Capítulo 5
No hay lamentos en la vida, solo lecciones.
~Jennifer Aniston.
Presente.
Narra Candy.
—Volví porque quería lanzar el libro a la venta acá, no en Las Vegas, sino aquí donde todo fue que pasó. Eso es lo que le dije a Moni y Stevie, pero no a ti —declaro. Gideón arruga el rostro sin comprender—. Lo cierto es, Gideón, que volví porque se me presentó la excusa perfecta para volver a verte. Estaba cansada de verte solo por fotos en el internet, deseaba volver a oír tu voz, sentirte —confieso en un susurro.
Tomo un par de respiraciones para llenarme de valor y continuar.
—Necesitaba comprobar si mi cuerpo seguía reaccionando de la misma manera al tuyo. Si tu voz seguía ocasionando diluvios en mi feminidad. Si tu aspecto seguía siendo el que recordaba y, si tu mente seguía recordándome —admito al final.
—¿Pudiste lograrlo? —pregunta. No lo entiendo. Gracias a Dios no debo admitirlo porque él mismo lo explica—. ¿Pudiste comprobar todas esas cosas al verme? —explica. Asiento sin dudar.
—Sí, Gideón, sigues enloqueciendo mi cuerpo, alertando mi mente y colapsando mi corazón. Sigues teniendo completo control sobre mí —reconozco sin vergüenza en mis palabras. Suspira con fuerza.
—Me vuelves loco, Candy. No sé qué pensar de todo esto. No puedes simplemente aparecer después de tantos meses, decir esas cosas que sabes que quiero escuchar y pretender que voy a dar por olvidado todo lo malo que viví desde tu partida. Te lloré cada noche los últimos cuatro meses. Creé una lápida en el cementerio con tu nombre en ella porque necesitaba un lugar en el cual refugiarme cada vez que me sentía perdido sin ti.
»—¿Qué esperas que haga, Candy? ¿Que me lance de brazos contra ti, te lleve a mi apartamento, te haga mía y luego volvamos a ese circulo vicioso en el que yo te doy todo de mí y luego tú te largas sin mediaciones? Estoy cansado de eso, Candy. Nunca quise estabilidad con una mujer, y cuando la quiero contigo, tú me resultas más inestable que todas mis relaciones pasadas. No sé qué hacer, porque aunque no tengo duda de que te amo, ya no puedo creer en tus palabras así me jures que tú también me amas, porque la única vez que me lo has dicho, estabas dispuesta a largarte.
Sus palabras son como dagas que atraviesan mi cuerpo, sin embargo, aunque quiero interrumpirlo para soltar alguna excusa que haga que este dolor que me está causando escucharlo, mengue. No lo hago, me mantengo en silencio, dejando que diga todo lo que tiene por decir.
—¿Si piensas en que pudiste haber muerto de verdad en ese avión solo por querer huir de mi amor? ¿Tienes idea de lo mal que me sentí todo este tiempo creyendo que eso era lo que había sucedido? Que tú habías muerto por huir de mí, del amor que te ofrecí —culmina notándose exhausto. Parpadeo repetidas veces para alejar las lágrimas que se acumulan en mis ojos. Utilizo una servilleta para secar una que se ha resbalado sin permiso por mi mejilla.
—Lo siento, Gideón. Sé que no importa cuantas veces te pida perdón porque con eso no voy a lograr que tu dolor disminuya. Solo quiero que sepas que de verdad lo lamento. Lamento haberte hecho vivir todo eso con mi partida. Lamento haber roto tu confianza en mí. No me quejo, me lo tengo bien merecido. Sé que no necesitas que te diga que te amo, sino que lo demuestre. Siendo sincera, estoy esperando una aprobación de tu parte para hacerlo —admito. Suspira con pesadez.
—¿Volverás a irte? —interroga. Asiento. Su mirada se ensombrece, por lo que me apresuro a hablar.
—Pero no de tu vida, Gideón. No si tú no quieres que lo haga. Debo volver a Las Vegas por la editorial. Allá también debo hacer una presentación, pero no me tomará más de dos días. Si de verdad quieres que vuelva aquí y a tu vida, puedo hacerlo. Solo me iré definitivamente de New York si tú así lo pides —sentencio. Limpia sus manos y boca con la servilleta. Lo imito.
No responde y el chico regresa a recoger los platos y traer la cuenta. Gideón cancela y ambos nos colocamos de pie para salir del establecimiento. Subo al auto tras agradecerle por mantener la puerta abierta para mí. Apenas se coloca detrás del volante, se gira hacia mí sin encender el vehículo.
—No sé lo que quiero, Candy. Me debato entre dejarte ir para siempre de mi vida y en amarrarte a ella de por vida. Como comprenderás, son dos opciones completamente diferentes. Sigo sin saber cuál elegir —confiesa sin dejar de mirarme todo el rostro.
—No tienes que decidir ahora, Gideón. Sé que tus dudas son bien fundadas. Me quedan todavía cinco días de esta semana para tener que volver a Las Vegas. Me gustaría volver con una respuesta de tu parte, sí, pero no voy a forzarte a dármela ahora mismo o mañana. Puedes tomarte tu tiempo —aclaro, aunque por dentro estoy muriendo de nervios por saber lo que hará. Gideón asiente lentamente.
—Todavía no conozco nada de ti, Candy. Lo mejor que conozco sobre ti, es tu cuerpo. Sigo sintiendo que te faltan cosas por decirme, y definitivamente yo también tengo cosas que contarte. Por algún motivo la vida se empeña en juntarnos y tú en separarnos, entonces no sé qué hacer —confiesa. Me odio por escuchar tristeza en sus palabras.
—¿Qué quieres saber de mí? —pregunto. Seguimos sin movernos y él sin encender el auto. Creo que tampoco tiene intención de hacerlo.
—¿Por qué esa mujer dijo que eras viuda? —suelta. No me esperaba esa pregunta y mi rostro debe demostrarlo porque Gideón me mira cuidadoso. Paso saliva y me giro un momento a la ventana mientras que recuerdo lo que pasó hace unas semanas.
—Sebastian murió, Gideón —explico. Un silencio se crea en el auto. Ninguno dice nada por lo que se siente muchos minutos, aunque de seguro no es ni dos. Suspiro y tomo la valentía para poder continuar con mi respuesta. Dejo de ver por la ventana y lo miro a él—. Yo lo maté, Gideón —confieso sin más. Siento las lagrimas bañar mis mejillas, pero no me preocupo en secarlas. Creo que le debo lágrimas a Sebastian.
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