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Capítulo 43

Los débiles nunca pueden perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes.
Mahatma Gandhi.

Narra Gideón.

Gabriela aparece detrás de la mujer. Suspira al verme.

—¿Qué haces aquí? —inquiere, cruzándose de brazos.

—Quiero saber de mis hijos, ¿todo está en orden? —cuestiono, mirándola de pies a cabeza. No luce enferma.

—Sí. Ya puedes irte —zanja. Arrugo el rostro.

—¿Qué estás ocultándome? ¿Quién es la señora que no sabía tu nombre? —insisto.

—¿Qué te hace pensar que tienes el derecho de preguntar algo sobre mi vida? No eres nada mío, así que lárgate —sentencia. Está por cerrar la puerta, pero la detengo.

—Quiero llevarte al médico para verificar que todo esté bien con mis hijos —declaro. No siento que todo esté en orden. Algo me oculta.

—No. Tengo mucho qué hacer. Tal vez otro día. —Intenta cerrar nuevamente la puerta, pero vuelvo a impedírselo.

—No era una pregunta, Gabriela. Te llevaré al doctor de una vez. Me vale poco lo que tengas que hacer. Eso tendrá que esperar. —Sin más, la saco de su piso, aunque se esté quejando. Sé que necesitamos unos documentos que de seguro va a pedir el doctor, pero no me importa.

La llevo del brazo hasta la parte de abajo. Agradezco que siga sin haber nadie en portería, porque Gabriela se remueve inquieta en mis brazos. Logro cubrirla la boca con mi mano para que no grite. Al llegar al coche, suspiro de alivio. Abrocho su cinturón y enciendo el auto después de subir en mi puesto.

—Voy a demandarte por secuestro —advierte.

—Más te vale que mis hijos esté bien, si no seré yo quien te demande a ti —declaro, firme.

—¿Ahora si te interesa tus hijos? —inquiere con sorna.

—No te hagas la estúpida. Sabes muy bien que siempre me ha interesado mis hijos, la que no me interesa eres tú —aclaro. Me mira mal.

—Nunca vas a ser feliz, Gideón —promete.

—Te equivocas, soy muy feliz —confieso.

—Tu felicidad es momentánea, más no será permanente. —Me canso de escucharla, así que pongo música para ya no hacerlo. Estaciono en la clínica y bajamos. Esta vez no debo someterla para eso. Ella baja por cuenta propia y camina a mi lado hasta la oficina del doctor. Entramos, no sin antes reportarnos con su secretaria.

—Buenos días, pasen adelante, por favor. —Nos señala las dos sillas vacías frente a su escritorio—. Cuéntenme que los trae por aquí, tu cita es el miércoles próximo, Gabriela —habla el doctor.

—Él insistió en venir hoy —le explica Gabriela, señalandome. El doctor me mira.

—Ya veo. Ven por acá, te haré una revisión para chequear que todo esté en orden. —El hombre se levanta. La tranquilidad de Gabriela se espuma notablemente y se remueve incómoda.

—No es necesario. La semana próxima es mejor. Yo tengo cosas que hacer. —Se gira hacia mí—. Quiero irme —declara. Niego.

—Primero dejarás que el doctor te chequee. No confío en ti, Gabriela. Quiero ver que mis hijos estén bien —Sentencio.

—Será solo un ultrasonido. Eso es muy rápido, no demoraremos nada —argumenta el doctor. Gabriela suspira y de mala gana se coloca de pie, caminando hasta la camilla. Se acuesta, levantando su camisa. Ya la barriga se le nota mucho más.

Me levanto para acercarme hasta ellos. El doctor coloca gel sobre toda la superficie y comienza a mover el aparato. Enseguida se nota en la pantalla como está mi hijo.

—¿Ya quieren saber el sexo? Ya se les puede ver. Bueno, solo a uno, el otro aún no se acomoda para que lo veamos. —Gabriela vuelve a tensarse tras las palabras del doctor.

—¿Tan pronto ya podemos conocer el sexo? —inquiero, sorprendido.

—Ya tienen 17 semanas, claro que pueden saber el sexo. —Arrugo el rostro.

—¿17 semanas? —insisto. Veo a Gabriela, pero ella tiene los ojos cerrados.

—Sí, 17 semanas. Y todo va avanzando muy bien. Será un niño muy sano. Los dos lo serán, aunque el hermanito aún no se deje ver su sexo. Escuchemos sus corazones —propone el doctor. No digo nada más en lo que queda de consulta. Escucho los corazones de mis hijos latir. Aunque ya no creo que lo sean—. Nos vemos entonces la semana que viene, para no descontrolar tus citas, Gabriela. ¡Qué tengan una buena tarde! —exclama el doctor, despidiéndose de nosotros.

Salgo directo al auto, sin importarme si Gabriela me sigue.

—¡Gideón! —me llama, Gabriela. Pero no volteo, sigo derecho hasta subir al auto. Toca el vidrio de la ventana para que le abra. Tomo varias respiraciones antes de hacerlo—. El doctor de seguro se equivocó con la cantidad de semanas. Es un hombre viejo, puedo haberse equi...

—¡No me mientas, Gabriela! ¡Esos niños no son mis hijos! —Enfurezco, sin dejar siquiera que ella termine de hablar.

—¡Sí son tus hijos! —responde, alzando la voz, también. Niego repetidas veces mientras froto mi rostro con mis manos.

—Empezamos a salir hace solo tres meses, Gabriela. ¡¿Cómo quieres que crea que te embarazaste 5 semanas antes y son mis hijos?! —reclamo.

—Te digo que él está equivocado. ¿Acaso tengo barriga de tener cuatro meses? No, él se está equivocando. —Mantiene su mentira.

—¿Quién es el padre? Y ni se te ocurra decir que soy yo, porque no te creo —sentencio. Bufa y mira a la ventana durante un rato—. No voy a moverme de aquí hasta que me lo digas, Gabriela —zanjo. Vuelve a mirarme brevemente.

—Tú tienes que cuidarlos, porque tú le quitaste a su papá. —No entiendo nada.

—¿Qué estás diciendo? —inquiero.

—Tú enviaste a su papá a la cárcel, ahora ellos crecerán sin un padre. Por eso tú, debes ser su padre. —Cierro los ojos sin poder creer lo que está diciendo.

—¿José es el padre? ¿En qué momento estuviste con él? ¿Y por qué si estabas con él, me pidió que estuviera contigo? —Tengo demasiadas preguntas. Gabriela mira hacia otro lugar con los ojos llenos de lágrimas. Ya no le creo nada, pero no me gusta ver a nadie llorar. Recuerdo cuando mi madre lo hacía y no me gusta.

—Porque él no quería. No lo sé, siempre estuvo obsesionado con una tal Alejandra. No hacía más que llamarme Alejandra. Pero a mí me gustaba, así que no tenía problema. Luego, de pronto me dijo que si quería seguir estando con él, debía hacerle un favor. —Calla un momento—. Que debía salir contigo para hacerte olvidar un mal amor. No eres feo, no me opuse. Solo que luego de estar contigo me enteré del embarazo y él dijo que no me apoyaría. Que ese hijo era tuyo y... —No puede seguir hablando porque rompe en llanto.

Mi mente da muchas vueltas. No puedo creer hasta dónde ha llegado la obsesión de José. Gabriela no se parece en nada a Alejandra. ¿Por qué compararlar con ella?

—¿Cómo te llamas? El real —advierto. Recuerdo que la mujer en su apartamento no la reconocía como Gabriela.

—Alexandra Gabriela. Pero mi abuela sufre de Alzheimer y solo me recuerda como Ale —explica. Empiezo a entender mucho mejor.

—No puedo hacerme cargo de un bebé yo sola. Mucho menos de dos. —Desordena su cabello con frustración.

—No estarás sola. Es mi sobrino, yo me haré cargo, pero debes hablar con Candy y explicarle todo. Le has hecho mucho daño con todo esto de que es mi hijo, así que iremos allá, vas a disculparte con ella y le prometerás no interferir más en nuestra vida. —Me mira confundida.

—Tú nunca me quisiste, tampoco, ¿cierto? ¿También pensabas en ella mientras estabas conmigo? —inquiere. Suspiro.

—Es diferente, Gabriela. Intenté quererte, lo hice. Eres muy hermosa y antes de que ella apareciera en mi vida, me gustaban las mujeres así como tú: rubias y con un lindo cuerpo. Pero ya no es así. Yo no te utilicé —le prometo.

—A José le gustan las pelinegras, me hacía usar pelucas —confiesa. Cierro los ojos. Realmente quería convertirla en Alejandra. Además de que los nombres se parecen.

—¿Nunca te contó el porqué? —inquiero, encendiendo el auto. Suspira a mi lado.

—Solo decía que tú se la robaste, pero que nunca más la tendrías —explica. Asiento. Llego al edificio, espero que Candy, esté dentro.

Subo directamente en el elevador sin salir del auto. Una vez en el piso, quito el seguro de las puertas y salgo.

Gabriela se queda de pie junto al auto.

—¿Qué sucede? —interrogo.

—No quiero entrar y decir eso. Creerá que estoy loca —se queja.

—Ella merece saber la verdad y debe escucharla de tu boca. Has hecho mucho daño, Gabriela. No te imaginas cuánto daño le has causado por tu falsa, debes remediarlo —sentencio. Intento que mi voz se mantenga calmada. No quiero juzgarla, considero que ya está pagando todos sus errores.

—¡Rayos! —se queja, dando vuelta en el mismo sitio. Al final, accede y entra conmigo. Candy deja de bailar al vernos. Sonrío. Me devuelve la sonrisa, mira a Gabriela curiosa.

—¿Quieren jugo? —pregunta desde la cocina. Asiento por los dos. Gabriela no se ha movido de la puerta. La tomo del brazo y la siento en el sofá. Me mira mal.

Candy llega hasta nosotros con una bandeja en las manos y tres vasos sobre esta. Lo deja en la mesa ratonera, le ofrece uno a Gabriela, que acepta sin mirarle la cara. Yo tomo el mío y aprovecho para besar su frente. Sonríe, retirándose nuevamente.

—Amor, siéntate aquí con nosotros, por favor. Gabriela tiene algo que decirte —pido. Candy me mira y asiente, regresando a la sala. Toma asiento a mi lado. Gabriela se remueve incomoda en su puesto.

—Yo... —Me mira. Asiento y Gabriela continúa—. Yo te quiero pedir disculpas por el daño que te pude causar con mi mentira. —Comienza a explicar, Gabriela.

—¿Qué mentira? —cuestiona, Candy. Gabriela bebe de su jugo antes de volver a hablar.

—Mi embarazo —confiesa.

—¿No estás embarazada? —Candy la interrumpe. Le tomo la mano para que se calme.

—Deja que te explique, amor —pido. Asiente, devolviendo la mirada a Gabriela.

—Sí estoy embarazada, pero no es de Gideón —responde al fin. Puedo sentir como Candy, se relaja automáticamente. Yo estoy entre aliviado y decepcionado.

—¡Oh! —Es todo lo que escucho de Candy—. ¿Quién es el padre? —interroga. Gabriela vuelve a revolverse en el asiento.

—José —susurra muy bajo.

—Ya veo, pues, gracias por ser sincera. Y debido a que José va a pasar algún tiempo en prisión, ¿qué vas a hacer? —le pregunta Candy a Gabriela.

—Yo me encargaré de los niños, Caramelo. Son mis sobrino, no es problema para mí —explico. Candy me mira y asiente. Una sonrisa se dibuja en su rostro.

—Comprendo, me parece una buena idea. Y te disculpo, Gabriela. Entiendo que no sabías qué hacer y probablemente estabas asustada. No hay problema. Serviré la cena. —Sin más, se levanta y camina de regreso a la cocina. Veo a Gabriela, que tiene la mirada fija en sus manos.

—Puedes estar tranquila, Gabriela, ella no es mala persona —aclaro. Sigue sin levantar la mirada—. Dame un momento, ya vuelvo —aviso y me levanto. Todas lss puertas están cerradas. No podrá irse.

Llego hasta donde Candy, está sirviendo los platos, dejo un beso en su cuello que la hace estremecer. Me mira sonriente. Se le ve feliz. Imagino que siente verdadera calma. La ayudo a servir el resto y lo acomodo en la mesa. Gabriela sigue en la misma posición.

—Gabriela, ven a comer. Necesitas alimentarte bien —la llama, Candy. Gabriela levanta la mirada y a pasos lentos, comienza a caminar hasta nosotros. Toma asiento y en silencio, comenzamos a comer. Agradezco la música de fondo.

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