Capítulo 38
Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo.
Ludwig Van Beethoven.
Narra Candy.
Despierto con el cuerpo sumamente pesado. Me duele todo. Escucho golpes en la puerta principal. Gideón sigue durmiendo, así que me levanto. De seguro es Alice, para devolver a Loba. Tomo la camisa que Gideón tenía puesta ayer y salgo.
Al abrir la puerta, veo a Gabriela, tocándose la panza inexistente, con la cara descompuesta.
—¿Dónde está Gideón? Lo necesito —espeta. Giro los ojos.
—Está durmiendo, ¿qué necesitas de él? —inquiero, acomodando mi cuerpo en el umbral, para que no entre.
—A él, ¡necesito al padre de mis hijos conmigo! —Alza la voz. Suspiro.
—Estará para ti y tus hijos, pero no estará contigo, está conmigo, acéptalo. Ahora, si no necesitas nada importante, puedes irte. —Extiendo mi mano señalando el ascensor.
—¿Gabriela? ¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo? —Gideón llega hasta nosotras, pero se mantiene a mi lado, sin tocarla.
—No me siento bien —se queja. No le creo ni lo que reza.
—Deberías ir al médico, no acá. Gideón no es doctor —le recuerdo. Me mira mal.
—Pero es el padre de mis bebés. Aunque te duela. —Bufo.
—¿Dolerme? Esos niños será lo único que tendrás de Gideón, así que cuídalos bien, porque yo no solo tendré hijos suyos, lo tengo a él. —Cierro la puerta en su cara. Gideón me mira sorprendido.
—¿Qué haces? Recuerda que debe tener reposo y no alterarse. —Giro los ojos.
—Pues no lo parece. ¿Qué hace aquí si necesita reposo? Solo quiere fastidiarnos. —Le doy la espalda, queriendo irme a la habitación, pero me toma del brazo, impidiéndolo.
—Sé que tienes razón, sé que solo viene para molestarte, pero no dejes que lo logre. —Me gira, para que lo vea. Se siguen escuchando los golpes en la puerta. La muy perra sigue aquí—. Mírame, Caperucita —pide. Dejo de ver la puerta y lo miro—. Lo que dijiste es cierto, tú me tienes y me tendrás siempre, ella no —declara. Suspiro.
—Su presencia me enerva —confieso. Gideón me besa.
—Lo sé. Perdóname. —Niego con la cabeza.
—No tengo nada que perdonarte, fue antes de mí y en parte es mi culpa. Si yo no me hubiera ido, jamás te hubieras metido con ella —admito. Gideón suspira—. Ve a abrirle y ver qué es lo que quiere. Yo me daré una ducha —resuelvo.
—No, tú tienes razón, no soy doctor. Llamaré a uno para que vaya a su casa. —Quiero comermelo a besos, pero me aguanto y solo sonrío, asintiendo. Entro a la habitación, sintiendo un peso menos.
Solo espero que Gabriela no sea un grano en el trasero. No la quiero interfiriendo. Menos ahora, que estamos tan bien.
Me doy una ducha tranquila, al abrir los ojos, luego de retirar el champú de mi cabello, veo a Gideón sentado en el retrete, con la mirada fija en mí.
Termino de ducharme sin que él se mueva de su sitio. Imagino que ya Gabriela se fue. Eso es un alivio.
—Tenemos la cita dentro de unos minutos —le recuerdo. Asiente. Nos vestimos juntos, Gideón no se dio un baño. Le bastó con el de anoche. Salimos del apartamento, compramos en el camino un desayuno rápido y seguimos hasta dónde será la cita.
Una vez llegamos, debemos esperar un momento a que nos llamen. Entramos cuando lo hacen.
—Buenos días —saluda la doctora. Gideón y yo, tomamos asiento juntos.
—Buenos días —respondemos unísono.
—¿Quién realizó la cita? —inquiere, sosteniendo su libreta.
—Yo lo hice —respondo, firme.
—Bien. ¿Qué te llevó a hacerlo? —cuestiona. Miro a Gideón antes de responder.
—Quisiera ser una mejor persona para él —confieso.
—¿Y por qué crees que no lo eres? —insiste. Suspiro.
—Soy muy débil. Cobarde —admito. Gideón presiona mi mano, dándome fuerza.
—¿Quieres explicarme tú, a lo que ella se refiere? —le pregunta a Gideón.
—Siempre se iba cuando algo pasaba en nuestra relación —explica, sin abandonar mi vista—. Pero sé que es fuerte, sé que ya no lo hará, sé que está luchando por no hacerlo ahora mismo. —Mira a la doctora. Lo imito.
—¿El tiene razón? —me pregunta. Asiento—. ¿Qué es lo que quieren del otro? Cuéntenme qué es lo que los llevó a venir. ¿Por qué tú crees que eres débil al dejarlo? —Suspiro.
—Porque la mayoría de las veces, no tengo un motivo válido para hacerlo, solo me voy por temor. La primera vez fue por miedo a enamorarme, la segunda, por ya haberlo hecho y la tercera —susurro. Medito un momento antes de continuar—, no quiero que haya una tercera —reconozco.
—¿Y cómo están las cosas ahora entre ustedes? Si decidieron venir juntos, es porque creen que ambos deben mejorar. ¿Qué es lo que deben mejorar? —interroga.
—Estamos trabajando en dejar el temor afuera —confiesa Gideón.
—No es necesario. Algunas veces el temor no es malo. Les explico: si en la relación existe el temor del perder al otro, se vivirá haciendo hasta lo imposible, para que eso no suceda. Pero si en vez de usar el miedo como un motor, lo usamos como una vía de escape, no lograremos llegar a nada. —¡Cuánta razón tienen!
—Tiene razón, por eso ya no quiero irme —repito.
—Lo sé, lo noto cuando se miran. Ya sé lo que tú quieres de ti, ahora dime qué es lo que quieres de él. —Suspiro.
—No lo sé —reconozco—. Que me tenga paciencia. —Me encojo de hombros, sin saber qué decir.
—¿Qué te molesta de él? Debe haber algo —insiste la doctora.
—No es algo de él en específico, pero es algo que lo involucra —explico. La doctora asiente. Prosigo—; tendrá dos hijos con otra mujer —le cuento. Gideón suspira a mi lado.
—¿Y eso cómo te hace sentir? —Respiro entrecortada.
—Perdí a nuestro hijo hace unos meses. Tengo rabia y celos —confieso. Gideón suelta mi mano, para apretarme contra su cuerpo en un abrazo.
—Lamento escuchar eso —susurra la doctora.
—Pero ella sabe que tendremos muchos más hijos, Gabriela no significa nada más que la madre de mis hijos. Solo eso —sentencia, Gideón.
—Y yo lo sé, pero sigo sintiendo celos de que sea ella, quien te dé tus primeros hijos y no yo —reconozco. Gideón me mira brevemente.
—Bien, creo que eso será lo primero en lo que trabajaremos para que ya no te sientas así. —Ambos, devolvemos la vista a la doctora. Asiento—. Ahora tú, cuéntame qué es lo que no te gusta de ella. Ya sé que ella huye, pero ¿solo eso es lo que te molesta? —inquiere.
—Me molesta que ella misma se autoflagela. Busca cosas por las qué culparse y entonces se lastima física y mentalmente, porque están fuera de su control total —explica, Gideón. Suspiro.
—¿Y por qué haces eso, Candy? —Niego con la cabeza.
—No lo sé. Supongo que he hecho tanto daño a personas buenas, que necesito infringirme ese mismo dolor —declaro.
—¿Por qué dices que has hecho tanto daño? —insiste.
—Porque lo he hecho. Le fallé a mi esposo, a mi padre, a mi misma —admito—. Pero ya no quiero que eso pase. Ya no quiero permitirle más el paso a esos fantasmas. Cuando estoy con él todo se disipa —confieso, viendo a Gideón. Sonríe—. No me interesa seguir siendo la víctima. Quiero empezar a ser la que era y ser aún mejor que eso —Gideón lleva nuestras manos unidas a sus labios y besa la mía.
Hasta que por fin esta niña hace algo bueno, eh. Ya me tenía al borde del colapso este libro, jajajaja. Y pensar que una versión pasada de mí fue quien lo escribió.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro