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Capítulo 33

Quédate con quien sabe lo que tiene cuando te tiene.

Narra Candy.

Llego a un Starbucks, dispuesta a humillarme para pedir una llamada, pero entonces, alguien menciona mi nombre a mis espaldas. Giro sobre mis talones.

  —¡Qué alegría verte! —Alice me envuelve en un fuerte abrazo. Parpadeo sin poder creerlo. Es la última persona que esperaba encontrarme justo ahora, pero ella puede ayudarme.

   —Alice —respondo a modo de saludo.

   —¡Vamos, mujer, reacciona! —Se burla. Sonrío.

   —Es que me haz tomado por sorpresa —confieso. Ella se encoge de hombros y nos arrastra a ambas hasta una mesa.

   —Se acerca el cumpleaños de Gideón, no podía perdérmelo. —Mi cabeza da vueltas. 

Rebusco en mi subconsciente y es cierto. ¡Mierda! ¿Qué clase de perra soy? ¿Voy a volver a abandonarlo? Veo a Alice mover los labios, pero mi cerebro no está procesando sus palabras, por lo que levanto la mano pidiendo que haga silencio. Me mira confundida.

—¿Qué ocurre? —inquiere. Suspiro.

  —Acabo de volver a cometer una tontería. De nuevo —agrego al final. Alice sigue mirándome confundida. Antes de contarle, necesito hablar con Moni—. ¿Tienes una llamada que puedas regalarme? —Alice asiente y saca su celular, ofreciéndomelo. Le agradezco. Marco el número de Moni, al segundo tono contesta. Cuando escucha mi voz, grita de emoción.

  —¡Mierda, Candy! ¡¿Dónde estás?! ¡¿Qué fue lo que hiciste ahora?! —Bien, creo que no gritó de emoción. Me quedo callada un momento sin saber qué decir—. ¡Contesta, loca! —ordena. Abro los ojos. Alice me mira confundida. Suspiro.

   —Bien, si ya sabes eso, quiero que sepas que estoy arrepentida y no voy a hacerlo, ¿vale? —Hay una larga pausa. Separo el celular de mi oreja para comprobar que la llamada sigue en curso. Así es.

  —Me alegra escuchar eso. ¿Dónde estás? —Tengo el presentimiento de que está aquí en New York, así que le doy la dirección exacta del Starbucks. Y para confirmar mis sospechas, asegura que estará acá en unos minutos. Le entrego el celular a Alice, al colgar.

   —Bien, eso fue extraño —Asiento, concordando con ella—. ¿Quieres café? —pregunta, levantando la mano para llamar a una chica que se desplaza por el lugar en patines. Me encanta eso.

   —No tengo dinero encima —confieso. Ella se encoge de hombros.

   —Yo invito —Sonrío. Le agradezco. La chica llega y Alice es quien ordena por las dos, pidiendo café y rosquillas. Mi estómago gruñe en aprobación—. Cuéntame de mi hermano, ¿has planeado algo para su cumple? —Los ojos se me llenan de lágrimas. Es increíble que nuevamente, iba a dejarlo cerca de su cumpleaños.

   —La verdad no he planeado nada. Lo había olvidado —confieso. Alice comienza a reír.

   —Ya veo el porqué son el uno para el otro —Hago una mueca con la boca. Si supieras..., si supieras. La llegada de Moni, me salva de seguir hablando de eso. Alice se levanta para abrazarla.

Una vez estamos todas sentadas y cada una con un café y rosquilla, se que vienen las preguntas de Moni. Me mira.

   —Creí que ya habías aprendido a quedarte, Candy. —Alice nos mira a ambas, atenta y a la vez, ajena a todo.

   —Lo sé, creí no soportarlo —confieso.

   —¿Es más fácil para ti soportar estar lejos de él y verlo en un futuro con otra mujer, a quedarte y enfrentar sus demonios y los tuyo? —Suspiro, agachando la mirada. Ella siempre sabe qué decir para hacerme sentir mal por tomar decisiones estúpidas. Es peor que una conciencia.

   —Ya sé, ¿vale? Ya sé que fui una estúpida por irme de nuevo, estaba aturdida, pero ya he comprendido que volví a equivocarme. No quiero perderlo —confieso. Seco mis lágrimas rápidamente. A Moni le molesta en sobremanera que llore por mis estúpidas decisiones.

   —Al menos esta vez no tuviste que viajar a Las Vegas, para darte cuenta de eso —La miro mal. Ella sonríe tranquila—. ¿Qué harás ahora? —inquiere.

   —Organizar su cumpleaños. Es dentro de dos semanas —Evito mencionar que no he decorado para nada el apartamento. La verdad no sé dónde he tenido la cabeza estos días. Moni suspira. Odia mis cambios esporádicos. Hasta yo los odio.

   —¿Qué harás con Gideón? —cuestiona.

   —De verdad, ahora mismo, tengo muchas cosas en mi mente cuando lo veo, pero quiero estar con él. No quiero perderlo —confieso.

   —Tienes que comenzar a demostrarle que de verdad quieres estar con él, Candy. Entiendo que todo lo sucedido no es fácil de asimilar y superar, pero debes aprender a hacerlo junto a él, no separados —Me mantengo en silencio. Tiene razón.

  —No sé de qué hablan, pero ¿dejaste a Gideón? —interviene Alice. Suspiro.

  —Por tercera vez —le responde Moni, sin tener que yo decir nada.

   —¿Has dejado a mi hermano tres veces y aún así, te ha aceptado de nuevo? —No puedo definir exactamente qué trasmite su tono de voz. No sé si es sorpresa, confusión, enfado o una liga de todo junto.

  —Técnicamente, la ha aceptado dos veces. Hay que ver si también la acepta esta vez. Aunque para mí, eso es obvio —Moni sigue respondiendo. Y no sé si eso me alivia o me preocupa. No sé ni qué decir. Soy patética.

   —No conozco los motivos por los que te has ido, pero sí conozco a mi hermano, y si él te ha aceptado sin dudar, es porque te ama, pero ¿qué hay de ti? —Arrugo el rostro sin comprender—. ¿Lo amas? —Asiento sin dudar.

  —Lo amo más de lo que he llegado a amar en toda mi vida —sentencio.

  —¿Y entonces por qué siempre decides irte y no quedarte con quien dices amar? —Bien, creí que solo sería Moni, la que iba a darme un regaño. Me he equivocado.

   —Porque soy una estúpida cobarde —respondo.

   —Reconocerlo es el primer paso —Brome, Moni. La miró mal, pero luego reímos las tres—. Yo creo que el problema de ustedes, es que siempre empiezan dando todo desde el comienzo y entonces, cuando el auto comienza a presentar fallas, en vez de llevarlo al taller para una revisión, simplemente decides hacerlo a un lado e intentas olvidarte de que el auto existe, pero lo sigues necesitando para poder moverte diariamente, entonces llega el momento de extrañar al auto, y cuando quieres volver para arreglarlo, ya el auto se arregló solo y te permite volver a usarlo, pero tú no aprendes la lección y cometes los mismo errores. Eso es lo que debes cambiar —declara. 

Y no sé si fue su discurso, su comparación o todos los recuerdos que vinieron a mí mente tras sus palabras, que ahora me encuentro llorando como estúpida.

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