio de la institución, donde se encontró con Eric quien corría porque llegaba tarde. Sin embargo, cuando la vio, supo que algo muy terrible había sucedido.
—¿Por qué no estás en clases? —se acercó para darle un beso, pero ella le esquivó. Tenía lágrimas en sus ojos.
Por toda respuesta, Amy le arrojó la foto a la cara. Eric la recogió del suelo. No había podido verla bien, pero cuando lo hizo, su rostro se transfiguró.
—¡Amy, no sucedió nada! ¡Debes creerme!
—Estuviste con ella, Eric. Astrid misma me lo confirmó y cuando hablamos el domingo me engañaste: dijiste que no había sucedido nada.
Eric intentó tocarla, pero Amy estaba demasiado violenta.
—Es cierto, me equivoqué al no decirte lo que en verdad sucedió, pero nunca te engañé y quería protegerte. Astrid al parecer se coló a la tienda cuando dormía, y no me percaté. Sin embargo, no sucedió nada, Amy, ¡te lo juro! —exclamó desesperado.
—¡Se dieron un beso!
—¡La aparté enseguida! —le aseguró—. Si no te lo dije fue para no preocuparte y no hacerte daño. Con el asunto de las cartas tenías bastante, no quería añadir algo más. Te quiero, Amy, tienes que creer en mí…
Ella no le contestó, le dio la espalda mientras las lágrimas continuaban bajando por sus mejillas. Eric la había traicionado, humillado frente a todo el colegio, y lo peor de todo era que continuaba enamorada de él.
Reunió todas las fuerzas que le quedaban para salir de la escuela, pues no tendría concentración para permanecer allí. Era una mañana de mayo y comenzaba a llover, aunque no tanto como en sus ojos.
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