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Capítulo 40

La gente piensa que la paciencia es pasiva, y no es así, la paciencia es activa. Es fuerza concentrada.

Narra Candy

Despierto siendo abrazada por Gideón. Sonrío. Hoy es su cumpleaños.

Decido darle un buen despertar, así que me suelto de su agarre despacio y me meto completa debajo de la sabana. No me sorprende encontrarme con que ya esté empalmado y completamente desnudo. Anoche no vimos necesidad de cubrir nuestros cuerpos, luego de hacer el amor.

Lo tomo con mis manos y apena hago presión con mi boca, lo escucho maldecir, levantando la sábana, dejándonos al descubierto.

—¡Caperucita! —gruñe, extasiado. Sostiene mi cabello con fuerza, ayudándome a entrar más profundo su miembro en mi garganta.

Sé que hacer para enloquecerlo, así que suelto pequeños jadeos.

—Date vuelta —ordena. Niego con la cabeza—Date la vuelta —repite. Noto la vena de su cuello hincharse. Está luchando por no correrse. La saco de mi boca.

—Yo te daré placer a ti —sentencio.

—Lo harás mientras yo te lo doy a ti, también —asegura. Me imagino lo que quiere y mi sexo se humedece, estando de acuerdo. Suspiro lento. Me doy la vuelta como él pide, colocando mis piernas a cada lado de su rostro y dejando mi feminidad, en toda su boca.

Jadeo al sentir como toma mis labios vaginales, atrayéndolo más hacia él, si es eso posible. Me concentro como puedo en encargarme de él. Pero es imposible con su lengua haciendo magia. Jadeo descontrolada cuando incluye un dedo en su faena. Debo sacarlo de mi boca, para poder tomar un poco de aire.

No puedo contener más mi orgasmo, y me corro sobre su boca. Absorbe todo con destreza. Me da rabia no haber podido satisfacerlo a él, pero parece que no le molesta.

Me gira completamente, posicionándose detrás de mí.

—Dime de quién eres —ruge, paseando su miembro por mi sexo. Jadeo.

—Tuya —confieso. Me penetra de una sola embestida. Jadeo su nombre. Esta vez no es suave, es rudo, como me gusta. Entra y sale fuertemente, estrujando mis nalgas con deseo.

Cuando llegamos al orgasmo, se desploma sobre mí, sin salir de mi interior. Duramos un rato más acostados, hasta que su celular comienza a sonar.

Estos dos días que llevamos acá, había estado en modo avión, pero anoche lo quitó, para poder hablar con Alice. Admito que no extrañé escuchar ese ruido. Últimamente, cada que sonaba, era Gabriela. Suspiro. Ella es otra cosa que tampoco extrañé.

Gideón contesta la video llamada de su hermana, sin que se note lo que acabamos de hacer.

—¡Feliz cumpleaños, hermano! —grita, alargando lo suficiente las palabras para que suene chillona. Gideón hace un gesto de exasperación.

—Gracias, loca —responde, levantándose. Mantiene la cámara, apuntando solo a su rostro.

—¿A qué hora se regresan? Tengo una sorpresa para ti. —Me levanto, también de la cama y busco en nuestro pequeño equipaje, algo cómodo para el viaje. Ingreso al baño, dejando a Gideón hablar con Alice.

Tomo una ducha rápida, al salir, ya Gideón tiene su ropa en la mano. Sigue igual de desnudo que antes. Paso saliva. Ríe, pasando por mi lado y entrando al baño. Me visto rápido,  organizo lo poco que sacamos del equipaje.

Cuando Gideón sale, ya todo está listo. Caminamos tomados de la mano, hasta la salida del hotel.

El viaje de regreso me la paso durmiendo. No sé porqué no puedo permanecer despierta al viajar. Me aburro.

Llegamos justo a la hora de la comida, por lo que le propongo a Gideón, comer pollo frito. Sonríe al mencionarlo.

De ahora en adelante, utilizaré sus gustos para complacerlo.

Comemos en un restaurante especializado en pollos, Gideón se devora la comida rápidamente. Incluso, le ofrezco el resto de mi pollo y no duda en aceptarlo. Río bajito.

—Tengo un regalo para ti —susurro, apenas Gideón, abre la puerta del apartamento.

—¿Más? Con lo de esta mañana es suficiente. Sabes que eres mi mejor regalo —confiesa. Sonrío idiota.

—Eso fue muy lindo y todo, pero de sexo no se vive, así que mira mi regalo. —Ambos miramos a la cocina, donde Alice, Moni y Steve, se encuentran viéndonos divertidos. Gideón es moreno, pero se nota que se ha sonrojado.

—Estás aprovechando lo de las llaves, loca, damelas —sentencia, Gideón, caminando hasta ella. Alice rueda los ojos.

—¿Quieres si o no, mi regalo? —Gideón, bufa.

—Está bien, ¿dónde está mi regalo? —Acepta. Alice da saltos hasta llegar a  la mesa, toma una bolsa de color gris y se lo entrega.

—Estoy segura que va a encantarte —murmura, feliz, Alice. Gideón saca una caja de la bolsa, dentro de ella, hay una cámara fotográfica profesional. Gideón la mira con alegría. Le da un abrazo a su hermana, junto con las gracias.

Moni y Steve, se levantan para felicitarlo. De igual manera, le dan diferentes regalos. Moni le dio un nuevo abrigo y Steve, le regaló unas botas, junto con una botella de whisky. 

—Muchas gracias a todos —dice Gideón. Alice coloca música y comemos pastel preparado por ella misma. Pasamos la tarde entre bailes, cervezas, pastel y postres.

Mi corazón se acelera al escuchar la puerta. Sin abrir, sé de quién se trata. Gideón me mira, él también sabe que es ella.

—Yo me encargo —asegura, besando mis labios. Desvío la mirada del resto, al escuchar su chillona voz.

—¡Feliz cumpleaños, osito! —Giro los ojos. Que apodo tan patético.

—Sin abrazos, Gabriela. —Escucho que dice Gideón. Sigo sin voltear.

—Te traje un regalo —susurra.

—Gracias, pero no lo quiero. Si no te importa, estamos en una reunión íntima —aclara Gideón. Veo a Alice y Moni, sonreír.

—Yo soy la madre de tus hijos, Gideón, merezco estar aquí —declara, Gabriela.

—Eres la madre de mis hijos, pero más nada. No te quiero en mi vida, Gabriela. Si te permito seguir en ella, es por los bebés, pero no te equivoques —sisea. Me levanto, para acabar con esto. Siento pena por ella. Aunque no debería.

—Gabriela, creo que es mejor que te vayas y te evites más humillaciones —susurro. Me mira mal. Se seca una lágrima y deja la bolsa del regalo en el suelo.

—Esto no se va a quedar así —promete. Suspiro. Gideón cierra la puerta, abrazándome contra su cuerpo y dejando la bolsa de regalo, afuera.

—Te amo —admite en mi oído. Sonrío, besando sus labios en señal de respuesta.

Los chicos se van, unas horas después del encuentro con Gabriela.

Es mi momento de darle su regalo.

—¿Estás listo para mi regalo? —Gideón me mira de pies a cabeza. Río—. No es mi cuerpo, ese ya lo tienes —aclaro. Ríe.

Caminamos hasta la habitación de huéspedes, que él convirtió en un estudio, le pido que cierres los ojos antes de entrar. Una vez estamos adentro, los abre. Su mirada recorre el lugar, admirando cada cosa que ve.

Tal como él hizo para mí, yo preparé su propia exposición de fotografías suyas.

—No puedo creer que tengas tantas fotos. ¿En qué momento las has tomado? —inquiere, viendo anonadado, una fotografía que capture de la mitad de su rostro, en la terraza, con el cielo y la vida nocturna de New York, detrás. Sonrío.

—No son tan profesionales como las tuyas, pero he estado aprendiendo poco a poco. Espero que te gusten todas —confieso. Asiente.

—Están magníficas, me encantan. Pero esta es mi favorita. —Señala una fotografía en la que estamos juntos riendo. Es la única fotografía juntos, que hay en toda la habitación. De resto, son todas de él en diferentes facetas.

Algunas son de cuando estábamos pintando, de cuando estaba patinando, arreglando la motocicleta, jugando con Loba. Cada una dice algo de él, diferente.

—¿Puedes ver la marca de agua que tiene cada una? —interrogo. Frunce el ceño. Se acerca más a la que tiene frente suyo, notándolo.

—!Oh! —Se regresa al primer marco, pero no es así. Río.

—Es un juego, debes ordenar los marcos, hasta formar la frase completa —explico. Gideón sonríe.

—Dime al menos, cuál es la primera letra —pide. Sonrío.

—D —confieso.

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