Capítulo 42
Hay decisiones que desgarran el alma, pero alivian la mente.
Aixa de Alsina.
Narra Gideón.
Veo como Candy, tiene la mirada fija en todas las revistas esparcidas a lo largo de la mesa ratonera. Junto a ella, Moni y Alice, le señalan diferentes páginas de la revista.
—No. Sin velos —sentencia, Candy. Es la primera vez que habla desde hace alrededor de una hora y media que empezaron a atosigarla con miles de ideas para vestido de novia.
Hace ya tres semanas que nos comprometimos y durante ese tiempo, hemos estado viviendo en nuestro propio espacio. Inclusive, Gabriela se ha desaparecido. Eso me tiene preocupado. Temo que pueda hacerle algo al bebé.
Hablaré con Candy, para que me acompañe hoy a la casa de Gabriela. Quiero que siga sintiendo la seguridad que ha sentido hasta ahora, pero también debo saber de Gabriela. Mejor dicho, de mi hijo.
—¿Tú, qué opinas de este, amor? —me llama, Candy.
—¡No! ¡Aléjate! —Tanto Alice como Moni, hablan al mismo tiempo y levantan una mano en mi dirección. Sonrío
—Serás mensa, mujer. Es obvio que él no puede ver el vestido. ¿Acaso no tuviste casada ya? —le reclama, Alice. Candy gira los ojos.
—Esas son solo superticiones. No es cierto, chicas. Gideón puede y será tan parte de esto, que podrá verme con el vestido las veces que quiera —sentencia. Ambas mujeres la fulminan con la mirada. Mientras que ella, no despega su mirada de la mía.
—No dejaré que te vea con el vestido —declara, Alice.
—Ni yo, te lo robaremos si intentas mostrárselo antes de la boda —la acompaña, Moni. Comienzo a reír. Es muy gracioso verlas discutiendo por eso. Aunque en realidad, han estado discutiendo por todo lo referente a la boda durante estas semanas. Si Candy quiere negro, ellas dicen que está loca, porque el negro no es para las bodas. Suspiro.
—Yo estaré en la habitación con Loba. Solo háganme un favor y devuélvanme a mi prometida, completa y sin dolor de cabeza —pido. Las tres asienten.
Entro a la habitación e invito a Loba a la cama, para acariciarla mientras pongo algo en la TV.
Despierto al sentir mi pecho hundirse por la cabeza de Candy. Parpadeo, acariciando su cabello.
—Parece que son ellas las que se van a casar —se queja. Sonrío.
—¿Y tú? —Me mira—. ¿Estás emocionada? —inquiero. Sonríe, levantándose para verme mejor.
—Estoy más nerviosa que emocionada, la verdad —confiesa. Suspiro—. Pero no de mala manera. Estoy nerviosa porque quiero que todo salga bien, que todo sea perfecto y poder cumplir mi deseo de envejecer a tu lado —explica. La atraigo a mí, besando su frente.
—Nosotros haremos que sea perfecto, amor —sentencio. Asiente, abrazándose más a mi cuerpo—. Candy. —Comienzo. Debo decirle lo de ir a ver a Gabriela.
—Lo sé, lo sé. Debes ir a ver a Gabriela. —Termina ella por mí.
—Quiero que vayas conmigo —aclaro.
—Ambos sabemos que esa no es una buena idea. Ella debe estar tranquila por el embarazo, no me importa que vayas. Me preocupa tanto como a ti, su ausencia. —Escucharla hablar así me llena el alma. Sé que está poniendo todo de su parte. Las terapias nos han ayudado mucho.
—No sé qué decir —confieso. Me ha dejado sin palabras. Se levanta de la cama de un salto, sonriendo.
—Yo sí, debes ir después de eso, a probarte tu traje. —Me da una hoja con una dirección.
—¿Ya lo elegiste? —pregunto, confundido.
—Como si hubiera elegido mucho. Es obvio que tu hermana dijo que ese te gustaría. —Sonrío—. Solo tengo una petición —pide. La miro atento—, que la camisa o la corbata, sea roja. Y definitivamente que no sea blanco —súplica. Río.
—Perfecto. Yo solo pido que tu vestido sea fácil de quitar. —Se sonroja. Son pocas las veces que lo hace. Me gusta causarle ese sonrojo.
—No te prometo nada —dice, entrando al baño—. Deberías irte ya, tu cita de vestuario es a las cuatro —habla fuerte desde el interior —. Y espero que todo esté bien con ella. —Abre la puerta un momento, para decir eso último. Camino hasta ahí y beso dulcemente sus labios.
Vuelve a cerrar la puerta. Suspiro, caminando hasta la salida.
Es hora de ver qué es lo que ha pasado con Gabriela. Su silencio no puede ser nada bueno.
Subo al auto y espero a que el elevador nos baje, para salir directo a su casa. En todo el camino imagino, diferentes escenarios. Cada uno es peor que el anterior, por lo que decido dejar de pensar en eso.
Veo a unas cuantas calles, el edificio donde vive Gabriela. Mi corazón se acelera a medida que me voy acercando.
Estaciono en un espacio vacío. No hace falta que me reporte con alguien en recepción, puesto que no hay nadie ahí, por lo que aprovecho para ingresar al ascensor.
Me siento como si fuera a robar algo. Apenas las puertas se abren, camino hasta el apartamento de Gabriela.
Toco tres veces antes de escuchar respuesta del otro lado.
—Buenas. —Una mujer mayor me recibe. Arrugo el rostro.
—Buenas. ¿Está Gabriela? —cuestiono. La mujer es quién arruga el rostro ahora.
—¿Gabriela? ¿Qué Gabriela? —replica. Suspiro.
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