Capítulo 37
Disfruta de la vida, hay mucho tiempo para estar muerto.
Hans Christian Anderson.
Narra Candy.
Cuando llegamos al apartamento, noto que Loba no está. Me asusto.
—Tranquila, le pedí a Alice que viniera por ella. —Quiero preguntar el porqué, pero solo asiento—. Espera aquí, iré a ver tu sorpresa —avisa. Asiento emocionada. Entra a la habitación. Durante los pocos minutos que dura ahí, aprovecho para quitarme el abrigo.
Lo deseo, así que espero que mi atuendo funcione.
Regresa con una sonrisa en los labios. Tal como hizo temprano, vuelve a recorrerme el cuerpo con la vista.
—Ven aquí —ordena. Me enseña la cinta roja que usamos cuando él me ata a la cama. En el camino, siento que voy mojando el suelo con mi humedad. Al llegar a él, lo veo con los ojos dilatados—. Date vuelta. —Suspiro, obedeciéndolo. Coloca la cinta en mis ojos, sujetándola con fuerza.
Una vez la cinta está bien puesta, toma mi mano, guiándome. Sé cuando entramos en la habitación, por el cambio de temperatura.
—Voy a soltarte, pero no vas a quitarte la cinta, hasta que te lo ordene. ¿Entiendes? —Asiento.
—No soy idiota —me quejo. Lo escucho reír.
—Lo sé —admite, besando mi mejilla. Siento cuando abandona mi lado—. Ya puedes quitártelo —avisa. Hago lo que me dice, parpadeo enfocando mi vista en lo que tengo al frente.
Varios Flashback, llegan a mí, recordándome quién era. Sonrío.
Camino decidida hasta el tubo de pole dance que ubicaron en todo el centro de la habitación. Lo acaricio con mi mano, reviviendo viejos recuerdos.
—¿Te gusta? —Asiento. Creo que he perdido el habla. Me libero de los botines de cuero negro y me quito también el vestido, bajo la atenta mirada de Gideón, que está acostado en la cama, completamente idiotizado por mis movimientos.
—Coloca música —ordeno. Es mi turno de tener el control. Sin levantarse, enciende la TV a mi espalda y coloca música. Cierro los ojos, dejándome seducir por la voz de Rihanna. Doy una vuelta alrededor del tubo y luego con facilidad, subo en él.
Gideón no pierde de vista ninguno de mis movimientos. Subo, me estiro y vuelvo a bajar, sin dejar de mirarlo a los ojos. Sé cuando la canción va a terminar, así que me quedo paralizada a la mitad del tubo, giro mi cuerpo colocando mi cabeza hacia abajo y hago un perfecto split suspendida en el aire. Gideón silva. Me ayuda a bajar, alzandome. Enrollo mis piernas alrededor de su cintura.
No me deja respirar, porque me besa, robandome todo el aire. Jadeo.
Me deja en la cama, besando con dulzura mi cuerpo. Empieza desde mi clavícula, hasta llegar a mi sexo, paso saliva. Sonríe maquiavélico y sigue bajando. Se encarga de erizar mi cuerpo con cada caricia, para volver arriba y besar mis labios. Jadeo, al él introducir su mano por dentro de mi hilo de encaje y tocar libremente mi feminidad.
—¿Me deseas? —susurra en mi boca. Asiento, jadeando—. Dilo —ordena. Levanto un poco mi cabeza, para verlo a los ojos.
—Deseo sentirte latiendo dentro de mí. Deseo que me hagas tuya, como solo tú sabes hacerlo —sentencio. Rueda con mi cuerpo, dejándome sobre él.
—Tómame tú, entonces y haz lo que quieras conmigo —declara. Estoy temblando. Me levanto y busco la cinta que me quité de los ojos. Al verla, sonríe, sabe lo que quiero.
Tomo sus manos, pasándolas por encima de su cabeza y las ato suavemente al espaldar de nuestra cama. Gruñe, cuando libero mis senos del sujetador y se los coloco en la cara, para que los atienda.
Se encarga de lamerlos, chuparlos y morderlos, como sabe que a mí me gusta. Cuando ya estoy satisfecha de eso, me retiro.
El hecho de que él ya no tenga puesta su camisa, me facilita muchas cosas. Desciendo por su pecho, mordiendo levemente cada zona. Al llegar a sus pezones, me encargo de atenderlos como él lo hizo conmigo. Se remueve debajo de mí. Sé que le gusta.
Sigo bajando, hasta llegar a la pretina de su deportivo, se levanta un poco, para permitirme retirárselo con facilidad. Le quito de una vez el bóxer, haciendo que su hombría salte frente a mí. Siempre rígida como me gusta. Saboreo mis labios.
Me inclino hacia adelante y desato una de sus manos. Me mira confundido.
—Tócate para mí —pido. Me mira extasiado. Hace lo que le pido y conduce su mano libre hasta su miembro. Al correr la piel que lo cubre, se derrama un poco de líquido. Jadeo.
Su mano sube y baja con fiereza, su cuerpo comienza a responder a las corrientes de placer que está sintiendo y gruñe cada vez más mi nombre. Justo cuando cierra los ojos para correrse, me inclino, introduciendo su miembro en mi boca, absorbiendo todo su semen.
—¡Mierda! —gruñe, extasiado.
Trago al levantarme. Me impulsa hacia él para devorarme la boca. Vuelvo a atar su mano con la otra y ahora sí me subo sobre él. Me dejo caer con suavidad, disfrutando de todo el proceso. Apoyo mis manos en su pecho, comenzando a moverme como me gusta y sé que lo vuelve loco. Ahora que no puede tocarme, está perdiendo el control. Lo noto en su mirada. Quiere correrse, pero yo aún no lo hago, y es que estoy concentrándome mucho en no hacerlo todavía. Necesito llevarlo a su límite de placer.
—Vamos, Lobo, dame toda la leche que tengas —susurro, mordiendo el lóbulo de su oreja. Vuelve a maldecir.
Dejo que sea él quien me sube y me baje con la fuerza de su cuerpo, tres estocadas más, se vacía en mi interior. Me corro con él.
—Desatame —súplica. Sonrío. Lo hago—. Es mi turno de atarte. —Coloco mis manos al frente suyo. Sonríe lobuno.
Hace que me levante y camina conmigo hasta el tubo de pole dance.
—Sujeta el tubo de frente —ordena. Hago lo que me pide, dejo que pase la cinta por el medio de mis manos y luego las amarre al tubo. Levanto más mi trasero al sentir una nalgada—. Párate recta. —Arrugo el rostro sin comprender lo que quiere hacer, pero obedezco. Estoy separada del tubo por solo unos diez centímetros y es que no quiero congelarme. Aunque ahora mismo, estamos ardiendo en nuestro propio infierno personal.
Me levanta desde atrás, hace que enrolle mis piernas al tubo, con una distancia prudencial y al bajarme, me penetra de golpe. ¡Joder! ¿Cómo puedo describir lo indescriptible? Lo siento tanto por mi vagina, como por donde no me da el sol. Es la posición más extraña que he hecho en mi vida, pero el placer que estoy sintiendo, es inimaginable e inigualable.
Gideón no tiene piedad, me sube rápido y me deja caer de golpe. No hago más que jadear su nombre y él no deja de gruñir el mío.
Me corro dos veces más, antes de que él lo haga. Aún en el aire, me desata, dejo caer mi cabeza en su hombro. No tengo fuerzas para nada. Me alza como princesa y nos conduce al baño.
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