Capítulo 35
La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro.
Victor Hugo.
Parte 2/2
Narra Candy.
Al despertar, no veo a Gideón a mi lado. Me levanto dispuesta a comenzar mi plan de reconquista, que no consiste en otra cosa que demostrarle que sí quiero estar con él.
Después de una ducha y arreglarme, salgo del apartamento con mi siguiente destino claro.
—Buenos días —saludo a la recepcionista.
—Buenos días, ¿en qué la puedo ayudar? —Le pido agendar una cita lo más pronto posible y salgo felizmente con mi cita para dentro de una semana. Espero que a Gideón le guste saber eso.
Ya con eso listo, voy para mi siguiente parada. Es hora de utilizar la información que Alice me proporcionó.
Llego a la tienda, pido las dos que necesito, aparte de todos los implementos de seguridad recomendados. Dudo que Gideón quiera usarlos, pero yo sí, puesto que será la primera vez que haga algo así.
Me detengo en un centro de telecomunicaciones para llamarlo. Puedo comprar un nuevo móvil, pero la verdad es que prefiero no tenerlo. Al segundo tono, contesta.
—Hola —susurro.
—Hola, ¿estás bien? Volveré en un rato al apartamento. —Se apresura en avisar.
—Está bien, no hay problema, solo quería pedirte que llegues para almorzar, tengo algo que darte. —No sé porqué estoy tan nerviosa.
—Por supuesto, ahí estaré —acepta.
—Te amo —le recuerdo. Lo escucho suspirar.
—Y yo a ti, Candy. Mucho —reconoce. Sonrío idiota y cuelgo.
Puedo entender su resistencia. Realmente no he hecho más que meter la pata con él, una y otra vez.
Siempre me demuestra que quiere tenerme en su vida, ¿y yo qué hago? Siempre me voy. Suspiro. Le pago al chico por la llamada y regreso al apartamento, después de comprar lo que necesito para la comida.
Veo la hora en el reloj, falta poco para que Gideón regrese. Organizo los regalos en la mesa y sirvo la comida en sus platos. Me cambio de ropa y me siento tranquila a esperar.
La primera media hora me la paso viendo a los lados. La segunda media hora la invierto en hacerle mimos a Loba. Para cuando ya ha pasado más de hora y media, doy por sentado de que Gideón no llegará a comer. Me levanto del suelo, seco una lágrima y me dispongo a recoger la mesa, pero entonces, la puerta se abre. Gideón tiene mala cara.
Al verme, mira la mesa acomodada. Toma aire, cerrando la puerta.
—Perdóname, no tenía cómo avisarte. Gabriela estaba en el hospital —explica. Asiento. Veo los regalos y supongo que ya no podremos usarlo hoy.
—¿Cómo está ella y las criaturas? —inquiero. Gideón se quita el abrigo, colocándolo en el espaldar de la silla.
—Tiene una infección de orina, no es tan grave, debe tomar los medicamentos y seguir en reposo —me cuenta. Me llevo los platos al microondas para calentar la comida, mientras que Gideón, juega con Loba.
—Espero que todo mejore pronto. —Dejo los platos en la mesa, nuevamente.
—Sí. Yo igual. ¿Y estos regalos? —inquiere, Gideón, alcanzando uno de los envoltorios.
—No es nada. Fue unas pequeñeces que compré —le resto importancia. Gideón me mira y destapa el primero. Sus ojos se iluminan al ver la patineta naranja con negro que compré para él.
—¿Cómo supiste que me encanta patinar? —cuestiona emocionado.
—Alice me lo dijo, espero que no te moleste. —Se levanta, dejando la patineta en suelo y subiendo sobre ella, para hacer varios trucos en el mismo lugar.
—Por supuesto que no me molesta, muchas gracias. —Se inclina para besar dulcemente mis labios. Sonrío. Puede funcionar, esto sí puede funcionar—. ¿Y esto qué es? —Agarra el otro paquete y repite el procedimiento de desenvolverlo—. ¡Pero si hasta has comprado las protecciones! —exclama contento. Sonrío.
—Quería que fuéramos hoy a practicar, para ver si podía aprender. Pero entenderé si prefieres dejarlo para otro día —murmuro. Gideón me mira con un brillo inigualable en los ojos y niega con la cabeza.
—Por supuesto que iremos hoy. Ya sé en dónde practicaremos —declara. Toma asiento nuevamente y comemos en silencio. Es un silencio tranquilo, nada pesado.
Después de comer, Gideón se dio un baño, se alistó con ropa deportiva y ahora vamos camino al sitio que dijo. Incluso llevamos a Loba con nosotros. Le hará bien salir de esas paredes.
Llegamos a un parque de patinaje, donde no solo hay personas con patinetas, también hay gente en patines y bicicletas. Me coloco todas las partes de protección, incluyendo el casco. Gideón solo utiiza los protectores de las rodillas.
Me da un poco de vergüenza ser la única que tiene todo puesto, pero es mi primera vez. No quiero morirme. El drama siempre por delante.
Gideón me enseña cómo debo colocar los pies, cómo mover mi cuerpo para cruzar y cómo debo frenar. Al ver que ya he ido agarrando más confianza, lo veo pasar por mi lado, conduciendo su patineta, con mucha destreza. Sube en varias rampas, hace trucos en el aire y desciende fácilmente.
Me quedo embobada viéndolo disfrutar. Su cuerpo moreno, está cubierto por una fina capa de sudor, que lo hace brillar. Tiene una sonrisa en sus labios, incomparable. Y cuando llega nuevamente a mi lado, me mira extasiado.
—Ha sido el mejor regalo que me han dado en años —confiesa. Sonrío. Acepto gustosa el beso que me da.
Pasamos la tarde en la pista, patinando. Yo sigo dándole despacio y aún no subo en ninguna rampa, pero Gideón me ha tenido paciencia y me enseña muy bien.
—Vayamos a comer —propongo, al ser ya pasadas las siete de la noche. Acepta. Mira una vez más la pista—. Podemos venir siempre que quieras —le recuerdo. Asiente. Toma la mano que le ofrezco y caminamos con Loba de regreso al auto.
Decidimos comprar comida china y llevarla para comer en la casa. Una vez estamos en la casa, llevamos todo a la terraza. Nos toca encerrarnos afuera, porque Loba quería comerse nuestra comida.
Ahora estamos sentados en el piso, sobre una manta, viendo la ciudad.
—Comencé a practicar skateboarding a los 11 años, que mi padre nos regaló una patineta a José y a mí —me cuenta de pronto. Lo miro sonriendo. Intento que no se note que escuchar el nombre de José, me descompone.
—Yo no fui buena practicando deportes —confieso.
—¿Qué te gustaba hacer de pequeña? —pregunta.
—El baile —respondo con una sonrisa en mis labios, recordando como me la pasaba bailando de un lado a otro, creyéndome Shakira y Jennifer López.—. Hubo una época en la que quería imitar todos los pasos de Michael Jackson —confieso. Gideón ríe—. Bailaba fatal —reconozco.
—A ver, muéstrame tus pasos prohibidos —me alienta. Niego riendo.
—Terminarías teniendo pesadillas —le advierto. Ríe.
—Lo dudo. Me gustaría ver esos pasos locos —insiste—. Si aceptas, yo te enseño los míos —propone. Acepto.
Así es como después de comer, terminamos haciendo unos pasos fatales. Cada uno peor que el anterior. Pero estoy divirtiéndome. Él igual y Loba, también. Así que todo está bien.
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