Capítulo 3
Siempre hay algo de ti que no sabes.
~Jason Statham.
Presente
Narra Gideón.
Lo último que esperaba al llegar al lugar que Candy me anotó en el papel, era ver un cartel con la foto de una portada en la que claramente, la imagen de la misma, soy yo. Es una foto de mi brazo derecho. Mis tatuajes resaltan visiblemente con el fondo oscuro de la imagen y en grande se lee el titulo: Pasiones Infieles.
Lo que más llama mi atención y quita todo rastro de saliva de mi boca, es el eslogan: Él me eleva al cielo mientras ardemos en el infierno. Paso saliva al mi cuerpo reaccionar a esas palabras.
Definitivamente ardíamos cuando estábamos juntos, pero vivíamos elevados en el cielo, entonces sí, tiene mucho sentido eso.
Mis ojos se desvían del cartel y la encuentro a ella observándome. Está sentada detrás de un escritorio con un libro con la misma portada del cartel parado de frente y otros tres acostados a su lado.
El cabello rojo le resalta el labial del mismo tono y por algún motivo masoquista, la recuerdo con esa misma boca alrededor de mi pene mientras subía y bajaba, apoderándose de mis gruñidos y venidas. Siento mi miembro palpitar de acuerdo con mis pensamientos cuando ella saca su lengua para recorrer sus labios sin despegar su vista de mí. Me mira tan deseosa. Imagino que es la misma mirada que le devuelvo porque se mueve en su sitio.
—¿Sr. Gideón? —Una mujer se me acerca, intentando adivinar mi nombre. No despego mi vista de Candy y la veo a ella asentir. Me giro para ver a la chica a mi lado.
—Soy yo —respondo a su pregunta.
—Tiene un puesto reservado en la primera fila. Acompáñeme por favor —pide amablemente. Asiento y la sigo hasta la primera fila. No es como que sea una larga cantidad de filas de sillas. Puedo contar al menos unas diez u doce, pero hay que reconocer que ya algunas de las primeras están llenas.
Ocupo el puesto que me fue asignado y recibo el libro que la chica me ofrece. Al abrirlo, lo primero que leo es un dedicatoria.
Para ti, por ser ese infierno en el que no me canso de arder.
Tuya, Caperucita.
Quiero creer que es mía. Eso era lo único que he querido creer desde que la conocí, sin embargo, justo ahora, cuando todo ha caído de sopetón, no sé ni qué es lo que quiero.
Noto que lo que sea que vaya a empezar, aún no comienza, así que paso a la siguiente página y comienzo a leer la introducción del libro. Sonrío al notar que tiene esa chispa que la caracteriza. Siento un ligero sonrojo en la cara al leer lo siguiente:
Esas frases conmigo no funcionaron, sobre todo la última, porque Gideón, con ese sazón suyo, no solo encontró mi punto G bien abajo, sino que me lo supo atender como es.
Sin poder evitarlo, levanto la mirada para verla, ella ya lo hacía desde antes, por lo que soy consciente del cambio de coloración en sus mejillas. O sabe lo que acabo de leer o lo presiente.
Me veo obligado a cerrar el libro cuando una mujer aparece y comienza a presentar a Candy. Me sorprende que diga que es viuda. Al acabar con la presentación de Candy, ella misma se levanta y toma el micrófono que la otra mujer le ofrece.
—Buenas tardes. Les doy las gracias a todos por sacar un poco de tiempo de su día para venir a esta presentación. Es mi primer y único libro publicado, en el que relata con detalle mi vida con el pecado. Con la pasión de ser infiel.
Al principio sus ojos no se detenían en ningún lugar en especifico, ahora yacen sobre mí.
—En el libro les expongo con suma minuciosidad todo lo que viví con él, desde la primera mirada hasta el último roce de su cuerpo junto al mío. Es un libro explícito, que te hará querer vivir en mi piel las caricias suyas, anhelando también que sus labios recorran tu cuerpo con lentitud, tomándose el tiempo de atender ciertas zonas de tu cuerpo que, por supuesto, solo aceleran el querer correrte debajo de su cuerpo. —Se escuchan algunas risas de parte del público.
Por algún motivo me imagino a esas chicas anhelando eso, ser Candy entre mis brazos. Por fortuna para mí, yo no debo imaginar o anhelarlo, yo lo recuerdo con demasiada nitidez.
—No encontrarán arrepentimiento en ninguna de sus palabras porque nunca me he arrepentido de haber sido infiel. Ese libro es mi autobiografía, y cada cosa ahí plasmada, fue sentido y vivido con pasión. Con esto no estoy incentivando a algunas de ustedes a cometer adulterio, no, solo quiero dejar constancia que no me arrepiento de haber descendido al infierno por y con él, porque he aprendido, que ningún fuego es más abrasador que el que siento al amarlo y dejar que él me ame —zanja sin quitar su mirada de la mía. Yo tampoco lo hago—. ¿Tienen alguna pregunta? —interroga mirando al resto del público. Inmediatamente varias manos son alzadas.
Espero paciente a que Candy responda pregunta tras pregunta, al ya no haber más preguntas por responder, va firmando los libros de todas las personas que formaron una fila para eso. Pasada ya alrededor de una hora, por fin la última persona que estaba en la fila, se marcha después de tomarse una foto con ella sosteniendo el libro.
Me acerco a ella con el libro en la mano. Está recogiendo unos libros sobrantes y se lo entrega a la chica que me guió a mi puesto.
—Yo también tengo una pregunta —digo apenas llego. Veo como pasa saliva al levantar su rostro y mirarme.
—¿Cuál? —cuestiona, profesional. Sonrío.
—¿Cuál de todos los orgasmos que escribiste en el libro, es el que más te gusta y recuerdas? —Llevo queriendo saber eso desde que leí aquello en la introducción.
—¿Por qué tienes que preguntar eso? —se queja mirando a los lados. Rio con ganas y me mira mal.
—Porque de verdad me interesa saber la respuesta —admito. Suspiro.
—No voy a responder a eso —declara y toma su cartera del respaldo de su silla para comenzar a caminar.
—Nunca dijiste que las preguntas venían con restricciones. Es una pregunta justa, merezco una respuesta —exijo sin dejar de seguirla. Me mira brevemente por encima de su hombro y sale del lugar. Sigue caminando unas calles más y yo me mantengo detrás de ella. Quiero mi respuesta.
—Gideón, por favor, cuando te invité, no creí que preguntarías eso. Ahora solo ignoraré esa pregunta y podré, no lo sé, aceptar un café de tu parte para hablar de lo que quieras que no sea responder a eso —declara, deteniéndose de pronto en la entrada de un estacionamiento techado. El recuerdo de nuestro primer encuentro me atropella con fuerza y comienzo a sonreír lobuno. Me mira extraña—. ¿Ahora qué? —replica.
La tomo del brazo y hago que entre al estacionamiento. Afortunadamente mi auto debe estar en algún lugar de este estacionamiento,solo debo ubicarlo, pero no ahora.
Cuando ya estoy lo suficientemente adentro y oculto de los posibles carros que ingresen, dejo el libro sobre la capota de un auto y la acorralo contra la pared. Observo con gran emoción al comprobar que está usando vestido.
—Dime, caramelo, ¿por qué el Lobo debería de temer a Caperucita? —Hago una pausa para alzar su pierna tal como aquella primera vez. Sus ojos me miran lascivos. Desea esto—. En mi opinión, los dos son vulnerables ante el otro. Por separado son peligrosos, pero juntos son destructores. Yo soy dinamita —digo intentando recordar mis palabras exactas, espero no estar muy alejado de como fue. Mi mano izquierda se desliza sin aviso hasta su feminidad, solo para comprobar que está húmeda. Mi miembro reacciona a eso vibrando en mi bóxer—. Y tú la chispa que me enciende —declaro, inclinándome hacia adelante para morder suavemente su clavícula. Ella se estremece en mis brazos.
—Gideón —advierte cuando hago un lado su tanga con mi mano y toco libremente su sexo con mis dedos. Debo cerrar los ojos para controlar el deseo en mi interior que me alienta a poseerla. Es incluso más fuerte de lo que sentí nunca.
Jadea sobre mi cuello al pellizcar con suavidad sus labios vaginales. Deleito mis dedos con su fluidez y a ella con los movimientos de mi mano. Es un deleite mutuo que la está acercando a un orgasmo. Me detengo cuando contiene su sexo en busca de la liberación. Me mira mal.
—¿Por qué?—se queja como niña chiquita.
—No vas a correrte en mi mano hasta que me respondas mis preguntas, Candy. Tú quieres un orgasmo, yo quiero respuestas —declaro. Aparta las manos de mis hombros para llevarlas a su rostro y restregarse.
—Está bien, joder. Responderé todo lo que quieras saber, pero que sepas que eres un idiota por hacerme esto —zanja. Sonrío y suelto su pierna para que pueda estabilizarse nuevamente.
¿Soy la única que ama ese nuevo nombre? Jajaja
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