Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 41

No dejes nunca que alguien te haga sentir como que no merecieras lo que quieres.
10 Razones Para Odiarte.

Narra Candy.

—Iré por vino, ¿quieres que te traiga? —Gideón me mira brevemente y asiente para continuar armando la frase. Sonrío satisfecha.

Salgo a la cocina por vino. Aprovecho para cambiar la música y poner una más sensual. Regreso al estudio. Gideón está feliz, colocando la última fotografía que completa la frase.

—¿Ya sabes lo que dice? —inquiero. Se levanta del suelo, caminando hasta mí. Parece un verdadero lobo que quiere devorarme.

—¿Cómo sabes mi apellido? —pregunta, confundido. Sonrío.

—Porque es mi mismo apellido. —Gideón alza una ceja, burlón—. Te dije que luego sabrías cuál era mi primer apellido. Ahí lo tienes. —Señalo las fotografías en el suelo.

—¿Así que eres mía, señora Davidson? —Saboreo mis labios. Un cosquilleo se ha instalado en mi bajo vientre. La frase lo dice: Soy tuya, Davidson.

—Toda suya, señor Davidson —admito. Gideón termina de acordar la distancia entre nosotros—. Quiero que no olvides que soy tuya, por eso lo he plasmado en cada fotografía. Soy tuya, Davidson. Soy toda tuya, Gideón —sentencio. El corazón me martillea frenético en mi caja torácica.

—Y yo soy tuyo, Caramelo —reconoce. Sonrío como idiota—. Me ha encantado el regalo, gracias. —Acaricia mi rostro, le ofrezco una copa de vino, que acepta encantado. Al llevarla a sus labios, me pierdo en el movimiento que hace con su rostro. Como cierra los ojos, saborea primero sus labios y luego traga. Al volver a abrir los ojos, me mira deseoso. Yo también lo deseo.

—¿Bailamos esta pieza? —Pregunto. Suspiro cuando Gideón, vuelve a escanearme de pies a cabeza.

—Vamos. —Toma mi mano, llevándome hasta afuera de la habitación. La balada que suena de fondo es perfecta para la ocasión. Alejandro Fernández nos canta diciendo que quiere que me sienta mujer solo con él.

Gideón me da una vuelta en el aire, para después, cogerme de la cintura y pegarme a su pecho. Bailamos perfectamente abrazados, cantandonos al oído algunos estribillos. Contengo la respiración, al sentir como su mano desciende de mi cintura, acariciando mis gluteos, para luego pegarme —si es eso posible— aún más a su entrepierna. Logró sentir claramente su erección, vibrando debajo de la delgada prenda.

—Te deseo, señorita Davidson —susurra en mi oído—. Y deseo que dejes de ser señorita Davidson, para que seas la señora Davidson. Mi esposa —confiesa. Me separa un poco, para que lo vea a los ojos—. Quiero que seas mi esposa, Caramelo —repite. Estoy temblando. No quiero casarme. Lo amo, pero no quiero volver a casarme. Al menos, no todavía.

—¿Quieres casarte conmigo? —inquiero. Sé que acaba de darlo a entender, pero quiero pensar que estoy equivocada y entendí mal. Gideón sonríe.

—Bueno, ya que insistes, claro que quiero casarme contigo, no tienes que repetirlo —bromea. Haciendo que ría. Él me imita—. Hablando en serio, Candy, sí quiero ser tu esposo. Quiero verte caminar en el altar hasta mí. Quiero poner un anillo en tu dedo y tomarte como mi esposa delante de todos. Quiero ser tu esposo, Caramelo. —Hemos dejado de bailar. Mi corazón sigue danzando, pero mi cuerpo está quieto.

—Gideón, el matrimonio es un paso muy importante en la vida de cualquier persona. Estarías uniendo tu vida a la mía de por vida, o al menos, hasta que te canses de ser mi esposo y quieras el divorcio. —Ante lo último, arruga el rostro.

—No voy a cansarme de ti —sentencia. Sonrío—. Casate conmigo, Candy. —Comienza a buscar en sus bolsillos. Me mira apenado, con la nariz y las orejas rojas—. Está en el abrigo —explica. Arrugó el rostro sin entender. Camina hasta donde dejamos los abrigos al llegar, busca en el bolsillo y saca una cajita.

Estoy temblando. No hay parte de mí que no esté temblando ahora mismo. Es la segunda vez que me pide ser su esposa. Temo que si vuelvo a negarme, no haya una tercera.

Se arrodilla como aquella vez en el restaurante, esta vez ya tiene el anillo. Es precioso. Dorado con una sola piedra roja en el centro. Precioso.

—Mi amor, mi vida, mi diosa, mi loba, ¿quieres ser mi esposa? —Trago hondo. Me arrodillo frente a él, tomando su mano sin dejar de ver su rostro.

—Sí, sí quiero ser tu esposa, mi amor, mi vida, mi rey, mi lobo, mi Gideón —acepto. Sonríe feliz. Suelta una de mis manos, para colocarme el anillo en el dedo anular. Se ve hermoso en mi mano. Toma mi rostro, besandome con pasión. Le correspondo de la misma manera.

Nos levantamos del suelo, tomados de la mano y volvemos a la cocina.

—Brindemos —pide. Asiento. Tomo la copa de vino que me ofrece y esta tiembla en mis manos. Aún sigo temblando.

—Por nuestro compromiso —propongo, alzando mi copa. Me sigue, chocando la mía.

—¿Qué se hace ahora? ¿Ya podemos sellar nuestro compromiso de otra manera? —Río con ganas.

—Soy tuya, amor, tomame. —Abro los brazos a mi lado, ofreciéndome a él. Saborea sus labios.

Me abraza, hundiendo su cabeza en la curvatura de mi cuello.

—Te amo, Candy —susurra, bajito. Sonrío, apretandolo contra mí—. Gracias por no negarte —murmura, aún en el mismo sitio.

—Yo también quiero ser tu esposa, amor —confieso.

—Sé que tienes miedo, sé que tu cuerpo tiembla por los nervios, pero todo estará bien, Caperucita. Te prometo que seré el mejor esposo. Nunca quise casarme, Candy. Nunca, hasta que llegaste tú. —Me suelta un poco, para verme de frente. Sonrío, secando una lágrima que se me escapó sin permiso.

—Son nervios buenos, cariño. Nervios por ya querer ser tu esposa y estar junto a ti siempre. Es lo que más deseo —sentencio—. Ya eres el mejor esposo y aún o estamos casados. —Ambos sonreímos—. Gracias por elegirme a mí, Lobo. Gracias por entre tantas, darme el privilegio a mí, de ser tu esposa —confieso.

Me alza, haciendo que enrolle mis piernas a sus costados y se apodera de mí boca. Pero este es un beso suave, lleno de amor.

Me pierdo en la danza de nuestras lenguas. No hallo que hacer con mis manos. Parecen tener vida propia, se pasean por todo el cuerpo de Gideón, sin detenerse en una parte en específica.

Suelto su boca para gruñir, por el golpe que Gideón me ha dado, pegando mi espalda a la orilla de la barra americana.

—Perdón. —Se disculpa. Le resto importancia y vuelvo a besarlo. Necesito que los temblores de mi cuerpo disminuyan, pero se me hace imposible, sabiendo que estoy nuevamente comprometida.

—Te amo —susurro en sus labios, mientras camina conmigo a la habitación.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro